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Día de verano

El verano pasado acababa de cumplir dieciocho años. Pasaba las vacaciones con mis padres en una localidad turística de la costa y cada día salía de casa a media mañana para encontrarme en la playa con mis amigos. No volvía hasta el atardecer. Como mi casa estaba algo lejos de la primera línea de costa, acostumbraba a hacer autostop para no tener que andar un buen rato bajo el sol.

Aquella mañana hice lo mismo. Iba vestido con el bañador, una camiseta naranja, playeras y una gorra y llevaba una toalla en la mano. No había esperado ni cinco minutos en la carretera cuando se paró un coche deportivo de color plateado. Un hombre bajó la ventanilla y me hizo una señal con la mano. Me acerqué y me preguntó:

- ¿Vas a la playa, chaval?

Yo asentí y me invitó a subir. En el coche llevaba puesto el aire acondicionado y una música bastante suave. Le miré. Era un tipo de unos treinta años, moreno, con el pelo negro, gafas de sol y una barba de un par de días, y llevaba unos vaqueros y una camisa azul oscuro. Se le veía una buena musculatura, aunque sin llegar a ser un atleta. Me sonrió antes de presentarse:

- Me llamo Carlos. ¿Y tú?

- Alex, respondí.

- ¿Te importa que pase un momento por mi casa? Luego te llevo.

- No, claro.

El viaje duró pocos minutos y estuvimos charlando de temas intrascendentes: el calor, las vacaciones... De cuando en cuando y con ocasión del cambio de marchas la mano de Carlos rozaba levemente mi muslo. El tipo me inspiraba confianza y yo me sentía a gusto. Incluso esperaba la próxima ocasión con un pequeño cosquilleo de curiosidad.

La casa de Carlos quedaba algo aislada y parecía tener un jardín alrededor. Carlos metió el coche en el parking.

- Entra un momento, no te vas a quedar aquí encerrado.

Bajé y entré en la casa detrás de mi anfitrión. Visto de cuerpo entero Carlos era un tío atractivo y tenía un buen físico. Aunque nunca había hecho nada con un hombre (sólo los juegos habituales con compañeros de mi edad) me sorprendí a mí mismo por un instante imaginándome algo con él, no sabía exactamente qué.

Pareció que Carlos me había adivinado el pensamiento porque se giró hacia mí con la mejor de sus sonrisas y me apretó la mano para decirme:

- Pasa, como si fuera tu casa. ¿Quieres una CocaCola?

- Vale, si no es molestia...

El salón estaba a la sombra pero el ambiente era bastante caluroso. Carlos se fue a la habitación de al lado que supuse sería la cocina y yo me quedé mirando por el ventanal que daba al jardín. Se veía césped y una piscina. Ni me di cuenta cuando Carlos volvió con la CocaCola y se acercó a mí por detras, rozándome. Estaba muy cerca de mi nuca cuando me habló:

- Ahí tienes. ¿Te gusta el jardín?

Me di la vuelta algo sobresaltado. Pero la mirada de Carlos me tranquilizó enseguida.

- Sí, claro. Tienes una casa estupenda.

- ¿Quieres quedarte un rato y pruebas la piscina?

- He quedado con mis amigos, pero...

En realidad me apetecía quedarme. Los días en la playa no eran demasiado variados y aquella era una ocasión de probar alguna novedad.

- Bueno, sólo un rato.

- Ven a mi cuarto y dejas la ropa.

Pasamos a la habitación. Tenía una cama muy ancha y otro ventanal que daba al jardín. Carlos se descalzó y se desabrochó la camisa. Yo me quedé mirándolo. Tenía un poco de vello en el pecho y unos pectorales bien formados.

- ¿Te ayudo?

Yo negué con la cabeza, pero Carlos ya se había acercado a mí y me había pasado las manos por debajo de mi camiseta, como para quitármela. Cuando la subió hacia arriba, se detuvo un momento en mis pezones y me los acarició. Yo me eché a reír para disimular mi agitación.

