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Categoría: Maduras

Despertar sexual

Como ya dije en mi anterior relato escribiría un relato sobre cierta mujer, Ana, persona que marcó profundamente mi vida y ha estado presente en cualquier relación sexual posterior que he tenido.



 



Hablar de nuestra relación como un encuentro entre la potencia viril de la juventud y la experiencia femenina de la madurez sería tan cierto como hablar de ella como una relación aprendiz maestra. A Ana debo agradecer muchas de las cosas que conozco para tratar con el sexo opuesto así como ciertos trucos-habilidades para conseguir mis conquistas futuras. Yo en cambio fui para ella un diamante en bruto que limar y pulir, un trabajo en el que ella supo disfrutar y que luego no quiso ni exhibir ni apropiarse para ella sola. Esta es la historia que marcó el ecuador de mi vida sexual, el antes y el después.



 



El día que conocí a Ana, mi Anita, yo tenía 20 años (aunque idiota de mí yo le dije que tenía 21 ya que me faltaba poco para cumplirlos y parecía más mayor), ella debía tener 32 años recién cumplidos. Ahora que pienso en tal diferencia de edad, 11 años, me sigue pareciendo una exageración, pero cuando comparo cualquiera de mis amigas actuales de esa misma edad no me parecen tan mayores ni tan maduras como en aquel momento me pareció Ana.



 



Durante el invierno de aquel año había sufrido un accidente de motocicleta que acabó con mi vida deportiva y me obligó a sufrir, además de intensos dolores, meses de rehabilitación en una clínica privada para volver a mover el brazo. No voy a entrar en detalles sobre los ejercicios que realizaba ya que nada más pensar en ellos y recordarlos me empieza a doler el alma de nuevo. Solo diré que tras una sesión de infrarrojos y un doloroso masaje manual pasaba una larga estancia, de una o dos horas, en una sala de ejercicios para luego acabar con otra sesión de masajes nada agradable por supuesto. Fue durante mis sesiones de ejercicios de rehabilitación donde conocí a aquella atractiva mujer con la que acabaría desarrollando una íntima relación.



 



Cuando entré en la sala por primera vez enseguida me fijé en Ana. Había dos motivos para ello: primero, era la única persona que bajaba de los sesenta años, y segundo, era una auténtica belleza como mujer. Alta, delgada, morena, de pelo largo ensortijado, con unas largas piernas que gustaba siempre de mostrar cuando lucía falda, sus pechos no eran ni abundantes ni carentes y su piel era blanca y fina (luego comprobaría que también muy suave al tacto). El motivo de que estuviera allí conmigo padeciendo en esa sala era debido a unos problemas cervicales que habían hecho que tuviera pedir una baja continuada en el trabajo.



 



Sentado en una silla de ejercicios siempre solía hablar con las otras personas que hacían el mismo aparato, por lo que siempre que podía trataba de sentarme a su lado para poder charlar con ella. Cada mañana intercambiábamos pareceres y sobre todo nos reíamos con las bromas y tonterías que decía el otro ajenos al resto del mundo y al dolor que padecíamos. Poco a poco fuimos intimando y haciéndonos pequeñas confesiones que nos hacían cómplices ante el resto de desconocidos que nos rodeaba cada día.



 



Siempre pensé en ella como una mujer atractiva, inteligente, que había triunfado en el aspecto laboral (era directora de una sucursal de banco a su corta edad) pero que por la diferencia de edad estaba bastante lejos de mis posibilidades. Además no creía que ella se fijaría en un pipiolo imberbe estudiante de universidad que la hacía reír pero que no pertenecía ni entraría nunca en su círculo de amistades.



 



Un día comenzamos a hablar sobre cachivaches electrónicos y ella me comentó que tenía problemas con la imagen de su video. Yo le apunté que seguramente se trataría de los cabezales, que estarían sucios, y me ofrecí a arreglárselo si ella quería. Ella me dijo que al día siguiente si tenía tiempo podía pasarme por su casa para echarle un vistazo. Así que acordamos que a la mañana siguiente cuando termináramos la sesión de rehabilitación la acompañaría a casa para tratar de arreglarlo.



