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Por la mañana, mi marido despertó con un resacón tremendo y ese día no salimos a ninguna parte. Hice una comida sencilla, comimos juntos y luego se volvió a meter a a la cama. Yo aproveché para echarme una siesta tendida a una tumbona al lado de la piscina. Me puse una tanga brasileña de colores floridos, sin nada en la parte de arriba, para ponerme más morenita, me unté de crema protectora por todo el cuerpo y me tendí al agradable sol del atardecer de julio. Sobre las nueve vinieron mis padres con mis niñas. Se quedaron a cenar. Mi marido ya estaba mejor, así que se nos unió a la mesa.
Por la noche, después de despedir a mis padres y acostar a las niñas, mi marido me hizo suya. Se había tomado la Viagra y estaba con ganas. Como siempre, me puso a cuatro patas y empezó con su mete y saca sin preámbulos. Y como siempre, se corrió a los pocos minutos.
A la mañana del lunes estaba de lo más nerviosa. Tenía que volver al trabajo, donde me iba a encontrar con don Mario, y no sé cómo iba a reaccionar. Por suerte, mi marido estuvo conmigo todo el tiempo. Así que no tuvimos la oportunidad de hablar sobre lo sucedido el fin de semana. Yo quería dejarle bien claro que lo mejor sería olvidarlo todo y continuar con nuestras vidas como hasta entonces, siendo socios y compañeros en el trabajo. Que debía de entender que era una mujer casada y con dos hijas, y que aunque me lo había pasado bien rico esa noche con él, no podía ni debía poner en juego mi matrimonio. Ya no por mí, sino por mis hijas. Sinceramente, estaba decidida a poner fin a cualquier tipo de mal entendido que don Mario se pudiera crear con respecto a nuestra exigua relación furtiva. Lo había pensado muy bien durante todo el domingo y ya no había vuelta atrás. Don Mario había sido un polvazo. El mejor polvo de mi vida. Pero por el bien de todos no podía continuar. Además, me había dado cuenta de que don Mario me hacía perder el control, hasta el punto de hacerme suya en la misma cama matrimonial en la que mi marido dormía a pierna suelta su borrachera. Arriesgando, por un momento, todo lo que había conseguido hasta entonces: una familia, dos hijas, seguridad económica, una buena vida. Y eso no podía ser. Esa vez había tenido suerte. La próxima, puede que no.
Así pasó ese lunes, y el martes, y el miércoles. El jueves mi marido tuvo que salir por la tarde después de la comida. Sobre las siete me llamó para decirme que se le iba a hacer tarde y que ya nos veíamos en casa. A las nueve, cuando los trabajadores ya se habían ido, don Mario me retuvo con la excusa de tratar unos temas del reparto del día siguiente. Despidió a Marta y nos quedamos solos. Ya en su oficina, no tardó en besarme y en meterme mano por todos lados. Ese día me había puesto un vestidito de tirantes bastante pegadito y corto. Debajo solo llevaba un hilito dental blanco. No me había puesto sostén. Así que no le fue difícil manosearme todo lo que quiso. Sobretodo mis nalgas, de las que se apoderó mientras me besaba bien rico y me decía lo buenota que estaba y lo puta que era. Yo me quise oponer. Y casi había conseguido acumular las fuerzas necesarias para decirle todo lo que tenía preparado, pero entonces don Mario tomó una de mis manitas y la puso sobre su paquete, y ya no me pude aguantar más. Terminamos follando de la misma forma que se había follado a Marta unas semanas antes. Sobre el suelo de su despacho, a cuatro patas, como una perra. Don Mario me quiso dar por el culo, como a Marta, pero yo le pedí por favor que no, que nunca me lo habían hecho por ahí. Que el culo no se lo había dado ni a mi marido y que se podía dar cuenta. Con suerte, y como estaba a punto de correrse, no insistió más. Y me temo que si lo hubiese hecho se lo hubiera entregado con mucho gusto. Me la volvió a meter y al poco rato sentí como su descarga inundaba por completo toda mi cucuna. Lo que hizo que yo también volviera a tener un nuevo orgasmo.
