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De vacaciones con mi Hermana menor (3)

De vuelta a casa a la hora de comer, encontramos a mi padre en la terraza de la piscina leyendo el periódico bajo una sombrilla y a mi madre en la cocina. Nada más entrar en la casa, fui a mi habitación para coger un calzoncillo y un pantalón corto de deporte y me metí en el baño con el propósito de cambiarme y de hacerme una soberana paja reteniendo en la memoria la imagen de Alicia en bikini. 

Quitándome el bañador mojado, desnudo, me senté en la taza del water y, agarrándome con fuerza la polla, empecé a bajar lentamente el glande para volverlo a subir, notando la presión de mi mano sobre el hinchado capullo. En mi mente se sucedían imágenes del cuerpo de Alicia desnudándose, quitándose primero la parte de arriba del bikini, mostrando unos pequeños pechos de un color más claro que el del resto de su morena piel, por el uso de esta prenda. Dos oscuros pezones coronaban sus tetas, imaginaba su rugosidad, su tacto, su sabor. Desaparecía luego la braguita del bikini, dejando expuesto el púber coñito, sombreado por una maraña de pequeños pelitos morenos dispuestos a ambos lados de unos labios que mi mente dibujaba húmedos. Ella tumbada sobre mi cama, abriendo despacio las piernas, descubriendo el preciado clítoris que aparecía aún más húmedo que la secreta cueva que lo custodiaba. Más presión sobre mi capullo. Sin saber cómo, la imagen de Alicia dejaba paso a la de mi hermana, a sus pechos redondos, oscilantes, cuyos pezones imaginaba grandes, rosados y dotados de una enorme sensibilidad. Su cuerpo sustituía en mi cama al de Alicia, y con las manos exploraba el interior de sus muslos, reflejando en su rostro un placer de rasgos tan extraños como desconocidos. Más presión... Empezaba a acariciarse con movimientos rápidos su sexo... En ese preciso instante, su propia voz y unos golpes en la puerta del baño me sacaron del trance. 

- Javi... abre... que me estoy meando... ¡corre! 

Sobreexcitado y a escasos instantes de llegar al orgasmo, mi hermana, blanco en ese momento de mis fantasías, quería entrar en el baño, hay que joderse. Me coloqué la toalla alrededor de la cintura sin nada debajo y, para disimular la terrible erección que tenía, salí del baño con el calzoncillo y el pantalón sujetados prudentemente contra el paquete para disimular el tamaño que había alcanzado. Al salir, casi choqué con mi hermana, que, haciendo ostensibles gestos de incontención entró corriendo al baño; aún llevaba puesto el bikini mojado y una camiseta en la que clareaban los dos enormes y perfectos círculos de sus pechos, que quedaban estampados en la tela por no estar seco aún el sujetador del bañador. 

Cerró con un portazo y antes de que me diese tiempo a entrar en mi habitación, la oí levantar la taza del water, el sonido de un chorro a presión al orinar, dos sonoros pedos y un suspiro de alivio. Ya en la habitación pensé en esperar a que terminase para volver a entrar a terminar lo que había dejado a medias, pero una idea perversa y arriesgada se me cruzó por la cabeza. Cerré la puerta de la habitación, tiré el calzoncillo y el pantalón de deporte encima de la cama y me quité la toalla, quedándome totalmente desnudo. Cuando oí vaciarse la cisterna y a mi hermana abriendo la puerta del baño, me coloqué la toalla sobre el paquete, esforzándome por hacer bajar un poco la erección que conservaba, fingiendo secarme la entrepierna mojada por el bañador. Como esperaba, en ese instante mi hermana entró en la habitación. 

- Ay, Javi, cámbiate en el baño que ya he terminado, y déjame que coja la ropa del cajón que tengo que cambiarme también. 

Disimulando una naturalidad digna de Oscar, seguí afanándome en secarme la entrepierna, que si bien había disminuido ligeramente de tamaño, se encontraba al borde de una nueva erección. Con ironía le contesté: 

- Sí hombre, con el olor que habrás dejado... 

