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Ese viernes no tenía que haber vuelto al almacén. Pero había olvidado el móvil y no me quedaba de otra. Con suerte, mi marido me había dejado un juego de llaves para lo que sea, así que no había problema al respecto. Era solo cuestión de ir, desenchufar el teléfono que había dejado cargando, meterlo al bolso y salir. No tardaría más de diez minutos en ir y volver. Un cuarto de hora como mucho. Eran casi las nueve y media de la tarde, y hace media hora que me había despedido de don Mario, el socio cincuentón y amigo de la infancia de mi marido, de don Juan, el encargado del almacén donde guardan los coches de la empresa, y de Marta, la secretaria de la empresa. Los conductores se habían ido sobre las nueve menos cuarto, así que supuse que no habría nadie.
De camino, me encontré el coche del novio de Marta aparcado al lado de la entrada principal. Me saludó, me pregunto por ella, y al decirle que se había ido hace como media hora, me dijo que la estaba llamando y que tenía el teléfono apagado... Le dije que probablemente se le había acabado la batería. Que las mujeres somos muy despistadas en ese aspecto. Que justamente por eso estaba volviendo al almacén. Para recoger el móvil que me había dejado olvidado en la oficina. Me dijo que había pensado en darle una sorpresa. Una especie de cena romántica o algo por el estilo. Para celebrar su compromiso de matrimonio propuesto hace apenas la semana pasada. Que se iba a casa de sus padres, a ver si estaba por ahí... Después de esto y sin más que decirnos, nos despedimos.
Para no armar mucho jaleo, me dispuse a entrar por la puerta trasera, que es por donde suele salir el personal una vez ha terminado su horario de trabajo, y cuya clave de acceso es bastante más simple.
Al entrar, me encontré con que alguien se había dejado la luz encendida de la entrada principal. Justo al extremo contrario de donde yo estaba.
Como la nave de la empresa es bastante grande (en ella se almacenan dos camiones de gran tonelaje, veinte furgones de tirada nacional y doce furgonetas para reparto por ciudad, además de numeroso material para escenarios de música en vivo y festivales de verano), apenas se notaba. Además era junio. Y ya por esta época suele anochecer bastante tarde. Sobre las diez, más o menos. Así que me extrañó bastante. Pero tampoco le di mucha importancia.
Mientras avanzaba, empecé a notar ruidos extraños que provenían de la oficina de don Mario y me dio bastante miedo. Pensé que alguien se habría metido a robar y a punto estuve de llamar a la policía. Pero no tenía el móvil, claro... No me quedaba de otra que ser precavida, tratar de llegar a la oficina de mi esposo, y una vez ahí, coger el móvil y llamar a las fuerzas del orden.
Tuve que avanzar conteniendo la respiración, escondiéndome detrás de la fila de coches y tratando de hacer el menos ruido posible al caminar. Con suerte, ese día había ido con zapatillas y ropa de deporte. Por si tenía que salir por pies, la indumentaria no me vendría nada mal.
Al acercarme, me di cuenta de que las voces me resultaban conocidas: eran don Mario y Marta.
Ya más relajada, estaba por saludarlos cuando en eso, don Mario la toma de la cintura y le pega un morreo de campeonato. Marta, en vez de rehusar, se deja hacer como una autómata. Don Mario la magrea por todas lados. La manosea a destajo. Le soba las tetas. El culo. Las piernas. Le mete la manaza entre ellas y la soba con ganas. Mientras, Marta no deja de besarlo y de ser besada. Sus lenguas se entremezclan intercambiando sus fluidos salivales, que retumban en la pasividad del silencio del almacén. Y de la oscuridad de la noche, que empieza a caer.
La escena me chocó. Marta es una chiquilla de veintidos años, comprometida y con novio formal. Un chico al que conoce desde que iba al instituto. Y encima se van a casar en septiembre (al final sí que se casaron). Por el contrario, don Mario es un cincuentón medio regordete que, aunque apuesto y bien conservado para su edad, podría ser su padre. No es que sea nada conservadora en este tipo de temas. De hecho, yo misma le he sido infiel (en esa época solo esporadicamente) alguna que otra vez a mi marido. Pero esta situación se me hacía diferente. La chica guapa, joven, de bonito cuerpo y con toda la vida por delante, con el señor maduro, de cincuenta y pico años, que además era uno de sus jefes.
Marta llevaba unos pantaloncitos de lycra blancos, super apretados y cortísimos, tipo tangalón, muy diferentes de los jeans envejecidos con los que había ido a trabajar. Y un top de tirantes, también blanco, que le hacía bonita figura y le resaltaba el pecho, y que, combinados con los zapatos de tacón de punta de aguja, le daban un aspecto bastante sexi. Era evidente que se había vestido así para don Mario después de que nos despidiésemos.
