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Deseo y calor (1)

- Es una anciana – le dijo su hermano Ángel burlonamente.



Pero para Fran, Gema no era una anciana, en realidad era una hermosa mujer que le había dado los mejores momentos de su vida.



- No es ninguna anciana, y déjame ya – le pidió Fran a su hermano con fastidio.



Aún podía recordar la primera vez que vió a Gema desnuda. Era una noche de verano en la que no podía dormir, hacía ya unos seis meses. Estaba desnudo sobre la cama, el calor no le dejaba dormir, así que decidió levantarse. Se acercó a la ventana abierta que daba al patio interior del edificio, entraba un agradable aire fresquito, así que se quedó allí observando. Al cabo de unos segundos vió que la luz de la habitación de enfrente, la de su vecina Gema se encendía. La persiana estaba abierta, pero la vecina ni siquiera se molestó en cerrarla, quizás pensó que a aquellas horas de la noche los chicos de enfrente estarían ya dormidos. Pero no era así, Fran estaba despierto, aunque ahora, al ver la luz encendida, se había escondido al lado de la ventana, tras la cortina que estaba también abierta. Observaba como Gema se movía por la habitación. Vió que acababa de dejar el bolso sobre la cama y se estaba quitando los zapatos. Llevaba un vestido estrecho y corto que resaltaba sus hermoso cuerpo de mujer. Fran observaba quieto, sin hacer el más mínimo ruido; no quería que ella se diera cuenta que la observaba. Poco a poco, Fran vio como Gema se iba desnudando, como se quitaba el vestido dejándolo sobre una silla, luego el sujetador, las braguitas y cuando vio aquel hermoso cuerpo de perfectas curvas desnudo, no pudo evitar que su sexo se excitara. Gema se acostó en la cama totalmente desnuda, apagó la luz general, aunque dejó encendida la pequeña lámpara que tenía en la mesita, lo que le daba un reflejo especial a su piel morena haciéndola más hermosa, eso aún excitó más a Fran haciendo que entre sus piernas creciera una hermosa erección, lo que le obligó a seguir observando a aquella bella mujer, a pesar de que algo en su interior le decía que no debería, porque aquello no estaba bien.



Gema empezó a acariciarse suavemente el cuerpo, necesitaba desahogarse, estaba excitada y… sus manos empezaron a rozar su piel, sus senos, su vientre, hasta que llegaron a su sexo húmedo y lleno de deseo. Fran al ver aquello aún se excitó más, y su imaginación empezó a volar, de modo que podía sentir aquella piel caliente y ardiente bajos sus labios, y aquellas delicadas manos acariciando su sexo. Ambos empezaron a masturbarse, suavemente. Fran lo hacía siguiendo el ritmo lento que Gema imprimía a sus propias caricias y no tardó mucho en correrse, y pringar parte de la pared con su espeso semen. Gema tardó un poco más en alcanzar el orgasmo, pero no mucho y la imagen que Fran vió de ella al obtenerlo, fue maravillosa, con esa expresión de felicidad tan hermosa dibujada en su cara.



Aquella noche fue la primera de muchas en que Gema y Fran compartieron deseo y felicidad sin que ella lo supiera. Y a partir de aquella noche, Fran empezó a soñar con poseer a aquella mujer, tenerla en sus brazos y ser suyo, pero le parecía tan inalcanzable; seguro que una mujer madura y tan guapa como ella, jamás se fijaría en él, pensó Fran.



