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Segunda Parte: “Ejercitando el físico”
Todo desaparecía a mi alrededor al tenerla fija en mi mente... Jazmín. Aquella hembra que conocí como adolescente pero que ahora era toda una mujer... y qué mujer.
Poseedora de ese culazo de infarto, bien redondo y bien firme. Dueña de esas ubres, de las que cualquier hombre quisiera ser amamantado. Delineada por tan delgada cintura, hecha para afianzarse a ella mientras se le penetraba... ufff. Las paredes de mi habitación se esfumaban al fugarme en mi fantasía.
Únicamente necesitaba cerrar mis ojos para que las imágenes que yo había presenciado, tan sólo unas horas antes, volvieran ante mí. Era Jazmín, hincada sobre una pequeña silla plegadiza, ofrendando aquel hermoso culo moreno a aquél musculoso macho que la penetraba desde atrás.
¡Y qué culo...! De voluminosas y macizas carnes. Cubierto por una tersa piel que invitaba a ser lamida. Apenas tembloroso, sólo lo suficiente para demostrar que era blando pero nada guango. Pareciera hecho por diseño. Hecho para un solo propósito: atrapar las secreciones masculinas. Lo que en mi tierra llanamente se le conoce como un Atrapa mocos.
Con esa imagen no podía más que explotar. Pero una vez hube eyaculado, tras llegar al clímax, sentí un enorme vacío. Ella no estaba allí. Jazmín no estaba y yo la deseaba. Como un obseso la ambicionaba.
«¡Pero claro, el video!», inmediatamente recordé.
Yo tenía la grabación comprometedora y la podía explotar. Aún no había acabado ese día y, por medio de las redes sociales, di con la dirección de correo electrónico del novio de Jazmín: Álvaro.
Dejándome llevar más por mi deseo que por mi pensar, le envié tal video al desconocido y esperé. Aunque en realidad no sabía qué esperar: ¿Que él me enviara una réplica a mi correo? ¿Qué Jazmín se comunicara conmigo en busca de explicación? No sé.
En fin, pasaron los días, y dado la falta de nuevas, decidí que aquello era lo mejor. La verdad me estaba preocupando por las repercusiones de mi precipitada acción. Me calmé y me distraje en otros asuntos. A la semana de aquella noche del antro ya ni me preocupaba de la cuestión. De tal forma que no esperaba esa llamada.
La sexy voz de Jazmín se oyó por el auricular cuando contesté.
—Hola, ¿cómo estás? —ella me dijo.
—Bien, ¿y tú?
—Muy bien. Con los últimos preparativos para mi boda. Oye, quisiera saber si nos podríamos ver, ¿cómo ves?
Un par de horas más tarde, nos vimos en un restaurante donde platicamos de los viejos tiempos y luego entramos en una conversación más personal.
—Oye, quería agradecerte lo de la otra noche. Estuvo genial. Tu amigo Roberto se portó maravillosamente —me dijo, con una coqueta sonrisa.
—¿De verdad te divertiste? —le dije con malicia.
Ella enmarcó su cara con una sonrisa y sus mejillas se sonrojaron un poco.
—¿Te puedo confiar algo? —ella me dijo después casi en un susurro.
—Claro.
—Bien, creo que puedo confiar en ti. Mira, la verdad es que tu amigo Roberto me... —Jazmín decía pero se interrumpió cuando paso una persona cerca.
Ella se inclinó más hacia mí y yo le correspondí para lograr ser más íntimos.
—Roberto me dio una de las mejores cogidas de mi vida —ella dijo en susurros y se volvió a sonrojar.
Luego me contó con lujo de detalles lo que yo mismo ya había visto sin que ella se diera cuenta.
—...bueno el caso es que aquello me hizo dudar sobre mi matrimonio. La mera verdad, tu amigo, me dejó picada («vaya que te dejó bien picada», pensé). Así que lo volví a buscar —Jazmín me confesó.
