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"En ocasiones, una “inocente” despedida de soltera puede acabar derivando en una caldeada sesión de intercambio de fluidos, sobre todo si el boy contratado para animar el show cuenta, en su disfraz de bombero, con una más que notable “manguera”."
¿Quién lo iba a decir? Con lo seria y modosita que siempre había sido. Era la última de la que hubiera sospechado un comportamiento así. De hecho, cuando el boy entró en la sala donde celebrábamos su despedida de soltera, Diana parecía la más serena. Las demás íbamos ya bien cargadas y cuando el maromo comenzó a bailar desprendiéndose de la ropa, reaccionamos como auténticas perras en celo, gritándole procacidades y sobando su escultural y bien depilada anatomía cada vez que se nos acercaba. Cuando se colocó delante de Diana, como invitada de honor que era, para completar el striptease, ella simplemente sonrío algo azorada.
Pero, de repente, cuando el macizo se desprendió del tanga rojo y dejo al aire aquella manguera –no me extraña que actuara vestido de bombero–, Diana la miró fijamente, la agarró acariciándola como si fuera una enorme y preciosa joya, y se la metió en la boca sin más contemplaciones. Admito que nos cogió a todas por sorpresa, pero íbamos tan lanzadas que sólo acertamos a animarla.
Como una experta mamona chupó, lamió y mordisqueó aquel pedazo de carne que, si al principio estaba sólo ligeramente morcillona, con el tratamiento que le propició la futura casada no tardó en endurecerse como un hierro, alcanzando un tamaño aún más sorprendente. No importó, Diana –ante la asombrada admiración de todas nosotras– fue capaz de introducírsela completamente en la boca. El glande debía de pegarle contra la campanilla cada vez que sus labios rozaban el rasurado pubis del boy.
Sujetándola por la base con una mano, la lengua de la prometida se deslizó por la venosa superficie de aquella porra palpitante barnizándola con su saliva, mezclada con el líquido preseminal que el propio miembro ya escupía; luego introdujo el capullo en la boca al tiempo que la pajeó con la mano, para finalmente recorrer con sus labios toda la larga extensión del grueso fuste. Mientras, con su otra mano masajeaba las tensas pelotas del tío, estrujaba y estiraba la rugosa piel del escroto y se deslizaba por el perineo para acabar estimulando el ano, donde finalmente introdujo su dedo corazón.
El falso bombero, que en un primer momento la siguió el juego, no dejó de sorprenderse ente la pasión que aquella clienta –una más para él, supongo– ponía en una desbocada felación que más bien parecía la adoración religiosa de su nabo. Estaba acostumbrado a controlar la situación, y por regla general las destinatarias de sus eróticos bailes se mostraban más bien cohibidas, en ocasiones incómodas, y tendentes a esquivar su polla cuando lo acercaba al rostro, en vez de lanzarse a comérselo como hizo Diana.
Ella mamó y masturbó sin piedad aquel congestionado pedazo de carne hinchado de sangre, mientras nosotras, sus amigas, jaleábamos ebrias y enloquecidas para que continuara. Finalmente el tipo, desbordado, no aguantó más y se corrió como un auténtico manantial. El chorro de esperma desbordó la boca de Diana, emergiendo de sus comisuras y resbalando por la barbilla. Tendríais que haber visto su cara de felicidad, empapada de leche, con la mandíbula casi dislocada y un brillo especial que la mirada que dirigió a su sorprendido “regalo” de despedida. Estoy segura que la muy zorra se corrió al mismo tiempo que él.
Fue una pena que su prometido se enterara. Debería decir que lo lamento, pero para ser sincera la ruptura de su compromiso me dio la oportunidad de cazar al desconsolado novio, quien para todas siempre había tenido el mejor polvazo del lugar.
Me pregunto quién grabaría aquella actuación con el móvil y quién la compartiría después a través del WhatsApp.
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