Para Raquel aquella jornada de comienzos de septiembre se anunciaba anodina. Un tanto desganada por el madrugón, el primero tras las vacaciones, esperaba en la parada al autobús que le llevaría a la universidad para tramitar la matrícula de cuarto de Empresariales. Todos los años había sido el mismo coñazo: soportar varias horas de colas y salir pitando para pillar un autobús antes de las dos de la tarde. Así que esta vez decidió hacerlo bien: cogería el primero de ida (a las siete de la mañana), se plantaría en la uni a las ocho y ocuparía un buen puesto ante la secretaría, media hora antes de que abriese. Este era también el primer día hábil para matrículas, así que no esperaba grandes aglomeraciones. Ciertamente, ahora una podía matricularse por internet, pero no le animaba la idea de enfrentarse a los vericuetos telemáticos.
En la parada no había muchas personas, por lo que no se ocuparon ni la mitad de los asientos. Eligió uno cualquiera, junto a la ventanilla. Antes de abandonar la ciudad el chófer recogió a algunas más en la última parada. Miraba distraídamente a través del cristal cuando alguien se le sentó al lado. Raquel percibió un intenso perfume femenino cuya marca, perita en la materia, identificó al instante como de las caras. Dirigió una rápida mirada a aquella chica que usaba uno de sus aromas favoritos. Era una morena esbelta de abundante cabellera rizada -se veía a la legua que ese negro azabache era teñido- y sugerentemente maquillada, a la que ya conocía de vista por coincidir en las paradas y en los trayectos, si bien no sabía su nombre ni se habían hablado nunca. Indudablemente, era más joven que ella, andaría en el segundo o tercer año de carrera. De hecho, esta chica siempre le había llamado la atención por su estilo sofisticado y andares estirados sobre zapatos entaconados, que le hacían más alta de lo que era. Por el look que gastaba, un vistazo superficial apuntaba sin más a la típica niña-bien de universidad privada. Con curiosidad, Raquel siguió las exquisitas aunque un tanto aparatosas evoluciones de su compañera de viaje. Tras volver a levantarse para rebuscar algo en el bolso que había depositado en el portaequipajes, se quitó la chaquetilla y la colocó cuidadosamente en el reposacabezas del asiento (la mañana, pese a lo temprano, era veraniega). Comprobando que no había nadie detrás, reclinó el respaldo y se acomodó con la aparente intención de echar un sueño ligero. Aún volvió a incorporarse para colgarse las gafas de sol en el cuello de la camisa, blanca y de manga larga, que desabrochó a tal fin en dos botones. Tras carraspear un par de ves, por fin se estuvo quieta.
Como Raquel no tenía la butaca abatida, la chica sólo le era visible de medio tronco para abajo. Con el rabillo del ojo se fijó en sus piernas. Eran unas piernas realmente estupendas, de armoniosas proporciones y bien torneadas. Evidentemente, su propietaria estaba satisfecha de ellas, pues las lucía esplendorosas sin los habituales panties o medias. No había defectos que ocultar y los atributos eran realzados por un intenso bronceado playero. Raquel sintió una sana envidia: "Claro, si yo tuviera unas piernas como esas también tiraría de mini todo el día, no te digo". La falda que llevaba, de un color gris verdoso y con dibujo de rayas formando escocias, que ya se la había visto llevar otras veces, le cubriría de pie justo por encima de las rodilla, pero al estar así sentada se le quedaba subida hasta la parte superior del muslo. Le gustaba esa prenda, se le antojaba muy sexy.
"Dónde la habrá comprado ?".
Algunos asientos más atrás, tres pares de ojos masculinos se hallaban clavados en el mismo punto. Lo cierto es que, por mucho que sus toscas y calenturientas mentes elucubrasen, ignoraban que tal despliegue de encantos no estaba dirigido a ellos en la presente circunstancia.