 



Gema entró en su piso frío y solitario; estaba cansada, pero no era un cansancio físico sino más bien psicológico, acababa de cumplir treinta y ocho años y aún seguía soltera. Soltera y triste, se sentía. Por enésima vez su ligue de aquella noche no había llegado más allá de cuatro besos mal dados. Estaba harta, harta de buscar, harta de esperar al hombre de su vida y que este no llegara. Entró en su habitación; hacía un calor terrible, sentía su piel empapada y su ropa pegada, y además del calor físico, tenía otro tipo de calor, el calor producto del deseo de satisfacer sus más bajos instintos sexuales. Se acercó a la ventana y abrió las cortinas, "Total" pensó, "a estas horas todos duermen y necesito aire", ni siquiera se le ocurrió que quizás los chicos de enfrente pudieran estar despiertos una noche calurosa como aquella, sólo pensaba en las ganas que tenía de desahogarse. Se desnudó despacio y con calma, quitándose las prendas una a una y cuando por fin estuvo totalmente desnuda se tumbó sobre la cama y empezó a acariciarse suavemente, primero las tetas, sobándolas y palpándolas, luego descendiendo hasta su sexo y adentrando sus dedos entre los pliegues de su húmedo sexo que ansioso esperaba ya aquellas caricias. Introdujo sus dedos entre los femeninos pliegues y buscó el mágico botón del clítoris empezando a masajearlo dulcemente. Enseguida, todo su cuerpo comenzó a convulsionarse al sentir el maravilloso placer que le producían aquellas caricias, y buscó la imagen de un hombre, un hombre que la atrajera, que la hiciera soñar con el mejor polvo de su vida; y sin saber como ni porqué apareció aquel chico, su vecino Fran, al que aquella mañana había visto en el portal sin camiseta, y al que, en ese preciso instante, había deseado, imaginándose como sería follar con él. Mientras su dedo hurgaba entre sus pliegues y le arrancaba gemidos de placer, su mente estaba con aquel muchachito, sintiendo como la follaba salvajemente, como si fuera una puta, sobre aquella misma cama. No tardó en empezar a sentir el orgasmo llenándola, inundándola y haciéndola explotar en una felicidad extraordinaria. Tras aquel mágico momento se puso el camisón, apagó la luz y trató de dormir.



 



Fran se sentía feliz, feliz de poder contemplar aquel maravilloso espectáculo de vez en cuando, cada noche solía esperar a que Gema apareciera, escondido en la oscuridad de su habitación, y cuando ella llegaba, se asomaba sigilosamente a la ventana y observaba como se desnudaba, como se daba placer, como disfrutaba de los secretos de su propio cuerpo. Luego imaginaba, imaginaba que era él quien la poseía mientras ella misma se daba placer, imaginaba que algún día entraría en esa habitación y la haría suya. Imaginaba… tantas cosas, hasta que llegó aquel día en que todo cambió. Aquel día se la encontró en el portal, al parecer venía de la compra e iba cargada. Él amablemente, se ofreció a ayudarla. Ella aceptó, hacía calor y cargar con el carro ella sola hasta el primer rellano donde estaba el ascensor se le hacía pesado. Fran agarró el carro por detrás y Gema por delante. Y empezaron a subir. Una vez dentro del ascensor ella musitó:



- Hace calor hoy.



- Sí – respondió Fran, sin casi haberse dado cuenta de lo que decía ella, pues andaba perdido dentro de aquel maravilloso escote que tenía delante que le dejaba imaginar la redondez de aquellos perfectos senos femeninos que tantas veces había visto desnudos a lo largo de aquel verano.



- ¿Salimos? – Preguntó Gema viendo la mirada de cordero degollado que el muchachito le estaba echando - ¿O prefieres que nos lo montemos aquí dentro? – Preguntó ella descarada. En realidad Gema era así, si un hombre la miraba con deseo no le avergonzaba hacérselo notar a él.



- ¿Eh, que? – Respondió por fin Fran avergonzado y poniéndose rojo como un tomate.



- Que ya hemos llegado a nuestro piso.



- ¡Ah, sí, ya, perdón!



Fran abrió la puerta y salieron del ascensor.



- Gracias – dijo Gema.



- De nada – respondió Fran – ha sido un placer – y empezó a rebuscar las llaves en sus bolsillos, mientras Gema sacaba las suyas del bolso que llevaba – vaya – dijo finalmente Fran al comprobar que no las llevaba – ostras.



- ¿Qué pasa? – Preguntó Gema



- No encuentro mis llaves, creo que me las he dejado en casa y ahora no hay nadie – respondió Fran con cara de fastidio.



