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"Mi esclava me sorprende, y descubre como darme un gran placer, y una debilidad al mismo tiempo."
Me despierto lentamente. Es raro, ni siquiera me acuerdo de haberme dormido. Abro los ojos, pero la oscuridad es absoluta. Quiero llevar ni mano a la cara, pero noto que estoy inmovilizado.
Me sobresalto, y tardo un instante en recuperar la cordura. Estoy cegado, maniatado de pies y manos, y por más que me fuerce a oír, el silencio es absoluto. Noto mi boca un lienzo en mi boca, estoy como mudo. No tengo contacto con el medio ambiente, no sé si es de día o de noche, no sé prácticamente nada, solo sé de quien es obra todo esto.
¿Laura, esclava mía, porqué lo has hecho? No lo comprendo, nada en el día anterior me hacía presumir de tu comportamiento. Si hasta me pareció que habías gozado más que nunca. ¿Venganza? De qué si yo jamás hice algo que no supiera que te gustaba. ¿Algún castigo demasiado duro? Lo has tenido, pero bien merecido y aceptado que ha estado. ¿o así solo lo creí yo? Me revuelvo, tratando de zafar de las ataduras, pero has aprendido de un buen maestro. Me desespera no mi situación, sino el hecho de saber porqué.
Tardo un tiempo más en conjeturar mi posición, hasta que un suave roce recorre mi pecho. No es algo vivo, no tiene calor, pero tampoco es frío. Es suave, y lentamente dibuja imaginarias figuras en mi tórax. Calculo que es una fusta la que me acaricia, y porqué no reconocerlo, me excita. ¿Te animarás a golpearme con ella? No lo creo, si lo hicieras, no te reconocería.
De golpe cesa el contacto. Noto mi pene duro, excitado. Ahora son tus manos las que me recorren. Es apenas un roce, en todo mi cuerpo. Logras que me relaje por completo, seguro de ti, tanto como lo estás tú en mis manos. Las caricias son inigualables, dulces, armoniosas. Jamás he gozado tanto de unas manos, tan suaves como las tuyas. Privado de todos los sentidos menos de mi piel, me concentro en ellas, que desatan en mí, sensaciones desconocidas. Durante un largo rato gozo de ti, creyendo que me has hecho sentir algo mágico.
Pero no tiene comparación, cuando cambias tus manos por la boca. Me torturas con un millón de besos, pequeños, duraderos. No son calientes, ni húmedos siquiera, son tiernos parsimoniosos. Te tomas todo el tiempo del mundo, haciendo que mi mente escape del cuerpo, y fluya libre por el aire.
Sería imposible que llegue a un orgasmo. Es diferente, inexplicable. Sutil.
Una leve brisa eriza mi piel, mientras tus pezones son los que me acarician ahora. Vas soplado con delicadeza, haciéndome sentir la calidez de tus senos, Ahora sí, el lívido sexual me ataca. Quisiera tomarte ahora y poseerte con locura. Pero mis liadas extremidades, se niegan a moverse. Siento como te giras, para recorrer mis muslos, huelo el dulce e intenso olor de tu sexo, que tan bien conozco.
Tus gráciles manos, desatan mis piernas, por no me muevo, es tanto mi goce, que sería incapaz de moverme. Te presiento nuevamente enfrente de mí y me lo confirman sus nalgas, al descansar sobre mi pecho. Ya tu olor a mujer ha invadido mis sentidos, y despierto del ensueño a notar que desciendes lentamente. Tu lengua juega con mi sexo, al principio son solo leves toques, que al poco tiempo se va convirtiendo en una felación increíble.
Siento, siento, siento. Todo en mi es sentir.
