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Conocí a Doña Carmen en forma accidental, literalmente hablando. Iba en bicicleta, por las calles de mi barrio, perdí el equilibrio y me caí lastimándome las piernas y brazos.
Este relato es real y ocurrió hace como 40 años. Yo tenía en ese entonces 15 recién cumplidos y como era época de vacaciones escolares yo deambulaba por todos lados con mi bici. El accidente ocurrió justo enfrente de la casa de Doña Carmen, quien muy generosamente me hizo pasar a su casa para curar mis heridas, pese a mi obstinada oposición.
Recuerdo que trajo agua oxigenada con la que limpio mis heridas con un algodón. Estaba yo sentado en el living de su casa y para curar mis piernas hubo de agacharse. Fue en ese momento que reparé en sus tetas. Eran un par de limones de buen tamaño que se insinuaban en un escote bastante amplio que permitía hacer volar la imaginación. A esa edad, estaba de moda una actriz de cine llamada Isabel Sarli que tenía una tetas descomunales que todos soñábamos con llevarnos a la boca y que marcaba el ritmo de nuestras apetencias sexuales. Seguramente todavía teníamos en nuestro inconsciente los recuerdos maternales.
Doña Carmen era una señora de unos 55 años, alta y rellena sin llegar a ser gorda. La verdad es que no recuerdo más atributos que sus tetas que me fascinaron desde que las vi. Era viuda desde hacía 5 años y no tenía hijos. Vivía sola en esa casa con una mucama, y no trabajaba porque el marido le había dejado unas cuantas propiedades de las que vivía de rentas. Es decir, tenía un muy buen pasar.
Durante el tiempo que duró la curación me hizo mil preguntas sobre mi vida, mi familia, mis estudios y donde vivía. Mi casa estaba a solo 6 cuadras de allí. Al momento de despedirme y luego de darme un cariñoso beso en la mejilla me invitó a visitarla en cualquier momento.
Solo por probar, volví a la semana siguiente y toqué timbre. Salió su mucama y después de preguntar a su ama, me hizo pasar. Doña Carme me recibió muy contenta y me invitó a tomar el té. Charlamos largo rato y antes de marcharme me hizo prometer que regresaría exactamente en 3 días a la misma hora, y para mi sorpresa me pidió que no comentara con nadie de esa cita. Ni con mi familia.
Los ratones comenzaron a trabajar en mi cabeza y empecé a hacerme ilusiones. Para esa época toda mi experiencia con mujeres había sido un par de encuentros con una prima un año menor que yo que había llegado a casa del interior del país para acompañar a su madre en visitas médicas. Nos quedamos solos un par de veces y aprovechamos para desnudarnos y acariciarnos mutuamente aunque sin que lograra penetrarla porque su mamá le había advertido sobre su virginidad y la posibilidad de quedar preñada. A lo más que pude llegar a que me hiciera unas brutas pajas que derramaba en su incipientes tetas.
Sin dudar un instante, al tercer día estaba yo timbrando. Me recibió Doña Carmen en persona, pues me dijo que la mucama tenía el día libre. Conversamos acerca de mi vida, si tenía novia y de a poco caímos en el tema adonde ella quería llevarme. Luego de preguntarme si yo era discreto y si sabía guardar secretos me dijo que quería invitarme a un juego que me iba a gustar mucho. Jugar al matrimonio, dijo.
Si bien yo esperaba algo de eso, no imaginaba que se trataría dicho juego, pero me dije para mí que no tenía nada que perder, así que acepté y me dejé llevar. Me pidió unos minutos y salió hacia las habitaciones, para regresar luciendo bragas y corpiño negros, debajo de un levantadora del mismo color. Cuando la vi casi me desmayo.
Se reclinó en un sillón que había en el recibidor y me pidió que me sentara enfrente. Mirándome a los ojos abrió muy despacio la levantadora, sacó una teta de su corpiño y la empezó a apretar y sobar, mientras no me quitaba los ojos de los míos. Soltó su otro limón y repitió la caricia, aunque esta vez se dedicó a apretar y pellizcar el pezón. Luego con ambas manos en cada una de sus tetas las apretaba, sobaba e intentaba lamerlas y morder sus pezones. Según avanzaba su tarea, mas seguidos iban escapando sus gemidos de su boca. A todo esto, yo miraba bastante desconcertado pero entusiasmado por el espectáculo que parecía una clase práctica para mí.
