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Don Mario 4 Segunda Parte

Me quedé pensando en qué historia inventarle a mi marido para poder salir con don Mario el sábado por la noche. Hace mucho que no quedaba con mis amigas. Es más, desde que había descubierto que don Mario y Marta eran amantes prácticamente las había abandonado. Incluso desde antes de ello, la sola presencia de don Mario me había hecho cambiar de una manera considerable. Cuando me hizo suya, había tratado de poner tierra de por medio y refugiarme en mi familia. Pero había fracasado y ahora era más de don Mario de lo que nunca me había imaginado que podía llegar a serlo.

Se me ocurrió que, ya que hace mucho que no las veía, como excusa no estaría mal.

Enseguida me puse en contacto con Maritza, una paisanita mía que también se pega sus escapaditas de vez en cuando con un chico cubano del que está super enamorada. Alguna que otra vez le he servido de coartada ante su marido, así que no estaría mal que me devolviera el favor. Mari se río y me dijo que le parecía bien, que toda mujer tenía derecho a echarse un par de polvos fuera de casa y que contase con su discreción. También se lo conté a Paola, mi mejor amiga. Ella es dominicana y nos entendemos bastante bien. Paola es de mi edad, también tiene dos niñas, que son muy amigas de las mías, está divorciada y, por lo tanto, dispone de total libertad para hacer este tipo de salidititas sin tener que darle explicaciones a nadie. Me dijo que era una pillina, que ya le contaría, que si mi marido por casualidad le preguntaba algo, ella le diría que salíamos a celebrar mis treinta y ocho cumpleaños con las amigas, tal como habíamos acordado. Por un lado, mi marido no conoce de nada al marido de Maritza, y ambas tenemos una aventura fuera del matrimonio. En cuanto a Paola, como es mi mejor amiga sé que puedo confiar incondicionalmente en ella.

El plan consistía en que Pao pasase por casa a recogerme. Así, cualquier tipo de dudas que mi marido pudiese tener al respecto, se desvanecieran por completo. Puesto que la tiene en muy alta estima. Le diríamos a mi marido que íbamos a por Mari y a por otra amiga más y que al final de la noche Pao se encargaría de traerme a casa. Lo más importante en este tipo de situaciones es tenerlo todo bien planeado. Hasta el último detalle. Sin improvisar. Por supuesto no habría reunión, ni cena alguna, ni nada por el estilo. Pao se iría a su casa después de pasar por mí y Maritza solo era un nombre que dar. Y yo volvería a casa por mis propios pies en cuanto don Mario me hubiese festejado. Ahora solo faltaba convencer a mi marido.

El viernes por la tarde, después de pensármelo bien, llamé a mi marido y puse la primera parte de mi plan en marcha. Le dije que las chicas me habían llamado, que me habían echado en cara que ya casi ni me dejara ver, que no se habían olvidado de que el martes de la semana siguiente era mi cumpleaños y que me querían hacer una especie de reunión por tal motivo. Que no serían más de dos o tres horas. Como mucho cuatro. Primero iríamos a cenar y luego a tomarnos un par de  copas. Que Pao se iba a encargar de todo. Incluso de llevarme y traerme, para que no se preocupase. Me dijo que ya hablaríamos en cuanto volviera a casa. Que estaba muy ocupado. No logré sacarle el sí, pero por lo menos no lo noté enfadado. Y es que mi marido es bastante reacio a que una mujer casada salga con las amigas. Es de los que piensa que el lugar de una mujer está con su esposo y sus hijos. Y casi nunca me deja salir sola.

Por la noche de ese viernes puse todas mis tácticas de seducción en práctica y, después de echar un buen polvo, conseguí que mi marido me diese permiso para salir al día siguiente. Eso sí, me dijo que nada de borrachera y de volver a las tantas. Como mucho me daba permiso hasta las tres. Que tuviese el móvil encendido para cualquier cosa y que no me fuese acostumbrado a este tipo de salididtas. Que una mujer casada y decente no sale por ahí con las amigas. Que hacía una excepción esta vez, pero nada más. Lo premié con una mamada que le supo deliciosa. Luego, como siempre, me puso a cuatro patas y se corrió dentro de mí.

