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Desayunando galletas

~~Salí del bar donde habíamos celebrado la cena de empresa con el  habitual tedio que me dan esos eventos. Ver a mis compañeros mamados como piojos mientras yo permanezco completamente sobrio resulta entretenido al principio  pero luego se convierte en un ejercicio de soberano aburrimiento. Pero qué le voy a hacer si soy alérgico al alcohol. Al menos este año la cena era a un par de calles de mi casa, al menos me ahorraría el taxi.

Doblé la esquina y vi a un hombre intentando abrir su coche, se tambaleaba. Menuda tajada  lleva, pensé. Pero al acercarme un poco más vi que era Rafa, uno de mis compañeros de trabajo. No me pareció correcto dejarle tomar el coche en ese estado así que me acerqué a convencerle de que no volviera en su coche.

 

•Rafa -dije- , no puedes volver conduciendo, has bebido mucho.


•Hola Ángel -contestó- pero si sólo me he tomado unas copas -y al decirlo se tambaleaba.


•Toma un taxi, venga así no puedes conducir - no me costó mucho quitarle las llaves de las manos.


•No, vivo a tomar por el culo, me va a costar una pasta el taxi, y no llevo ni un duro - dijo sacando su cartera del bolsillo y enseñándome que iba vacía.


 

Volvió a tambalearse y por poco se cae. No sé cómo llegué a sujetarlo porque Rafa es un hombre robusto de un metro ochenta de alto y bastante corpulento. Me contó un día que en su juventud había jugado al waterpolo y en sus hechuras desde luego había quedado patente su época de deportista. No podía dejarle irse en ese estado así que se me ocurrió una idea absurda.

 

•Vente a casa a dormir -le dije- vivo aquí al lado y mañana podrás coger tu coche y llegar sano y salvo a tu casa.


 

Me miró como si fuera un palo al que agarrarse y, para mi sorpresa, aceptó. Llegar a casa fue complicado, a pesar de la corta distancia tardamos casi quince minutos, cada pocos pasos Rafa se tambaleaba y se agarraba a mí como si yo fuera su muleta. Me di cuenta entonces de que soy bastante enclenque comparado con él y que sujetarlo así me iba a costar alguna contractura.

 

Al fin llegamos a casa. Sólo tengo una habitación y ni se me ocurría la idea de meter a semejante barril de ron andante en la cama, si vomitaba me pondría perdido así que lo llevé hasta el sillón y lo senté como pude. Me fui a por una manta y una almohada y lo ayudé a tumbarse. En cuanto apoyó la cabeza en la almohada se quedó dormido. Le quité los zapatos y lo tapé con la manta. Con la ropa puesta y la manta sabía que no pasaría frío porque además la calefacción central del edificio mantenía mi casa muy caliente durante todo el invierno así que tranquilamente me fui a la cama a dormir.

 

Dormí profundamente hasta que a la mañana siguiente la luz comenzó a entrar por la ventana. Salí en pijama al comedor y Rafa seguía en el sofá dormido. Me fui a la cocina a preparar algo de café, supuse que lo necesitaría cuando despertara de la borrachera. El apartamento es pequeño y la cocina es de esas que se abre al salón a través de una ventana pasaplatos a través de ella vi que la ropa de Rafa estaba sobre una silla, me quedé extrañado porque recordaba que yo no se la había quitado. Puse en marcha la cafetera y al olor del café mi invitado se despertó.

 

•Buenos días -dijo desde el sofá- ¿qué hora es?


•Las nueve y cuarto -contesté-


•Pensaba que era más tarde… me va a estallar la cabeza.


•Bebiste mucho ayer, te estoy preparando café, toma.


 

Retiró la manta y se levantó del sofá. Sólo llevaba puesto un slip blanco de esos de mercadillo que imitan marcas caras. Pensé que los rumores de que su divorcio le había dejado sin un duro que circulaban por la oficina no debían andar muy desencaminados. Pensé que se vestiría pero no, vino hasta la cocina con el slip como única prenda, ni calcetines llevaba.

 

•Macho, qué calor hace en tu casa -dijo- me desperté por la noche empapado en sudor y me tuve que quedar en calzones. Espero que no te importe.


 

Desde luego que no me importaba, la verdad es que tenía frente a mi un auténtico macho. Ancho de espaldas, pelo en los pectorales que bajaba en una fina línea hasta el ombligo y se perdía bajo aquellos blancos slips, brazos fuertes y piernas robustas y sus intensos ojos azules en los que ya en la oficina me había fijado, aunque nunca me había dado cuenta de que su cuerpo estuviera tan bien. Los slips le quedaban bastante ceñidos y le marcaban un interesante paquete que no pude evitar mirar. Le ofrecí un café y le invité a sentarse en un taburete de la cocina.

 

•¿Quieres unas galletas? -le ofrecí el tarro donde las guardaba- te vendrá bien meter algo sólido al estómago.


•Gracias - dijo- no sé como voy a poder pagarte lo que has hecho por mi. El resto de la gente me dejó marchar incluso viendo como me encontraba. Si llego a coger el coche me estrello. - cogió las seis o siete galletas que había en el tarro y las comenzó a devorar.


 

Sus modales eran algo toscos, lo que cuadraba perfectamente con esa pinta de macho fortachón que tenía allí sentado en el taburete, con las piernas abiertas luciendo el paquete que le marcaban sus calzones, el cual acomodaba de vez en cuando entre galleta y galleta. Había algo en él que me excitaba y lo noté claramente cuando me di cuenta de que mi polla estaba empezando a ponerse morcillona. Eso era un problema, porque yo sólo llevaba el pantalón del pijama y una camiseta y podría notarse mi excitación.