Al llegar a casa me sentía bastante confundida. Don Mario me había vuelto a hacer suya. Su mujer. Su amante. Su puta. Su perra. Como él mismo me llamaba mientras me taladraba el coño. Yo ni siquiera había podido negarme. Me había tomado cómo, cuándo y dónde él había querido. Y eso era lo que más miedo me daba.
Decidí no ir a trabajar al día siguiente. Como mi marido es uno de los dueños de la empresa, me puedo tomar ese tipo de licencias. Así que ese viernes y todo el fin de semana la pasamos en familia. El sábado por la mañana nos fuimos a nuestra casa de la sierra y no volvimos hasta el domingo al anochecer. Al llegar, le dije a mi marido que me quería tomar un par de semanas libres para quedarme en casa, hacer algunos cambios, y pasar más tiempo con las niñas. A mí marido le extrañó, porque no soy de las que suelen quedarse en casa en vez de ir a trabajar, pero tampoco me puso ningún pero. Me dijo que le parecía bien y que no me preocupase de nada.
Por la mañana del lunes me puse a hacer limpieza general. Tenemos una asistenta que se ocupa de este tipo de cosas, y también del cuidado de mis hijas cuando no estamos en casa ni mi marido ni yo, pero quería mantener mi mente y mi cuerpo ocupados para no pensar en don Mario. Y es que me había dado cuenta que separarme de él no iba a ser tan fácil como había pensado. A cada momento extrañaba su presencia y me sorprendía pensándolo. Incluso me ponía super celosa al imaginarlo con Marta, con Verónica o con cualquier otra que se hubiese podido ligar.
El martes fui de compras por el centro. Como mi madre vino a casa y se llevó a las niñas de paseo, pude andar de tienda en tienda y sin prisas por varios grandes almacenes. Me compré un vestido tirantero en tonos verdes, un par de zapatos a juego, un conjunto de sujetador y tanga tipo hilo dental de color blanco, unos tops y unos pantalones de lycra, negros, super ajustados, que se me pegaban al cuerpo como una segunda piel y me formaban un culazo impresionante. Me di un paseo por la tienda en la que me había comprado la tanga con abertura. La misma con la que don Mario me había convertido en su puta, primero en sueños y luego en la vida real. Entré, saludé al chico gay que me había atendido la otra vez, y le pedí de la misma tanga en diferentes colores. Me compre tres. Me dijo que, ya que gustaba de ese tipo de prendas, quizás me interesase unas medias bastantes monas que le acababan de llegar. Las medías eran unas pantys, de rejillas o con encajes, que también llevaban una abertura en la zona genital. Me probé un par de ellas y me compré otras tantas. Desde que don Mario me había hecho suya, y sin quererlo, cada vez me vestía de forma más provocativa. Incluso en mi intimidad.
Por la noche, cuando mi marido vio lo que me había comprado, se puso como un toro, totalmente perdido, y me pidió follar con las medias de rejillas puestas. Yo no las quería estrenar todavía, pero tuve que hacerlo. Nuevamente, volvió a ponerme a cuatro patas, esta vez al borde de la cama, como a una perra, y me folló mientras me decía lo buena que estaba, lo puta que parecía con esas medias puestas y lo culona que cada día me estaba poniendo. Después se corrió y al poco rato se quedó dormido.
Al día siguiente no pasó nada digno de mención. Pero el jueves si pasaron cosas.
Eran las siete de la tarde y yo me había puesto a tomar el sol. Como siempre, estaba en topless y con una tanguita brasileña. Mis hijas estaban dentro de casa, en sus habitaciones, mirando la tv o jugando en el ordenador, cuando sonó el timbre de la entrada. Enseguida me puse un pareo de gaza tipo vestido que se une a la cintura con un lazo y pregunté quién era. Era don Mario. Dude en abrirle, pero tampoco quería que los vecinos se hicieran ideas raras. Así que lo hice.
