Hay veces en los que pienso que debo de estar enferma de tanto que deseo a Johann. Soy incapaz de pensar en otra cosa, no me concentro en nada. La primera vez que me acosté con él pensé que sería también la última. Bueno, las circunstancias hicieron que nos hiciésemos amigos y pese a la distancia que nos separa, intentemos vernos lo más posible, que desgraciadamente son unas 4 ó 5 veces al año. La anterior nos vimos, estuvimos encerrados en el hotel durante tres días. Creo que me he vuelto realmente adicta a él, no pienso en otra cosa que no sea en follármelo. Cuanto más se va aproximando la fecha en que nos vamos a ver, más enferma me siento.
Johann me llamó por teléfono, y me dijo que estaba ya instalado en el hotel. Cogí un taxi y marché hacia allí. Como si le oliese, según iba llegando a su habitación me humedecía más y más. Johann estaba tremendamente guapo cuando me abrió la puerta, como siempre, y tenía la mirada aguada por el deseo. Le había crecido el pelo un poco más desde la última vez y estaba descalzo. Me cogió de la mano y me hizo pasar.
Justo nada más cerrar la puerta, me izó en brazos con las piernas abiertas alrededor de su cintura y me apoyó contra la pared, comiéndose mi boca. Tenía una erección realmente espectacular, lo notaba a través de sus vaqueros. Nos desnudamos el uno al otro con prisa y en la cama, él me abrió de piernas y empezó a lamerme. No pude aguantarlo más, y me corrí intentando ahogar un grito de placer. Johann me miraba con una lujuria casi animal, puso mis pies sobre sus hombros y me penetró hondamente. Cuando noté toda su leche en mi interior tuve otro orgasmo. Nos acurrucamos el uno frente al otro, sudorosos, pasándonos los brazos alrededor de la espalda. Teníamos casi una semana por delante, y desde luego, íbamos a aprovecharla.