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DON SANTOS, EL CURANDERO 5
Era una tardecita soleada, cuando vi que llegaban tres personas a la entrada de la casa. Se detuvieron un momento. Los vi hablar entre ellos. Eran dos varones y una chica. Todos jóvenes con enormes mochilas. Uno de ellos de cabello largo y lacio, se arrimo a la puerta y golpeo. Deje pasar unos momentos y abrí la puerta.
__Sí, ¿que tal?__ pregunté abriendo.
__¡Buenas! Mira somos viajeros y necesitamos un lugar para quedarnos a pasar la noche
__Ehhh!!__ exclamé sorprendido.
__Debo consultar con el dueño, yo soy una especie de encargado
__Esta bien, no tenemos problema__ me aleje buscando a don Santos. El curandero estaba con un calzoncillo, completamente dormido, estirado en la cama. Me acerqué y lo llame suave.
__¡Don Santos!¡Don Santos!
__¿¿Eh, que pasa?? Me quedé dormido.
__hay unos jóvenes ahí afuera…
__Sí ¿Y?
__Que me dicen si pueden quedarse a pasar la noche…__ mientras decía esto el curandero se fue incorporando lentamente. Se acomodó la mente. Abrió los ojos. Yo miraba su verga erecta y me relamí en secreto. Se puso de pie y comenzó a vestirse. Luego salió se metió en el baño y al rato salió perfumado y bien peinado.
Salió afuera
__¡Buenas muchachos!!__ saludo y vi en su rostro marcado todo el delirio perverso en su sonrisa picara.
__Me dicen que necesitan lugar…
__Si, don si no es molestia.
__Pero pasen, pasen___ los muchachos y la chica avanzaron.
__¡Síganme!__ los tres lo siguieron y el viejo los llevó a la habitación mas grande de la casa. Las mostró y les dijo que podían quedarse allí. Luego mostro el baño y los invito a bañarse y descansar cuanto quisieran. Yo los observaba y el viejo se desvivía por agradarles. El rubio de pelo largo era el que mas hablaba. La chica era pelirroja, muy bonita, con unos ojos hermosos y unos labios carnosos y sensuales. El otro era un morocho grande, corpachón, casi negra era su piel. Parecía el más tímido.
La noche llegó inevitable. Comimos charlando amistosamente. Don Santos estaba radiante. Les conto como al pasar de sus actitudes como curandero, a los que los jóvenes se rieron divertidos. Luego salieron a fumar al patio. El viejo con su pipa y la pelirroja y el rubio fumaban unos habanos que les habían regalado en otra parada anterior. Se dirigían para el lado de Brasil y lo venían haciendo a buen ritmo. Aunque a veces se tomaban unos días en algunos lugares donde eran bien recibidos.
Comencé a levantar los paltos resignados.
__¿Te ayudo?__ me sobresalté, era el morocho. Me puse contento de que alguien me registrara. Fuimos hacia la cocina. Levantamos todo rápidamente. Luego comencé a lavar y el chico negro secaba los platos. Hablábamos poco. Nos mirábamos y sonreíamos. Ya estábamos terminando. El chico se subió a la mesada de granito. Antes se había bajado el pantalón corto y su morcilla pugnaba por crecer.
__¿Esto es lo que querías no es verdad?
__¿Como lo sabes?
__Tengo olfato___ dicho esto me abalance sobre esa tremenda poronga que me invitaba. La tragué, enseguida saltó endurecida. La saliva la bañaba. Con mis manos ardientes acariciaba esa poronga hermosa. Besaba sus bolas ricas, sabrosas. El comenzó a gemir y empujaba mi cabeza hacia su aparato caliente. A lo lejos escuchaba la risa de los que estaban afuera.
__¿Pero es verdad que cura todas las dolencias?
__Tengo un remedio infalible
__¡Hummm, ¿cual será?
__A ti te gustaría y creo que a la chica también.
__Así
__Síi__ el viejo dicho esto empezó a caminar hacia su guarida de siempre. Los chicos intrigados y excitados lo siguieron sonriendo. Cerraron la puerta tras de si. El viejo se paro delante de ellos y bajo sus pantalones. Su verga erguida bamboleaba. La chica se sonrió e hizo un gesto de admiración
__Así que este es el remedio__ comento el rubiecito acercándose al viejo. Lo estudió con la mirada. Rozó con sus dedos la pija que latía. Busco los botones de la camisa de Don Santos, que ya chorreaba lascivia y perversión por toda la piel. La chica se acercó y arrodillándose se coloco la poronga en los labios. La beso despacio, lamió y saboreó. Don Santos ya estaba desnudo. El rubio se colocó al lado de la chica. Se repartían la poronga. Los gemidos del hombre se hacían escuchar cada vez más fuerte. Las lenguas de los jóvenes iban y venían sobre el hierro hirviendo.
