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DESIERTO DE AMOR.
No me casaré con otro hombre, padre, le amo y nada impedirá que me case con él – había gritado Hassaepsut defendiendo su amor por Amenon, un centinela de su guardia personal, Hassaepsut tenía sólo 19 años y se había enamorado locamente de él.
Pero un día todo este imperio será tuyo, serás la Faraona de todo Egipto y una faraona no puede casarse con un simple centinela – había argumentado su padre el Faraón Anoeris.
Ahora esas palabras resonaban en su cabeza una y otra vez, mientras lloraba ante el cuerpo inerte de su padre. En unas horas sería proclamada la nueva faraona de Egipto y por fin podría casarse con Amenon, el largo y arduo camino por defender ese amor que le había robado el corazón llegaba al mejor de los finales posibles.
Recordaba perfectamente como empezó todo, su padre el faraón, justo antes de su primer viaje al norte del río Nilo le asignó una guardia personal, que cuidaría de ella en todo momento, cuando los conoció a todos, aquella mañana de Mayo, se quedó prendada del joven capitán Amenon. Era guapo, alto, moreno, de unos intensos ojos negros que nada más verlos la embrujaron. Ya cuando se miraron a los ojos aquella primera vez, la chispa saltó entre ellos, la diosa Isis los bendijo con el más bello de los sentimientos. Estuvieron casi dos semanas sin decirse nada, mirándose solamente, hasta que Amenon un día en que Hassaepsut quería ir al templo de Isis le aconsejó que no lo hiciera:
Se avecina tormenta de arena y no es aconsejable salir del palacio ahora.
Pero tú eres fuerte y me puedes proteger de cualquier cosa – le dijo Hassaepsut.
Sí, y vos sabéis que daría mi vida si fuera necesario con tal de protegerla, pero me temo que contra una tormenta de arena sería difícil y perderíamos la vida ambos.
No me hables de usted – le pidió – soy joven aún. Entonces, me quedaré aquí, si tú me lo pides.
Será lo mejor.
No volvieron a decirse nada más durante los siguientes días, pero en cuanto se veían, no podían dejar de mirarse, cada viaje que ella hacía a cualquier parte de la ciudad era un juego constante te miradas entre ambos. Hasta que un día mientras Hassaepsut paseaba por el mercado de la ciudad en busca de una tela para su ajuar, ella tropezó, se torció el tobillo y fue gracias a Amenon que no cayó al suelo, porque este, que iba un pasó tras ella, la cogió en brazos. Aquel contacto los electrizó a ambos. Amenon pidió que le acercaran la litera, puso a Hassaepsut dentro y tras quitarle el zapato empezó a hacerle un suave masaje, para aliviar el dolor. Hassaepsut sintió las calientes manos de Amenon sobre su tobillo, eran reconfortantes, se miraron a los ojos y el capitán le preguntó:
¿Va mejor?
Sí, gracias.
Inmediatamente fue llevaba hasta el palacio y allí tras sacarla de la litera, Amenon la llevó en brazos hasta su habitación, la posó sobre su cama y cuando iba a salir de la habitación Hassaepsut le dijo:
No te vayas, ven.
Amenon volvió a su lado, su ojos se miraban brillando de amor, y sin decirse una sola palabra, sus labios se unieron en un profundo y delicado beso. Cuando se separaron Hassaepsut fue la primera en hablar diciéndole:
Te amo.
Yo también te amo, pero nuestro amor es imposible. – dijo Amenon.
No, nada es imposible para la futura faraona de Egipto. – agregó ella.
No creo que tu padre opine lo mismo.
Ya, pero ya me encargaré yo de que cambie su opinión.
Durante los siguiente días siguieron viéndose en secreto, en cada encuentro sólo había besos y caricias, no querían ir más allá hasta que el faraón no diera su bendición y Hassaepsut cada día le hablaba a su padre de Amenon, de lo fuerte que era, de lo valiente y decidido que había sido siempre y de lo bien que la trataba, hasta que un día en una de esas conversaciones el faraón Anoeris le dijo a su hija:
Hija, me hablas mucho de Amenon, ¿no te habrás enamorado de él?