Yo quedé boquiabierto tras escucharla. Así que el cabrón de Roberto ya se la había follado por segunda vez. «¡Carajo!», pensé «¡¿Y yo, pa´ cuando?!».
Lleno de indignación, escuché lo que Jazmín me compartió:
«Aquella noche que me dejaste en casa, tuve que dar explicaciones a mi novio de por qué había llegado tan tarde, pues él ya había hablado tratando de localizarme ya que no le había contestado antes en el móvil. La verdad es que lo apagué cuando estábamos en aquél antro y ya ni me acordé de encenderlo de nuevo.
Mentí diciendo que me había entretenido con una vieja amiga de la prepa. También les mentí a mis padres y luego subí a mi habitación.
Caminaba con cierta dificultad, a decir verdad... nunca nadie me había dejado así, adolorida de tanto... bueno pues... ya sabes, de tanto metérmela
(Ella rió y a mí me pareció extraña su sinceridad. Jamás, antes, había escuchado a una mujer hablar con tal confianza de esos menesteres).
Nomás de recordarlo, huy... me arde la entrepierna. Aunque también se me humedece la vagina. Nunca me habían cogido así. Ese sí que era macho. Se introdujo dentro de mí como todo un semental y, la verdad, está bien guapo
(Yo me moría de celos nada más de oírle decir eso. Aunque también me estaba excitando, nunca había escuchado a una mujer hablar así).
No pude dormir aquella noche, pensando en él. No me quitaba de la cabeza: su musculoso y bien constituido cuerpo; su tez bronceada y aquello enorme y descomunal... ufff... aquel trozo de carne que tenía por pene. Aquello fue una experiencia totalmente especial, y te lo debo a ti. Gracias
(Yo asentí con torpeza, consciente de mi estupidez al haberla llevado para que se la cogieran en vez de hacérselo yo).
Aunque también me sentía culpable, pues le había sido infiel a Álvaro. Me casaría con él en tan sólo unos días. Para despejar mi mente, al día siguiente, decidí volver a mi vieja rutina de ejercicios en un gimnasio al que desde hace años no acudía.
Eso mantendría mi mente y cuerpo ocupados pero... no sé qué me pasó, parecía que lo ocurrido la noche anterior me hubiese abierto los ojos o, mejor dicho, el apetito sexual pues a cada rincón que volteaba veía a algún chico que se me antojaba. Veía a los hombres con distintos ojos.
No sé qué me estaba pasando. ¿Acaso me estaba convirtiendo en una pervertida?
(Ella dio un sorbo a su copa de vino y luego prosiguió).
Mientras veía a alguno que otro de los chicos haciendo ejercicio; ejercitando sus bien formados bíceps, sus musculosas piernas, su marcado abdomen, o sus imponentes pechos; fantaseaba con la idea de pedirles que me hicieran el favor de culearme.
Claro que era sólo una fantasía, pero estaba fundada en algo real, mi necesidad de tenerlo de nuevo dentro. Aquello que me hacía tan feliz y que no se comparaba en nada a lo que Álvaro pudiera darme en los siguientes años que viviríamos como marido y mujer.
Notando que mi entrepierna ya se humedecía notablemente; cosa que nunca me había pasado en público; decidí abocarme a algo, a una actividad física intensa. Por ello me incorporé a una clase de aeróbics.
Teniendo en cuenta que allí habría más mujeres que hombres supuse que así no pensaría más en el sexo; sin embargo, el instructor era un hombre atractivo, por lo menos eso me pareció en aquel momento. Su cuerpo se notaba bien tonificado y su musculatura marcada, aunque no demasiado voluminosa.
Seguí sus instrucciones al pie de la letra. Pero cada que el instructor se acercaba a mí para ayudarme se me hacía agua la pepa.
Mientras hacíamos ejercicios con las piernas, estando a gatas, se me ocurrió pedirle ayuda con tal de que se me acercara nuevamente.
