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~Al sentirse intimidado, el humano retrocedió hasta chocar su espalda contra la pared. Su cuerpo adoptó una postura defensiva; sus pupilas dilatadas oscilaron entre Deneb y la ventana abierta. Dispuesto a utilizarla como vía de escape, ante la menor provocación del extraño personaje que había invadido su privacidad y parecía querer atentar contra su vida.
—¡No te acerques! —advirtió. Su tono de voz aparentaba serenidad, pero el aumento en la presión arterial, la glucosa y la actividad cerebral, ponían en evidencia su miedo—. No sé qué pretendes, ni de dónde saliste. Pero… ¡No voy a dejar que me hagas daño.
Deneb imaginaba lo que el humano, que lo contemplaba con curiosidad y desconfianza, estaría viendo. La coloración de su cabello y su piel se asemejaba a la anomalía cutánea, o hipopigentación, conocida como “albinismo”, que presentaran algunos miembros de esta especie. Pero contrario a los albinos, sus pupilas blanquecinas no contaban con el iris que poseían los ojos humanos; aquella pequeña esfera de color negro, delatoras de los estados de ánimos y principales responsables de la expresividad de estos orbes. De seguro, la carencia de vida en los suyos era lo que le resultaba más intimidante al muchacho.
Poseía un cuerpo esbelto, muy similar al de los varones de la raza humana, y sus extremidades eran largas y bien tonificadas. A pesar de ser la suya, una raza pacífica, su genética lo mantenía en un estado físico óptimo. Capaz de enfrentarse en una lucha cuerpo a cuerpo con cualquiera que amenazara su integridad, y salir victorioso. En la base de datos de la MIN, tenía almacenado una infinidad de archivos con técnicas de lucha de combatientes de la mayoría de las razas de la galaxia. Era un arma en potencia y utilizaría todos sus conocimientos y habilidades, si era necesario. Pero, no creía que en esta ocasión se diera el caso.
—No estoy aquí para hacerte daño —aseguró, a pesar de saber que el terrícola seguía sin comprender su lenguaje—. Vine a ayudar a tu gente. Necesito que cooperes conmigo. —Su voz adquirió un tono calmante, consiguiendo que éste relajara algo de su postura. Se concentró en suavizar sus rasgos, tratando de conseguir que el muchacho dejara de lado su desconfianza y accediera a cooperar.
Lo primero que hizo fue oscurecer su piel, para luego pigmentar de un tono menos llamativo su cabello y corregir la anomalía de sus corneas. Iba haciendo todo esto, al tiempo que se acercaba con pasos medidos, proporcionándole a la mente del sujeto una fantasía que lo distrajera y lo mantuviera sereno. Lo necesitaba en un estado de ánimos complaciente para lo que vendría a continuación.
Una vez los microbot terminaron el proceso de cambio, se observó en el espejo que estaba empotrado en uno de los muebles de la habitación, y quedó complacido con los resultados. Su apariencia, para cualquiera que se les cruzara en el viaje que emprenderían pronto, sería la de un humano caucásico: estatura promedio, cabellos rubios y ojos celestes. No causaría desconfianza en ningún otro ser humano, ni sería forzado a modificar sus planes.
Ya frente al joven humano, sujetó el rostro de este con ambas manos, lo acercó al suyo y se pegó a sus labios. Los ojos del terrícolase agrandaron, pero no hizo nada para apartarlo. Su expresión era de confusión y sorpresa.
«MIN, transfiere una carga de un 20% de microbots al cuerpo del humano», ordenó Deneb a través de su conexión neuronal. Esperaba que con esa cantidad fuera suficiente.
«Fallo en la cantidad estimada a traspasar.
Mis informes advierten un riesgo para la integridad del sujeto…
Recomendación: Inocular una cantidad de un 1% de microbots directo al torrente sanguíneo. Repetir el procedimiento dentro de 90 días»
«No puedo esperar esa cantidad de tiempo. Inicia la trasferencia», mandó.
«Repito: Riesgo para la integridad del sujeto…
Recomendación: Inocular una cantidad de un…
«Inicia la transferencia», ordenó tajante.
El humano había despertado del trance en el que se encontraba inducido. Las manos de este agarraron con firmeza sus hombros e intentaron sacárselo de encima. Deneb tuvo que hacer uso de su fuerza física para no perder el agarre que mantenía en el rostro del joven y evitar que sus labios se separaran.
«Iniciando transferencia de microbot…
Advertencias ignoradas…
Recomendaciones ignoradas…
Probabilidades de éxito en el procedimiento: Menor de 40%.»
El cuerpo del humano se tensó en cuanto los primeros agentes se posaron en su lengua; intentó liberarse: forcejeando y pateando. Pero los microbots habían acondicionado la musculatura del sednariano, dándole la resistencia de un bloque de acero. Por lo que Deneb recargó todo su peso sobre el cuerpo más grande, aplastándolo e inmovilizándolo contra la superficie de madera. Y, a pesar de los intentos que hizo el varón terrícola para zafarse, no consiguió separar sus cuerpos ni un solo milímetro.
Deneb sintió correr el flujo de los diminutos microprocesadores, de forma vertiginosa, por su torrente sanguíneo. Para después salir por su boca, a través de las glándulas salivales directo a la del muchacho. Una vez allí, harían un recorrido similar, pero a la inversa, hasta alojarse en el cerebro del humano y conectarse a la Red Neuronal.
Mientras esto ocurría, una cantidad mínima de entes patógenos era relegada a permanecer en el flujo sanguíneo; corrigiendo todas las falencias que pudieran encontrar a su paso, reparando los tejidos y órganos dañados. Era un proceso lento, entorpecido por las células linfoides innatas, que debido a su función de deshacerse de los cuerpos extraños que invadían el organismo, hacían lo posible por eliminarlos a estos microscópicos artefactos.
La tensión en el cuerpo del humano se incrementó; gotas de sudor eran exudadas por sus poros, el miedo se reflejaba en sus pupilas agua marina; sus globos oculares daban vueltas en sus cavidades, dejando sus retinas a ratos por completo blancas. Mientras sus manos, continuaban sin éxito, sus esfuerzos por quitarse al sedanriano de encima.
Deneb jamás había realizado este procedimiento, y esperaba no haberse equivocado. Solo los científicos en su planeta estaban autorizados a realizar tal complejo proceso. Y, este, sólo se llevaba a cabo cuando la maduración de los embriones sostenidos dentro de las cápsulas incubadoras, estaba completo y eran capaces de soltar el primero de sus alientos sin la ayuda de los tubos que los sustentaban. Era entonces, cuando se les inoculaban una cantidad mínima de agentes en su torrente sanguíneo; sólo un 0,2% de lo que el viajero estaba transferido al cuerpo del humano, pero que iba en aumento, a medida que sus cuerpos se desarrollaban y fortalecían. Su raza venía diseñada genéticamente para tolerar a los microbots, adaptarse a ellos y potenciarlos.
La MIN le comunicó cuando la presión sanguínea dentro del cuerpo terrícola aumentó. Aquello facilitó el recorrido de los microbots dentro del torrente sanguíneo, permitiendo que se dispersaran con mayor facilidad y accedieran al Sistema Nervioso Central. Una vez conectados a éste, dispararon una carga de endorfinas que provocó que los músculos del joven se destensaran. Su cuerpo se recargó lánguido sobre la pared, sus manos cayeron pesadas a sus costados, y sus ojos se cerraron en reposo.
Deneb aflojó el agarre y relajó sus tensos músculos, a la espera de que se completara la transferencia y poder comprobar, por él mismo, los resultados del procedimiento que acababa de realizar.
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