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El frío de aquella noche calaba mis huesos, más que nada porque con los escasos grados de temperatura en el ambiente salí pasada la medianoche vestido solo con un short verde ajustado, zapatillas y sudadera Rip Curl negra. No salí para ejercitarme, aunque me encontraba trotando, quería «más bien debía» llegar a casa de mi novio con quien media hora antes había tenido una fuerte discusión «pelea, literal». Necesitaba arreglar las cosas, o eso creía.
Mi novio me había golpeado un par de veces antes, palmadas en la cara, empujones e incluso apretado, pero nunca me había dado un puñetazo tan fuerte como aquel, sentí que mi nariz se quebraba con el golpe, incluso tuve la sensación de sangre correr por ella. La nariz no se quebró, ni brotó gota alguna de sangre, pero la furia se apoderó de mí y por primera vez en nuestro año y medio de relación le respondí el golpe, con varios puñetazos en su cara, cabeza y cuerpo, lo saqué a la calle a patadas, cerré la puerta y me tiré en la cama a llorar. Minutos más tarde salí en su búsqueda, lo amaba, tenía que recuperarlo, disculparnos mutuamente, esto no debía volver a suceder, así que solo con las llaves de mi casa salí a buscarlo.
Nunca había llegado tan rápido, para ahorrar tiempo tomé un atajo el cual suelen esquivar las personas por su peligrosidad, pero en ese momento no me importaba y en realidad, no tenía nada que pudieran quitarme. Al llegar a su casa miré por la ventana buscando luz, estaba todo a oscuras, así que decidí tocar la puerta, esperé y golpeé más fuerte, estuve así 20 minutos. Supuse que podría no haber llegado aún, haber partido donde una amiga o a lo mejor llegué muy rápido así que me senté en la acera a unos 20 metros de su casa para esperarlo.
Al pasar los minutos los espasmos en mi cuerpo eran cada vez más fuerte, el frío era ya incontrolable así que me preparé para levantarme y volver a casa, de seguro habría partido donde algún amigo, ya no me importaba, el frío me había hecho enojar nuevamente.
—Socio, qué anda matándose de frío —un hombre me habló mientras caminaba hacia mi.
—Amigo, tiene un cigarrito que nos regale —otro hombre a dos pasos más atrás.
«Mierda, me van a asaltar» pensé mientras se tensaba mi cuerpo.
—O alguna moneda pa' comprar alguna cosa —retomó el primero.
—No “hermano”, no tengo na' —hablando lo más callejero posible para no levantar sospechas de mi miedo, mirando hacia el piso.
—Bueno, cuídese amigote, se va a resfriar así como anda.
—Sí, ya me voy, gracias— pasaron.
Siempre he sentido que soy muy arriesgado, iluso o simplemente estúpido, pero ese sentido autodestructivo me hizo pararme y caminar tras los dos hombres que me había hablado. Escuché su forma de hablar y los reconocí, el primer hombre era más alto, tenía una gran espalda, vestía una sudadera como la mía pero color blanco y jeans azules, el otro era un poco más bajo, pero aun así más alto que yo, su cuerpo era más robusto, usaba una gorra de béisbol, un suéter rojo y jeans negros.
—¡Ey! puedo caminar con ustedes, es que no soy de acá y me está dando miedo.
—Oh hermano nosotros nos vamos yendo pa la casa, pero camina con nosotros un rato, yo me entro en unas tres cuadras más —el hombre de blanco.
Caminamos tres cuadras en silencio, yo atrás de ellos y al llegar a una esquina se detuvieron.
—Ya hermanito, yo me voy, acá vivo. Váyase con cuidado.
—Si, gracias por la compañía.
—Chao, que llegue bien a casa —estirando la mano y entrecerrando sus ojos verdes, estiré la mano por cortesía, él se rascó la cabeza por sobre la capucha y pude notar su cabeza rapada.
—Si quieres te acompaño un rato, yo voy más adelante, quiero ir a comprar un cigarrillo suelto.
Asentí con la cabeza, el hombre de blanco se despidió y quedé a solas con mi nuevo acompañante desconocido, comenzamos a caminar en busca de un lugar para comprar el cigarro y volvió a insistir.
—Tienes alguna moneda o algo, podríamos comprar algo para el frío, un vino o algo.
—No sé, es que salí apurado —revisé mis bolsillos, encontré un billete en mi sudadera.
—Si se nota, ¿por qué tan poca ropa amigo?
—Larga historia, mira acá tengo algo, no sé si alcance.
—Pero yo pongo el resto, compremos en la esquina y podemos tomarlo un poco más allá, hay una plaza de juegos donde nunca va nadie.
Llegamos a la plaza y comenzamos a beber de una caja de vino, me habló que vivía con su novia y sus suegros, que en casa siempre peleaban así que por eso salía mucho, que “Andrés” su mejor amigo tenía que trabajar al día siguiente y por eso no lo había acompañado a tomar. La cara redonda del desconocido comenzó a sonrojarse con el calor del vino, cada vez sonreía más, sus ojos achinados y brillantes se veían afectados por el vino.
—Entonces, ¿peleaste con tu novio?
—¿Qué? —quedé aún más frío.
—Ah, pensé que tenías novio.
—No, no, no soy así —No sabía qué decir.
