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Hola nuevamente. Soy Carla, de Arequipa – Perú. En esta oportunidad les entregaré un relato de aquella vez que pude verificar la verdadera amistad entre dos personas.
Siempre suelen afirmar que la picazón del sétimo año es una especie de bisagra para los matrimonios. El amor y el entusiasmo ya no fluyen como antes. Aparecen tentaciones peligrosas. La fantasía de tener una aventura con otra persona empieza a sonar con más fuerza en la cabeza. Pero esto es solamente un mito o es una realidad.
La rutina, los niños, el trabajo, algunas preocupaciones, se dan como un combo letal para la relación. Y nuevamente, la fantasía de la infidelidad empieza a aflorar con mayor frecuencia en nuestros pensamientos.
En mi caso, yo estuve casada hasta hace dos años, casi veinte años, osea que superé el temido sétimo año. Pero claro, conté con una valiosa ayuda.
Jorge, en aquella fecha tenía 37 años (uno más que yo), era muy buen amigo de Richard (mi esposo), siempre solían andar juntos e ir a cuantas reuniones podían siempre juntos. Amigos desde la universidad, habían consolidado una linda amistad.
Jorge, era un chico delgado, más delgado que el promedio, pero no por eso se le veía mal. Al contrario, su delgadez lo hacía verse más ligero y divertido. Aunado a ello, su risa siempre a flor de labios, su sentido del humor tan especial, apropiado y ocurrente, su caballerosidad manifiesta, un chico siempre dispuesto a escucharte y tenderte una mano. Serio cuando la ocasión lo ameritaba y juguetón la mayoría de las veces. Bailarín como pocos y agraciado por donde se le viera.
Para mí, si algún defecto tenía, era que estaba felizmente casado (eso creía yo) con Karina, y era muy leal a Richard. Entre ellos había una hermandad casi religiosa.
Habíamos compartido con ellos y con otros amigos varias reuniones tanto en su casa como en la mía. Como es obvio, los traguitos nunca faltaban y entre broma y broma los chicos nos coqueteaban.
Más de una vez, crucé miradas con Jorge. Sus ojos negros pardos me hacían sentir especial. Yo sin reparo alguno lo miraba directamente en espera de una reacción suya, sin mayor éxito.
La rutina en la que había entrado mi relación matrimonial, hacía que cada día piense en la forma de superarlo. No con Richard, por que era para colmo de males una de las causas de dicha rutina. Me pregunté a mi misma: y si lo intentas con Jorge?. Por que no? Me contesté. Total, peor era no intentarlo.
La primera semana de abril nos reunimos en su casa con otros amigos más. Fue una reunión agradable como casi todas. Risas, bailes, bebidas. Acordamos que la siguiente reunión sería en mi casa, la mayoría se apuntó en el momento, aunque poco a poco fueron desistiendo. Karina y Jorge se apuntaron. Al momento de despedirme, me acerqué y mientras le decía susurrante “deseo que el tiempo pase muy pronto para poder volver a verte” le di un beso entre la mejilla y los labios. Allí estaremos, contestó pero pude ver su cara de sorprendido ante mi maniobra.
Días antes de la reunión, Karina me llamó para confirmarme el día y la hora en que vendrían a casa. El viernes a las 8 pm.
Como pocas veces, me sentía ansiosa esperando el viernes. Compré lo necesario para la reunión, no podía verme como una mala anfitriona.
Esa mañana, me levanté con un solo pensamiento. Algo tendría que hacer, pero lo iba a besar, y bueno, vería su reacción. Miles de ideas se cruzaban en mi cabeza, ideas sobre donde, como, la forma, en que conseguiría darle un beso.
Mientras preparaba las cosas, me llama Karina para decirme que Jorge se había desocupado y que mejor caían por la casa a las 6 pm. Genial le dije, no hay problema.
Richard considerando la hora inicial, había salido a casa de sus hermanos para ver un tema legal sobre una de las propiedades de la herencia materna.
Sola en casa, me puse a arreglar los últimos detalles, limpiando y ordenando un poco la sala de la casa, me duché y al vestirme, me enfundé en un vestido azulito que no usaba desde la universidad.
Sonó el celular. Era Karina. Me decía que ella demoraría viendo unos temas con unos clientes que tenía, pero que Jorge llegaría a la hora acordada. Ok. no te preocupes, ya se entretendrá con Richard le contesté, a sabiendas que mi esposo no estaba en casa.
Como un relojito, a las 6 pm. Suena el timbre y era Jorge. Mientras le abría la puerta, el terminaba de cerrar las puertas de su auto mostrando un par de botellas de vino tinto. Para bajar la cena, me dijo y sonrió.
Se aproximó hacia mí, no pudo abrazarme por las botellas, lo que me dio una excusa para ser yo quien se acomode al saludo. Al igual que el día que me despedí de su casa, le di un beso medio movido entre mejilla y labios.