La lengua febril del negro se hincaba en mi agujero. Lo llenaba de saliva. Entraba con su lengua. Me había quitado la ropa y me había colocado de rodillas en una de las sillas de la cocina. Acariciaba mis nalgas redondas. Las masajeaba. Hundía la lengua y yo volaba en el paraíso.
Los huevos del viejo entraban a la boca del rubio. La pelirroja estaba desnuda y sus pechitos duros y suaves saltaban cada vez que se movía cambiando de postura. El rubio se quitó el último vestigio de tela y mostró un imponente garrote. La chica se prendió de este. Ahora el rubio era dueño absoluto de la poronga del curandero que gemía sin descanso. La chica en tanto se comía la pija de su amigo, y el rubio sentía que un calor le subía por la espalda. La pelirroja se interno más allá. Empezó a comerle el anillo oscuro al rubio que estaba en shock. El chico chupaba con mas ahincó. Aferrado a aquella pija como si fuera una tabla de salvación. Don Santos se corrió de su lugar. La chica se corrió de su lugar. El hombre aferró las caderas del muchacho. Hu8ndió su lengua en el culito del rubio que vociferaba gozoso. La chica arrimaba a la boca del rubio su conchita libre de vellos.
El chico morocho se dedico a buscar mi boca y nos besábamos salvajemente. En tanto el se sentaba en la silla y yo lentamente me dejaba caer encima de su pistón. Me entraba apretadamente. El chico me aferraba las nalgas y las abría. El jugo chorreaba por mis piernas. El chupaba mi lengua. Con sus manos iba acariciando mi verga de una dureza descomunal. Mas aún me calentaba pensar e imaginar lo que estaría haciendo el viejo curandero con los otros dos chicos calientes.
La lengua feroz del rubio entraba en la concha de la pelirroja. Don Santos, apoyaba su miembro en la entrada del rubio, este gemía, y se retorcía en cuatro patas. El curandero empujo. El canal se fue abriendo. El chico empujaba la cola hacia atrás. El viejo lo fue clavando. Lo fue ensartando despacio. El rubio penetró a la chica con sus dedos. En tanto también acariciaba un clítoris gordito y parado. La verga del viejo lleno el anillo del muchacho. Este se hamacaba. El curandero serruchaba y serruchaba. El chico vociferaba un poco más a cada embestida del semental que lo penetraba.
El chico negro se aferró fuertemente a mis nalgas mientras largaba la leche espesa dentro mío. Yo abrazaba su cuello y el mordía desesperado mis tetillas paradas y duras. Su leche baño mi interior inflado. Me sacudí un momento más su pija seguía despierta. Sentía caer las gruesas gotas. Salí de allí y de rodillas limpié su tremendo garrote que latía y latía. Limpié con mi lengua sus bolas. Sin dejar rastros. Mi lengua junto todo y me lo tragué deliciosamente.
El viejo se apoyo de espaldas sobre el enorme sillón y el rubio se subió encima del viejo, cabalgándolo. Sin piedad. Arañando el pecho ancho del hombre. La pelirroja se había colocado encima de la cara del viejo que atravesaba con su lengua la colita y la vagina suave y mojada. Don Santos atronando con un grito gutural, lanzó semen dentro del rubio. Las descargas en el orto del muchacho fueron eléctricas y desquiciadas. El rubio se sintió desfallecer. Dejó que la leche cayera, haciéndolo gozar un poco más. La chica se retorcía enloquecida. Casi bailoteando encima de la boca del viejo, teniendo un orgasmo tras otro.
El muchacho negro me besó la pija. Con su lengua fue lamiendo de forma suave, sin apuro. Me daba besitos ruidosos. Limpiaba la cabeza de mi verga que se endurecía un poco más a cada lamida. Con sus dedos acariciaba mis huevos redondos. Los sobaba. Los masajeaba. Jugaba con mi anillo abierto. Hundía sus dedos gruesos. Tragaba mi sable. Mis gemidos iban creciendo despacio, pero incontenibles. Estaba ardiendo. Aquel amante era extraordinario. Me llevaba al cielo. Así mismo su miembro iba creciendo estupendamente. Lo alcanzaba con mis manos. Me aferraba a el y lo masturbaba. El chico suspiraba muy caliente y dispuesto a satisfacer mis deseos y los suyos a cualquier costo.
El rubio besaba la verga del viejo, otra vez junto con la chica pelirroja. En tanto la boca del curandero estaba hundida en la vagina dulce de ella. Llegaba a su anillo, jugaba con, lo abría. Metía un dedo y luego dos. La chica no dejaba de llorar de gozo.