Hassaepsut se quedó muda, no sabía que responder, miró a su padre y este añadió:
Ya veo que sí, tus ojos no hablan de otra cosa, pero ya sabes que no puedes casarte con un simple centinela, vas a ser la faraona de todo este imperio, te casarás con alguien digno de tu linaje. – le dijo él.
Padre, le amo a él y sólo a él.
Hija, un faraón no puede amar a quien quiera, sólo a quien debe.
Tras eso, el faraón salió del gran salón del trono dejando a Hassaepsut a solas.
Aquella noche en su habitación Hassaepsut le contó la conversación que había tenido con su padre a Amenon.
Ves, ya te dije que no lo aceptaría.
Me da igual – dijo Hassaepsut – lo que él piense, yo te amo y no me voy a casar con otro que no seas tú.
Amenon la miró profundamente a los ojos y la besó. Su felicidad era inmensa cuando estaba con aquella bella criatura que el destino y la diosa Isis habían puesto en su camino. Luego añadió:
Pero tu padre te obligará a casarte con otro, lo sabes.
No puedo casarme si yo no quiero hacerlo y lo manifiesto así ante los sacerdotes y ante la diosa Isis. No puede obligarme, además es viejo, y no tardará mucho en dejar este mundo, entonces seré proclamada faraona y podré casarme con quien quiera.
Volvieron a besarse y cuando se separaron Hassaepsut le suplicó a su amado:
Tómame, hazme tuya.
Amenon la miró extrañado.
¿De verdad lo deseas? ¿No prefieres esperar a que tú padre nos dé su bendición?
Sabes que nunca lo hará así que hazme tuya. Te amo y sólo deseo tenerte dentro de mí.
Amenon hizo tumbar a la muchacha sobre la cama, se puso a sus pies, comenzó a besarlos, primero uno y luego el otro, ascendiendo por las suaves y delicadas piernas de la muchacha, alcanzó el femenino sexo y se dirigió hacía las caderas, continuando la ascensión hasta los pequeños senos, y llegando por fin a la boca de ella, que besó con ternura, mientras sus manos la empezaban a desnudar. También Hassaepsut deslizó sus manos hacía el cuerpo de su amado y empezó a desnudarlo. Lo hizo tumbar sobre la cama una vez estuvo totalmente desnudo, y empezó besándolo en la boca, descendiendo poco a poco por su cuello, hacía su torso, acariciándolo suavemente, mientras sus labios continuaban el descenso hasta las caderas del hombre, y seguían por las piernas beso a beso, hasta alcanzar los pies que besó alternativamente. Tras eso, miró a su amado a los ojos y felinamente avanzó por sobre sus piernas, hasta alcanzar el masculino sexo que estaba ya en completa erección. Debido a su inexperiencia, Hassaepsut apretó demasiado el sexo masculino y Amenon se quejó. La muchacha trató de ser más delicada y lo cogió suavemente y empezó a lamerlo dócilmente, moviendo su lengua por el tronco, hasta los huevos y luego hasta el glande introduciéndoselo en la boca, luego comenzó a chuparlo. Amenon estaba realmente excitado, aquella muchachita parecía una experta, sentía el calor de aquella boca alrededor de su sexo y sentía la excitación que eso le producía, y se estremeció. Hassaepsut lamía sin descanso sujetando el erecto pene, mientras con la otra mano se acariciaba el sexo. Estaba húmeda como cada vez que soñaba que Amenon la poseía.
Ven aquí – le ordenó Amenon.