—Igual yo tengo hartos amigos que son gay, son buena onda —tomó otro sorbo de la caja de vino.
—Que bien —apreté los labios y asentí con la cabeza—. Hace mucho frío, igual mejor ya me voy —con tono apenado.
—Pero tomémonos el vino y te acerco a casa, no te preocupes, me caíste bien.
Luego de varios tragos de vino el desconocido sabía la historia de los golpes de mi novio, me había hablado de sus amigos los cuales más que ser hombres gais por lo visto eran transformistas o travestis. Su mano izquierda sujetaba la caja y su brazo derecho estaba apoyado en mi espalda mientras seguíamos hablando.
—Ya que estás enojado con tu novio, ¿tienes ganas de despicarte o algo?
—¿Cómo? —reí y agité negando con la cabeza.
—Hacer algo para sacarte el enojo.
—¿Y qué puedo hacer? apedrear su casa —con tono sarcástico.
—No, algo más rico.
Me quedé en silencio mirándolo, no sabía a qué se refería y ya no estaba pensando bien.
—Podrías chuparme el pene, si es que quieres.
Hasta entonces no había sentido nada por el desconocido, salvo miedo a momentos, pero sus palabras me calentaron de inmediato y en un abrir y cerrar de ojos lo examiné de pies a cabeza. Masculino, un poco ebrio, lo acabo de conocer en la calle y siento que me va a asaltar o golpear en cualquier momento. Toda una fantasía que hasta entonces no tenía y se me acababa de antojar.
—¿Acá? —lo miré a los ojos y mordí el borde izquierdo de mi labio inferior.
—Un poco más allá está oscuro —moviendo la cabeza para señalar el lugar.
—Me da vergüenza, si alguien nos ve, además no te conozco —el morbo me subía, pero quería asegurarme que él igual quería y no era una excusa para golpearme— y tengo novio.
—No hables de él, es un imbécil y tranquilo, no se verá nada.
—Ya, vamos —Decidido, tomé la caja de vino y la vacié en mi boca.
Llegamos a un espacio oscuro detrás de una casa, me puse en cuclillas y se desabrochó el cierre del pantalón, sacó su pene lacio junto con sus bolas y lo dejó frente a mi cara. Su pene lacio era de como de 14 centímetros, y unas bolas peludas que colgaban bastante. Tomé su pene con mi mano derecha la cual no alcanzó a cerrar por su grosor, sentí su piel suave y acerqué mi cara, olía a orina y sudor. «Todo un macho me salió el delincuente» pensé. Abrí mi boca y probé suavemente con mi lengua la punta de su pene.
—Vamos, cómetelo todo.
No me hice el rogar, comencé a pasar mi lengua por todo su glande saboreando un sabor amargo y salado, sentía su olor de sudor en mi nariz mientras lamía su glande y su pene comenzaba a crecer y endurecer.
—Trágatelo.
Posó sus manos sobre mi cabeza y comenzó a follarme la boca lentamente, su pene cada vez más grande llegaba más adentro y las lágrimas comenzaban a brotar por mis ojos con las suaves arcadas que me provocan sus embestidas.
—¿Quieres que te lo meta?
—¿Andas con condón? —sacando su pene de mi boca y mirándolo hacia arriba.
—No, no tengo.
—Entonces no, otro día podríamos juntarnos —con su glande afirmado en mis labios.
—Chúpame las bolas.
Tragué su pene una vez más y en seguida comencé a lamer sus bolas sudadas y mojadas con la saliva que caía de mi boca mientras lo masturbaba, escuchaba su respiración y acallados quejidos de hombre, lamía desde las bolas sin despegar mi lengua hasta llegar a su glande, tragaba todo su pene y volvía a repetir.
—Lo chupas rico, maricón —suspirando.
Eso me calentó aún más, quería comerle bien el pene, quería que siguiera quejándose.
—Avísame cuando vayas a acabar —para que no eyaculara en mi boca.
—Sí, sí, yo te aviso, sigue no más.
Volvió a poner sus manos en mi cabeza y embestía contra mi boca todo su pene, llegaba al fondo de mi garganta y por alguna extraña razón no me causaba tantas arcadas, aunque sí me hacía lagrimear a montones. De pronto su pene comenzó a palpitar más y antes que pudiera retroceder mi boca se llenó de semen, intenté escupirlo pero con sus manos presionaba más mi cabeza contra su pene haciéndome tragar a la fuerza. El sabor era fuerte, amargo y muy viscoso.
—Oh que rico, maricón.
Cuando soltó mi cabeza ya me había tragado la mayoría del semen, y el resto corría por las comisuras de mis labios, así que no me importó y con mi lengua empecé a limpiarle el pene hasta no dejar rastro de mi mamada.
—Me habría gustado follarte el culo, se ve que lo tienes bueno —mientras seguía chupando su verga.
—Igual me hubiese gustado —a medida que me ponía de pie.
—Ya hermano, me tengo que ir.
—Yo igual, muero de frío.
—Cuídate —me dio una palmada suave en el hombro y se fue.
Sonreí a su toque y marchó, mientras yo comencé el camino en la otra dirección para llegar a casa, olvidando todo lo malo ocurrido durante el día y pensando solo en el desconocido a quien nunca volvería a ver.
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