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Después de lo sucedido con la rubia española empecé a pensar que las cosas en ese ambiente se darían con tanta facilidad que ni esfuerzo valía la pena hacer.
Después del casino fui a la discoteca. El lugar presentaba otro ambiente. Había muchísimas más jóvenes solas que las que yo había visto desde mi llegada.
Jordan, a quién encontré en el lugar, me explicó que la discoteca era la única existente para media docena de hoteles de la zona y que por eso era más fácil ver caras nuevas ahí.
De hecho, la situación iba poniéndose mas caliente con el paso de las horas y la ingestión masiva de alcohol. Las mujeres solas se mezclaban en la pista con otros turistas y también con lugareños cuya posible fuente de ingresos era brindar placer a las turistas que se los requirieran.
Por otra parte, los sillones del lugar se poblaban con matrimonios que pasaban la mediana edad y cuyos maridos ya no encontraban placer en bailar. Sus mujeres parecían fieras encadenadas mirando el despliegue de cuerpos jóvenes que se paseaban ante sus ojos y que no podían tocar. Se les notaba en la cara la ansiedad.
Me pregunté cuantas de aquellas cuarentonas se animarían a intentar una infidelidad en las narices de sus maridos de la misma manera que la rubia española que me había cepillado yo mismo un rato antes.
En particular una pareja llamó mi atención. Ella era una cuarentona de clase, con piernas de gym y vestida con lujo. Una verdadera belleza madura. Su acompañante, en cambio, aunque bien vestido, estaba descuidado físicamente y bebía whisky como si fuera agua.
Noté que mis miradas eran devueltas por la mujer, pero que le era imposible pasar esa raya. Se la notaba aburrida y resignada a una noche sin pena ni gloria.
No pudiendo hacer más con la morocha, decidí preocuparme de otras cosas sin que por ello la dejara fuera de mi control visual.
A eso de las tres de la mañana, cuando ya todo era un descontrol, noté que el matrimonio se ponía de pie para retirarse y yo opté por hacer lo mismo.
En el exterior, el marido caminaba con paso vacilante y la esposa optó por servirle de muleta pasando el brazo de él por sobre su hombro. Pero claro, el tipo era muy pesado y ella montada en unas sandalias de tacón finísimo apenas sí podía con la carga.
Así que ví en eso una oportunidad. Me acerqué y trate de ayudarlos con una sonrisa que ella devolvió sensualmente. El tipo estaba como una cuba. Yo reemplacé a la esposa como muleta y prácticamente arrastrándolo recorrimos los 50 metros hasta el hotel, tomamos el ascensor y llegamos a la habitación, no lejana de la mía, que ambos ocupaban.
Mientras abría la puerta y admiraba su cuerpo, me dijo que se llamaba Marta y que era venezolana residente en Miami con su esposo. La verdad es que la hembra era un cañón.
La ayudé a acostar a su esposo y juntos lo desvestimos y lo metimos en la cama. El fulano dormía como piedra.
No quedaba más que hacer. La verdad es que yo no me animaba a tomarla con su esposo dormido y la situación no daba para más, así que me encaminé a la puerta. Ella me siguió y antes de cerrar, salió al pasillo conmigo y sin mediar aviso previo me estampó un beso en los labios en señal de agradecimiento. Yo la tomé de las nalgas y empecé a acariciar uno de sus glúteos por debajo de su faldita mientras le partía los labios y nuestras lenguas chocaban con fuerza. Al separarnos le dije muy bajo "esto no se quedará acá putita" y me retiré discretamente a sabiendas de que la hembra había quedado muy caliente.
La mañana siguiente fue una repetición del día anterior. Desayuno, gym y playa.
Sobre el mediodía ví que los venezolanos llegaban a la playa y se instalaban cerca de mí.
Ella tenía un cuerpo de infarto. Medía cerca de 1,70, llevaba el pelo recogido y anteojos negros, senos al sol y una tanguita dorada que mostraba sus firmes nalgas y largas piernas.
Se sentaron, seguramente adrede, a unos metros de mí de tal manera que podía oír sus conversaciones. Un detalle importante es que no me saludaron. No me sorprendió del tipo, dado que seguramente no me recordaba, pero que ella no lo hiciera significaba que algo iba a suceder muy pronto.
No habría pasado una hora y el fulano ya estaba en tren de dormirse al sol como un lagarto. Marta se levantó y sentí que decía a su marido: "Voy al cuarto, he olvidado una de las cremas" a lo que el tipo ni siquiera balbuceó una respuesta. Yo ví que ella se cubría con un pareo y una musculosa y se encaminaba al hotel. Era mi oportunidad.
La seguí a distancia, casi casualmente. Ella no se daba vuelta. Sabía que yo lo hacía. Llegamos al edificio, y empezó a subir las escaleras. Caminó por el pasillo y cuando llegó a su puerta la tome de la cintura y la conduje a mi habitación. Siempre podía decir que había ido a otra parte si la cosa se complicaba.
Cerré la puerta y la arrastré a mi cama. Marta estaba muy caliente. La desvestí y comencé a comerle los senos de cirugía. Estaba empapada. Mi polla se liberó y la penetré con fuerza. Su vagina era estrecha y mi bombeo la hacía gemir como una perra. Era multiorgásmica. Luego de unos minutos la puse en cuatro patas y comencé a darle caña por detrás. Ella se movía enloquecida.
Luego de un buen rato no pude resistir más y llené su cueva de leche. Ella tampoco quiso desperdiciar néctar y la mamó bebiéndose todo rastro.
Debo decir que yo estaba muerto. Pero ella simplemente se levantó, se vistió y con un breve beso en los labios se marchó de mi habitación.
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