Al cabo de unos minutos, cuando el autobús enfilaba la autopista, la chica hizo un desplazamiento casi imperceptible de la pierna izquierda en esa dirección. Pasado otro tanto, un nuevo y milimétrico deslizamiento, presuntamente provocado por el meneo del vehículo (atravesaban una zona de curvas), situó la desnuda rodilla en posición de contacto con el bajo muslo de Raquel A través del pantalón vaquero sintió el calorcillo de aquella extremidad y de una manera semi-inconsciente alejó la suya un par de centímetros. Pasados unos cinco minutos, la otra volvió a colocar su pierna de tal modo que los vaivenes del vehículo decidían si se producía el rozamiento o el contacto pleno. Al prolongarse la incidencia en el siguiente cuarto de hora, pese a sus repetidos apartamientos, Raquel empezó a sospechar que aquello excedía lo meramente anecdótico, pero era tan ambiguo, tan sutil...
"Bueno, pues ahora yo tampoco la muevo. De qué va esta tía ?", pensó.
Raquel sentía verdadero interés y encontraba hasta graciosa la cosa. Sin despegarse ni un solo momento, la morena, como calculando minuciosamente el siguiente lance, fue progresivamente sustituyendo los momentos de rozamiento intermitente por los de yuxtaposición pura y simple. Raquel, quieta.
"Perfecto -maquinó Marta, que es como se llamaba la anónima incitadora-, parece que no se molesta ni se inquieta. Veamos como reacciona ante esto". Sin preocuparse de fingir alguna razón objetiva que explicase semejante ademán, abrió atrevidamente los muslos en un abanico de casi ochenta grados. La pierna inquieta invadió abruptamente el espacio de Raquel y se pegó por completo a la suya, desde la rodilla hasta la cadera. Raquel se quedó cortada. Ya no podía creer que no fuera algo intencionado.
"Esta tía, o busca algo o quiere reírse de mí".
La descarada no cejaba en su insinuación. Incluso parecía regodearse, tal como sugería el nervioso y rítmico balanceo de su pierna derecha. Una expresión entre malévola y divertida, que Raquel no podía ver, se dibujo en su boca.
Decididamente, a Raquel le estaba gustando la escenita. No, gustando no era el término exacto: le estaba excitando. Ella no era en absoluto una salida que destinara un tiempo anormal a pensar en el sexo, pero sabía por experiencia que si la estimulaban eficazmente podía pasar de la apatía al deseo en segundos. Esto es lo que ahora sucedía, pero la novedad estribaba en que la que le estaba calentando la entrepierna era una chica!. La situación era insólita, una locura, pero, ya que caía en la cuenta, nunca había considerado con aversión la posibilidad de experimentar con un cuerpo femenino. Todo sea dicho, desde niña se recreaba en observar la linda anatomía femenina, bien en la vida real, bien, si era menester (inconfesable afición !), en revistas de moda. En su piadosa coartada mental se aseguraba a sí misma que tal inclinación obedecía a criterios "estéticos". "Cómo ?, inclinaciones artísticas, tú ?, ya !. No cabe termino medio; si no te repugna, querida, es que te gusta. Y si te gusta, ya te imaginas qué es lo que debe hacerse...". Esta revelación de su naturaleza, largamente adormecida, emergió espectacularmente gracias a los estímulos de aquella sorprendente chica. No era el momento ni el lugar de reflexionar sobre ello. Ahora sólo quería saber cómo acababa aquello y punto. Ya tendría tiempo de censurarse y, llegado el caso, de jamarse el tarro con crisis de personalidad y autorepresiones.
Para entonces Marta estaba muy caliente y contentísima de que la rubia le siguiera el juego... juego que venía practicando desde hacía dos años en estos mismos autobuses.
Consistía realmente en una sagacísima -y probablemente infalible- técnica de búsqueda e identificación de lesbis, que sólo podía proceder de un cerebro refinado y un tanto retorcido como el suyo. En el último año lo había aplicado en contadas ocasiones, pues ni con mucho todas las chicas con un atractivo desde el meramente aceptable merecían una estratagema no exenta de riesgos. En total, había echado el ojo a una docena de "candidatas", a las que antes estudiaba con detenimiento. Desgraciadamente, todavía no había podido sentarse con cuatro de ellas (a más de una le había perdido la pista hacía tiempo). Con tres no se reunieron las debidas condiciones "ambientales". Puso en práctica la argucia con cinco. Dos, o no se enteraron o, más seguro, fingieron no enterarse, mientras que otra reaccionó con patente rechazo (luego advirtió que en la parada le miraba con asco, lo que, naturalmente, no lo importaba lo más mínimo). Una cuarta pareció receptiva, pero quedó en falsa alarma, ya que si no se inmutaba fue porque... se quedó dormida. Con la última consiguíó llegar a un grado de insinuación tan avanzado como el de ahora con esta beldad rubia. Fue en vano. Tras una prometedora media hora, la chica se echó atrás y se inhibió por completo. Una lástima, en verdad, pues todas estaban para mojar pan. Sobre todo lo estaba aquella heterosexual recalcitrante que se cabreó: tenía un cuerpazo de necesitar mapa para no perderse.