Hubo una ligera pausa en la conversación, hasta que me dijo:
Mientras me hablaba yo solo atinaba a verlo de una manera demasiado especial. Entregada a él, como diciéndole con mi mirada y mi actitud, lo mucho que me atraía. Lo miraba sin reparo, sin ocultarme. No había nadie que interrumpiera.
Sus palabras hacían efecto en mí. Creo que hasta me sonrojé un poco. Me puse nerviosa. Y él sentado, pero viéndome de una manera especial. Sus ojos brillaban más de lo normal.
Me dirigí hacia la mesa para llenar unas copas y ofrecerle algo de beber, cuando me dice con una mirada dulce y atrevida:
Tomé un sorbo de mi copa, para darme algo de valor y me dirigí hacia él decidida a cumplir las ideas que me habían rondado todo el día. Jorge se levantó como algo asustado.
Me voz se tornó dulce, suave y muy sensual. Esa frasecita me la habían dicho tantas veces, que supongo que por eso se la dije yo a él.
Me acerque aún más hacia él y pasé delicadamente mi dedo índice por el borde de su camisa desde el hombro hacia su mano.
Me acerqué a sus labios sin dudar y por instinto le di un piquito que él para sorpresa mía correspondió.
Se le notaba entre asustado y desconcertado. Pero también indeciso. Me armé de valor y sin más ni más, dirigí mi mano hacia su pantalón.
Mientras intentaba negarse, lo besé. El estaba nervioso, sin embargo, correspondió mi beso. No abrió la boca ni nada, pero si correspondió a mis labios. Lo sentí. Como sentía sus latidos super acelerados en su pecho. Lo seguí besando delicada y tiernamente. Jorge empezó a posar sus manos en mi cintura, las bajaba suavemente hacia mis muslos y las volvía a subir haciendo que mi vestidito fuera subiéndose poco a poco.
Me tomó fuerte de la cintura y ahora él era quien me besaba. La sola satisfacción de que las cosas me estaban saliendo mucho mejor de lo pensado me ponía tan arrecha que tenía la concha muy húmeda.
Mientras seguíamos besándonos apasionadamente, con mis manos – a pesar de su inicial resistencia- pude desabotonarle el jean y meterlas dentro de su bóxer verde. Su verga estaba caliente, como suplicando que alguien la libere del bóxer para mostrase en su plenitud. Tiesa, dura, erecta,,, que maravilla de verga tenía yo entre mis manos.
Seguía comiéndome la boca mientras acariciaba mis pechos, estrujándolos a veces suave a veces duro. Yo lo seguía masturbando de lo lindo con mis manitos.
Para facilitarle la tarea, bajé la parte de arriba del vestido dejándolas cubiertas solo con el brasier, que él afanosamente ya desabrochaba. Empezó a chupármelas como loco. Se notaba que le gustaba mucho hacerlo. De seguro se lo hacía a Karina. Ella tenía un busto generoso. No importaba, era su boquita en mis tetitas y eso era lo más importante.
La cara de Jorge era de antología. Era la clara muestra de la duda entre respetar la amistad a mi esposo y dejarse vencer por la pasión de poseerme.
Le di un beso y bajé lentamente hasta ponerme de rodillas frente a esa palpitante verga. La tomé con una mano, mientras la acercaba a mi boca. Me metí la cabecita dentro de la boca y empecé con una succión que lo hacía delirar. Me la metía y la sacaba, repetidamente.
Mientras seguía chupándole la verga, Jorge se agachó un poco, me tomó por el rostro y me levantó hacia él para besarme.
Lo besé tiernamente. Como por instinto le di la espalda, en gesto de indefensión y sumisión. Jorge, ahora era mío, me besaba los hombros, el cuello, mientras sus manos acariciaban mis tetitas.
Con delicadeza apoyó una de sus manos contra mi cabeza pidiéndome que me recostara sobre la mesa. Con la otra subía mi vestidito azul y bajaba mi calzoncito (rosa para variar).
Yo, estaba totalmente aturdida. Había conseguido que el mejor amigo de mi esposo me fuera a hacer suya.
Bajó mi calzón y me besó delicadamente mis nalgas. Mientras apoyaba mi cabeza de costado sobre la mesa, vi que se ubicó en posición para penetrarme. Cerré los ojos, esperando la embestida de mi amorcito.
Cada penetración tenía el sentido de la lujuria desatada. Jorge me tenía sola para él. Sentir sus manos en mi cintura sujetándomela con decisión, sentir su deliciosa verga entrando y saliendo de mi conchita, hacían que me volviera loca de placer. Era suya, completamente suya. Solo de él, y de nadie más. Mis tetitas, mi conchita, mi cuerpo entero, toda yo le pertenecía. El lo sabía. Yo se lo hacía saber con cada uno de los gemidos que la pasión me arrancaba.
Me remangó el vestido, el cual quedó prácticamente a la altura de mi cintura. Me tomó del pelo atrayéndome hacia su pecho, mientras seguía metiéndomela desde atrás, mordisqueándome el cuello, besándome los hombros y de cuando en cuando buscaba afanoso mi boca para meterme su lengua y acallar mis gemidos. Estaba completamente rendida a él, entregada del todo, Jorge había logrado dejar salir a la putita que había en mí.