El sábado por la mañana, y aprovechando que mi marido había ido a trabajar, tuve la precaución de guardar en el maletero de mi coche, que había aparcado como a 30 metros de casa, un maletín de deporte con la ropa que don Mario me había dicho que me pusiese para esa noche. Evidentemente no podía salir de casa así vestida. Como una puta. En ese caso, y con lo celoso que es mi marido, no me hubiera dejado salir ni a la esquina.

Llegada la hora, Pao pasó por mí a las diez y poco. Saludó a mi marido, le dijo que no me preocupase de nada, que me traería de vuelta en unas horas sana y salva, nos echamos una risas, le di un piquito de despedida, salí de casa, saqué del maletero de mi coche el maletín con la ropa que me iba a poner esa noche, lo guardé en el asiento de atrás del coche de Pao y nos fuimos.

Le pedí a Pao que me dejase en una gasolinera con servicio de 24 horas. Cogí el maletín, nos despedimos, le di las gracias por el favorcito, que cuando quisiera se lo devolvía, quedándome con sus niñas, o en lo que fuese. Me dijo que no hacía falta. Que para eso estaban las amigas. Pero que tuviese cuidado. Que nadie sabe nunca cómo pueden terminar este tipo de cosas. Y yo era una mujer casada y con dos hijas. Que me echase mi canita al aire y que ya. Que tampoco debía de cambiar la seguridad de mi matrimonio por una aventura. Después me preguntó por lo que llevaba en el maletín y yo se lo mostré. “Madre mía, Marisol, ¿pero a dónde vas así vestida?”, me dijo. No supe que decirle. Porque ni yo misma lo sabía. Luego nos despedimos, entré a los servicios de la gasolinera, me cambié de ropa y me retoqué el maquillaje. Al finalizar, pude ver en el espejo del baño que, efectivamente, estaba bella y putísima así vestida.

Al poco rato le mandé un WhatsApp a don Mario con la dirección de la gasolinera en la que me encontraba para que pasara por mí. Me respondió diciendo que conocía el lugar, que le venía cerca, que esperase sobre la acera, que pasaría por mí en quince minutos. Veinte a muy tardar.

Al salir, unos tipos que estaban repostando me dijeron de todo y se me vinieron encima. Eran cuatro y se les veía bastante jovencitos. Tuve que amenazarlos con llamar a la policía si no me dejaban en paz, pero ni así se cortaban a la hora de arrimarse y molestarme. Por suerte, el encargado de la gasolinera, que era bastante fuerte y alto, los echó de ahí a empujones y ya no me molestaron más. Le agradecí la ayuda. Me dijo que para servirme. Que había sido un placer. Que era lo mínimo que podía hacer por una mujer tan bella y atractiva como yo. Le volví a dar las gracias y me despedí. Al poco, me voltee a mirar y pude comprobar que el encargado de la gasolinera me estaba mirando el culo.

Don Mario llegó a las once pasadas. Media hora después de lo que me había dicho. Me dio un beso, me dijo que realmente estaba bella y puta, como me había pedido, que me tenía preparada una sorpresa y que ya vería como nos lo íbamos a pasar muy bien. Puse la bolsa de deporte en la que había guardado la ropa con la que salí de casa en los asientos posteriores y me subí al coche ocupando el asiento del copiloto.

Pusimos rumbo al centro. En el camino, don Mario no paró de meterme mano entre las piernas. Me tocaba la cucuna a través de la fina tela del pantaloncillo de lycra que llevaba puesto y mi cuerpo no tardó en reaccionar, poniéndome cachondísima.

El sitio al que íbamos era un club privado al que solo entraban socios o por invitación. En la puerta, don Mario saludó a los dos Seguridad, se echó un par de risas con ellos, me presentó como su novia y nos dispusimos a pasar.

El local era un antiguo palacete remodelado y convertido en una gran sala de fiesta con varias estancias que la circundaban. Al centro estaba la pista de baile, a un lado, la barra, y al fondo del todo un escenario sobre el que reproducían actuaciones en vivo. Nos recibió una chica bastante mona y jovencita que saludó a don Mario con efusión y le preguntó si iba a querer el mismo reservado de siempre. Don Mario asintió. La chica le dijo que ya mismo. Entretanto, nos acercamos a la barra y nos pedimos un par de copas. Don Mario un whisky en las rocas y yo un ron con Coca Cola. Al poco, la chica de antes se nos acercó y nos dijo que ya teníamos listo el reservado, que lo que quisiéramos, no dudáramos en pedírselo mediante el interfono.