Casi de inmediato liberó una de sus manos y deslizándola por debajo de su braga empezó a pasarla por su raya. Yo miraba atentamente y vi, o mejor dicho intuí, que se metía sus dedos en la cueva para sacarlos y volverlos a meter haciéndose una paja, la primera paja femenina que veía. La veterana se cascaba la panocha al tiempo que se satisfacía masajeando una teta. Su cara denotaba que estaba gozando, por la paja que se hacía, pero más por tener un espectador. Siguió por largo rato dándole a la cuca, hasta que sintiéndose próxima a derramar, interrumpió la labor con un profundo suspiro. Debo decir que yo estaba como una moto con mi falo como un ariete que quería escapar de su guarida..
Se recompuso casi de inmediato, se acomodó la ropa, me tomó de la mano y me llevó a su dormitorio. Me pidió que me quitara la ropa y me descalzara. Cuando intenté quedarme en calzoncillos, una voz firme me dijo
Yo estaba mudo, no podía articular palabras por la emoción y la sorpresa. No hacía más que obedecer sus instrucciones. Estaba de pie, en bolas y con mi ariete apuntando al cielo.
Ella estaba de espaldas en la cama y yo me puse de rodillas para comenzar mi tarea. Primero liberé sus tetas de la celda que los retenía. Todavía hoy tiemblo cuando me acuerdo la sensación que tuve al verlos cerca y rozarlos con mi mano. En mi fantasía eran las tetas de Isabel Sarli que se ofrecían para mí. Como quedé un tanto alelado, su voz me indicó que procediera con las bragas. Lo hice y ante mi apareció el primer coño que yo veía en mi vida. Este era un verdadero coño y no la rayita de mi prima. Rodeado de una espesa pelambre de rulos cortos, hirsutos y negros como el azabache, se presentó ante mis ojos como el mejor coño de mi vida. ¡Era el primero de una mujer!
Lo recuerdo muy bien porque me marcó para toda la vida en lo que hace a mi preferencia por las conchas peludas. En un acto de puro instinto me arrojé sobre esa pelambre y empecé a refregar mi cara sobre ella. Luego mis manos comenzaron a jugar con sus pelos acariciándolos. Ya lanzado, busqué con mis manos el triángulo famoso y me encontré con unos labios pardos, gruesos y carnosos, que al separarlos dejaron a la vista una vulva rosada y jugosa.
Cuando ya me disponía a zambullirme sobre esa panocha, una voz me llamó a la realidad
Me acosté junto a ella que tomó mi cara con sus manos y llevándola junto a la suya, me dio un beso profundo. Con su lengua abrió mis labios y buscó mi interior haciéndome vibrar. Era también mi primer beso de lengua y no sabía bien cómo responder. Me dejé llevar por el instinto y respondí como pude con mi lengua en su interior bucal.
Mientras se sucedía ese interminable beso, sus manos bajaron por mi cuerpo hasta donde estaba mi polla para apresarla y menearla. Yo estaba duro como una piedra y al solo tocarme casi me vengo. A esa edad y viviendo mi primer gran experiencia sexual mi capacidad de contención era nula. Doña Carmen, conocedora de estas lides impidió que me corriera apretándome fuertemente la base de mi pene al tiempo que me decía
Sin dejar de apretarme, se lo llevó a la boca y lo engulló de una sola vez. Parecía gozar muchísimo. Me bajó la piel del prepucio y lamió la cabezota en medio de hondos suspiros. Luego de unos minutos de lamer y chupar y viendo que yo ya no aguantaba más porque mi cara denotaba el esfuerzo que hacía aguantando, soltó su mano y metiéndose la verga en la boca recibió una seguidilla de chorros de semen que parecían no acabar. Demás está decir que tragó todo lo que pudo y lo que se derramó, lo recogió con su mano para bebérselo..
¡Menuda situación la mía! Había sido tan intensa la sensación de goce de mi derrame que estaba un tanto mareado y no sabía para donde arrancar, además estaba enojado conmigo mismo por no haber podido retenerme. Carmen me sacó del marasmo con palabras dulces y animosas.
No sabía cómo ni dónde empezar. Las miraba y me parecía un sueño. Al fin me decidí. Las tomé en mis manos para iniciar una intensa sesión de besos, lamida, chupada y mordiscones, alternando una y otra teta. A cada rato debía parar para tomar aire. Estaba en esa apasionada tarea cuando empecé a escuchar tibios gemidos que poco a poco se hicieron más intensos anunciando el primer orgasmo de Doña Carmen. Yo me asusté un poco porque primero su cuerpo se tensó y me tomó la cabeza con sus manos apretándome contra sus senos, al tiempo que dejó salir de su boca un profundo suspiro de satisfacción.
