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Era una tarde de verano calurosa, muy calurosa. Sin embargo, el cielo estaba de un color gris plomizo que anunciaba tormenta. Cuando cojí el ascensor en la novena planta, no imaginaba lo que me iba a suceder en breve.
Al llegar al quinto piso, las puertas del ascensor se abrieron de golpe. Entró mi vecina como una bala. Entre jadeos, me saludó y miró su reloj; parecía que llegaba tarde. Acto seguido se puso a rebuscar en su bolso; parecía muy nerviosa.
Ella mide, aproximadamente, 1.70m y rondará los 40 años. Es delgada, con un buen par de tetas tremendamente firmes, un culo muy bien contorneado y una cinturita que invita a la locura. Su pelo es rizado y de un color castaño claro, casi rubio. Sus ojos son de color verde y tiene unos labios que cualquiera desearía tener al rededor de su pene o de cualquier parte del cuerpo. Esa tarde, vestía un vestido de verano color verde limón con muchas florecitas de color rojo y amarillo. Era de tirantes y noté que no llevaba sujetador. Lo cierto es que yo había pensado más de una vez en esta tía...y, a partir de ese día, iba a recordarla hasta la perpetuidad.
El caso es que, mientras el ascensor bajaba, vi, con asombro, que su vestido se iba levantando. Ni lenta ni rápidamente, pero de una forma constante. ¡Se le había quedado enganchado con la puerta del ascensor de la quinta planta! Cuando ella se dió cuenta, el vestido empezaba a dejarle las tetas a mi vista. Ella comenzó a chillar y a revolverse contra ese desnudo involuntario, tratando de sujetar lo que quedaba de su ropa; pero ya era demasiado tarde. Lo que fue realmente maravilloso es que ella no llevaba ropa interior. Así, pude ver, en primer lugar, su chochito muy bien afeitado y, después, cuando trataba de coger su ropa, ese precioso culo que tantas veces había ansiado.
En esos momentos, la suerte quiso entregarme a esta mujer, pues, justo cuando el vestido desaparecía por el techo del ascensor, un tremendo golpe sacudió mis oídos y, acto seguido, el ascensor se detuvo con la luz de emergencia; había caído un rayo y la electricidad se había ido. Estaba encerrado en un ascensor con una mujer preciosa y desnuda.
Ella se giró y, al darse cunta de la situación en la que se encontraba, volvió a gritar y, tratando de taparse las voluptuosas tetas con una mano mintras que, con la otra, se cubría, relativamente, su entrepierna a la vez que trataba de coger el bolso que le había caído, me chilló para que me girase. Yo hice lo que me dijo, sin embargo, de nada sirvió: el ascensor estaba recubierto de espejos (incluso en el techo y el suelo; ¡qué morbo!). Así, cuando ella se dió cuenta, se puso a llorar como una Magdalena.
Yo me giré y le dije:
-¿Pero, a dónde coño ibas sin bragas, vecina?
Ella, sollozando, me dijo:
- ¡No sé! Muchas veces voy sin ellas porque me excita pensar que alguien pudiera espiar por debajo de mi falda.- Obviamente, no se había parado a pensar en lo que decía (supongo que por los nervios); ya que me estaba confesando una de sus fantasías.
-¡Bueno! Entonces, si yo te veo te gustará, ¿no?
Ella aumentó su llanto y trató de taparse más. Entonces, comencé a desnudarme mientras le decía que, así, estaríamos igual.
Cuando me hube quitado la ropa, ella miró directamente a mi rabo que, para ese entonces, ya estaba más que duro. Así, me acerqué a ella y, sujetándole la cabeza con mis manos, la miré a los ojos y empecé a besarla metiéndole la lengua hasta el fondo de su boca. Ella, al principio, se retiró un poco, pero yo no cedí y, entonces, ella se relajó más.
Acto seguido, comencé a lamerle el cuello junto con sus orejas, después de conseguir, no sólo que se tranquilizara, sino que jadeara de placer, comencé a chuparle esas tetazas que parecían no tener fin. Mientras se las chupaba, mis manos sujetaron su culo con fuerza empujándola hacia mí. Tras haberle sobado bien las tetas, puse mis manos bien en su culo y, como un poseso, la levanté a pulso de forma que sus piernas se apoyaron sobre mis hombros y, así, su coño quedó frente a mi cara. De un lenguetazo, le separé los labios de su coño y se la introduje dentro. Mientras mi lengua inspeccionaba su agujerito, mi labio superior tocaba, sin parar, su clítoris y, en conjunto, mi boca succionaba de una foma constante para sacarle todo su jugo.
Ella comenzó a jadear. Puso sus manos en mi cabeza y la apretaba contra su chocho (no debía temer, pues no pretendía alejarme). Cruzó sus piernas al rdedor de mi cuello y su espalda quedó apoyada contra el espejo del ascensor. Sus gemidos se transformaron en gritos de pasión. Entonces, de una forma muy habilidosa la bajé y le endosé mi polla en su boca. Comenzó a chupar como una desesperada. Yo sacaba y metía mi polla a un ritmo firme y seco. Entonces, yo ya no pude más; deseaba follarme a mi vecina como a nadie en el mundo. La levanté, la giré, ella bajó su espalda y me ofreció aquel culo precioso. Metí tres dedos en su raja y los saqué mojados por completo. Entonces, se la hinqué por el coño hasta el fondo. Ella dejó ir un gemido tremendo; tuve que hacer grandes esfuerzos para no correrme. Así, empezamos a follar, al principio a un ritmo lento, pero poco después, mis caderas se movían tras de ella a una velocidad increíble mientras que ella, apoyando sus manos contra uno de los espejos, separaba, cada vez más, sus piernas. Entonces, me dijo:
-¡Fóllame el culo! ¡FÓLLAME EL CULO , AHORA!
Yo, para no defraudarla, escupí en su ojete y, después, sobre mi rabo (que estaba a punto de explotar). Entonces, comencé a metérsela por el culo, tal y como ella me había pedido. Su ojete se fue dilatando a medida que mi glande comenzaba a entrar por él. Sorprendentemente, no me costaba entrar demasiado por aquel culo precioso.
-¡Vaya, parece que ya te han dado por el culo!, ¿no?- Dije yo totalmente convencido.
-¡No exactamente!-comentó ella entre jadeos.- Es que uso un vibrador muy a menudo por ahí.
Yo casi me corrí al oír eso. Sin embargo, pude aguantar y, entonces, hice fuerza para metérsela hasta que mis huevos tocaran su precioso coño. La sensación fue tremenda. Su ojete estaba muy caliente y apretaba mi polla con una fuerza tremenda. Así, la sujete por sus caderas y comencé a follarle el culo con fuertes embestidas a una velocidad constante.
Después de unos minutos, me dijo que volviera a metérsela por el coño; cosa que hice. Yo no podía, ya, más y le dije que pronto me correría. Ella me dijo que también ella iba a llegar. Así, tras unos pocos empujones, empecé a llenar su coño con mi leche mientras que ella gemía a cadadescarga.
Estuvimos en esa posición unos pocos minutos más. Entonces, volvió la luz. Sin embargo, detuvimos el ascensor y nos volvimos a la quinta planta, pues debía vestirse. Aunque yo ya tenía la idea de volver a desnudarla como fuera.
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