- Bueno, si quieres puedes esperar en mi casa hasta que vengan tus padres o tu hermano.



Fran se alegró de oír aquello, pero también se sintió nervioso porque por primera vez desde el día que la descubrió en su habitación masturbándose, iba a estar a solas con ella en su casa.



- Bueno, sí, será lo mejor – aceptó el jovencito.



Gema abrió y ambos entraron.



- Pasa y acomódate en el sofá, yo voy a dejar esto en la cocina – le indicó Gema al muchachito.



Este dejó la mochila junto a la puerta del comedor y se sentó en el sofá mientras veía como Gema se perdía por el pasillo en dirección a la cocina, arrastrando aquel cargado carro.



Unos minutos después Gema salió al comedor. Se había cambiado y llevaba unos pantalones cortísimos que dejaba entrever el nacimiento de su culito y una camiseta muy ajustada, para Fran fue casi imposible no quedarse embobado observándola.



- ¿Quieres tomar algo? – Le preguntó



- Bueno – respondió él, tímido. Se sentía avergonzado porque ver a aquella mujer con aquella ropa lo había excitado y había hecho que su pene se pusiera en pie de guerra.



- ¿Una coca - cola? – Le preguntó ella, viendo el evidente bulto que crecía entre sus piernas, lo que la hizo sentir halagada.



Y mientras iba de nuevo a la cocina, pensó que aquello era como una inyección que le subía la moral, porque saber que a sus 38 años aún podía excitar a un jovencito de 20 la llenaba de orgullo. Incluso se sentía excitada, y de repente, una luz se encendió en su mente, ¿y sí probaba...?



Sacó una cola de la nevera y un vaso del armario y volvió al salón. Fran seguía en el sofá, con la mano entre sus piernas, tratando de taparse cada vez la más evidente erección que abultaba en su tejano.



- ¿Te pasa algo? – Preguntó Gema sentándose a su lado y dejando la cola y el vaso sobre la mesa que había frente al sofá.



- No, nada, es que… tú… - trató de responder Fran, que se moría de ganas por decirle a Gema que era preciosa, pero no sabía como.



- ¿Yo, qué? – Dijo Gema acercándose a él y apoyando su mano sobre la pierna del muchacho, lo que hizo que este aún se excitara más.



- Es que tú, eres… preciosa – soltó por fin Fran.



- Vaya, gracias. Tú también eres muy guapo, seguro que tienes a todas las de tu clase rendidas a tus pies.



- No, que va, yo… no… soy un patoso con las chicas – se excusó Fran que cada vez se sentía más incómodo con aquella situación.



Quería echarse sobre Gema, hacerla suya y darle todo aquel placer que solía darse a solas en su habitación, pero a la vez se sentía intimidado por ella, por su hermosura, por su cuerpo, y no sabía como entrarle, como decirle que hacía tiempo que se moría por estar con ella.



- Venga ya, no me digas eso – dijo Gema pegándose cada vez más a él, tratando de provocarlo, de hacer que aquel deseo que había visto en sus ojos saliera por fin de su interior y se atreviera a darle aquel beso que tanto deseaba.



- Sí, yo… - Su corazón iba a cine por hora al tener la cara de aquella mujer tan pegada a la suya.



Y en realidad no supo si fue ella o él mismo o el deseo que volaba entre ambos lo que hizo que la cogiera por la nuca, acercara sus labios a los de ella y la besara apasionadamente.



Cuando Gema sintió los labios del chico quemando los suyos, empezó a sentir como su piel ardía, como crecía el deseo y como poco a poco sus manos desabrochaban el cinturón del chico y sus pantalones.



Sus bocas se separaron e inocentemente Fran preguntó:



- ¿Qué haces?



Gema dirigió uno de sus dedos a la boca del chico y haciéndole callar le dijo:



- Nada que no quieras que haga, porque sé que lo deseas tanto como yo.