 



Nunca creí que las cosas acabarían como lo hicieron cuando traspasé el umbral de su casa al día siguiente. Yo había llevado mis propias herramientas y enseguida le metí mano al video para tratar de acabar cuanto antes y poder salir zumbando hacia la universidad ya que tenía clases a las que asistir. Ana me dijo que mientras yo me ponía a trabajar con el video ella se daría una ducha para refrescarse tras la dura sesión de trabajo físico que habíamos tenido por la mañana.



 



Totalmente absorto en mi trabajo no me percaté cuando Ana salió de la ducha y volvió al salón donde me encontraba. El olor a manzana de su champú y el frescor del agua que despedía su albornoz hizo que levantara la cabeza y me quedara petrificado cuando la vi junto a mí. El pelo mojado le caía sobre los hombros haciéndole tirabuzones que enmarcaban su fino rostro. Su albornoz blanco ocultaba la desnudez de su cuerpo que yo no tardé en imaginar, y que estaba deseando descubrir. La raja del mismo dejaba entrever sus largas piernas y cuando dio un paso más avanzando hacía mí se entreabrió más, llegando a mostrar gran parte su muslo. Si agachaba un poco más la cabeza estaba seguro de que podría ver más allá de la negrura de su entrepierna.



 



¿Ves algo que no te gusta? – dijo ella muy seria. Salvo balbucear, poner cara de sorpresa y quedarme totalmente absorto mirándola no pude hacer ni decir nada más. – Del video digo.



Ya casi he terminado. – pude decir al final tragando saliva para poder hablar.



Bien, cuando termines avísame. Estaré en la cocina preparándome un café. ¿Quieres tomar algo? – me preguntó.



Sí, gracias. ¿Tienes refrescos? Sí, pues ponme una coca por favor. – sentencié.



 



Cuando cerré la tapa del video dejándolo bien arreglado dirigí mis pasos hacia la cocina donde encontré a Ana aun vestida solamente con el albornoz cerrando un bote de café. Durante el tiempo que yo había tardado en terminar la reparación ella había aprovechado para secarse el pelo. Su visión seguía volviéndome loco y haciendo que mi cabeza se mareara por el vértigo de la situación. Conversamos durante un rato mientras apurábamos nuestras bebidas y debido a la hora que era anuncié que debía marcharme. Ana me acompañó hasta la puerta agradeciéndome la visita y cuando llegamos a la puerta me miró a los ojos y exclamó:



 



No tienes porque irte aún… – Yo no entendía su aseveración. Ana suspiró profundamente y masculló de nuevo – Ya que tú no te decides…



 



Y con un "ven, acompáñame" me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio a través de un pasillo que se me hizo eterno.



 



Hizo que me sentara al borde de su cama sobre el edredón blanco que la cubría. Ella lentamente se fue despojando del albornoz y dejándolo caer al suelo, mostrándose totalmente desnuda ante mí. Yo la miré de arriba a abajo descubriendo lo bien cuidada que estaba su anatomía tanto física como estéticamente, ya que incluso su bello púbico estaba perfectamente recortado formando un pequeño triángulo invertido en su bajo vientre. Poniendo sus manos sobre mis hombros hizo que me tumbara sobre la cama y ella se dejo caer su cuerpo desnudo sobre mí para luego comenzar a besarme dulcemente en los labios.



 



Mientras nuestras lenguas se movían rítmicamente en nuestras bocas mis manos buscaron su duro trasero recorriendo su espalda con caricias y masajes. Ella se movía pausadamente sobre mí, restregando su cuerpo y disfrutando del contacto con mi cuerpo. Luego con delicadeza desabrochó mi camisa y me la sacó arrojándola al suelo. Luego fue bajando por mi barriga hasta que consiguió desabrochar mi cinturón y me sacó los pantalones. Su boca comenzó a succionar mis boxers haciendo que la forma de mi aparato enseguida se quedare marcada sobre ellos debido a la gran erección que tenía. Con una mano rebusco en el interior de los boxers y sacando mi herramienta con cuidado la besó en su extremo. Luego su lengua comenzó a recorrerla lentamente de un lado a otro haciendo que yo tuviera que agarrar fuertemente las sábanas para no gritar de placer. Nunca había sentido una cosa igual, esta mujer sabía lo que se hacía. Siempre muy despacio mi polla desapareció entera en su boca y sin moverse cabeza siguió moviendo su lengua haciendo que todo mi cuerpo se convulsionara y se pusiera en tensión. Al instante tuve que decirle que parara sino no duraría nada, ella me contestó "que debía controlarme y disfrutar del momento" y a duras penas lo conseguí mientras ella seguía con su trabajo oral.



