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Con Lorena, mi hermana, dos años mayor que yo – Mariana – siempre fuimos muy unidas, desde chiquititas. Ambas somos altas, 1,72 metros sin tacos, de agradables facciones y cuerpos bien llevados, a despecho de la maternidad. Tenemos profesiones diferentes pero, ni eso, ni el matrimonio, ni los hijos, ralearon, al extremo, nuestra relación. Discrepamos en muchos temas, por supuesto, en otros compartimos nuestras ideas y gustos. Ambas gustamos de Juan, el marido de Lorena. Claro que, al respecto, yo me había limitado a sofocar mi inclinación desleal. A él, le sucedía lo mismo (confirmado por lo que estoy a punto de relatar) en varias ocasiones, lo sorprendí mirándome con “ganas de comer”
Hasta que se me “sirvió en bandeja” la ocasión de pasar de fantasear y desear, a contar con tiempo y ámbito para atraer su atención.
El mayo pasado, Lorena tuvo que someterse a una cirugía, con un período de recuperación en domicilio algo prolongado, con un riguroso reposo en cama. Yo confié mi familia al cuidado de nuestra madre, y me instalé en casa de mi hermana para, la más gravosa, tarea de atenderla al inicio del post operatorio, de día y de noche y sus pequeños hijos de 5 y 3 años durante la ausencia, por su trabajo, de Juan.
Me acostaba en la habitación contigua a la matrimonial en la cual reposaba Lorena y con auxilio de un intercomunicador, escuchaba los, eventuales, requerimientos de ella fuera de las visitas de control nocturnas.
Juan se acostaba con los dos chicos en la tercera habitación, próxima al baño. Noté que dejaba la puerta abierta. Entreví la situación propicia y, a partir de la primera noche, a horas avanzadas, estando la luz del cuarto apagada, me las ingenié para hacer barullo – con el fin de despertar a Juan – y luego pasar reiteradamente por el pasillo, tenuemente iluminado por una lamparita bajo consumo, hacia y desde el baño, cubierta con un breve pijama con pantaloncito corto y ajustado.
Confiaba que el contraste de iluminación resaltaría mi silueta y mi cuñado – en ayunas de sexo – reuniría coraje para “tirarme los perros”.
No me falló el cálculo Al tercer día, simulé que se me caía un pomo de crema frente a la puerta de su habitación y me agaché apuntando la cola en su dirección. Se puso a 1000 y no pudo controlar la calentura. Dejó que volviese a mi cuarto, pasó frente a mi puerta – para verificar que Lorena estaba profundamente dormida – y vino hasta mi cama.
Fingí sorpresa y, en voz muy baja:
-¿qué pasa Juan?... ¿ocurre algo? – pregunté
Con el dedo índice en los labios, encendió el velador, cerró la puerta y apagó el intercomunicador.
-Pasa que te vi, estos tres últimos días, pasar frente a la puerta del dormitorio y me encantó, así que vine a decírtelo y a hacerte compañía – mientras susurraba comenzó a acostarse, a mi lado, apartando sábana y cobija.
-¿Pero?... ¿qué haces... pará... Juan? – detuve su avance apoyando la rodilla de mi pierna derecha en su cadera. Él no apeló a la fuerza, recorrió el interior de mi muslo con su mano; cuando la sentí próxima a mi vagina retiré la pierna y, él libre del obstáculo, se acomodó a mi lado y se cubrió con la cobija.
-No podes hacer esto... soy tu cuñada... por favor ándate – pseudo protesté sin amagar separarme o interponer mis manos entre su cuerpo y el mío.
Su mano derecha reanudó su excursión y llegó a mi concha sin oposición, mientras me besaba en la mejilla ya que yo giré la cabeza a último momento.
-... dame un beso, nena, los dos lo necesitamos, no sabés la erección que me provocaste… tanteá- me ofreció los labios. Simulé protestar una vez más:
-es una locura... no debemos, es una canallada… - fue mi última objeción.
-será, sin duda no es intachable... pero me muero por vos... -esta vez no le retaceé los labios y nos fundimos en un beso ardiente y prolongado, y mi mano fue a verificar la dureza, declamada, del bulto de Juan.
Por fin se me daba: estaba transando con mi lindo cuñado.
De ahí en más, en rápida y febril sucesión, me despojó primero de la parte superior del pijama y me dio calurosa atención a las tetas chupándolas con fruición. Acto seguido cayeron al piso, sin solución de continuidad, mis dos prendas íntimas inferiores: pantaloncito pijama y bombacha. Mediaron algunos segundos de besos en la boca, en el cuello y en la tetas y de caricias en la cachucha mojada por el deseo.
Se desnudó y subió entre mis piernas abiertas de par en par. Yo manoteé su verga de fuste – tiesa, lista – y la acomodé en el umbral. Me penetró, con vehemencia. De ahí en más me cogió, como “sobreviviente que vuelve de la guerra”: ardiente, desbordante de pasión, impetuoso, Yo no me le quedé a la zaga, con apetito inmoderado de él, movimientos de pelvis, contorsiones y violenta exaltación. Cogimos apasionadamente durante no sé cuantos minutos. Detectó cada uno de mis dos orgasmos y me tapó la boca con una mano para sofocar mis gemidos, suspiros y cualquier otra manifestación sonora del goce.
Por último explotó dentro de mí. Su spray de semen me alucinó. Por suerte tomo anticonceptivos, de no, imposible que semejante horda de espermatozoides no me dejara embarazada.
Nos quedamos abrazados, con la verga perdiendo rigidez dentro de mi, intercambiando besos y halagos.
Al cabo, cuidando el nivel de ruidos, fuimos a higienizarnos por turno. Esperé que saliera del baño nos besamos y volvimos a nuestras respectivas camas,
Con variantes -dos cogidas en lugar de sólo una, sexo oral recíproco – un maestro con la lengua, bocado exquisito su pene en mi boca -, breves interludios de sexo anal, la rutina se replicó durante tres días.
Transcurridos cuatro días a contar del primer polvo, volví a mi casa con mi marido y mis hijas. Me reemplazó nuestra madre en el apoyo a Lorena hasta su restablecimiento completo.
Posteriormente, con Juan, tuvimos una excursión a un hotel para parejas. Sin la condicionante de Lorena y sus nenes, durmiendo en ambientes contiguos, ambos nos convertimos en volcanes en erupción y alcanzamos niveles de placer desconocidos.
En tren de autocrítica: soy una porquería de esposa y de hermana, siento culpa, pero me encantó acostarme con mi cuñado. Él me confesó que le cuesta cruzar la mirada con Lorena o con mi marido: “lo nuestro fue hijaputez, nada menos reprobable que eso, pero me devora la ansiedad de tenerte en mis brazos”
Yo no la paso mal con mi marido Martín en la cama – él no tiene inventiva, es más bien rutinario - pero, coger, lo que se dice coger y sentirse “bendecida” por haber nacido mujer, sólo con mi cuñado. Hubo otros que me alucinaron pero con él gocé de la exaltación extrema de pasiones y sensaciones...
Convinimos y cumplimos, no darle continuidad a nuestras escapadas pero, por momentos, me cuesta reprimir enviarle un “pedido de socorro penetrante”.
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