Como es rubia natural, ese blanco inmaculado le daba un aura de estrella de cine que cualquier mujer podría envidiar. Estaba guapísima así vestida. Y maquillada, todavía más.
Don Mario no tardó en quitarle el top y el sostén. Los tiró sobre el escritorio de su oficina y empezó a comerle las tetas, una tras otra, pellizcándole el pezón de la teta que quedaba libre. Marta se estremecía. Arqueaba el cuerpo hacia atrás, entregándole el pecho en respuesta al chupeteo al que don Mario la estaba sometiendo. Luego la volteó, casi le arrancó el tangalón mientra se lo bajaba, le separó las piernas, las nalgas, el hilo de la tanga que llevaba puesta, y empezó a lamer sus partes más íntimas mientras que Marta se retorcía y le entregaba el culo, ya totalmente perdida de placer.
Don Mario le dio dos nalgadas, una en cada cachete, le dijo que empinace el culo, que se la iba a follar con los dedos antes de darle polla. Y ella obedeció totalmente sumisa.
Los dedotes de don Mario entraban y salían de la vagina de Marta marcando un glup glup glup, que llenaba todo el ambiente. Imaginé que Marta estaría lubricando de lo lindo. Al poco rato tuvo un orgasmo escandaloso. Se corrió retorciéndose en los dedos de don Mario, quien sabiamente, mantuvo dentro su vagina el tiempo que le duró la baseada. Luego se los sacó, le dijo que los tenía empapadísimos de los jugos de su coño, se los dio a probar, y Marta, totalmente entregada, se los limpió uno por uno.
Don Mario aprovechó para meterle en la boca los tres dedotes con los que antes le había follado el coño, haciendo como que ahora se la follaba por la boca. Con una mano la sujetaba de la nuca y con la otra intensificaba la follada manual a su total conveniencia. Luego le dio un cachete flojito y le dijo que ahora le tocaba a ella darle placer.
Marta se agachó sobre sus piernas hasta casi quedar en cuclillas, al tiempo que don Mario, apoyado sobre el escritorio, se desabrochaba el cinturón del pantalón y se lo bajaba hasta las rodillas. “Venga, muñequita, magréame un poco la polla antes de comértela”. Y le cogió de las dos manitas para que lo sobara.
Marta lo manoseaba gustosa por encima de su boxer negro. Por lo que se apreciaba, el paquete de don Mario era de bastante buen calibre, y, mientras se lo sobaba, lo bañaba de besos por encima de los calzones. Luego se los bajó.
El pene de don Mario era un pene de caballo. Gordo y largo. Enorme. Y, por lo que se veía desde donde observaba agazapada, bastante cabezón. Marta se lo pajeaba a dos manos, lo olía, lo besaba, se lo lamía por completo, pasando su lengua desde la punta del glande hasta llegar a los huevos. Luego se lo metió en la boca lo más que pudo y lo empezó a chupar.
Mientras lo mamaba, con una mano le masajeaba los huevos y con la otra le masturbaba la parte de la verga que no se llegaba a tragar. Lo hacía suavemente. Disfrutando de cada centímetro de ese enorme falo y del pre seminal que don Mario no paraba de echar. Así estuvieron como diez minutos. Luego don Mario, muy toscamente, la cogió de los pelos y la obligó a ponerse a cuatro patas sobre el suelo. Se descalzó, se quitó el polo, los pantalones, el boxer, los tiró sobre un rincón, se acomodó encima suyo, le hizo el hilo de la tanga a un lado, apuntó su polla a la entrada de su vagina, y se la clavó hasta los huevos de un solo empellón.
Don Mario la follaba salvajemente. Como a una perra. Sacando casi la totalidad de su verga antes de volvérsela a clavar por completo. Con cada embestida, sus huevones rebotaban sobre la vulva de Marta. Que no dejaba de gemir y de pedir más.
-Ahhh… ¿Te gusta mi polla, verdad putita?
-Síii… Síiii… Síii.. Usted sabe que su pollón me tiene loca perdida, don Mario…. Ahhhh… Síii.. Asíii… Desde que me folló la primera vez no he dejado de pensar en usted, don Mario… Ahhhh
-Mmmm… Pero que buena que estás, cabrona… Y que apretadita que tienes la cuca… Ohhh… Seguro que es porque el cornudo de tu novio tiene una polla de mierda… Ahhh… Como aprietas, jodeeerrrr…
-Síii… La polla de mi novio no me hace nada… No como su pollota, don Mario… Que siento que me parte toda cada vez que me folla… Ahhhh… Asíiii… Toda adentro, asíiii... Asíii, don Mario, asíiiii… Hasta los huevos… Hasta los huevos, don Mario, hasta los huevos… Ahhhh…
.Toma, perra, toma… Toma polla hasta los huevos… ¿Así la quieres? ¿Sí? ¿Hasta los huevos?