Fran suspiró como si confirmara lo que ella acababa de decir, dirigiendo sus manos a los firmes senos de la mujer. Hacía tiempo que deseaba tocarlos, sentirlos entre sus manos y manosearlos como estaba haciendo ahora, por encima de la camiseta.



- Espera, espera – musitó Gema levantándose del sofá.



Cogió al chico de la mano y lo llevó hasta la habitación donde tantas veces la había visto satisfacerse. Fran no podía creerlo, después de tantas noches compartiendo aquellos momentos tan íntimos con ella, escondido tras las cortinas de su habitación, ahora sería él quien le diera aquel placer que buscaba a solas.



Una vez allí, de pie junto a la cama, Gema volvió a besarlo. Sus manos recorrieron la espalda del chico y este, nervioso y excitado, trató de corresponder aquel besos apretando a la mujer contra sí. Luego ella se sentó en la cama, haciendo que el chico quedara frente a ella, terminó de desabrocharle el pantalón y lo dejó caer al suelo. El bulto que tenía ante ella era hermoso, y parecía llamarle a gritos, incluso pudo ver la punta del glande saliendo por la goma superior del slip. Acercó su boca sedienta a aquel sexo abultado y lo mordió levemente por encima de la tela. Fran se estremeció, era la primera vez que una mujer le hacía algo así. En realidad, estaba seguro de que aquella sería la primera vez que haría muchas cosas que nunca antes había hecho, porque su experiencia sexual se limitaba a un par de encuentros con un par de amigas y a su primera experiencia con una prostituta. Gema cogió la goma del slip tirando hacía abajo, y deslizándolo por las piernas del chico, hasta que fue a parar al mismo sitio que los pantalones, a sus pies. Eso hizo que el miembro del chico apareciera tieso y altivo apuntando a la boca de la mujer, que sin pensárselo dos veces, lo tomó con una mano, y lamió el glande con suavidad. Fran volvió a estremecerse, si seguía así, seguro que en nada se iba a correr y no podía permitir que eso pasara, por eso decidió que lo mejor sería pensar en otra cosa, distraerse quizás, pero le era imposible hacerlo teniendo aquella mujer entre sus piernas, lamiendo su pene como si fuera un helado. Gema se afanaba en dar placer al muchachito, pasando la lengua por el tronco, llegando a la base y volviendo luego al glande para metérselo en la boca y chuparlo como si fuera el más deliciosos manjar. Ambos se sentían en la gloria. Ella, porque no podía creerse que estuviera en su habitación a punto de hacerlo con un jovencito de 20 años y él porque estaba con la mujer de sus sueños, aquella que había ocupado sus más satisfactorias pajas en los últimos 20 días.



- ¡Oh, para! – Musitó Fran a punto de correrse tirando del pelo de Gema.



Esta, apartó su boca y tumbándose sobre la cama se quitó primero la camiseta y luego los pantaloncitos bajo los que no llevaba nada más. Fran se quedó alucinado ante aquel bello y erótico cuerpo femenino lleno de curvas que le llamaban a gritos. Luego Gema se dio la vuelta y se puso en cuatro para dirigirse al centro de la cama, cuando oyó como Fran suspirada y le decía:



- Estás increíble así, guau, que culo tienes



Gema rió ante aquellas palabras que parecía le habían salido del alma al hermoso joven, y al girarse vió la enorme erección que tenía entre las piernas, aquel miembro parecía vibrar, desearla como nunca nadie la había deseado antes y eso la hacía sentirse satisfecha.



- ¿Quieres hacérmelo así? – Preguntó la mujer a Fran, mirándolo con picardía.



- Buff, sí – musitó Fran.



- Bien, pues venga – lo animó ella al ver que Fran permanecía quieto sin saber que hacer.



- ¡Oh, sí! - Dijo él arrodillándose tras ella.