La estaca del viejo se fue alzando nuevamente de manera brutal. El rubio no podía creer, como se había vuelto a levantar esa pija del hombre viejo. Entonces el viejo apuntó al ojete de la chica. Lo fue metiendo, reemplazando sus dedos. La pelirroja se movía clavándose aún más y gimiendo alocada. El rubio besaba las tetas, las chupaba, las mordía. Besaba la boca de la chica. El viejo mordía los hombros desnudos y hermosos de la chica que seguía orgasmando sin descanso. La cola de la chica esta repleta con la verga de don Santos. Las bolas del curandero golpeaban las nalgas tersas y nuevas de la muchacha. Ella sentía como las bolas del hombre la golpeaban. Y empujaba un poco más hacia atrás. Salida de su eje por completo. Navegando en un mar de placer.
El muchacho morocho se colocó en cuatro patas y deseoso me pidió que lo cogiera. Entré en el. Mi espada atravesó al chico. El gemía y yo también. Con mis manos acariciaba sus tetillas. Luego bajaba mis manos y atrapaba su duro reptil que latía y se inclinaba hacia adelante. Un poco más y mis dedos jugaban con sus pelotas enormes y bellas. Me aferraba en sus caderas y lo atraía hacia mi ensartándolo y dejándolo ir para luego volverlo a tomar y hacerlo mío. El chico pedía por más, quería mas verga y más verga.
La chica gritaba al sentir las escupidas del viejo en su orto abierto y relleno. El líquido rebalso el tubo. Ella se contorsionaba en celo, descontrolada. Se aferraba a la verga del rubio, mamándola. Hamacándola. Sacudiéndola. Su boca tragaba y tragaba, en tanto en su trasero el curandero sacaba la pija rebosante de leche y jugos. Don Santos se acercó a la boca de la chica y la beso frenético y ardiente. Ella le paso su lengua y el la chupó. Entre medio besaron la poronga del rubio que gemía y creía estar en un sueño. El curandero atrapó los pechitos turgentes de la pelirroja y se los deglutió de a uno. Los pezoncitos recibieron las lamidas y mordidas del viejo hombre y la chica agradecida seguía gimiendo sin parar.
Entonces el rubio se colocó detrás del curandero y acarició las nalgas del hombre. Acarició la espalda, la beso y paso la lengua. Con un dedo hábil se acercó despacio al agujero del curandero que pegó un suspiro al sentir el dedo en su ojete en brasas. El chico acarició y el viejo se fue abriendo. La lengua del muchacho llegó al anillo. La metió allí, comenzó a jugar en la profundidad. El curandero se fue relajando y el dedo entró a escarbar. El viejo resoplaba y gemía.
La leche saltó dentro del chico negro. Yo me pegué con más fuerza a sus caderas. Lo abracé, quise meterme dentro. Mi semen llovió en su culo y el gozaba como perra. Su verga estaba alzada. No nos relajamos. Saqué el instrumento bañado y el dando un giro se dedicó a chupar los restos en mi verga. Su boca lo abrasó al garrote y dejándolo completamente limpio. Mientras el me hacía aquello, yo tomaba su mástil y lo acariciaba. El levantaba su cabeza y nos besamos intercambiando nuestros jugos y líquidos con nuestras bocas.
La vergota del rubio fue entrando en el viejo. Este gemía y gemía. La chica pelirroja le besaba las tetillas y el cuello y luego llegaba a la boca del curandero y lo besaba, le pasaba la lengua por los labios y el viejo resoplaba con el instrumento dentro de el. Se fue hamacando cuando sintió que el garrote estaba en lo profundo. El chico rubio prendido a sus nalgas las masajeaba y las pellizcaba. El hombre tiraba su cadera hacia atrás, sacando mucho más su culo y golpeando las bolas gordas y llenas.
El viejo don Santos comía las tetitas de la pelirroja. Chupaba las teas y las mordía. Besaba el cuello de la chica, mientras el rubio daba su poronga al máximo. Cambiaron de postura. El hombre apoyo las espaldas y levanto las piernas por sobre los hombros del chico. Este lo volvió a encular. La chica se sentó en la cara del viejo. La lengua de este entró en la conchita humedecida. La penetró. La chupo. La chica seguía con un orgasmo tras otro, agradecida y feliz. El rubio se aferró al pecho del hombre y fue descargando toda la viscosa y blanca leche en el culo del hombre que estaba poseído por un fuego que no podría consumir en esta vida.
Los tres quedaron acurrucados unos contra otros, desnudos, desfallecidos. En tanto en la cocina el negro volvía a cogerme y sin sacar su verga una vez, me llenó el orificio de leche mas de una vez hasta que amaneció.-
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