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DON SANTOS, EL CURANDERO 3
Era una mañana clara, hacía un poco de calor. Se escucharon los golpes de las manos sonando en medio del patio verde. Me asome por la ventana y vi la figura de un gaucho a caballo. El sombrero de ala ancha no podía cubrir un bigote ancho y poblado. El rebenque lo tenía apoyado en su rodilla, con el típico gesto de los hombres de campo.
Salí a la puerta y el gaucho habló en voz alta sin bajar de la cabalgadura
__¡Buenas mozo!¡Vengo a verlo a don Santos!¿Está el hombre?
__¡Buenas don! ¿Y quién lo busca?
__Soy Felipe Troncoso, ando medio mal…
__Creo que si hombre, vaya bajando nomás__ el hombre bajo del animal que resopló nervioso. Lo ato en el palenque. Avanzó mostrando unas brillosas botas de color negras.
__Pase, Felipe, pase
__¡Permiso mozo!__ el hombre entró a la casa. Lo invité a sentarse y el hombre permaneció de pie.
Fui a buscar a don Santos, que en ese momento salía del darse un baño envuelto en una toalla.
__Lo buscan…
__¿Quién es?
__Un gaucho, se llama Felipe Troncoso…
__No lo conozco
__Dice que anda queriendo verlo, tiene un problemita, ¡bah! Dice que anda mal…
__Bueno, bueno ya voy…
Al rato apareció don Santos, todo perfumado. Oliendo sabrosamente. Lo invitó a pasar a su lugar. Los vi perderse en el salón. Las puertas se cerraron. Corrí al lugar destinado para espiar y no perderme nada.
__Bueno ¿Qué le anda pasando mi amigo?
__Mire sabe que lo ando buscando hace unos días
__¡Ah!¿Sí?
__Sí mi amigo, no sabe como tengo las asentaderas de tanto cabalgar
__¿Y cual es el interés?
__¿El interés? Ando necesitado, tengo un mal
__Si puedo ayudar…
__Me han dicho que usted siempre ayuda__ dicho esto Felipe se levanta de su asiento. Se afloja el cinturón. El pantalón cae al suelo y aparece una verga semi dormida. Es grande. La muestra. Se la muestra a don Santos. Se la agarra y la alza. Los huevos son enormes y se notan llenos.
__¿Ve? ¿La ve? Me hace falta una mano__ la pistola se fue alzando mientras el hombre hablaba.
__¡Acércate!__ pidió don Santos siempre sentado. Felipe se acercó con su verga bamboleando. El pedazo quedó a la altura de la boca. Don Santos se fue arrimando. Sacó su lengua y la paso por aquella maravilla de verga. Se le notaban las venas azuladas tratando de hincharse. Así lo hicieron cuando don Santos tragó la espada sedienta de lengua y saliva. Las chupadas fueron creciendo en intensidad. La cara de Felipe se transfiguraba a cada momento y sus gemidos iban llenando el lugar.
Las manos de don Santos, fueron acariciando esas enormes bolas.
__¡Tienes una hermosa verga Felipe!
__¿Te gusta? ¡Ahhhh, sigue, sigue, chúpamela!!__ la lengua de don Santos recorría toda la verga. Se detenía en la cabeza y le daba unos besos cortitos. Con las manos les hacía cosquillas a los huevotes inflados. La boca del curandero se abría y engullía el pedazote. Felipe tocaba la cabeza de don Santos y hacía presión para que este tragara un poco más.
Don Santos en tanto, sacaba su tranca fuera del pantalón y se acariciaba suave y despacio. Esta iba creciendo, tanto como la enorme pija del gaucho. La saliva bañaba el instrumento. Con movimientos calmos y estratégicos el curandero también se quitó el pantalón. Con un gesto fue llevando a Felipe contra la mesa que había en aquel lugar. El gaucho se apoyó allí y el curandero se tuvo que inclinar para tragar el sable aquel.
Lo comía con voracidad. El gaucho tensaba su cuerpo. Sus piernas eran anchas y casi sin vellos. La boca perversa de don Santos acariciaba las bolas y volvía al tronco enorme que a cada segundo parecía crecer. La voluptuosidad del curandero era sin restricciones. Al gaucho le gustaban esas caricias. Estaba llegando a la cúspide del placer, pero se aguantaba, siempre había tenido resistencia para esos embates.
El gaucho se puso nuevamente de pie. Llevó a don Santos otra vez al sillón. Poniéndolo de espaldas e hincándolo de rodillas en el sillón, acaricio las nalgas de este. Las masajeo. Las fue frotando con suavidad y calma. En un momento dio un pequeño mordisco. Suspiro. Lamió la piel salobre. Le dio unas chupadas a aquella carne caliente. Los suspiros del curandero eran señales de que aquello le gustaba. Como al pasar lamió las bolas de don Santos. Fue abriendo las nalgas carnosas. El curandero lo dejaba hacer. Con la lengua impaciente escarbo el lugar. El viejo curandero se tiraba hacia atrás queriendo sentir esa lengua en su hoyo ardiente. La lengua se hundió en ese canal. El orificio se fue relajando. Se abría como un capullo de flor. Prontamente la lengua invadió el anillo por completo. Con las manos Felipe abría un poco mas las nalgas. Ahora acariciaba la entrada con un dedo. Lo frotaba por allí, con otros dedos sopesaba los huevos en llamas de don Santos que se tocaba su propia pija, masturbándose, inquieto.