Cuando noté que Doña Carmen estaba normal, le pregunté
Puesto sobre ella con mi cara nuevamente frente a esa hermosa concha empecé por chupar sus negros vellos. Los que estaban rodeando su cuca estaban pringados por los jugos que había derramado Doña Carmen. Algunos se enredaron en mis dientes como era de esperar. Ahora tenía su sexo a mi vista pero en posición inversa a la que había tenido previamente. Listo para el ataque me detuve un instante para percibir un olor que tampoco había olido en mi vida. Me llegaba un aroma raro, que pronto descubrí que provenía de su veterana cuca, que lejos de disgustarme operaba en mi como un afrodisíaco que aceleraba mis apetitos carnales.
Con mis manos aparté con suavidad su entrepierna para tener mejor panorama. Era una delicia esa panocha, los labios carnosos de color parduzco que abiertos dejaban ver una cueva rosada y viscosa. Metí mi lengua a trabajar empezando por la paredes de su entrepierna para luego ir hacia el centro del universo sexual y lamer sus labios en movimientos de arriba hacia abajo en repetidas oportunidades que fueron arrancando suspiros y gemidos de mi pareja. En eso estaba cuando por casualidad, con un dedo rocé un pequeño pezón que estaba cubierto por sus labios. Nomás hacerlo, Doña Carmen pegó un brinco y me anunció que había tocado su punto máximo de placer, su clítoris. Me pidió que lo chupara y mordiera suavemente. Así lo hice y Carmen volvió a descargarse con otro orgasmo en mi boca. De su panocha salieron unos jugos que no tuve más remedio que beberlos a su pedido. He de decir que tampoco me disgustaron.
Mientras yo me entretenía con su coño, Doña Carmen que ya tenía mi verga en su boca, succionaba el glande y con su lengua hacía puntillas en la comisura de mi aparato, dándome un goce inenarrable. Con sus manos se aferraba al cipote y me masturbaba con movimientos rápidos. Parecía que recuperaba viejos conocimientossobre la materia.
Volviendo a mi tarea, diré que luego del polvo que derramó Doña Carmen en mi boca, yo seguí lamiendo su chocha porque le había tomado el gusto. Mi lengua, curiosa, hurgó los rincones más profundos de su cueva buscando nuevas sensaciones, que por cierto fueron mayores para Doña Carmen pues a cada embestida me respondía con gruñidos de satisfacción. A partir de ese día también me hice adicto a chupar coños.
Estábamos muy entusiasmados cada uno con su juguete, aunque en mi caso sentía una doble excitación. Por un lado comerme el coño de Doña Carmen y por el otro el clímax que me producían la mamada que recibía. Era una carrera para ver quien acababa primero. Además de mi lengua, me ayudaba en la faena con mis labios y hasta con la nariz y mis dedos, eran un festival de toqueteos en la cuca de la señora que ella agradecía mamando con mayor intensidad mi verga.
Eso no podía continuar indefinidamente, así que empecé a sentir sensaciones de correrme y se lo dije. Solo me respondió
Sentí que mis huevos se comprimían y de mi falo salió otra vez una seguidilla de semen que regó la cavidad bucal de Doña Carmen, quien prevenida no dejó escapar ni una gota. Bebió todo y los restos que quedaron en la punta también fueron absorbidos con una rápida succión.
Nos recostamos uno al lado del otro para recomponer fuerzas. Era risible ver nuestros rostros encharcados con nuestros jugos. Empezamos a besarnos y lamernos recíprocamente nuestras caras para limpiarnos de los pegotes. Parecíamos dos gatos haciéndonos la higiene.
Pasamos al baño. En ese momento, viéndola en pelotas y de pie, recién pude apreciar la inmensidad de Doña Carmen. Verdaderamente era imponente. Toda una matrona con esas tetas que se sacudían al caminar. Pude apreciar en detalle su culo portentoso, algo caído pero conservando la forma y la consistencia que daría envidia a alguna chavala. Como si eso fuera poco, su terrible panocha peluda que invitaba a comerla nuevamente. Yo estaba en la gloria y deseaba que ese momento no acabara nunca.