- ¿Tienes cosquillas?

Acabó de sacarme la camiseta. Nuestros cuerpos estaban muy próximos y sus manos viriles se paseaban suavemente por mis costados. Me gustaba sentir aquellas caricias. Nuestras caras también se aproximaron. De pronto Carlos me atrajo con fuerza y sin decir nada puso sus labios sobre los míos. No pensé en resistirme y los entreabrí. La lengua de Carlos se introdujo entre ellos y encontró la mía. Durante un par de minutos nos estuvimos besando apasionadamente mientras nuestros pechos se tocaban. Acaricié sus pezones. Estaban duros.

- Desnúdate.

Vacilé un momento pero en seguida obedecí. Me bajé el bañador hasta los pies. Cuando levanté la vista, Carlos había mezclado a su sonrisa una intensa expresión de deseo. Se soltó el cinturón de los vaqueros y los dejó caer. Llevaba un slip negro muy pequeño y el paquete le abultaba visiblemente. Mi polla se puso dura enseguida.

- Ven aquí.

No lo había hecho nunca, pero adiviné lo que quería. Me arrodillé ante él y acerqué mi cara hacia su slip. Aspiré la mezcla de olor de algodón y aroma de sexo masculino. Humedecí con mis labios el bulto cada vez más crecido. A través del fino tejido sentía el calor de su miembro. Carlos puso una mano en mi nuca y me mantuvo apretado contra su sexo. Empecé a pasar la lengua por la verga todavía oculta. Me sorprendí a mí mismo pidiéndole:

- Dámela.

- Toma, muchacho. Mámala.

Carlos se despojó del slip y su polla, completamente dura, se paseó por mi cara. Era la primera polla de hombre que saboreaba: quise sentirla en mis ojos, mi nariz, mis mejillas... El capullo redondeado, rojo y suave era delicioso. Y caliente. En seguida se posó en mis labios y pude lamerlo con fruición. Abrí mi boca y lo engullí, poco a poco, mientras con una mano le palpaba los cojones. Recorrí con mi lengua toda la zona que rodeaba el glande y paladeé su sabor fuerte y masculino. Carlos gemía de placer. Me dijo:

- Menéatela.

Con mi mano libre empecé a pajearme, muy lentamente. No quería distraerme de las sensaciones que estaba experimentando en mi boca. Me costaba tragarla hasta lo más hondo y de cuando en cuando la sacaba para respirar y para admirarla, húmeda y brillante por mi saliva. Vi en la punta una gota transparente y me apresuré a bebérmela. Pero quería más. En aquellos momentos sólo deseaba que Carlos se corriera y me inundara de semen. Temblaba imaginándome su leche sobre mi lengua.

Pero Carlos tenía otros planes.

- Todavía no, Alex. Levántate.

Le obedecí, algo desilusionado.

- Túmbate en la cama.

Así lo hice. Carlos se arrodilló también en la cama, enfrente de mí y levantó mis piernas poniendo mi ano al descubierto.

- Tienes un culo bonito, ¿sabes?

Se humedeció un dedo con saliva y recorrió lentamente con él el perímetro de mi agujero. Me asusté un poco y lo contraje. Carlos lo notó.

- ¿Algún hombre te la ha metido?

Lo negué, algo avergonzado. Él sonrió y me habló con dulzura:

- Bien, Alex, ésta va a ser tu primera vez. Voy a darte por el culo. A meterte mi polla por ahí, bien adentro. Te gustará. Pero has de estar tranquilo y relajado.

Tomó una cajita de la mesilla de noche y se untó el dedo con crema. Volvió a pasar el dedo por mi ano, con suavidad pero con insistencia. Primero me sobresaltó el frescor de la crema. Luego me fui abandonando al gusto que me producían las caricias del dedo de Carlos. Cuando él vio que empezaba a ceder desplazó su dedo hacia el centro y presionó. El dedo se introdujo de golpe y yo sentí una sensación nueva y placentera. Mi polla volvió a endurecerse mientras Carlos seguía masajeando mi orificio anal. Unos instantes después extrajo el dedo y se lo limpió. Sentí que mi culo se abría solo, que deseaba ser follado. Le imploré:

- Dame por el culo. Fóllame.