Sigues tu faena con una lentitud exasperante. Quisiera abrazarte, quisiera decirte, pero no puedo. Desearía que te penetraras, lentamente, dejándome sentir cada tenue relieve, cada fina sensación, que solo tu vagina pede regalarme. ¿Me lees el pensamiento? Noto todos tus movimientos, el calor de tu mano, que toma mi sexo, apuntando al tuyo. El primer contacto, lo recuerdo nítido, fue como un orgasmo sin eyacular. Tardas siglos en llegar al tope, y te quedas quieta.
Me liberas de todas mis ataduras, menos de la venda. Empiezas un suave vaivén, que de a poco gana terreno, sacándome casi por completo de ti, para volver a penetrarte hasta el fondo. Ahora puedo oír tu respiración entrecortada, mis manos solas, sin órdenes buscan tus pechos, y los acarician. Mi boca, sin saber como, besa tus pezones, mi lengua los recorre.
Sigues con tu ritmo, y de a poco, solo aceleras las penetraciones, manteniendo tus elevaciones, a ritmo constante. Te noto correrte una, dos, tres veces. El vibrar de tu cuerpo y las contracciones de tu vagina, no pueden engañarme. Yo también estoy a punto de estallar, mis manos toman tu cintura, inmovilizándote bien clavada en mi, al momento de mi primera eyaculación. El placer del orgasmo recorre mi cuerpo como una veloz descarga eléctrica, y moviendo yo mi cadera, logro dejar múltiples andanadas de semen dentro de ti.
Caigo desmadejado sobre mi espalda. Pareciera que hubieras absorbiendo hasta la última gota de mi fuerza. Cuando mi pene va perdiendo rigidés, te desmontas y lo limpias con suma delicadeza. Siento que abandonas el lecho y un aroma conocido inunda la estancia. Perezosamente giro mi cuerpo, dándote la espalda. Hablo por primera vez, ordenándote que retires la venda.
Escucho el frotar de tus manos, presagio de la caricia que se aproxima. Comienzas por los pies, presionando los lugares exactos, complaciéndome las juntas de mis dedos. Delicada, pero efectivamente masajeas todo el cuerpo, hasta el cuello, dejándome una sensación de relax única. Giro de nuevo, y ahora es la parte frontal de mí ser la que recibe tan gratas caricias. Abro los ojos, y fijo mi vista en ti. Tú también me observas, buscando en mi rostro un gesto mío, el cual recibes en forma de sonrisa. También sonríes, y escapas a mi mirada para concentrarte en mi masaje.
Cuando terminas, se sientas en el piso, sobre tus talones, las piernas bien abiertas, las manos sobre tus rodillas, la cabeza gacha, en posición sumisa. Quiero prolongar la languidez del relax alcanzado. Me tardo todo el tiempo para sentarme en la cama, apoyar mis pies en el piso.
Estoy en una paradoja, sabes y sé que has hecho todo esto por tu cuenta, y que no puedo permitírtelo, mereces y serás castigada. Pero ambos sabemos que lo que has hecho, ha sido por mí y para mi placer. Y aunque nunca te lo reconozca en palabras, lo has logrado notablemente. La falta ha sido muy grave, el goce, inmenso.
-Esclava, sabes que debo castigarte- Te digo, tal vez en un tono demasiado dulce.
-Si mi Amo.- Me contestas, pero sin pesar ni miedo en tu voz. ¿Tanto me conoces? ¿Tan transparente soy?
-Solo por esta vez, te dejaré a ti elegir tu castigo.- Dudas un instante, no estás segura, me levantas la vista, me miras directamente a los ojos, no debería permitírtelo, pero me agrada.
-Castígame para tu placer, Amo.- Me dices bajando el tono y la mirada.
-Te castigaré, esclava, pero para nuestro placer.- Respondo. –A la cama.- ordeno imperativo.
Ato suavemente tus pies y tus muñecas, cancelo tus oídos, vendo tus ojos, tapo tu boca. La misma fusta que recorrió mi cuerpo está al alcance de mi mano, la tomo, cierro mis ojos, y recreo en la mente, los placeres recibidos, decido obrar en consecuencia.
Pero esta ya es otra historia.
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