Marta no necesitaba ligar de esta manera tan aviesa (ya estaba bien provista en ese sentido), pero encontraba superexcitante el asunto y no perdía la esperanza de que, a fuerza de intentarlo, alguna se enrollase. Había sido insistente y ahora estaba a punto de recoger el premio. Ya era un chollo el haberse encontrado a punto de caramelo a aquella nenita al que no le sacan los vaqueros ni a tiros. Bien hecho, pues realzan su fenomenal culo, redondo, cimbreante y bien tieso, como a ella le gustaban. Señor, señor, cómo había espiado este culo desde todos los ángulos, apreciando toda la riqueza de sus matices. Compitiendo en primor, su busto dibujaba una deliciosa sinuosidad cuando se le miraba de perfil. Le había calentado observar cómo atraía las miradas del respetable masculino, cómo los compañeros de clase se afanaban en hablar con ella de cualquier gilipollez en la parada, cómo la cortejaban descaradamente en los autobuses... nada había escapado a sus ojos inquisitivos.
O eran imaginaciones suyas o la chica proyectaba una imagen de saber mucho y de contar con una dilatada experiencia en asuntos de sexo. A santo de qué, si no, venía ese sempiterno rictus de satisfacción, ese asomo de sonrisa ?. Ahora ella estaba respondiendo a las mil maravillas a su seducción preparatoria. La cosa era muy emocionante y el pensar en ello le estremecía. Como siempre en estos casos, por la fértil mente de Marta desfilaron caóticas un tropel de fantasías, que poco tenían de románticas aunque muchas veces se dejaran alumbrar por un romanticismo tiernamente femenino. Con morbosidad febril se complacía en imaginar que empezaban a meterse mano y se hacían un jugoso bollo, allí mismo, ante la mirada atónita de todos. Deseaba imperiosamente a aquella ninfa, quería besarla, saborearla, comerla toda... lo que daría por llevársela a la cama, sentirla bien dentro. De momento firmaba ya mismo por un penco para junio tan sólo a cambio de un beso, de un abrazo... Las expectativas volvieron a dispararse: "Esta cae, esta tiene que caer..."
Estaban entrando en Bilbao y la tía cachonda seguía dale que te pego. No contenta con pegarse a su pierna, había empezado a darle golpecitos y a acariciarla con sensuales frotamientos crecientemente audaces. A Raquel le pareció que aquello, más que una estimulación, era una suerte de masturbación, pierna contra pierna, además, por supuesto, de una invitación de lo más explícita. No osaba girar la cabeza para mirar a los ojos de aquella divina desvergonzada que le estaba erizando hasta la pelusilla de la nuca. Le sobrevino un abrumador deseo de posar, qué menos, su mano sobre aquella hermosa pierna cálida y palpitante que pedía a gritos ser acariciada, aunque por el mismo precio se la metería por debajo de la falda. Intentó adivinar qué aspecto tendría su chichi, a qué olería, a qué (impúdico pensamiento!) sabría. Gustarían sus jugos como los suyos, deliciosos, que nunca desperdiciaba probar durante sus masturbaciones ?. Raquel no se conocía con tanto pensamiento obsceno. Asumía que tales desvaríos eran inimaginables, pero no podía evitar el plantearse:
"Qué demonios, y si lo hago ?, acaso no me está provocando ?. No, no puedes, con toda esta gente... olvídalo, es imposible".
Los pasajeros sirvieron aquí la disculpa para la contención, pero decidió sorprender a su acosadora con alguna iniciativa.