- Oye, que sólo he hecho pis -respondió molesta y avergonzada. 

- Joder Laura -dije riendo mientras dejé de secarme, manteniendo la toalla en su sitio-, si desde aquí se han oído los pedos. 

Aunque no tenía demasiada confianza en el plan, en vez de insistir en que la dejase cambiarse sola, comenzó a reírse de buena gana por el comentario. Lo aproveché e imité con la voz el ruido de los pedos, con lo que su risa fue aún mayor. Noté con alivio que la situación empezaba a no incomodarla. 

- Bueno, entonces ¿qué pasa? -preguntó aún con la voz entrecortada por la risa- ¿Me dejas que me cambie o no?

- Cámbiate. Nadie te lo impide -contesté. 

- Me lo impides tú ahí, y no pienso esperar, que ya llevo con el bañador mojado un buen rato. Así que como no te vayas a cambiar al baño, me voy a quedar aquí sin moverme, a ver si puedes cambiarte tú sin que te vea nada -dijo sonriendo y con el cejo fruncido con ironía. 

Según terminó la frase aproveché para comenzar de nuevo con los movimientos de la toalla, esta vez para secarme un muslo, y fijándome en sus ojos, a propósito, la bajé más de la cuenta para dejar parte del tallo de mi sufrida polla a la vista. Como esperaba, fijó su mirada en esa parte, y no la desvió, como haciéndome entender que no era lo suficientemente hábil para secarme sin que ella viese algo que me haría avergonzar. 

- Ya ves, que me vea desnudo mi propia hermana, menudo problema -me apresuré a decir-. Si nos hemos visto un montón de veces. 

- Ya, pero cuando éramos pequeños, no es lo mismo- contestó. 

- Bueno, pero seguimos siendo hermanos. Además -dije tajantemente, aunque sin abandonar cierto tono de ironía-, yo no tengo nada de lo que avergonzarme, si tú sí es tu problema... -y seguí secándome con fingida naturalidad, cambiando al otro muslo y cubriéndome de nuevo el paquete. Comencé a temer que si la cosa seguía por esos derroteros, acabaría por ceder y terminar en el baño por no poder contener la erección que se venía gestando. 

Herida en su orgullo, frunció el cejo de nuevo, y con el mismo tono irónico de mi comentario dijo: 

- ¿Avergonzarme yo? ¿De qué? 

Acto seguido, se dio la vuelta hacia la cómoda en la que los dos guardábamos la ropa, se agachó y abrió el último cajón. Agachada como estaba, pude ver el hilo del bikini que se hundía entre sus nalgas, que, en condiciones normales y estando de pie, no había logrado ver en toda la mañana que habíamos pasado en la piscina. Incluso se veían claramente el oscurecimiento y las estrías del ano, ya que el hilo en cuestión sólo daba para taparle justo el agujero. Cogió unas braguitas rosas y un pantalón de deporte del mismo color. 

- Muy bien -dijo al incorporarse-, yo no tengo nada de lo que avergonzarme, así que también me cambio aquí. Pero date la vuelta. 

Mientras se quitaba la camiseta, mojada en parte por el bikini, resoplé con indiferencia como si la idea de darse la vuelta fuera de críos, obedecí y la dejé cambiándose a mis espaldas. Mientras me secaba el pelo, pensaba en que el plan había fallado, aunque por lo menos cabía la esperanza de que algún día ella consideraría lo más normal del mundo cambiarse delante mío. Seguía haciendo esfuerzos para evitar empalmarme como lo había hecho en el baño y hasta hacía sólo un instante, cuando, a mis espaldas oí a mi hermana decir, riendo y con la voz cargada de ironía: 

- Vaya culito que tiene mi hermano... 

Volví a colocarme la toalla sobre el paquete y me di la vuelta. No la encontré medio desnuda como esperaba. Se había desatado de la espalda el nudo del sujetador del bikini pero lo sujetaba cruzando un brazo sobre sus grandes tetas. 

- ¿Qué pasa? ¿Es que acaso te avergüenza? -dijo riendo burlona, como si se apuntase un punto tras mi idea de que se cambiase allí mismo sin ningún tipo de vergüenza. 