__¡Ahhhh!¡No dejes de hacer eso, por favor, ahhh, que caliente!!!
__¡Veo que gozas!!
__¡¡¡Hazlo, hazlo!!!
__Vas a gozar aún más, lo prometo__ en tanto decía esto el gaucho se quitó el resto de sus prendas. Quedando totalmente desnudo. Siguió hundiendo su boca en el aro del viejo don Santos que bufaba ya de tanta calentura. Sentía que le hervía la sangre. Quería probarlo todo. Sabía que había venido a este mundo a gozar de todos los placeres y no pensaba perdérselo. La saliva le chorreaba entre las piernas. Un dedo se fue filtrando por la grieta semi abierta de su agujero. Felipe lo hundió hasta el final y espero que el curandero se retorciera y mordió el cuello, tocando por primera vez la poronga marmórea del curandero. El dedo fue y vino unos cuantos segundos. Las explosiones del viejo don Santos enronquecían su garganta. Felipe metió otro dedo. El agujero infernal se abría segundo a segundo. Mientras el gaucho aferraba bien la pija del curandero que se sacudía gozando de formas indescriptibles.
El viejo creyó que iba a acabar pero en ese momento Felipe soltó la serpiente y clavó otro dedo más en el anillo ya dilatado casi por completo. El gaucho apoyo la cabeza de su garrote. Empujo un poco. Notó que entraba. Despacio fue empujando. El curandero se quejó. Se retorció y se pegó un poco más al cuerpo de Felipe, que lamía el cuello y las orejas del curandero.
El viejo don Santos se aferraba al respaldo del sillón mientras era penetrado por aquel inmenso garrote. El gaucho no fue un bruto, fue entrando tranquilo. El pijón latía dentro del culo del viejo, lo sentía abrir su carne y gozaba por ello. Finalmente estuvo adentro. Los huevos de Felipe chocaban con las nalgas del curandero. Empezó a bombear. El pistón se fue lubricando con los jugos del viejo. Felipe apretaba las tetillas del hombre. Pasaba su mano por el fierro al rojo y lo soltaba. Lo apretaba solo un momento y lo dejaba.
__¡¡Ohhh tienes un culito apretadito, uhhhh, como me gustas, ahhhh!!!__ clamaba Felipe fuera de si. La carne entraba, se movía dentro del agujero caliente. Los gemidos de don Santos eran súplicas para que aquel macho sediento no lo largara. La poronga lo atravesaba. Lo soltaba y volvía a entrar al estuche. Lo último que tenía de ropa don Santos fue quitada. Los cuerpos ahora se rozaban totalmente desnudos. Felipe besaba y mordía la espalda ancha. Los hombros. Volvía a besar el cuello de don Santos que corcoveaba como un caballo feliz de estar ensartado por aquel tremendo gaucho.
__¡Ven aquí, ven, siéntate!!__ invito Felipe luego de sacar su vergajo de las entrañas profundas y ardientes del curandero. Se sentó en el sillón. El mástil de su pija era un faro para el curandero. De rodillas se abalanzó sobre el pedazo. Lo metió un momento en la boca. Lo chupo. Los desgarradores gritos de Felipe lo llenaban de gozo y mas calentura. El animal del hombre duro como piedra recibió las chupadas de don Santos. Luego lo tomo por los hombros. Este se subió a horcajadas. Sintiendo el fierro que se hundía otra vez en su culo. Fue bajando y bajando hasta que entró todo. Ahora el subía y baja de aquel tronco. Apretaba el pecho de Felipe. Tiraba su cabeza hacia atrás y se hamacaba enterrado sin más.
__¡¡¡Ohhhhh, me vas a hacer acabar, mi leche esta pronta a saltar!!!
__¡La quiero, la quiero, dámela, dame tu leche!!¡¡Ahhhhh!!!__ sintió que Felipe se tensaba, sus músculos se ponían como tanza estirada. La verga latía más y más hasta que fue largando escupitajos por todo el canal. El curandero no dejaba de cabalgar abrazándose al cuello fuerte del gaucho que daba alaridos de salvaje. Y casi se levantaba un metro de su asiento. Los chorros fueron incontables.
Un momento después quedaron quietos. Felipe parecía a punto del desmayo. Lentamente don Santos fue saliendo y dejando libre el vergón semi caído del gaucho. Su verga aún estaba dura como mármol.
__¿Pero que tenemos ahí?__ dijo sonriendo y con energías renovadas el gaucho. Don Santos estaba al costado de Felipe. Este tomo la poronga y la acarició despacio. Don Santos sonreía y algo murmuraba.
