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Deleite matinal

Mientras la mañana transcurría y una cálida luz asomaba por la ventana Lucía se perdía en sus pensamientos. Su mente formó una imagen. Se veía a si misma sentada en una especie de escritorio en una oficina apenas iluminada e invadida por un delicioso aroma a jazmines. Mientras que el hombre la besaba sus manos discurrían por la blusa blanca abierta, dejando entrever sus grandes senos capaces de seducir hasta el más ciego de los hombres. El hombre se hallaba absorto en la blanca piel de Lucía mientras los dedos buscaban, hurgaban entre la licra del sujetador. Lo único audible en la habitación eran gemidos y jadeos que a un escaso volumen poblaban el recinto.



Bruscamente el hombre cuyo nombre es Marcos cambió su centro de atención hacia la boca de Lucía. La colmó en un beso dulce y profundo, el de los adolescentes, que provocó que ella sujetara su espalda muy fuerte. Las manos de él acariciaban su corto pelo negro, provocándole unas cosquillas en la parte interna de sus dedos. De esas cosquillas que lo hacían estremecer internamente, de esas caricias quizás ignoradas por muchos hombres, pero que a él le provocaban placeres tan intensos.



¡Cómo no tentarse con la piel de Lucía, blanca, suave!. Cálida. No era parecida a ninguna otra mujer, su belleza no era común. Tampoco tenía el cuerpo de una mujer atlética, sino aquél que eventualmente arrancaba algún piropo o suspiro de los hombres con los cuales se cruzaba. Hasta quizás de alguna mujer que ella no llegaba ni a imaginar. Pero lo cierto es que Lucía destilaba pasión y una ternura pocas veces vistas. Esa mezcla de mujer tímida y pasional, dotada del don de la palabra, capaz de seducir al más ubicado. Y esa voz que hacían perder a Marcos y a cualquier hombre la cordura transitoriamente. Es así que en ese ambiente se perdían en caricias.



Lucía había recobrado levemente el control. Ahora eran sus manos las que buceaban lentamente por la ropa de Marcos, desabrochando los pequeños botones de su camisa de seda y vislumbrando el panorama exquisito de su piel. La piel del hombre , desnuda, sin vellos, que es tan excitante para las mujeres. Una piel suave, apenas bronceada por el pasado verano, sumisa en parte a las caricias que Lucía le brindaba como buscando un tesoro. Ella se llevó un dedo a su boca, saboreando lentamente el sabor de la piel de Marcos.



Ahora las manos iban por la cintura desnudándolo en cámara lenta. Despacio aflojó su pantalón, denotando aún más una erección presente hace rato. Le gustó mucho que él no llevara ropa interior. Era como una intención no expresada, un deseo no dicho de estar más cerca de las posibles caricias. Lo acarició lánguidamente y encontró su pene palpitante, cálido y suave tal como lo había imaginado.



Sus encuentros eran siempre diferentes y entonces ella lo sorprendió otra vez susurrándole al oído algo que provocó una leve sonrisa en Marcos. El se recostó sobre el escritorio que antes ocupó Lucía y ella comenzó a dejarle suaves besos en su vientre, bajando en línea recta hacia el pubis. Al acercarse a la parte inferior la respiración se hizo más entrecortada. Entonces su boca llegó a la parte libre del pene y comenzó un suave y rítmico roce de labios y besos tiernos mientras que la lengua comenzaba a recorrerlo muy despacito. Ahora lo único audible eran los gemidos de Marcos y la respiración muy entrecortada.



Lucía usó sus manos para acariciar los testículos también y ocasionalmente las piernas y rodillas algo que lo desesperaba de placer. Y entonces las posiciones cambiaron, de repente, como en un juego de ajedrez. Marcos movió a Lucía y la colocó sobre él y lentamente como las piezas de una maquinaria aceitada los cuerpos ocuparon su lugar. Los cuerpos se amoldaron uno a otro, hubo pequeños movimientos y un suspiro mutuo fue exhalado de sus bocas. Fue entonces que un suave balanceo comenzó, las miradas se encontraron y las manos se entrelazaron como ganchos en la piedra cuando se escala una montaña. La sujetaba por la cadera haciendo que la penetración fuera mas profunda en cada intento. Ocasionalmente las manos de él se escapaban hacia los pezones encontrándolos erectos y sensibles. El suave movimiento continuó mientras sus pieles llenaban el aire del aroma que causa el sexo y el amor, el amor y el sexo.



Nuevamente las piezas se movieron y el próximo movimiento colocó a Lucía con sus piernas abiertas, la cola levemente levantada y los senos ligeramente rozando el escritorio. La visión que Marcos obtenía de la vulva depilada, como la de una púber lo excitaba aún más. Suavemente tomó su pene y lo colocó en la entrada de la vagina, entre los labios, ocasionando una ligera presión, provocando la penetración nuevamente. El interior lo acogió con una calidez abrumadora y su deseo de penetrarla más y más enérgicamente no pudo contenerse más. Quería sentir sus testículos rozando la suave piel de la cola, quería sentirla gemir de placer mientras sus manos la sujetaban logrando una penetración más profunda, proporcionándose más y más placer. Y en medio de todo el amor y los gemidos una erupción caliente que casi quemaba la piel invadió el interior de Lucía, mientras todos sus músculos se contraían y sus manos sujetaban con toda su fuerza los bordes del escritorio.



 



Mimosita


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