El reservado era una habitación insonorizada de unos seis metros de largo por tres de ancho más o menos. En este, había un par de sillones de tonos oscuros con amplios cojines de reposaderas, uno individual y el otro de tres plazas, una mesita de cristal en el centro y una tv de plasma de grandes dimensiones en uno de los extremos. Hacia un lado, una puerta comunicaba con los aseos de la habitación. Al frente, el cristal polarizado dejaba ver la totalidad de la sala de fiestas.

Nos pusimos cómodos. Don Mario empezó a besarme por todos lados. Brindamos por mi treinta y ocho cumpleaños y por nosotros dos. Me preguntó por la excusa que le había inventado a mi marido para salir y yo se la conté. Nos echamos a reír y nos seguimos besando otro buen rato. Luego, don Mario dijo que iba a pedir otro par de copas. Nos las trajeron a los pocos minutos. Yo no quería volver a casa borracha perdida y apestando a alcohol, así que demoraba mi copa lo más que podía. Y lo que no me bebía, lo dejaba en el vaso.

Media hora después, como a eso de la una de la mañana, don Mario recibió una llamada y me dijo que volvía enseguida. Que unos amigos suyos acababan de llegar y que me los quería presentar. Que no tardaba en volver. Aproveché para ir al baño y hacer un pis. Me volví a retocar el maquillaje y me arregle la ropa, que la tenía media arrugada de todos los arrumacos que me había dado con don Mario.

Volvió como a los cinco minutos. Sus amigos eran dos tíos que no pasarían de los treinta años, a los que don Mario me presentó como Eduardo y Fran. Los dos eran altos, fuertes y bien atractivos. Me dijo que los chicos trabajan de streapers en una sala para mujeres que no estaba lejos de ahí y que esa noche libraban. Nos dimos los besos pertinentes. Me presentó como su novia. Aunque les dijo que en realidad estaba casada y que tenía dos hijas. Pero que a él no le importaba porque no era celoso. Se echaron unas risas, cerró la puerta del reservado para que no entrara el ruido de la sala y puso música en la tv de plasma que emitía sonido a través de unos altavoces que nunca me llegué a enterar dónde estaban... Como esta belleza es colombiana, dijo, voy a poner un poco de música latina para que no se aburra. Además estamos celebrando su cumpleaños, apuntó. Hace treinta y ocho el martes. Aunque no los parece, ¿verdad, muchachos? Los dos dijeron que para nada. Que además era bellísima, y que don Mario era un hombre afortunado por tener a una novia tan guapa. Yo les dije que no se burlaran. Que si a ver si me iba yo a creer yo esas cosas a esas alturas de mi vida. Que me veía vieja, gorda y fea cada vez que me veía en el espejo. Fran me dijo que de burla nada. Y Eduardo, que me había echado treinta como mucho. Les reí las gracias y les agradecí los cumplidos.

Don Mario puso unos de los canales que emiten música latina y cuando sonó una bachata me sacó a bailar. Bailamos pegaditos toda la canción. Don Mario metiéndome mano por el culo todo el rato y besándome bien rico cuando protestaba. A mí me daba vergüenza que sus amigos me vieran así. Porque don Mario me cogía del culo y me subía del pantaloncito de lycra (que ya de por si era pequeño y me quedaba super apretado) todo lo que podía. Cuando me lo soltaba, porque me quería sobar una teta o agarrarme de la cabeza mientras nos besábamos, yo sentía como llevaba todo el culo fuera del tangalón. Y como los dos chicos me comían las nalgas con la mirada. Entonces aprovechaba para volvérmelo a colocar como buenamente podía.

Poco antes de terminar la canción que estábamos bailando, mientras nos morreábamos, don Mario me subió prácticamente todo el tangalón hasta convertirlo en una pequeña tanga que llevaba metida en toda la raja del culo. Quise volver a descorrer el pantaloncito, pero no me dejó.

