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Después de leer dos o tres cuentos más en Delta de Venus, el placer y el ahogo orgásmico me descontrolaron. Intenté acudir a la "pobrecita razón" para evitar el hecho, pero la concupiscencia que me invadía, el calor corporal, la humedad vaginal era tan voraz que me consumía física y mentalmente. Caí un poco en la inmundicia, no sé si ese término expresa con precisión lo que sentí, pero empecé a imaginarme masturbándome con un objeto grande que pudiera penetrarme con dolor y placer al tiempo. Te recordé y te busqué telefónicamente para que presenciaras, vía auditiva, el acto onanista que iba a iniciar, pero no te encontré. Soñé con que nos masturbáramos juntos.
Finalmente, el olor que producía mi carne, mi sexo, era tan fuerte que impregnó toda la habitación e insufló mi olfato y mi mente hasta impulsar mis dedos a recorrer mi cuerpo. Inicié el placer genital empujando dos dedos desde mi vulva hasta el interior de mi vagina, pero éstos me parecieron insuficientes, así que introduje un dedo más e inyecté el último en mi cavidad anal para agregar gozo y un poco de dolor al acto. La cantidad tan grande de líquido que fluía alcanzó para llegar a todas las hendiduras y empapar mi mano de sexo y mi mente de fruición y éxtasis.
Empecé a retorcerme por toda la cama como una serpiente que se siente hambrienta y está dispuesta a todo para satisfacer su apetito. De manera, descontrolada, mis músculos se contraían fuertemente y mis dedos se movían al capricho de mi deseo, buscando el punto exacto para lograr, en medio de la carnosidad muscular y de la exaltación interna, desencadenar el orgasmo. En unos pocos segundos, mi razón no existía, fue remplazada por un gozo sin igual.
Creo que te debo mucho más, pero este escrito es un buen comienzo. Para iniciar su continuación, te adelanto que tuve que masturbarme nuevamente unos minutos más tarde porque la codicia en que me hallaba me hacía sentir ninfómana.
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