Ya dentro, don Mario me saludó, me dijo lo bella que estaba y quiso besarme. Me negué. Le dije que ahí no. Que mis hijas estaban en sus habitaciones y que los vecinos nos podían ver. Don Mario me dijo que me extrañaba y que me deseaba. Que me quería hacer suya en la misma cama que me había follado la primera vez. Que no me preocupase por mi marido, que había ido a una reunión muy importante y que seguro no volvía hasta pasadas las diez. Le dije que ni loca. Y menos con mis hijas en casa. Entonces vio la cabañita que tenemos al lado de la piscina y me llevó hacía allí. Yo sabía para lo que me llevaba. Don Mario había venido a follarme y me iba a follar. Pero otra vez no pude negarme. Su presencia de macho me volvía loca y él lo sabía. Sabía que podía hacer conmigo lo que quisiera y lo hacía.
En la cabañita, don Mario me hizo de todo. Me quitó a tirones el vestido de gaza y me lo dejó medio perdido. Me arrancó la tanga brasileña de un tirón y me la rompió. Luego me puso a mamar polla y, cuando la tuvo bien dura, me tomó de las caderas, me dio la vuelta en el aire e hicimos un sesenta y nueve de paraditos. Al principio me daba miedo de caerme, pero luego pude ver que don Mario era todo un experto en esta clase de posición. Me comía la cucuna bien rico mientras yo le mamaba toda su pingaza. Me olía el ano y me lo lamía, y yo le masajeaba los huevones y lo pajeaba. Al terminar mi primer orgasmo, me bajó, quedando de espaldas sobre él. Me tomó de las caderas y me subió con las piernas abiertas de par en par. Me dijo que yo misma me colocase su pingaza en la entrada de mi cucuna, y así lo hice. Apunté su mástil de semental sobre mi rajita y, poco a poco, sentí como ese enorme trozo de carne me llenaba por completo. Así me estuvo dando como un cuarto de hora. Luego me dijo que se venía, que estaba muy arrecho y que no aguantaba más, pero que primero me quería dar como a una perra. Que mi culo lo volvía loco y que me lo quería ver mientras se corría. Don Mario me tomó a cuatro patas, y mientras me llenaba con su lechazo me decía de todo. Que si era una puta. Una ninfómana. Que seguro que mis hijas no eran del cornudo de mi marido. Que me quería preñar. Que me quería romper el culo. Hasta que se terminó de venir.
Al despedirse, don Mario me dijo que el sábado se quería ir de fiesta conmigo. Que me inventase cualquier cosa que decirle a mi marido. Que me tenía preparada una sorpresa. Que como el veintiuno era mi cumpleaños (ese jueves era diez y seis), me pensaba hacer un buen regalito. Que ya me avisaría por WhatsApp en dónde nos encontraríamos. Nos vestimos, yo con mi pareo de gaza medio destrozado y sin nada debajo. Al salir, don Mario me dijo que lo acompañase a su coche, que tenía algo que darme. Quise negarme, pero sabía que era inútil. Y lo seguí.
Con suerte, su coche estaba aparcado a unos pocos metros de casa y por la calle no había nadie. Cosa normal en plena quincena de julio en Madrid. Me entregó una caja de proporciones medianas, envuelta en papel de regalo metalizado y un lazo en el centro de ella. Me dijo que me lo pusiese para el sábado. Que me quería bella y puta para ese día. Luego me dio un beso y se fue.
Ya en casa, y en la intimidad de mi habitación, abrí la caja que don Mario me había dado. Dentro había un pantaloncito de lycra tipo tangalón color blanco, como el que llevaba Marta la vez que los había visto follando. También había un top super ceñido, también blanco, una tanga de hilo dental negra y una nota que decía: "Esto es lo que quiero que te pongas para el sábado. Nada de sujetador. Ni se te ocurra ponértelo. En cuanto a los zapatos, quiero que sean los mismos que te pusiste la noche que te follé por primera vez."
Me di una ducha, me sequé, y me probé la ropa que don Mario me había regalado. Tanto el tangalón como el top me quedaban super apretados. El culo se me salía por todas partes. Parecía que el top me iba a reventar en cuanto respirase un poco. Y encima la tanga de hilo se me metía en toda la raja del culo y en el chocho. Ahora comprendía lo que don Mario había querido decir cuando dijo que me quería bella y puta para ese día.
invitado-Armando 01-05-2020 03:20:28
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Rico relato mamasita yo kiero meterte la venga putita