—¡Aaayyy! Me acaba de dar un calambre —le dije cuando estuvo cerca de mí.
El instructor se hincó junto a mí y tomó mi pierna para darle masaje. Con sus diestras manos sobó mis músculos desde la pantorrilla extendiéndose hasta abarcar toda mi pierna. Sentir sus firmes y ágiles dedos, acariciándome toda la pierna, fue una experiencia deliciosa.
—Es más arriba... ay, en la parte interna del muslo. —le dije al mismo tiempo que bajaba con lentitud mi pierna haciendo que mi rodilla descansara en el piso.
El instructor subió más su mano hasta la parte interna de mi muslo.
—¿Cómo te sientes? ¿Mejor? —él me dijo, mientras me daba masaje tratando de aliviar mi dolor.
Fue justo en ese momento, cuando cerré ambas piernas entre sí para agarrar la mano de mi instructor entre mis muslos, casi a la altura de mi entrepierna, cuando él entendió mi mensaje. Me incliné hacia atrás y hacia adelante en varios movimientos que traté fueran de lo más cachondos, para expresar mi verdadero deseo. Al ver su cara noté que él había entendido.
Lamentablemente, el instructor sacó su mano de entre mis piernas pues, supuse, temía ser descubierto. Aquello pondría en peligro su trabajo, pensé.
No obstante, al terminar la clase me le acerqué y, una vez hubieron salido las demás chicas, me atreví a besarlo. Ya no aguantaba más, en ese mismo momento deseaba que alguien me penetrara.
Él trató de evadirme argumentando que si lo veían flirtear conmigo lo podían despedir del trabajo, pues aquello estaba prohibidísimo. Yo, que no me quería quedar así de caliente, le pedí, le rogué, que me cogiera.
Por fin dio su brazo a torcer. Aceptó y me llevó al vestidor de los empleados. En aquel lugar nos escondimos en un cuartito donde guardaban los enseres de limpieza. Allí, según me dijo, no entraría nadie en ese momento.
Al estar solos, inmediatamente comencé a desnudarlo, cosa que no me costó mucho pues sólo vestía una camiseta y un short. Bajé inmediatamente hasta su sexo que ya estaba erecto y así me lo metí a la boca.
Mientras lo mamaba tomé conciencia de que esa era la primera vez que yo tomaba la iniciativa en una situación así y, la verdad, me gustó.
Gocé de su miembro elástico que se hacía cada vez más grande dentro de mi boca. Yo ya estaba ansiosa por meterme ese pedazo de carne en lo más profundo e íntimo de mi cuerpo, así que me levanté y le di la espalda girándome en aquel pequeño espacio con cierta dificultad.
Está de más decir que me esforcé por brindarle lo mejor de mí al ponerme de puntitas, parando así mi trasero haciendo que su hombría se clavara en medio de él. Mi antes instructor y ahora amante, trató de librarme de mi ropa deportiva pero estábamos tan incómodos por el limitado espacio que, colmado por la ansiedad, en un ataque de desesperación lo rasgó. Creó así un agujero por donde pretendía introducir y clavarme su dura hombría.
Yo, tan caliente como estaba, ni reproche puse del daño en mi ropa y paré aún más el trasero, como invitándolo a penetrarme, al mismo tiempo que me apoyaba en el muro frente a mí.
Ya esperaba con verdaderas ansias al noble invasor cuando unos ruidos nos pusieron en alerta. Al parecer alguien había entrado a los vestidores y se acercaba al cuartito donde estábamos. Rápido arreglamos nuestras ropas lo mejor que pudimos, apenas a tiempo, pues efectivamente se trataba de la Señora de la limpieza que con sorpresa nos cachó en aquel lugar.
Ya ni dije nada. Salí rápidamente del lugar sin siquiera despedirme ni mucho menos darle mi número.
Dado el agujero en mi ropa me fui directa a los vestidores de las damas, dispuesta a cambiarme.