Fue ahí cuando escuché que golpeaban las manos. Me sentí molesto un instante, pero tuve que ir a ver quien era. Espié por la ventana sin que me vieran. Tarde en ver. Era la hermana Lucía de un convento cercano, ya había andado alguna vez. Tuve que abrir.
__¡Hola! ¿Cómo estas?__ dijo ella
__Bien hermana…
__Necesito a don Santos
__¡Espere veré si la puede atender!__ la monja solo sonrió. Aún era joven y bella. Tendría unos treinta años, tal vez un poco más. Sus ojos eran celestes y tenía una sonrisa pícara.
Entre dando unos pequeños golpes, por supuesto don Santos sabía que era yo.
__¡Permiso!__ dije, mientras el gaucho devoraba la verga de don Santos arrodillado frente a el
__¿Qué sucede muchacho, ahhh, si que quieres, ahhh?!!
__Esta la hermana Lucia
__¡¡¡Ohhhh, ahhh, síii, asíii,…dile, dile…que pase!!!
__Esta bien__ la hermana no tardó un segundo en entrar. Desaparecí y corrí a mi lugar.
Felipe seguía chupando la poronga.
__¡Veo que esta ocupado!__ dijo la zorra.
__¡Puedes ayudar si quieres!__ dijo don Santos
__¡Ven aquí!__ invito también Felipe. La monja no tardo un minuto en quedar desnuda, mostrando un cuerpo apetecible. Los muslos cuidados. El pubis sin vellos. Las tetas redondas y casi perfectas. Su culo era un encanto. No tardó en estar de rodillas comiendo el garrote enrojecido de don Santos, que gemía cada vez mas alterado. Felipe el gaucho se dedico un momento a los huevos de el curandero. Pero pasado un rato se colocó detrás de la hermana Lucía y empezó a comer su concha. Los jugos de la mujer bañaban la boca de aquel amante lujurioso. La tranca del gaucho fue enervándose nuevamente y cuando estuvo alzada penetró sin muchas vueltas a la monja que deliraba, mientras comía la vergota de don Santos.
__¡Súbete Lucía, ven!!__ pidió don Santos, entonces la chica fue clavándose la pija del viejo que no daba más. Felipe entonces atacó el agujero trasero de Lucía que se abría rápido. Pasó un dedo. Mojado en saliva entró dos. La chica se movía caliente. Atendía a los dos hombres que la gozaban. Atento Felipe fue apoyando la cabezota de su miembro y empujó. La resistencia fue mínima. La verga fue entrando, despacio hasta clavarse por completo dentro de la monja que gemía gozando de aquella cogida.
Don Santos fue largando su semen en la conchita de la chica. Fue una acabada grande, después de aguantarse tanto. Mordía los pechos de la mujer. Los pezones de ella se habían alzado, eran dos frutillas sabrosas. Felipe empujaba desde atrás y mordía el cuello y las orejas, de la dama. La boca de Lucia se pego a la del curandero. Se cruzaron las lenguas. Se chuparon mutuamente. Ella aún no se sacaba la pija del viejo don Santos que permanecía rígida. Seguía con esta clavándole su vagina, Felipe la seguí penetrando por detrás. Don Santos sacó su verga. Felipe entonces alternaba y la metía en la conchita y luego la enterraba en el culo de la monja que disfrutaba a pleno de aquella cogida.
Don Santos salió de su lugar. La chica quedó arrodillada en el sillón, mientras el gaucho la seguí taladrando con su mecha endurecida. El curandero se colocó debajo del gaucho y cuando este sacaba la pija para cambiarla de lugar el viejo aprovechaba y le daba unas chupadas y luego ayudaba a colocarla, ya sea en el culo o la cueva de la hermana Lucia.
Lamía y besaba las bolas de Felipe que no tardó en llenar los orificios de la monja que se sacudía y gruñía , de abundante crema, las últimas gotas las recibió la boca hambrienta de don Santos que no largó la manguera por unos cuantos minutos. La poronga de el gaucho tampoco caía, se mantenía dura y deseosa de recibir esas caricias. Las gotas de la conchita de Lucía y de su anillo caían también sobre la cara y la boca del viejo que las recibía gozoso. Felipe cayó en el sillón agotado. Su verga tenía vida propia. Las manos de la monja se unieron a las del curandero. Masajeaban el instrumento del gaucho. Lucía con su boca besaba a Felipe y besaba el pecho de aquel macho que la había gozado hacía algunos minutos. Aún sentía que chorreaba semen. Don Santos también sentía la humedad que bajaba de su cola abierta. Felipe besaba a la monja. Sus lenguas crepitaban fatales. En tanto don Santos comía la pija del gaucho. Esta se levantaba, no quería caer. Pero el viejo no quería abusar. Así que se retiro de allí. Se sentó al lado de Lucía y lamiendo sus pechos, chupándolos, se quedaron un rato más. Luego se perderían por un rato los tres en el baño. Allí ya no pude saber que paso.-
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