- Para nada. Pero creía que tú también ibas a darte la vuelta -la contesté con malicia. 

- Sí hombre, para que me mirases tú... -dijo manteniendo la sonrisa en los labios. 

- Te vuelvo a repetir que somos hermanos -contesté tranquilamente, esperando una respuesta que ofreciese una nueva oportunidad a mi plan. 

- Otra vez con lo mismo. Te recuerdo, por si no te has dado cuenta, que ya no soy la niña a la que has visto desnuda un montón de veces. Además, ¿no insistías en querer cambiarte aquí? -dijo, sin perder la sonrisa. 

- Y qué te crees, ¿que yo soy el mismo niño al que, te recuerdo yo a tí también, has visto en pelotas las mismas veces? 

- Ayyy.. ¿ves cómo te da palo cambiarte delante de tu hermana? Anda, coge la ropa y vete a cambiar en el baño.

Laura se acercó a la cama y con la mano libre cogió mi pantalón y mis calzoncillos y me los tendió con aire condescendiente. Ahora o nunca, me dije. 

- ¿Que me da vergüenza? -respondí- Muy bien -y separándome del paquete la toalla, la dejé caer lentamente para dejar a la vista y al alcance de su mano una polla que, si bien había perdido la erección, apareció más grande de lo que yo mismo esperaba. 

La mirada de mi hermana clavó en ella, de golpe había dejado de sonreir. Aprovechando su desconcierto, dije con aire socarrón: 

- ¿Qué...? ¿Te gusta esto más que mi culito? 

Temí que saliese corriendo y las posibles consecuencias, pero la excitación de estar totalmente desnudo frente a mi hermana superaba ese temor. Su mirada pasó lentamente del trofeo expuesto a mis ojos. Tenía una mirada extraña. Volvió a pasar sus inquisitivos ojos en dirección a mi polla. Lo único que evitaba una erección como las que solía tener era el desconcierto que yo también sentía por su reacción. Entonces sucedió; una mirada mezcla de ironía y curiosidad inundó su rostro. Aún sujetándose la parte de arriba del bikini con el brazo y sin apartar la vista, se acercó a mí, lentamente, hasta ponerse a mi lado. Sin llegar a rodearme completamente para no perder detalle del motivo por el que no me avergonzaba, y prácticamente pegada a mí, alzó de nuevo la vista para decirme: 

- Vaya. Veo que mi hermanito también ha crecido. 

Al oír esas palabras, y al notar su aliento tan cerca, noté cómo la sangre bullía por mis venas sin más propósito que demostrarle a mi hermanita cómo podía llegar a crecer su hermano. Pese al volumen que había adquirido mi polla, la erección superaba la horizontal. Me giré levemente para tener a mi hermana justamente delante de mí. Si no estábamos pegados el uno al otro era por el espacio que requería aquella erección, que se correspondía algo más arriba con el de su brazo intentando mantener ocultas aquellas deliciosas tetas que resistía a mostrarme. 

- Bueno... -acerté a decir- A ver si tú tampoco te avergüenzas... 