 



Al final tuve que hacer que se volteara y se tumbara sobre la cama. Continué besándola mientras mis manos comenzaron a bajar desde su cuello a su magnífico pecho. Sus tetas respondieron a mis masajes poniéndose duras y sus pequeños pezones enseguida estaban erectos pudiendo jugar con ellos y pellizcándolos a mi antojo. Luego continué bajando por su vientre y acaricié la pequeña alfombra peluda de su entrepierna. La suavidad de su piel y de su pelo era increíble. A la vez que mis lengua rozaba levemente sus puntiagudos pezones mi mano acariciaba su entrepierna buscando el calor de su fuero interno. Mi dedo corazón buscaba el pequeño botón de su clítoris para pulsarlo y moverlo rítmicamente al compás de los lametones que procuraba a sus pechos. Cuando la humedad de su conejo se hizo patente introduje levemente el dedo en su vagina haciendo que un suspiro saliera de su boca a la vez que la penetraba. Moviéndolo de forma circular a la vez que entraba y salía de ella mis "artes digitales" consiguieron arrancar de Ana un gemido tras otro. Cuando lo consideré oportuno aceleré el ritmo consiguiendo que su respiración entrecortada se acelerara y unos instantes después su orgasmo le provocara un pequeño grito de placer cuando se corría en mi mano.



 



Ana se tomó su tiempo para recomponerse y tuvo un comentario "¡qué impulsivo!" que me dejó dubitativo. Luego sacando sus propios preservativos de la mesilla de noche me colocó uno y lentamente se colocó sobre mí para pasar a introducirse despacio mi verga en su caliente sexo. Su anterior felación y el sentir la calidez de su húmeda y estrecha cueva hizo que mi pene estuviera a punto de explotar. Cogiendo mis manos con las uyas las llevó a sus pechos para que los acariciara mientras ella comenzaba a moverse lentamente arriba y abajo. Ana movía su cadera de un lado a otro a la vez que su cuerpo procurando que su clítoris se frotara con mi vientre y consiguiendo que su placer fuera mucho mayor. Luego cogió mi mano y la llevó a su entrepierna para que fuera yo mismo el que lo tocara y le proporcionara un placer indescriptible. Cuando mi dedo estuvo lo suficiente mojado con sus olorosos fluidos se lo llevó a la boca y comenzó a chuparlo como momentos antes había hecho con mi polla. Nunca había sentido nada igual cuando te lamen los dedos de una mano, una nueva sensación que unir al catálogo.



 



Inclinándose sobre mí sus pechos tocaron los míos y sin darme cuenta comenzó a lamer mis pezones haciendo que se pusieran casi tan duros como los de ella. Sin dejar de moverse volvió a coger mi mano chorreante de su saliva y la llevó hacía atrás, colocándola a la entrada de su lindo culito. Con férrea determinación y sabios movimientos condujo uno de mis dedos hacia el ojo de su ano, haciendo que lo acariciara levemente y con pequeños roces circularas fuera este mismo el que se abriera a mí. Entonces con mucho cuidado ella misma fue guiándolo a su interior y cuando lo introdujo completamente lo liberó para que fuera yo mismo el encargado moverlo hacia dentro y hacia fuera. Los trabajos manuales de esta doble penetración hicieron que los músculos de su vagina se pusieran en tensión y mi polla sufriera tal opresión que enseguida noté como en pocos segundos iba a comenzar a correrme. Sin dudarlo mis movimientos se hicieron más rápidos buscando que ella alcanzara un segundo orgasmo antes de que yo me corriera. Agarrando sus posaderas con fuerza comenzamos a movernos rápidamente hasta que ambos a la vez alcanzamos el orgasmo a la vez gritando como nunca lo había hecho yo antes. Descargué toda mi leche en su interior como si un río se desbordara e incluso podía notar mis propias pulsaciones en mi verga con cada latido.



