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Después de la película

La película había concluido y los títulos de crédito avanzaban rápidamente de abajo hacia arriba. Apagaste la televisión con el mando a distancia y lo apartaste a un lado del sofá. Tus mejillas aun estaban húmedas por el final triste y cruel de los amantes. Besé tus párpados y los pómulos secando tus lágrimas con mis labios. Habíamos permanecido juntos y tomados de la mano durante toda la película, conmocionados y tristes por los acontecimientos que se sucedían. La habitación se encontraba en penumbra aunque no tan oscura como para impedir que nos viésemos claramente.



Me recosté sobre ti y puse mi cabeza sobre tus muslos desnudos apenas tapados por la tela de la falda que se había subido al sentarte. Sonreíste y comenzaste a acariciar mi cabeza muy tiernamente. Moví el rostro para que fuesen mis mejillas las que entrasen en contacto con tu piel, tu mano seguía con su caricia sobre mi cara y ambos nos sentíamos en perfecta armonía, respirando acompasados. Tus dedos recorrían mis labios que intentaban atraparlos con cariño. Estábamos emocionados, sentías mi respiración y colocaste tu mano sobre mi corazón para comprobar cuan rápido latía. Me incorporé un instante y te miré directamente a los ojos, te abracé tierno procurando pegar mi cara contra la tuya tan preciosa. Besé tu mejilla tanto como me gusta hacerlo y susurré un te amo en tu orejita procurando que el contacto de mi boca con ella te hiciese dulces cosquillitas. Volví a poner mi cara sobre tus muslos pero esta vez eran mis labios los que tocaban tu piel, los besaba y percibí como tus caricias se volvían más intensas. Te besaba con pasión, con infinito amor pero sin inocencia deseando estimularte vivamente. "Eres tan hermosa, amor", te iba diciendo, "y hueles tan rico, muy, muy rico". Mis besos sobre tus muslos se transformaban en húmedos cuando la punta de mi lengua salía a saborearte muy dulcemente. Desde la rodilla tan sensibles y hermosas, a lo largo de tu pierna, por la cara interna del muslo hasta llegar a la ingle. Yo mismo me había encargado de subir más tu falda. Con la mano acariciaba una de tus rodillas al tiempo que mi rostro permanecía por tu ingle cálida. Separaste un poquito las piernas para procurarme mejor acceso. Me dediqué a acariciarte con la mano y con la lengua y tú te sentías relajada y excitada a la vez. Te miré un instante para decirte de nuevo: "Que linda eres amor, te amo mucho, mucho, mucho, mucho".



Me excitaba mucho percibir tu aroma tan elegante, fresco y sutil, ese aroma que surgía de ti cada vez que te expresaba mi amor y admiración de esa forma.



Te agachaste para besarme con tus jugosos labios entreabiertos, lamiste con la lengua los míos, el paladar y mi propia lengua. Mi mano acariciaba por encima del tu tanga blanco y notaba la amorosa presión de tus redondos y magníficos muslos, ahora cerrados, contra ella. Regresé con mi cara hacia tus piernas tan perfectas y seductoras, lamí la piel suave y morena y la mordí pícaramente a cada centímetro. Ascendí con mi boca en ese juego e introduje mi mano derecha entre el sofá y tus nalgas lindísimas para poder acariciarlas con mis deditos. Te encontrabas muy agitada, disfrutando de mis manos, de mi boca que tanto te acariciaba; sabía tocar tus puntos más sensibles porque tu misma me enseñabas con tu respiración, con tus gestos.



Giraste un poco el cuerpo para poner cada uno de tus muslos a los lados de mi cara, los acaricié por encima con las yemas de mis dedos, un pequeño contacto sutil de piel contra piel y sin embargo muy excitante. Me alcanzaba tu exquisito aroma que me incitaba a posar dulcemente mi naricita contra tu centro, sobre la tela blanca y a acariciarte con ella. Colé los dedos por el borde superior del elástico muy lentamente, procurando acariciar sensualmente tu vientre. Tiré hacia abajo de la prenda, despacio, descubriendo poco a poco, incorporaste tu cuerpo con un movimiento muy sensual para facilitarme la tarea. Al quitártelo lo acerqué hacia mi nariz y aspiré profundamente para embriagarme con tu fino y excitante perfume. Sentí la humedad de la tela. Nuestros movimientos eran muy lentos pero con una intención atroz de seducirnos y excitarnos al máximo el uno al otro, jugábamos con la mirada y con las palabras.