Hassaepsut lo miró de nuevo y le obedeció, descendiendo nuevamente por su torso hasta llegar a él, lo besó y se tumbó junto a él. Amenon se incorporó de lado sobre ella, la besó con ternura, acariciando su mejilla, deslizó su mano hacía la pequeña teta de ella, y la acarició despacio, trazó un circulo sobre el pezón y luego cogiéndolo con los dedos pulgar e índice lo pellizcó. Hassaepsut se estremeció, y acercó su boca a la de él para besarlo, acarició su mejilla, mientras Amenon descendía por su cuerpo deslizando la mano con suavidad sobre la blanca piel de ella, alcanzó el sexo femenino y empezó a masajearlo, buscó el clítoris ya excitado y empezó a trazar círculos a su alrededor, frotó los labios mayores y los menores, introdujo su dedo índice en la virgen vagina y los movió un poco. Hassaepsut tenía los ojos encendidos de excitación, gemía sin parar y se convulsionaba, sentía como su corazón se llenaba del amor que sentía hacía aquel hombre, y ya no podía imaginar el resto de su vida sin él. Amenon la mimaba con sus caricias, la excitaba y estimulaba hasta lograr que alcanzara su primer orgasmo. Hassaepsut sintió la humedad en su vagina justo después de que aquel cosquilleó recorriera su cuerpo. Tras eso, Amenon se puso sobre ella, le separó las piernas dócilmente guió su erecto sexo hacia la húmeda vagina y muy despacio empezó a penetrarla diciéndole a su amada:
Si te hago daño me lo dices.
Ella afirmó con la cabeza.
Amenon empezó a empujar muy despacio, cuando sintió la pequeña membrana romperse miró a su adorada, ella tenía los ojos cerrados y una sonrisa se dibujaba en su cara, el muchacho continuó su camino, hasta que su pene estuvo totalmente en el interior de ella. Entonces muy despacio comenzó el vaivén, sus cuerpos se unieron más que nunca para bailar el son del amor, besos, caricias, ternura y pasión inundaron la habitación. En pocos segundos Hassaepsut volvía a vibrar con aquel placer, al igual que Amenon. Ambos supieron en ese momento que nada podría separarles ya, no tardaron mucho en obtener el éxtasis, tras el cual se quedaron dormidos el uno en brazos del otro.
Después de eso, ambos lucharon por su amor. El faraón trató de convencer a Hassaepsut para que se casara con varios príncipes de tierras vecinas, pero Hassaepsut no estaba dispuesta a renunciar al amor de su querido Amenon. Una y otra vez le repetía a su padre que no se casaría con otro que no fuese él. Y noche tras noches se amaban en la penumbra de la alcoba de ella.
Hasta que llegó aquella noche, Hassaepsut estaba en su habitación junto a su amado Amenon, como todas la noches, empezó a bailarle la danza de los siete velos, que hacía sólo unos pocos días que había aprendido. Él acostado sobre la cama la observaba contonearse al ritmo de la música que ella tarareaba. Hassaepsut se acercó a su amando, se quitó uno de los velos que llevaba en la cintura y lo hizo pasar sobre el torso de Amenon, luego volvió a alejarse sin dejar de danzar, moviendo el culo sugestivamente, se quitó otro de los velos y se lo lanzó a la cara, Amenon pudo sentir el aroma de su amada impregnado en él. Hassaepsut volvió a acercarse a Amenon, siguió bailoteando frente a él, le cogió la mano, se la llevó hasta uno de los velos y le indicó que tirara, él lo hizo, mientras ella giraba y el resto de los velos eran arrastrados por el que Amenon sujetaba, quedándose Hassaepsut sólo con la cadena de oro que había sujetado los velos. Hassaepsut se dejó caer entonces junto a su amado al terminar el último acorde de su melodía.
Ha sido precioso – le dijo Amenon mirándola a los ojos.