Estuvimos en esa posición como unos largos e interminables cinco minutos. Al parecer Jorge no había tenido sexo hacía un buen tiempo. Lo notaba en la forma en que me disfrutaba.
Ante ese ataque, volteé por instinto y quedé frente a él nuevamente. Me besó, como para reafirmar lo dicho.
Me sentí halagada (aunque ya más de uno me lo había dicho). Me alzó de las nalgas y me sentó sobre la mesa. Dirigió su mirada a mi conchita.
Me recosté sobre la mesa. Me abrió un poco las piernas y empezó a chuparme la concha. Su lengüita subía y bajada por mis pliegues vaginales, la punta de su lengua jugaba con mi hinchado clítoris.
Tener entre mis piernas al mejor amigo de mi esposo me excitaba muchísimo. Era mi sueño cumpliéndose a la perfección y mejor todavía.
Le tomé del rostro, reincorporándome como pude y lo besé. Lo besé apasionadamente, feliz, enamorada. El correspondía a mis besos. El también sentía por mí la misma atracción que yo hacia él.
Se acomodó un poco y me la volvió a meter. Si bien resultaba extraño ver la cara de Jorge mientras me la metía, era excitante ver ese rostro lleno de lujuria.
No contestó. Seguía en el mete saca interminable.
Agarró mi pierna derecha, la subió hasta su hombro y continuó dándome. Traté de levantarme para besarlo, pero no pude. Jorge seguía dándome duro y más duro cada vez.
Era realmente excitante. Ante cada embestida el sonido de los cubiertos (ya puestos para la ocasión), las copas y la vajilla, haciendo un fondo musical idóneo para aquella puesta de escena, para aquella consumación del amor entre una mujer poco atendida por su esposo y el mejor amigo de éste.
Era divino verlo gozar haciéndome feliz. Vi en su rostro aquellas facciones que te indican que el final se aproximaba.
Lo hice volver a la realidad. Me vió como desubicado.
Me bajé de la mesa, me puse de rodillas y me metí su verga en la boca. Empecé suavemente a lamerle el glande y luego me la introducía toda. Ya sentía el saborcito salado del semen. Empecé a masturbarlo con mis manos. El gemía, parecía suplicar para que ya termine. Me la metí nuevamente en la boca y empecé a chupársela intensamente. Sabía que en cualquier momento estallaría. Un grito de placer fue el anuncio de un chisguetazo caliente de un gomoso semen. No me la saqué. Seguí y seguí. Un poco de semen corría desde la comisura de mis labios hacia mi mentón. Le dejé la verga limpiecita. Era tal vez el semen más agradable que había probado. Tenía un cierto saborcito dulzón.
Me incorporé. Jorge tomó una servilleta y me limpió algunas sobras de semen que tenía. Me miraba tratando de decirme algo pero no podía hablar.
Yo rompí el silencio.
Tomé las copas que aún contenían algo de vino y le propuse un brindis:
Lo besé. Me acomodé un poco el vestido. Cogí mi calzón que estaba en el suelo.
Me limpié como pude la conchita con mi calzoncito rosa, lo metí al tacho de ropa sucia. Me puse otro. Me eché un poquito de agua en la cara, la cual estaba sonrojada. Me acomodé el cabello, me eché algo de perfume y volví a bajar.
Jorge ya estaba sentado en el sofá.
Quiso decirme algo sobre lo ocurrido y lo mandé callar. No digas nada por favor. Fue lo suficientemente maravilloso como para conversar sobre ello.
Sonó la bocina de la movilidad escolar.
Son mis hijos, le dije, parándome con destino a la puerta. Los chicos entraron, saludaron a su tío Jorge, él les hizo algunas bromas y se fueron a su cuarto a cambiarse.
No terminaban de subir cuando Richard estacionaba.
Mi esposo acaba de llegar. Tú tranquilo mi amor. No hemos hecho nada malo, le dije.
Richard entró, me dio un beso y se dirigió a él.
Miró las dos botellas de vino sobre la mesa y las copas aún con un poquito de contenido.
Fui a la cocina. Metí la comida al horno. Todo lo hacía como robotizada. Aún me quedaba la sensación de haber sido poseída por Jorge. Me dio algo de temor ver a Karina. Pero, me arranqué el pensamiento de un tirón. Yo no tenía por que sentirme mal. No había hecho nada malo. Es más, me sentía orgullosa. La amistad entre ellos sería ahora más fuerte, estarían más unidos. Y yo había contribuido a ello.
Y pensar que Jorge fue el que más se opuso a que me separara de mi esposo hace dos años atrás. Trató por todos los medios de persuadirnos que no concretemos la separación. A pesar de que ya me separé, no me cabe la menor duda que Jorge es el mejor amigo de Richard, bueno a decir verdad, el mejor amigo de nosotros dos.
Espero les haya sido de su agrado. Si tienen alguna sugerencia respecto a los relatos pueden hacérmela saber a caritocervantes77@hotmail.com.
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