-Síii.. Asíi… Que rico, joder… Ya me corroooo… Ahhhhh… Me voy a corrrerrrr… Yaaaa… Ahhhh… Don Mario… Ahhh… Que riiiicoooo… Yaaaa… ya me corrrooo, yaaaa...
-Eso, eso, eso… Córrete, putita, córrete… Veeeengaaa… Córrete como una perra… Vamooosss… Mójame toda la polla con tu corrida… Eso, esoo, esooo…
-¡Me corroooo! …Yaaaa… ¡Me estoy corriendo!... Me estoy corriendo, don Mario, me estoy corriendo… Ahhhh… Ohhhh… Ahhhhhhhhhhhh… ¡Me esssstoooyyyy corrrriendooooooo!... Ahhhh…
Y se corrió como medio minuto seguido. Fue un orgasmo largo y escandaloso.
Luego, don Mario se la sacó y apuntó directamente sobre la entrada de su ano. “Ahora te toca por el culito”, le soltó, y tal como antes había hecho con su vagina, se la clavó por completo al primer estoque.
Esta vez, los huevones de don Mario botaban y rebotaban con estruendo sobre toda la vagina de Marta.
La follada estaba siendo de película. A mí nunca me habían follado así. En este sentido, ninguno de los machos que habían pasado por mi vida había sido tan machos como don Mario. Que se antojaba un semental. Y mucho menos mi marido, por supuesto, que desde hacía casi un año padecía de impotencia y de eyaculación precoz. Además, la pollita de mi marido nada tenía que ver con el enorme pollón de don Mario. A su lado, casi parecía la de un niño.
Don Mario la estuvo dando por el culo como diez minutos más. Minutos en los que Marta no dejó de encadenar orgasmo tras orgasmo hasta que, al final, don Mario también se corrió.
-Ahhhh… Síiii… Asíii… Asíii por el culo, asíiii… Ahhhh… Que riiiccoooo… Ahhh… Asíiiiiii…
-Ohhh… Ahhhh… Por el culo, sí… ¡Venga!... ¡Córrete por el culo, puta, vamos..! ¡Córrete por el culo!
-Síiii… Ahhhhh…. Ya me corro… Ya me corro… Ahhh… Síiii… Quuuueeee riiiicoooooooooooooooo… Ahhhhh… Don Maaaaarioooooooo… Ayyyyyy…. Me voooyyyyy…. Ahhh…
-Vente putona, vente… Vente toda… Esoooo… Asíii… Vente como una puta... ¡Vamooossss!
-Ahhhhhh… Ayyyy que rico… Ahhhh… Ay que rico me corro por el culo, jodeeer… Ahhhh… Me corro… Meee cooorrrooooo… Ahhhhhhhh…. Me estoy corriendo… Me estoy corriendo… Me estoy corriendoooooooo… Ahhhhh… Síiii… Por el culo… Por el cuuulooooo….
-Ahhhh… Yo también me corro, puta, yo también me corro… Ohhhh… Ahhhh… Toma, toma, toma… Toma toda la leche en tu culo… Tomaaaaaaa… Ahhhhh… Ohhhh… Agggg… Mmmmm… Toda la leche en tu culo de puta… Ahhhhhhhhh...
Cuando acabó de correrse, don Mario la volvió a tomar de los pelos, le puso la pollaza en toda la cara y le dijo que se la dejase limpia.
Marta se acuclilló y se la limpió con dulzura. Como agradeciendo todos los orgasmos que aquel pene de caballo le había proporcionado. Y, mientras lo hacía, el semen que don Mario le había depositado en el ano se le escurrió entre las nalgas, dejando un enorme charco sobre el suelo.
Luego se vistieron, se besaron, y don Mario le dijo que, aunque se casase, ella siempre iba a ser suya. Su puta. Su perra. Y que se la iba a follar como y cuando le viniese en gana. Y Marta, como una colegiala enamorada, asintió gustosa. Luego salieron de la nave utilizando la entrada principal.
Salí de mi escondite cuando escuché que el coche de don Mario encendía el motor y arrancaba. Me dirigí a su despacho. Prendí la luz. Olía a sexo. A semen y a flujos femeninos. A corridas de hembra y de macho.
Me agaché sobre el charco del semen que había salido del culo de Marta. El semen de la corrida de don Mario. Me hunté un dedo con el. Estaba pringoso y caliente. Y lo probé.
Sabía a caca y a macho. Y me pareció lo más sabroso que había probado nunca.
Me puse a cuatro patas. Como una perra. Y como una perra, limpié a lengüetazos el charco de semen esparcido sobre el suelo. Estoy totalmente convencida de que ése día, yo también me convertí en la puta de don Mario. Aunque él todavía no lo supiera.
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