Una vez vestida salí del gimnasio llena de vergüenza. Aún a metros del gimnasio sentía que mi rostro sonrojado me delataba, me juré no volver a hacer una locura así, y el resto del día lo pasé con amigas.
No obstante no podía más, necesitaba de Roberto, así que terminé por hablarle.»
—Él te dio su número —interrumpí.
—Sí, me lo dio antes de salir de los privados del antro aquella noche —me dijo Jazmín.
«En fin, nos volvimos a encontrar, esta vez nos reunimos en un cuarto de hotel. Debes entender que yo estaba muy nerviosa, nunca había hecho algo así.»
—Te refieres a ponerle los cuernos a tu novio —le pregunté.
«No, me refiero a todo. ¡Claro que nunca le había sido infiel a Álvaro! ¡¿Quién te crees que soy?! Yo lo amaba... es decir, lo amo. Es sólo qué... Bueno, a lo que me refiero es a que nunca me había citado con un hombre en un hotel
(Yo dudé de que aquello fuera cierto, pero la dejé proseguir).
Ya en la habitación, nos desnudamos. Si bien ya lo había visto, yo no pude dejar de admirar el vigoroso cuerpo de Roberto.
Como en la ocasión anterior yo me había engarrotado, Roberto me recomendó hacer una serie de calentamientos previos. No cabe duda, el es todo un caballero, ningún hombre se había molestado en una atención así hacia mí. Muy atento, me lo recomendó y yo seguí su consejo. Después de todo, lo que haríamos era una actividad física como otra cualquiera, así me lo comentó.
Hice una serie de estiramientos y Roberto me ayudó a estirar mis piernas al máximo. Nunca creí que pudiera llegar a ser tan flexible y llegar a tales límites de abrir mis piernas como un compás.
Mientras me ayudaba, pude percibir su agradable aroma, olía riquísimo. Sus manos eran grandes y fuertes, era notable su potencia física cuando me tomaba de la cintura y de mis piernas. Yo ya fantaseaba con la idea de que, con aquellos musculosos brazos, me levantara en vilo elevándome al mismísimo cielo tan sólo para dejarme caer en su dura y maciza virilidad.
Más adelante nos pusimos a gatas y comenzamos otras flexiones y estiramientos.
El calentamiento físico poco a poco se convirtió en un calentamiento sexual. Al poco rato, aún sobre la alfombra de la habitación, yo ya estaba encima de su cabeza, cerrando mis piernas para atenazar entre mis muslos su bello rostro, al mismo tiempo que él me absorbía los jugos que yo expulsaba.
Sus manos pasaron de mis nalgas a mis pechos, los cuales apretó como frutos sensibles.
Así como estábamos, lo comencé a cabalgar como si de un toro mecánico se tratara. Ensamblada sobre su cabeza, lo monté como amazona. Me moví frenética, rozando mi clítoris con su nariz. Procuré que aquel apéndice mi hiciera feliz.
Me inclinaba adelante y atrás, en movimientos que expresaban mi verdadero deseo. Ser penetrada por su ruda carne.
Ya no aguantaba más, lo deseaba, en verdad lo deseaba. Antes de que se atreviera siquiera a tomar un respiro, me dejé llevar por mis instintos de mujer. Mi vagina ya hacía agua al saber de aquel paquete que él se cargaba entre las piernas. Yo no podía más... No sé cómo pero me animé a pedirle, no.… mejor dicho, a exigirle, que me cogiera.
Le pedí, le rogué, casi le supliqué que me lo hiciera.
Por fin me llevó a la ansiada cama. Sus fuertes brazos me transportaron y, para mí, fue como si de un divino sueño se tratara.
Roberto me lanzó a la cama y, al rebotar en ella, tomé conciencia de que esa era la primera vez que yo convocaba a un hombre exclusivamente para que me cogiera y, la verdad, me sentí plena. Me sentía satisfecha de buscar y conseguir mi propio placer sin esperar a que un hombre me lo ofreciera.
