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DOLOR Y PLACER (2/2)

Le dije que le tenía que haber dolido mucho al hacérselo. Con una sonrisa me dijo que había sido el tatoo que más había disfrutado al hacérselo y no solo por lo que significaba emocionalmente, también porque el dolor fue tan grande que no paró de tener orgasmos continuos. Soy sumisa y amo el dolor, sobre todo en los pechos y a Cali le encantaba jugar con ellos hasta llevarme al desmayo.

Me preguntó si yo no tenía ninguno hecho por Cali y le dije que dos. Me abrí la camisa y le enseñé el hombro. Era una reproducción de los huesos, músculos y cartílagos que cubrían la piel tatuada, conocía perfectamente el cuerpo humano y este tipo de tatoo era una de sus especialidades de realismo.

Le dije que el otro lo tenía en la ingle y era muy especial, era el primero que había hecho Cali cuando empezamos a tatuar a modo de práctica y de homenaje mutuo. El me hizo uno a mí y yo otro a él. Me dijo que sabía lo que yo le había tatuado porque la primera vez que le enseñó el cuerpo, le dijo que uno en concreto era muy especial y jamás se lo quitaría. Una libélula en el muslo derecho, símbolo de su libertad personal.

Me baje los pantalones y los calzoncillos para enseñárselo porque el tatoo acababa en la parte superior del pubis. Se agachó para verlo y me pidió permiso para tocarlo. Paso un dedo por el contorno como si lo hiciera con devoción y lo besó mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Le pasé la mano por el pelo con ternura, eran evidentes los recuerdos que en ese momento asaltaban su mente.

La cercanía de su cara a mi sexo hizo lo propio y empezó a ponérseme dura. Ella consciente alzó los ojos y cuando ambos nos miramos fijamente sacó la lengua y me la pasó por los huevos. Los dos sabíamos que no había marcha atrás y que íbamos a follar, lo que yo no tenía tan claro es que ella lo iba a hacer conmigo o con el recuerdo de su antiguo amante ya desaparecido.

Casi preferí que fuera la segunda opción, sería un tributo de ambos a Cali darnos placer en su memoria y la dejarla hacer a ella para que recrease un acto vivido entre ellos y ahora revivirlo en el tiempo con uno de los mejores amigos de su amante fallecido.

Me dijo que esperara un momento y se fue a su cuarto. Cuando volvió llevaba un pasador de oro con una bolita a cada lado en cada pezón y al ver mi cara de sorpresa me dijo que eran un regalo de él y que se los quitó el día que murió, los había guardado para que nadie los disfrutara como lo había hecho Cali.

Asentí mirándola con ternura intentando adivinar lo que le pasaba por la mente en ese momento, seguramente estaría recreándose en sus polvos con mi amigo y ahora necesitaba revivirlos utilizándome a mí. Ningún problema por mi parte, íbamos a rendir tributo a una persona muy querida por ambos y no había lugar para el ego.

Me dijo que me sentara en un sillón y arrodillándose en el suelo empezó a chuparme metiéndosela cada vez más dentro, hasta que la punta hizo tope con su garganta. Se fue acomodando y cada poco se retiraba para poder respirar hasta que se atravesó la garganta, la deslizó por la tráquea masajeándose el cuello, como si me masturbara con una mano, mientras se masturbaba.

Aquello no iba a durar mucho y los dos lo sabíamos. El sentimiento de que Cali estaba entre nosotros mirándonos y quien sabe si masturbándose, nos estaba precipitando al orgasmo demasiado y la ocasión requería disfrutar más pausadamente.

Se fue incorporando pasándome la lengua por el vientre y se detuvo al llegar a mis pezones. Los chupó y mordió hasta hacerme daño, lo que hizo que la polla se me pusiera más dura aún. Siguió por el cuello y luego por la barbilla hasta que alcanzó mis labios. Se recreó chupándolos y metió la lengua en mi boca.

Era como si intentara devorarme mientras jugaba con los dedos en mis tetillas y la cogí los pezones. Al principio suave para ir incrementando la presión hasta que se incorporó y me los puso en la boca. Empecé a chupárselos y me dijo que se los mordiera con saña. Acomodé los dientes por encima del piercing y mordí con fuerza. Consciente de que no se me iban a escapar, empezó a retirar el cuerpo con movimientos bruscos para sentir más dolor y en consecuencia más placer.

Se acomodó la punta en la entrada del sexo y se dejó caer de golpe. La sensación fue como si me estuvieran quemando la polla cuando empezó a moverse y a golpearse los pechos con las manos y a retorcerse los pezones. La incliné un poco hacia atrás y la abofeteé los pechos dejándole las marcas de los dedos sobre la enrojecida piel.

Me clavó las uñas en los pezones y la imité dándole fuertes tirones mientras las lágrimas afloraban a sus ojos y tenía el primer orgasmo al que le siguieron al menos un par más. Seguía saltando sobre mí retorciéndome las tetillas y yo la imitaba cada vez con más fuerza, estábamos descontrolados y los dos éramos conscientes.

Cuando empecé correrme me escocía la polla y notaba el cuerpo entero dolorido. Me acompañó con su último orgasmo mientras llamaba a Cali a gritos y se cayó sobre mi pecho literalmente agotada. Sudábamos como si hubiéramos corrido un maratón.

No sé cuánto tiempo permanecimos en la misma posición sin movernos, yo con la polla flácida dentro de ella derrotada sobre mi pecho. Ella había cumplido uno de sus sueños, un último polvo con su amor como si les hubiera quedado pendiente antes de morir. Por mi parte, había rendido tributo a mi amigo haciendo gozar a su chica mientras ella follaba una última vez con él.
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