 



Extenuado me deslice por debajo de ella para descansar sobre la cama. Ana me miraba como cara de estar preguntándose algo por un lado y con sonrisa maliciosa por otro.



 



Eres como una moto sin control. – comenzó ella a hablar – Tienes mucha potencia pero has de saber dirigirla mejor. No te digo que no me haya gustado, no te asustes. Pero creo que tienes muchas posibilidades en convertirte en un gran amante si tienes a alguien que te enseñe bien.



 



Yo la miré extrañado, tratando de aceptar lo que me había dicho y procesando la información.



 



¿Sabes? Creo que tienes razón. – le contesté - ¿Y por qué no lo haces tú?



 



Ella sonrió y me miró preguntándome:



 



¿Estas seguro? – yo asentí dando mi conformidad. – Bien. Lo primero que has de saber es que las mujeres somos totalmente distintas a vosotros, no buscamos el orgasmo rápido y sobre todo no nos centramos tanto en nuestros órganos sexuales como lo hacéis los hombres. Aunque cada mujer es un mundo todas coincidimos en que nuestro cuerpo es un templo y si sabes tocarlo adecuadamente puedes hacer que tenga el mejor orgasmo de su vida y que no quiera perderte de su lado por siempre jamás.



 



Yo escuchaba tranquilamente todo lo que Ana decía.



 



Sobre todo – continuó – estate atento a las señales. Su respiración, sus movimientos, como se estremece y cuando lo identifiques aprovéchalo; pero no te aceleres, hazlo todo despacio llévala poco a poco al límite y cuando lo hayas conseguido, para y vuelve a empezar. Solo así harás que se sienta tan bien como si fuera otra mujer la que la estuviera amando. Los hombres tardáis poco en correros, pero una mujer puede hacerlo varias veces y durar y durar en la cama mientras vosotros ya estáis derrotados. Nunca dejes a una mujer insatisfecha, procura pensar primero en su placer y luego en el tuyo. ¿Entendido?



Sí. – contesté



Entonces ¿quieres hacer una prueba tú mismo? – me preguntó.



Espero hacerlo bien. – dije sonriendo.



 



Ana se tumbó a lo largo en la cama y cerrando los ojos me dejó hacer. Estuve un tiempo pensando que hacer y luego me lancé al trabajo para superar esta "prueba".



 



Comenzando por su frente las yemas de dos de mis dedos recorrieron su fino rostro acariciándolo suavemente. Rozaba sus párpados, sus mejillas y sus labios procurando que no me mordiera cuando así lo intentaba. Luego descendí por su cuello y em entretuve en bordear sus pechos sin llegar a tocarlos. Haciendo movimientos en el espiral acariciaba sus senos sin llegar a tocar sus pezones, los cuales se pusieron tan duros como antes. Seguí jugando a esquivarlos hasta que los roce levemente para luego volver a olvidarme de ellos y continuar bajando por su vientre. Había sentido como sus tetas se endurecían al máximo y como su respiración se estaba entrecortando levemente cuando alcanzaba a rozar sus pezones ¡estaba haciéndolo bien! Jugué con su ombligo y acaricié su barriguita provocándole cosquillas, recorrí sus muslos por encima y por el exterior para acabar haciendo dibujos sobre su corto felpudo como esperando a que me abriera la puerta para descubrir sus más íntimos secretos. Ana respondió a mis caricias separando ligeramente sus piernas, oportunidad que aproveche para moverme por la cara interior de sus muslos. Podía notar el calor que desprendía su sexo, el olor de sus fluidos inundaba mi olfato, estaba receptiva y deseosa de que la tocara allí donde quería. Pero no lo hice.