Se besaron y Hassaepsut se metió bajo las sabanas que tapaban el sexo de Amenon. La muchacha deslizó su mano hacía el erecto sexo de su amado, y lo acarició con suavidad, acariciando los huevos con delicadeza, moviéndolos como si los estuviera sopesando. Amenon se excitó aún más, deslizó su mano hasta el seno de ella, y lo acarició, y pellizco tratado de no hacerle daño. Hassaepsut seguía con su labor y acariciaba el pene apretándolo levemente, disfrutando del movimiento que el sexo hacía cada vez que lo apretaba. Le maravillaba aquel instrumento tan extremadamente sensible, acercó su boca a él y lo besó. Amenon se estremeció, hizo tumbar a la muchacha de espaldas y le acarició el culo suavemente, después la hizo poner a cuatro patas, se puso tras ella, guió su erecto pene hacía la vagina femenina y muy suavemente la penetró. Se tumbó sobre la espalda de su amada, sujetándola por los senos y empezó a moverse, entrando y saliendo del cálido refugio una y otra vez, con despacio en una torturadora lentitud que agradaba a Hassaepsut, se sentía llena de su hombre y feliz. Amenon acariciaba también los turgentes senos de ella, la excitación empezó a crecer entre ellos poco a poco. Estaban gimiendo al unísono, excitados, sintiéndose el uno al otro. Amenon fue acelerando sus movimientos poco a poco, haciendo que Hassaepsut se excitara cada vez más y se estremeciera, empujando hacía su amado, para sentirle más y más adentro en una comunión perfecta de sus cuerpos. En pocos segundos llegó al orgasmo y pocos segundos después también Amenon llegó al orgasmo y entonces ambos se quedaron abrazados sobre la cama. No pasaron ni cinco minutos que alguien llamó a la puerta.
¿Sí? – preguntó Hassaepsut.
Hija, soy yo – dijo la voz de su madre – Tu padre... – se oyó un sollozo y Hassaepsut se levantó de la cama a toda prisa, poniéndose su bata. Corrió hacía la puerta y la abrió, su madre estaba llorando.
¿Qué pasa? ¿Está mal?
Su madre afirmó con la cabeza, Amenon también se levantó vistiéndose rápidamente. Los tres juntos corrieron hasta la habitación del faraón, el médico estaba allí, junto a él. Le cerró los ojos y dijo con voz grave:
Lo siento.
Ambas mujeres empezaron a llorar la una en brazos de la otra.
En pocos segundos, Amenon llamó al resto de la guardia y ordenó que lo prepararan todo para los funerales. Mientras se preparaba todo, Hassaepsut, su madre Hassna y sus hermanas pequeñas, Isiris y Esiris, velaron el cadáver. También se preparó la ceremonia de coronación de Hassaepsut, e incluso tuvo que abandonar el velatorio un rato para que pudieran probarle el vestido para la coronación. Amenon estuvo a su lado en todo momento, mientras se probaba en vestido le dijo:
Tendremos que prepararlo todo para la boda, no quiero esperar, nos casaremos en la próxima luna.
Como tu quieras, querida – aceptó Amenon.
El funeral se hizo a la puesta del sol según la costumbre y al día siguiente se hizo la ceremonia de coronación. Hassaepsut estaba bellísima, con un vestido largo de hilo de oro. Amenon no perdía detalle, la observaba desde su puesto como capitán de la guardia con ojos enamorados, también ella le miraba de vez en cuando con complicidad. Al terminar la ceremonia y justo después de que Hassaepsut terminara su primer discurso como faraona, anunció a sus súbditos allí reunidos:
Quiero que sepáis que estoy enamorada de un hombre amable y gentil y que dentro de unos días, en la próxima luna vamos a casarnos y quiero que sepáis quien es y que le conozcáis porque a partir de ahora será mi consorte. Amenon por favor – le hizo un gesto para que se acercara y este se acercó hasta su amada, le hizo una reverencia y luego se colocó a su lado – Este es mi amado Amenon y pronto vuestro faraón.
Todo el mundo lo celebró con vítores y alegría. Y así vivieron felices y se amaron hasta el fin de sus días.
Este relato se lo dedico a Navegante por su pasión a la historia.
Erótika (Karenc).
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