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El ambiente caótico de la Ciudad de México puede estresar hasta al ser más pasivo y practicante de yoga ¡se los juró! No hablemos del tráfico que pareciera interminable y menos de la histeria colectiva de la que ya es presa la ciudadanía entera. El pensar madrugar en sábado es una de las cosas que rara vez puedo considerar dentro de mi itinerario de fin de semana, pero aquella mañana de abril cuando me llamó Diego, no dude un instante en sacrificar un par de horas de sueño.
Diego, es un viejo amigo. Lo conocí en una fiesta y bueno, podría decirles que el flechazo fue casi inmediato. De eso tendrá cerca de ocho años aproximadamente, en aquel entonces tuvimos algunos encuentros sexuales y totalmente pasionales, pero por cuestiones del destino tuvimos que separarnos por un tiempo. Él tuvo una hija, nunca se casó pero finalmente su vida cambio, ahora estaba llena de responsabilidades y compromisos. Yo, seguí con mi vida, aunque la verdad nunca pensé en que podría volver a verle.
Esa mañana recibí un mensaje cerca de las siete de la mañana –“Hola. Llevo semanas pensándote y aunque sé que fui yo quien se alejó, no dejo de pensarte. Han pasado años, pero no el deseo que tengo de volver a verte. ¿Podríamos vernos hoy mismo?”- debo de confesarles que me sacó de onda la petición, pero sabía que por algún motivo “poderoso” él tenía la urgencia de verme y sí, tal vez de platicar con alguien cuestiones de su vida que podrían ser complicadas. –“Hola. Que gusto leerte Diego ¿estás bien?, me encantaría verte ¿podría ser por la tarde?”- tardo unos minutos en responder –“No, en la tarde es demasiado. Paso por ti en quince minutos, no ando lejos de tu casa”- me incorporé como resorte de mi cama e hice realmente un “trucazo” de magia por que en menos de diez minutos estaba bañada y lista ente comilla para verlo. Apenas me dio tiempo de medio maquillarme y ponerme lo primero que alcancé a tomar del ropero y de la peinada ¡ni hablamos!
¡Por fin llego!, guapo como le recordaba la última vez, con el cabello intacto y oliendo riquísimo. –“¡Hola preciosa!, no sabes cómo ansiaba volver a verte y sentirte entre mis brazos.”- me abrazo y saludó de una forma que hizo enchinar cada centímetro de mi piel, porque el beso húmedo y rico que me dio no fue precisamente en la mejilla y menos en la boca, sino, en mi hombro derecho, recordando perfecto mis puntos “débiles”. Subimos al auto y él arranco sin un destino definido al menos para mí –“ ¿A dónde vamos Diego?, ¿Cuál es el plan?”- él me volteo a ver y poniendo su mano en mi pierna exclamó –“Déjate llevar, no te va a pasar nada. El plan es simple, desayunaremos y nos cargaremos de energía positiva”- y sí, quede conforme, aunque la verdad es que se me antojaba algo más que un simple desayuno con ese hombre.
-“Y, ¿cómo has estado?, el mensaje de hoy me desconcertó. Pensé en verdad que nunca más o al menos en un largo, larguísimo tiempo no sabría de ti y de tu vida.”-. –“Todo ha estado bien. No preguntes ya, porque no quiero hablar de mi vida y de mis problemas. Lo único que quiero es disfrutar de ti y de tu compañía como en los viejos tiempos ¿te acuerdas?”.
Metros adelante, doblo a la derecha y estábamos enfilándonos para entrar a uno de los Hoteles en los que algún día cogimos –“¿Es en serio Diego?”- me miró, me sonrió y procedió a ubicar el mejor lugar disponible que hubiera. Estacionó el auto, se quitó el cinturón de seguridad y se abalanzó sobre mí, me besó de una manera que francamente era imposible decirle que no y yo, sólo me deje llevar. Él sin decir una sola palabra continuó besándome, metió su mano por debajo de mi camiseta, me acarició tierna y lentamente los pezones, conforme iba aumentando la intensidad de sus besos sus dedos apretaban y jalaban mis pezones. En ese momento lo único cierto eran dos cosas: la primera, que él ya tenía una erección hasta las nubes y la segunda: que deseaba tanto recordar los motivos que me volvían loca por él.
Entre fajes, llegamos a la habitación, abrió la puerta se situó detrás mío, me tomo de la cintura y empezó a morderme los hombros, tanto como si quisiera comerlos, bajo los tirantes de mi camiseta, quito el top y me acarició suave y detenidamente mis senos, como si quisiera delinearlos. Perfectamente sentía como su erección estaba al tope. –“¿Te gusta?, nos sabes cuánto deseaba olerte y tenerte para mi solito otra vez. De hecho no sabes las ganas que tengo de bajarte los pantalones, empinarte y cogerte tan duro como pueda.”.
Era obvio que aquello me estaba encantando, era como haberle puesto pausa a lo que tuvimos alguna vez. No era el beso, la caricia, el faje, el cachondeo, era él, su olor, su manera de comportarse, de tratarme, su manera de decir las cosas tan impositivo como siempre, era el sentimiento de una apenas vislumbrada dominación. –“Si te gusto tanto, si lo deseas tanto y si me buscaste para esto, entonces la cosa es simple: ¡cógeme ahora!”- me dio la vuelta hacia él, tomó mi barbilla, la apretó y me planto un beso de esos que te dejan sin aliento, me beso el cuello y cuando llegó a mi oreja escuche – “Tú también lo quieres. ¡Voltéate!”-. Me di la vuelta, me empujó hacia la cama y me puso en cuatro, bajó mi pants, bajo mi tanga, me abrió las piernas, las nalgas y… ¡entro!, comenzó a embestirme como bestia ansiosa por comer, él sabía perfecto que amo el sexo rudo y vaya que me complacía muy bien. Tomó mi cabello con fuerza hacia él mientras me cogía duro y rudo –“¿Esto es lo que querías sentir?, ¿Apoco no la extrañabas dentro de ti?”- mis gemidos no me dejaban hilar ninguna palabra, cada vez estaba más cerca de hacerme explotar de llegar al nirvana.
-“¡Cógeme así!, me encanta como me coges, como me dominas, como soy una muñeca de trapo en tu dominio”- paro, me volteo y me sigo dando riquísimo, al son de sus embestidas apretaba el “botón mágico” hasta hacerlo chorrear no una, ni dos, tres veces. Adoré como me cogía mientras nuestras miradas chocaban, mientras escupía mi vagina y me masturbaba ¡vaya manera de iniciar mi sábado! ¡vaya mañanero! Finalmente, cuando estaba a punto de terminar, se quitó de mí, me volteo, jalo mi cadera hacia arriba, a su altura y entonces cumplió su deseo: terminar en mis nalgas, ver como escurría su semen por mi trasero era algo que ansiaba. –“¡Gracias!. Coger es fácil, pero coger con quien deseas y con quien en mente te masturbas es maravilloso. Prometo no alejarme tanto esta vez.” …
¿Habrá una siguiente vez? ¡No lo sé!, lo que si es que dejaré como siempre y como acostumbro que la vida me sorprenda, dejaré que las cosas ocurran. Tendré exactamente la misma postura que hace algunos años y tal vez y solo tal vez, con algo de suerte podamos repetir ese momento.
¡Amé aquella mañana y aquel “desayuno” de sábado!
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