Antes de la penetración, gocé de su miembro esponjoso que se hacía cada vez más grande dentro de mi boca. Yo ya estaba ansiosa por meterme ese pedazo de carne en lo más profundo e íntimo de mí, así que me levanté y, tras un breve cachondeo durante el cual aquel fornido y masculino ser me estrujó entre sus fuertes brazos, le di lo mejor de mí.
Está de más decir que me esforcé por brindarle el mejor sexo que le pude ofrecer; un hombre como aquél se lo merecía
(«...un hombre como él, la próxima que lo vea me las pagará, vaya que me las pagará. Pedazo de cabrón», pensé).
Ambos dimos todo en aquellas sábanas que terminaron empapadas de nuestro sudor.
Mientras yo estaba arriba de él, montándolo con todas mis energías, inesperadamente se escuchó un tono melódico. Era el timbre de mi celular que sonaba desde la mesilla cercana, donde lo había dejado. Ambos nos miramos como interrogantes de si debíamos parar o no. Pero yo no estaba dispuesta a hacer una pausa que irrumpiera nuestro bien ganado ritmo, ni mucho menos nuestro coito. Yo seguía bien caliente. Así que, sin desmontarme de él alcancé el aparato y vi que se trataba de Álvaro.
—Guarda silencio —le dije a Roberto y contesté—. Hola amor. ¿Cómo estás? —le dije tiernamente a Álvaro, a través del móvil.
Mientras le mentía sobre dónde estaba, diciéndole que andaba de compras con mis amigas, continué cabalgando a Roberto. Álvaro ni se imaginaba que justo en ese momento montaba a ese hermoso macho quien no me defraudó.
Seguí hablando con mi futuro marido mientras Roberto y yo apresuramos nuestros movimientos pasando de un trote ligero a una cabalgata acelerada. Yo reía mientras trataba de convencer a mi futuro marido de que mi agitación se debía a que estaba corriendo tras de mis amigas en el centro comercial.
Sin cortar la llamada cambiamos de postura. Yo me recosté sobre mi vientre en la cama y le tocó a Roberto el turno de montarme. Fue entonces él el jinete y yo la montura.
El muy cabrón de Roberto comenzó a arremeterme con tal frenesí que me hizo gritar varias veces, por lo que decidí mejor cortar. Le di cualquier pretexto a Álvaro y le colgué. Apagué el aparato para que ya no nos volviera a molestar. Ya me las vería después con él. Eso en aquel momento era lo que menos me importaba.
—Te pasas, ves que estoy hablando y tú dándome bien recio —le dije—. Pero ahora vas a ver.
Me giré y me comí sus labios a besos y, posteriormente, su tranca a sentones.
Lo cabalgué cual vaquera experta queriendo domar a indómita bestia. Violenta y bruscamente. Por primera vez me di cuenta de la energía que me desbordaba».
Tal testimonio me dejó asombrado. Excitado y asombrado, siendo honesto. Quizás, más que por lo narrado, por el hecho en sí de que Jazmín me lo confiaba sin reparo alguno. No sabía lo que la había impulsado a contármelo.
De repente escuché un timbre y vi que provenía del bolso de Jazmín quien sacó su teléfono y contestó.
—¿Bueno...? Ah, sí. Entonces ya estás listo... Perfecto. Sí ya terminamos, ¿okey? Ya, ya partimos... Muy bien entonces allá nos vemos. Bye. —Jazmín dijo y colgó.
Jazmín, tras cortar la llamada, me vio y sonrió.
—Bien, ¿nos vamos? —me dijo.
Yo, que tras oír su historia me había quedado atontado, no entendí. ¿Es que tenía una cita?
Minutos después ya íbamos dentro del auto. Ella había pagado la cuenta pues se había empeñado en ello. Según decía, estaba muy agradecida conmigo por haberle presentado a Roberto así que, además de haberme invitado en el restaurante, me tenía preparada una sorpresa.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
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