Me incliné hacia tu pubis cubierto de vello, salpicado de minúsculas gotitas brillantes, lo besé repetidas veces, lo lamí y lo humedecí más con mi propia lengua; bebí de ti insaciable y movía la puntita que asomaba entre mis labios para hacerte estremecer. Siempre he adorado escuchar los hermosos y encantadores sonidos que emite tu garganta y moverme a su ritmo y al de tu respiración. Mi boca no perdía el contacto con tu sexo delicioso ni con la parte más cercana de los muslos cálidos. Comenzabas a irte sin que yo dejase de besar y lamer, intentando acrecentar tu placer con cada una de mis acciones enamoradas. Pasaba la lengua, más veloz ahora, sobre la cabecita rosada y entre tus labios abiertos para introducirme en ellos y volver a salir. Juntaste los muslos fuertemente y sujetaste mi cabeza con tus manos. Seguí recorriéndote y dándote cariño, mucho, mucho tiempo, generándote más y más placer en tu largo orgasmo, formado por otros más chiquitos pero intensos.



Más tarde bebí el jugo delicioso que humedecía el vello negro y tus muslos, lo degusté como el almíbar más rico y dulzón. Bañé mis dedos finos en ti y sin tu permiso los introduje en tu sexo maravilloso abierto para mí como una hermosa y única flor. Inicié un movimiento suave y sedoso que estimulaba la parte anterior de tu sexo precioso; tornabas a recordar las sensaciones pasadas aun no desaparecidas.



Agitabas tu cadera con satisfacción, en un momento la echaste un poco más hacia delante, movimiento que aproveché para introducir el dedo medio de la otra mano entre tus nalgas. Lo había humedecido previamente y lo hice con todo el cuidado y mimo que conoces. Sincronicé los dedos que habitaban tu sexo y el que visitaba el otro orificio chiquito para comenzar a moverlos con inmensa sensualidad. Mi boca regresó a donde tan a gusto antes había estado. Te volví a chupar elegantemente, sin cesar de manejar mis dedos en ti; tenías los ojos cerrados y mantenías el movimiento menudo de tu cadera. Te trataba con infinito cariño y amor pero portándome mal, si acaso se puede llamar así a la enorme pasión y excitación que me provocas. De nuevo te sentía completamente ajena a todo lo que no fueras tú y te dejabas ir plácidamente. Tu placer se propagaba en oleadas desde tu sexo hacia todos los rincones de tu cuerpo y de tu cerebro.



A tu vuelta me tenías allí para ti, me besaste como si no lo hubieses hecho en años y te abracé con igual emoción, apenas podías hablar. Los dos sentimos, como siempre, un indescriptible amor y acerté a decirte, "Je T´aime plus, plus, plus...", muy cerca de una de tus orejitas bellas sin poder evitar humedecerla en su interior discretamente. Me fascina el color verde subido de tus excepcionales ojos, su brillo de pasión y alegría y también de llanto. En ese momento, y en cualquier otro junto a ti me siento el hombre más enamorado.



Desabotoné tu blusa sin dejar de besar esos fabulosos labios y enseguida tú desabrochaste el brassier para ofrecerme tus morenos y preciosos pechos que tanto me gustan. Sonreíste con esa carita traviesa que sólo tú sabes poner, arrugando un poquito la nariz y haciéndome querer morir de amor por ti. Con gran ternura besé tu cuello y tus hombros redonditos para lamer después con enorme delicadeza tus grandes y lindísimos senos, tan hermosa mi pequeña, la chica más bella del mundo. Introduje con delicadeza uno de tus pezones erguidos en mi boca, lo saboreaba como si fuese una exquisita golosina que hay que saborear muy lentamente, lo sentía excitado y disfrutaba teniéndolo en mi boca bajo la presión cambiante y enervante de mis labios y mi lengua juguetona. Actuaba con lujuria y deseo aplicando en ti todos mis sentidos. Apoyaste tu mano derecha sobre mi pantalón, me tocaste el pecho, la cara, me deseabas ávida para ti, sin saber si abrazarme fuerte, besarme o reír; optaste por desabrochar mi cinturón, yo no acariciarte con la lengua por las aureolas tan lindas, por entre tus pechos, por tu cuello, barbilla y labios.



Bajaste después la cremallera de mi pantalón e introdujiste tu mano para apretar y acariciar suavemente mi pene, lo sacaste y lo rodeaste con tu mano. Estaba totalmente erecto, esperando por ti. Abriste del todo el pantalón y me acariciaste muy despacio con las uñas, me arañabas con cuidado y pasaste de nuevo a tomar mi sexo afeitado con tu mano. No dejábamos de besarnos una y otra vez. Me excitas, amor, me encantas, me seduces, me fascinas. [...]


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