Carlos me hizo poner a cuatro patas y me separó las nalgas con sus fuertes manos. Gocé de estar así, ofreciendo mi ano a un hombre como aquél. Aunque no lo veía, pronto sentí el roce de su capullo contra mi agujero. Empujó.

- No te cierres. Tranquilízate y abre el culo.

Enseguida noté que la presión se acentuaba. Carlos me sujetaba fuertemente por las caderas. De pronto sentí un impulso de dolor y noté que algo había entrado.

- No te muevas.

- ¿Ya está?

- No, sólo es la punta.

Y por primera vez, tomó con una mano mi polla que se había bajado con el susto y empezó a pajearme mientras su capullo iba introduciéndose cada vez más en mí. Pronto olvidé mis temores y me abandoné a un mundo de nuevas sensaciones.

- ¿Ves? Ya la tienes toda dentro.

No podía creerlo. Llevé la mano hacia atrás y lo comprobé. El vello púbico de Carlos me rozaba las nalgas. Me dio la vuelta y quedé tumbado boca arriba. Ahora podía ver la expresión de placer en el rostro de Carlos mientras seguía bombeando en mi trasero. Sentía cómo todo mi cuerpo se abría para recibirlo. Me concentré en sentir cómo la verga resbalaba rítmicamente por mi interior, entrando y saliendo con energía.

De pronto oí un ruido. Un portazo y una voz alegre:

- ¡Hola, Carlos! Soy yo.

Me sobresalté y volví de golpe a la realidad. Carlos no se inmutó.

- Es Pablo, mi compañero.

Se abrió la puerta del dormitorio y entró Pablo. Era algo más joven que Carlos, con el pelo más largo y rubio tostado, ojos azules y barba. Llevaba unos shorts ajustados y una camiseta roja. Soltó una carcajada.

- ¡Muy bien, Carlos! ¡Vaya sorpresa! Pero no os molestéis por mí.

- Es Alex, un chico muy simpático. Seguro que seréis amigos.

Carlos no había sacado la polla de mi culo; simplemente había ralentizado el ritmo de la follada. Pablo se acercó a nosotros y besó a Carlos en la boca, sin dejar de mirarme. Luego se inclinó y me besó sensualmente, mientras me acariciaba el pecho.

- ¿Tiene un buen culo?

- Míralo.

Entonces Carlos extrajo su verga de mi ano. Estaba gruesa, reluciente y goteaba abundantemente por la punta. Pablo se agachó a mirar y introdujo dos dedos. Cuando los sacó, se los pasó por los labios.

- Me gusta. ¿Luego me lo prestas?

- Jugaremos los tres, ¿vale?

Me dio tanto morbo que estaba a punto de correrme. Pablo se quitó los shorts, subió a la cama y se arrodilló con las piernas abiertas, sobre mi cara. Su trasero, punteado de un finísimo vello rubio, quedó a unos milímetros de mi nariz y mis labios. Mi calentura subió aún más al aspirar todo el aroma de su zona anal. Carlos volvió a encularme, mientras los dos amigos, uno frente al otro, se morreaban con pasión. Minutos después nuestra excitación llegó a su momento cumbre. La polla de Carlos abandonó mi culo y se situó ante mí. Vi cómo empezaba a soltar un chorro de semen sobre mi cara y sobre mi pecho. Los impactos calientes de la leche sobre mi piel fueron irresistibles, y empecé jadear y a correrme con fuerza, salpicando a los dos amigos con una corrida interminable.

- Necesitamos un baño en la piscina, ¿no os parece?

- ¿Te quedas a comer con nosotros, Alex? Luego nos divertiremos juntos un rato.

- ¡De acuerdo!

Y el resto es otra historia.

(Continuará)

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