 

•¿Dónde está el baño? -preguntó-.


•Al fondo del pasillo -le dije-.


 

Se levantó y se fue hacia el baño, al menos su momentánea ausencia me serviría para que mi sexo volviera a su tamaño habitual y él no se diera cuenta de mi pequeña hichazón viril. Pero no tardó mucho en volver y fue peor, verle de pie entrando en la cocina me hizo volver a mirar directamente su paquete y esta vez tenía una pequeña mancha de humedad, quizá la última gota de su micción. Mi imaginación se revolucionó y me lo imaginé sacando su sexo en mi baño y orinando en mi taza, claro, semejante imagen en mi mente hizo que mi polla volviera a cobrar vida.

 

•¿Quieres más galletas? -disimulé dándome la vuelta y buscando otro de los botes con galletas que guardaba. Mientras buscaba oí detrás de mi:


 

•Gracias, ya has hecho mucho por mi aunque sí que se me ocurre como puedo recompensarte -dijo, y mientras tanto me agarró de la cintura pegándose a mi como una lapa- he visto como mirabas mi paquete y quizá te lo puedo ofrecer como recompensa.


 

Quedé petrificado, en otras condiciones me hubiera dado la vuelta y le hubiera pegado una ostia, pero el tacto de sus manos sobre mi cintura me había paralizado.

 

•Venga, creo que nos va a gustar a los dos. El lubricante que tienes en el armario del baño no es precisamente para la cadena de la bicicleta.


 

Sus manos se metieron bajo mi camiseta y empezó a acariciar mi pecho y mi estómago, sus dedos tropezaban con mis pezones que se pusieron duros al instante, sus labios ya rozaban suavemente una de mis orejas y notaba su aliento en el cuello. Rafa podía ser algo tosco en sus modales, pero acariciando era todo un maestro. Notaba la presión de su pelvis contra mi trasero y su sexo cada vez más duro, solamente la tela de sus slips y mi pantalón de pijama separaban su capullo de mis nalgas. Suavemente me giró y me besó en los labios, sus manos entonces recorrieron mi espalda y se introdujeron bajo mis pantalones por detrás, acariciándome el trasero suavemente pero apretándome firmemente contra él. Era imposible escapar, ni falta que hacía, porque entre sus brazos me sentía en el séptimo cielo. Poco a poco subió mi camiseta y me la quitó, entonces comenzó a besar mi pecho y se detuvo un buen rato en cada pezón lamiéndolo y mordisqueándolo. Hábilmente bajó mis pantalones hasta mis tobillos y dejó mi polla dura al aire completamente apuntando hacia arriba. Con sus caricias y sus lametazos había conseguido ponérmela tremendamente dura. Aquel macho continuó sorprendiéndome cuando se agachó y comenzó a lamerme el capullo. Sus lametazos eran realmente apasionados, llenándome la polla de saliva con cada uno de ellos. Luego poco a poco comenzó a comérmela mientras sus dedos acariciaban mis cojones y se encaminaban hacia mi agujero rozándolo suavemente. Creí que me correría allí mismo pero paró y le levantó, volviendo a besarme en los labios. Nuestras lenguas se buscaban ávidamente y entonces por fin usé mis manos para acariciar el bulto que seguían marcando sus slips, meter mis manos en su interior y tocar aquella caliente y húmeda polla que pugnaba por escaparse de su encierro. Tiré hacia abajo de los calzones y ambos quedamos completamente desnudos, contemplé con gusto su polla, era como todo él, ancha, algo venosa y con un capullo gordo y sonrosado, ahora humedecido por la excitación. Fui a bajar para chupársela pero entonces él dijo que fuéramos a la cama. Caminamos hacia la habitación parándonos para morrearnos cada pocos paso acariciando nuestros cuerpos, sintiendo como nuestras pollas se rozaban al besarnos. Se tumbó en la cama mientras yo tomaba del baño el lubricante y algunos preservativos. Cuando entré en la habitación el espectáculo era tremendo, aquel macho desnudo, con su polla completamente dura mirando hacia el techo me llenó todavía si cabe aún más de lujuria, me abalancé sobre la cama y comencé a comerme su polla chorreándola de babas, tan empapada la dejé que dudé si necesitaría o no el lubricante, pero el preservativo taparía todo la humedad que yo había aportado así que tomé un poco y lo unté en mi agujero, luego coloqué el preservativo y me coloqué sobre aquel palo duro que fue poco a poco taladrándome. Una vez que quedó bien dentro y me acomodé a tenerlo bien clavado comencé a moverme poco a poco, unas veces en círculo y otras arriba y abajo, notando como Rafa resoplaba y gemía de gusto, a veces parecía que los ojos se le quedaban en blanco de lo que le estaba gustando aquello y yo disfrutaba tremendamente de la penetración. Mi polla rozaba contra su estómago mientras me follaba y poco a poco noté que estaba a punto de correrme, y entonces llegó el orgasmo, mi cuerpo explotó en llamaradas de placer y mi culo se contrajo sobre el sexo de mi amante lo cual hizo que a su vez fuera él quien se corriera. Su lefa quedó depositaba en el condón, mientras que la mía se exparcía por su vientre y su pecho peludo. Casi me desmayé sobre él de la intensidad del momento y permanecí encima durante algunos minutos. Entonces me besó de nuevo y me miró pícaramente diciendo: ¿tienes más galletas?.

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