Ella se metió a la ducha y me invitó a hacer lo mismo. Todo un espectáculo, ambos en pelotas y acariciándonos bajo el agua. Tomó un jabón y me lo pasó por todo el cuerpo. Como es natural se detuvo un buen rato con mi pene y testículos, dándoles una limpieza especial. Cuando acabó me entregó el jabón y mirándome me sugirió que yo hiciera lo mismo con ella. No me hice de rogar y se lo pasé por su cuerpo y piernas. Se abrió de piernas para facilitarme la limpieza de su panocha que estaba pringosa de mi semen. Acabamos, nos secamos y vuelta al lecho para seguir con nuestros juegos. Yo presentía que venía lo mejor.
Y vino lo mejor porque fue una larga sesión en que repetimos los toqueteos y juegos sexuales que nos habíamos regalado previamente. Yo le sobé sus tetas, besé, lamí y mordí sus pezones, volví a meterme dentro de su panocha con mi lengua, besé su vulva, devoré los jugos que Doña Carmen derramaba para mí. Ella, por su parte, me comió a besos de lengua, me pellizcó y mordió mis tetillas, me dio un beso en mi agujero trasero que no esperaba y me trastorno, para luego darse un banquete con mi polla que, gracias a mi juventud, volvía a estar dura como al principio.
Eligió para la ceremonia de la penetración la posición llamada del misionero, según me dijo. Se colocó un cojín debajo de sus caderas para ofrecer mejor panorama, se abrió bien de piernas y me dijo
Yo ya no podía hablar, se me había secado la garganta. Solo atiné a decirle
Me acomodé despacio tomándola de la cintura y colocando mis rodillas debajo de sus nalgas, tomé mi verga con una mano y lentamente la fui metiendo en su vulva, que la recibió sin mayores contratiempos porque estaba lubricada al máximo. Fui despacio controlándome. Ella trataba de animarme pidiéndome que se la metiera toda. No le hice caso, estaba en el papel del macho dominante, así que fui hacia mi meta muy despacio. Cuando llegué hasta el final del recorrido, sentí unas piernas que atenazaron mi cintura impidiéndome retirarme. Con un poco de esfuerzo comencé a mover mis caderas haciendo el movimiento que tantas veces había visto en los animales. Fue tremendo. Doña Carmen en éxtasis, deliraba y no me llamaba por mi nombre sino mencionaba a un tal Ramón, pidiéndome que se la enterrara toda sin dejar nada afuera. Seguí y seguí con toda la fuerza de juventud. Sentía que podía controlar mi orgasmo y me dedique a follar con todo ímpetu, para goce y satisfacción de mi amante que además de apretarme con sus piernas, ahora me clavaba sus uñas en mi espalda. Firme en mi tarea deslicé mis manos por su culo hasta llegar a su raya y encontrar su agujero. Metí el dedo mayor hasta el fondo y fue en ese momento que Doña Carmen explotó porque me anunció que se derramaba.
Esas palabras y su rostro convulsionado me excitaron mucho y de tal manera que yo también exploté llenando su cueva con lo que quedaba de mi leche que resultó suficiente para que mi amante la sintiera dentro suyo. A pesar de mi descarga, como sería mi calentura que mi verga todavía se mantenía firme así que seguí con el mete saca ignorando los pedidos a gritos de Doña Carmen para que parara porque ya no podía más. Viendo que cada vez se revolvía más y su mirada se extraviaba, me detuve y quité mi pinga de su chocho que aparecía bien abierto y derramaba mis mocos.
Pasaron varios minutos antes que Doña Carmen recuperara la cordura. Me abrazó muy fuerte y me colmó de besos al tiempo que me agradecía por haberla hecho gozar tanto.
Miró el reloj de su mesa de noche y se dio cuenta que habían pasado varias horas de mi llegada y se acercaba la hora del regreso de su mucama , así que me llevó nuevamente al baño, me dio una ducha rápida con sus manos, me secó y me pidió que me vistiera para marcharme.
Antes de partir y después de muchos besos en los morros me hizo jurar que lo que había pasado era un secreto entre ambos y nadie debía conocerlo. Si le prometía reserva absoluta volvería a convocarme. Me dio su número de teléfono y me pidió que la llamara cada semana. Así lo hice y por suerte pudimos repetir nuestros juegos, donde con un poco, mas de experiencia disfruté tanto o más que esa primera vez.
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