 



Retiré mi mano rápidamente y le di un beso en la frente. Ella suspiró, se mordió los labios y se contuvo de abrir los ojos de nuevo. Por mi parte continué besándola por todo el rostro siguiendo el mismo camino que antes habían recorrido mis dedos. Dulcemente mordí sus mejillas, besé la comisura de sus labios y lamí levemente con la punta de mi lengua su nariz y de nuevo sus labios. Me entretuve saboreando su cuello y jugueteando con los lóbulos de sus oídos. Ana ya no ocultaba su estremecimiento y sus labios dejaban escapar de vez en cuando algún que otro gemido. Sus pechos recibieron el mismo tratamiento, esquivando que mis labios rozaran sus pezones, aunque ella trataba de moverse para que así lo hiciera. Cuando mi lengua alcanzó la aureola de uno de ellos se puso duro al instante, pero solo le dediqué un fugaz beso para luego volver a olvidarme de ellos. Lentamente mi cabeza fue bajando por su estómago y su ombligo, camino de su pubis. Sus muslos se llenaron de besos enseguida y esta vez tardó menos tiempo en volver a abrir sus piernas que me pedían a gritos que no me volviera a olvidar de ellos otra vez.



 



Cuando mi cabeza se introdujo en su entrepierna recibió una bofetada de olor, calor y humedad de un sabroso coñito que esperaba ansioso los juegos de mi lengua. Besé el interior de sus muslos y froté mi barbilla contra su triángulo de pelo para luego ir poco a poco recorriendo con la punta de mi lengua cada uno de los pliegues de carne que su vulva ponía delante de mis ojos. Ana respondía con breves movimientos electrizantes a mis juegos amatorios. Mi saliva se entremezclaba con sus fluidos inundando mi boca, y cuando rozaba su pequeño clítoris más y más jugos calientes se unían a los anteriores. Ana ya no escondía que estaba disfrutando como una loca y se relamía mientras tocaba el pelo de mi cabeza haciendo que no pudiera levantarla de su posición actual. Mi boca absorbió todo lo que pudo antes de que mi lengua empezara a penetrarla levemente como si fuera un órgano viril. Ella aceptó de buena gana este "cambio" y movió sus caderas al mismo ritmo que mi lengua entraba y salía de su vagina. Cuando creí que iba a correrse, paré en seco. Su coñito pulsaba de furor, su cuerpo se movía solo y su respiración era confusa. Sólo cuando un "sigue, por favor" salió de su boca continué lamiendo lentamente, sin prisas, centrándome en su jugoso clítoris. Poco a poco sus gritos inundaron la habitación y por mucho que me pedía que siguiera mi ritmo no aceleró en absoluto. Estoy seguro que el orgasmo que tuvo lo escucharon todos sus vecinos dado el grito que pegó cuando se corrió como una loca. Los temblores siguieron durante un rato mientras seguía gimiendo y se retorcía de placer como una gata juguetona.



 



Joder, aprendes rápido. – dijo cuando pudo recuperar el aliento y la palabra.



 



Yo simplemente sonreí y la besé apasionadamente.



 



Después de aquel día y mientras duró su baja laboral por la rehabilitación continuamos viéndonos en su casa después de nuestras sesiones en la clínica. Incluso llegamos a quedar algún que otro fin de semana cuando las ganas apretaban. Durante todo este período Ana perfeccionó mis "habilidades" amatorias y yo seguí proporcionándole momentos gratos de placer día tras día. Cuando acabó la rehabilitación estuvimos un par de semanas más quedando, pero debido a su horario de trabajo en el banco, a mis exámenes en la universidad y a que ambos sabíamos que nuestra relación se basaba en gran porcentaje en el aspecto meramente físico y sexual decidimos de común acuerdo dejar de vernos. A veces me pasaba por su banco y para que nadie sospechara (algo difícil de creer de por sí) actuábamos como completos desconocidos. Como colofón a nuestra relación un mes después de dejarlo hicimos el amor sobre la mesa de su despacho un día que fui a recogerla para tomar algo cuando el banco ya había cerrado.



 



Anita me enseñó todo lo que necesitaba saber sobre las mujeres y su cuerpo, y aun hoy he de agradecérselo con todo mi corazón. Si una chica me enseñó a distinguir entre hacer el amor y practicar el sexo, una mujer me había enseñado como cumplir en ambos cometidos.



 



Misivas y comentarios serán como siempre bienvenidos.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 2
  • Votos: 1
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1506
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