-¿Qué, muchachos, os gusta el culito de mi novia?

-Ufff… Es un culo de campeonato, don Mario- dijo Fran. Aunque yo no lo veía, supe que era él por el tono de su voz, que era más grave que el del otro chico.

-Su novia tiene un culo espectacular, don Mario- dijo Eduardo- Pero de culito, nada. ¡Es un culazo!

-Jajaja… Pues sí… Esta colombiana es bien culona. Y lo mejor de todo es que este culazo lo mueve de maravilla cuando está follando…

-Don Mario, por favor. No diga esas cosas… Ay que pena con ustedes, muchachos…

-Pero si es la verdad, Marisol ¿O acaso no mueves ese culazo como una diosa mientras le pones los cuernos al cornudo de tu marido?

-Don Mario pare yaaa… Además me da pena que sus amigos me vean así…

-Pero a ellos seguro que no… A ver, muchachos, ¿os molesta que mi novia os muestre el culo? -Los dos dijeron que no. Que lo mostrara todo lo que quisiera. Que por ellos encantados- ¿Ya ves, culona? A ellos no les da pena. Y a mí tampoco. Y a ti tampoco te da pena ponerte en tanga y con las tetas al aire cada vez que tomas el sol en la piscina de tu casa ¿verdad?... ¿Te crees que los vecinos no te miran? ¿Qué no se pajean fantaseando con ese culazo que tienes?... Mira, mejor muévelo un poquito para que mis amigos te vean… Venga, colombiana. Mueve un poco ese culazo que la naturaleza te ha dado –me quise negar. Pero justo en ese momento sonaba un perreo que me gusta y al final accedí- Eso… Eso… ¿Veis muchachos? Esta culona sí que sabe mover lo que tiene… Eso… Así… -Don Mario me llevaba de la cintura al ritmo de la música. Y al poco me pude dar cuenta que ya estábamos a menos de un metro de distancia de donde Fran y Eduardo apuraban sus copas sentados en el sillón de tres plazas-… Y lo mejor de todo, muchachos, es que este culazo es cien por cien natural… Síii… Yo también pensaba que esta culona se había puesto siliconas en el culo. Como hacen muchas hembras de por allá. Pero no. Este culazo es totalmente natural. Las tetas sí que se las ha operado. El cornudo de su marido le pagó la operación. Luego os la mostraré completita. Si la dama quiere, por supuesto… Pero ahora tocad. Tocad este culazo, muchachos. No os quedéis con las ganas de sobar este hermoso culazo colombiano…

-¿Podemos? –preguntó Eduardo-.

-Pues claro que sí, muchachos… ¿No os lo estoy diciendo? Además, a esta puta le gusta que la toquen por todos lados… Ahora mismo va cachonda perdida por sentirse deseada.

No podía creer lo que estaba pasando. Además de mostrarme como su puta, don Mario iba a dejar que esos tíos me metieran mano como quisieran. Y enseguida se pusieron a ello. Me sobaron con sus cuatro manos. Amasando mis nalgas como si fuera la harina de hacer pan. Y no solo las nalgas. Eduardo empezó a meterme mano por la cucuna y enseguida me arreché. También Fran, que incluso me metió mano por debajo del tangalón y me sobó la vagina por encima de la tanguita. No tardé en mojarme. Sentía mi tanguita completamente húmeda. Y mi cucuna completamente caliente. Tenía unas ganas increíbles de follar. Sentir como una buena verga me llenaba por completo y derramaba su leche de macho dentro de mí.

Mientras los chicos me manoseaban mis partes íntimas, don Mario me besaba y me magreaba las tetas. Luego me quitó el top, lo tiró encima de uno de los sillones y empezó a comerme las tetas, succionando de mis pezones y estirándolos con su boca, pasando de una a otra teta a cada poco rato. Los chicos me desabrocharon el cinturón y me bajaron el tangalón. Lo único que me quedaba puesto era la diminuta tanga de hilo dental que don Mario me había regalado junto con el tangalón y el top que me había puesto esa noche. La entrega iba a ser completada. 

Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
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1 comentarios. Página 1 de 1
Armando
invitado-Armando 01-05-2020 03:43:05

K rico mamasita eres una putita k merece verga

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