Al hacerlo su sexo erecto rozó la húmeda vulva de ella y ambos se estremecieron. Luego deslizó su mano hacía aquel húmedo refugio y empezó a acariciarlo, mientras se recostaba sobre la espalda de Gema. Gema gimió al sentir aquellos dedos adentrarse en los pliegues húmedos de su vulva, y sobre todo al notar como alcanzaban el mágico tesoro que escondía su clítoris. Sintió como aquellos dedos marcaban círculos sobre él y como lo masajeaban suavemente, mientras Fran gemía en su oído y restregaba su imperial verga contra su culo. El calor iba en aumento en aquella habitación en la misma proporción que lo hacía el deseo y la pasión que los arrastraba.



- ¡Buff, métemela ya! – Suplicó Gema sintiendo como el deseo le ardía entre las piernas. Necesitaba sentirse llena, necesitaba tener a aquel jovencito entre sus piernas fuera como fuera.



Y Fran también deseaba sentirse dentro de ella, poseerla y hacerla suya, por eso no se hizo de rogar. Se apartó ligeramente, guió su pene erecto hacía la húmeda cavidad femenina y la colocó a las puertas, luego despacio fue introduciéndola, sintiendo como aquel sexo femenino adquiría las dimensiones de su pene y lo cobijaba dándole calor y placer.



Al sentir como aquel pene la invadía, Gema empezó a moverse a la vez que gemía. Por fin se sentía llena, por fin era feliz, por fin tenía a un hombre dándole placer. Fran, aunque torpemente, también se movía empujando, tratando de penetrar a aquella hermosa mujer una y otra vez, y mientras lo hacía acariciaba sus senos y besaba su nuca. Se sentía dichoso de estar allí dándole placer, siendo él el que hacía que gimiera, que se convulsionara, que pidiera más, porque eso era lo que hacía Gema, pedía más y más, le suplicaba que no parara, que se moviera y que le diera su verga más y más profundamente y él lo hacía, empujaba una y otra vez, y otra, cada vez con más fuerza, con más ahínco, a la espera del ansiado orgasmo que no tardó en llegar. En pocos segundos, ambos empezaron a gemir cada vez más fuerte y a convulsionarse, Gema en lugar de pedir más sólo gemía que sí, sí, sí, y Fran gemía en su oído haciendo que esta se excitara aún más sintiendo como aquella hinchada verga la penetraba sin descanso y se hinchaba dentro de ella cada vez más y más y más, hasta que finalmente se descargó justo en el mismo instante en que sentía como la femenina vagina se convulsionaba alcanzando el orgasmo y Gema emitía un conocido y largo gemido de placer que sólo cesó cuando ambos dejaron de convulsionarse y vencidos de placer se echaron sobre la cama uno al lado del otro.



Durante unos segundos ambos permanecieron callados, hasta que finalmente fue él el que preguntó:



- ¿Ahora que?



Gema lo miró.



- No sé, ahora quizás deberías irte a tu casa, seguro que ya hay alguien.



- Ya, pero… me refiero a nosotros – musitó él como si temiera hacer aquella pregunta.



- No sé, anda, vístete y vete – dijo ella, como si quisiera evitar pensar en todo lo que acababa de suceder.



Fran prefirió no insistir, dejarla sola, quizás más tarde o al día siguiente todo estaría más claro, por eso se vistió y salió de la habitación, mientras Gema se quedaba tumbada, hecha un ovillo, y preguntándose a si misma como había podido caer rendida a los pies de aquel jovencito.



Lo malo es que le había gustado, se había sentido feliz y querida por unos instantes y la frustración que había sentido en los últimos días había desaparecido, pero… él era tan joven y ella… ella ya no era una niña.



 



Pasaron los días, días en que ninguno de los dos se atrevió a ir a buscar al otro, días en los que se rehuían, ella porque sentía que todo aquello había sido una especia de locura y él porque no se atrevía a enfrentarse de nuevo a ella y decirle que había sido la mejor experiencia de su vida y que cada noche soñaba con ella, con poseerla otra vez. Pero lo inevitable sucedió, justo un día antes de que él se fuera de vacaciones se encontraron inevitablemente en el ascensor y…


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