Sin responder nada, se separó de mí hasta la posición en la que, hasta hacía tan sólo unos minutos, se encontraba. Sonriendo maliciosamente, empezó dejar caer muy lentamente el sujetador del bikini. Mirándome a los ojos, lo que me excitaba aún más si cabe, cuando retiró esa prenda, pude ver dos enormes pechos con la ligerísima marca del bikini coronados por unos pezones cuyo tamaño superaba el que me imaginaba. Dos sonrosados pezones del tamaño de una galleta, que se presumían suaves, duros y marcados en el centro. La presión interna que sentía en la polla me hizo reaccionar, aunque me resistí a tocar por el momento ese cuerpo que deseaba febrilmente. Con el capullo apuntando al cielo me acerqué a ella, la rodeé como ella había hecho segundos antes, y empecé a masturbarme muy, muy despacio. Me sujeté la polla desde abajo y comencé a descubrir el capullo una vez, lo cubría y volvía a descubrirlo. Me separé de mi hermana para que pudiese ver cómo lo hacía. Noté cómo empezaba a excitarse. Su respiración se aceleró, mientras empezaba a acariciarse el vientre. Comenzó a morderse el labio inferior y a sacar constantemente la lengua para humedecerse los labios. Una de sus manos pasó a su pecho, y empezó a acariciarlo, para bajar de nuevo. Volvía a subirlo, esta vez hasta el cuello, y repetía la operación, sin perder de ojo cómo me masturbaba, salvo para mirarme a los ojos y ver reflejados en los suyos la excitación y el deseo que inundaba la habitación. A un escaso metro de distancia ambos nos masturbábamos, nos deleitábamos en el goce de la imagen del otro, reticentes sin embargo a sucumbir al deseo de abalanzarse sobre el cuerpo ajeno. La excitación que en se momento sentía parecía no corresponderse con el ritmo pausado con el que me frotaba el capullo para deleite propio y para el de mi hermana. De pronto, la mano que ésta tenía libre comenzó a bajar por su vientre, hasta introducirla dentro de la braguita del bikini que aún llevaba puesta. Entonces me miró a los ojos, con la mirada más lasciva que hubiese visto jamás, con la boca abierta en una mueca de placer en la que se vislumbraba el brillo de una sonrisa perversa, mientras veía su mano frotar el interior de sus muslos. De pronto liberó la mano de aquél preciado tesoro con el que deseaba fundirme y se aproximó hacia mí. Con cuidado asió la mano con la que masturbaba y me la retiró de la polla, que aparecía hinchada y reluciente, lo que me desconcertó; por el momento ambos habíamos evitado tocarnos, lo que, paradójicamente, nos excitaba más, no sabía a que instinto respondía la nueva actitud de mi hermana. Pero en lugar de empezar ella a masturbarme a mí como pensaba, me empujó, lo que hizo que cayese sentado en la cama, quedando a escasos centímetros mi rostro del maravilloso coñito que aquel bikini ocultaba a duras penas. 

- ¿Es que mi querido hermanito no me va a ayudar a quitarme este bañador mojado? -dijo casi con un suspiro y con la voz entrecortada por el nivel de excitación que tenía. 

Sin pensarlo dos veces, sujeté los delgados hilos laterales de la braguita y miré hacia arriba para ver la expresión de Laura cuando empezase a bajarlo. Con una lentitud semejante al ritmo que imprimía a mi verga hacía tan sólo unos segundos, comencé a deslizar mis dedos por sus suaves muslos arrastrando las braguitas hacia abajo, mientras veía el rostro de mi hermana, entre las dos enormes tetas que tenía sobre mi cabeza, presa del deseo. Entonces noté por primera vez el olor que desprendía su excitación, un olor que me puso a mil, que parecía reflejar el ardor y el deseo que desprendían sus entrañas. Antes de que bajase la vista para contemplar aquel preciado coñito, aquella fruta prohibida, descubierta en la perversidad que nublaba nuestras mentes, Laura se dio la vuelta, colocando su culo en mis mismas narices. Por detrás, el bikini se había resistido a bajar como lo había hecho por delante, así que agarré de nuevo los hilos laterales de la prenda. Pero antes de que pudiese comenzar a bajarlo, mi hermana, manteniendo sus nalgas en la misma posición, empezó a bajar la espalda, de forma que manteniendo mis manos en su lugar, era ella la que iba bajando la braguita al ir poniéndose lentamente en pompa. De este modo sus nalgas fueron quedando expuestas hasta que el hilo que las separaba bajó del todo, no sin oponer resistencia por la humedad que lo impregnaba, una humedad de la que ya no era responsable el chapuzón en la piscina. Quedó por fin expuesto frente a mí increíble culo de mi hermana, del que destacaban los pliegues oscuros de su ano, los mismos que casi había visto justo antes de entrar ella en mi juego. Despedían asimismo un olor especial, rezumaban excitación, y me costó lo suyo resistirme a lamer aquél agujerito negro y húmedo como también lo debía estar su sexo. Aparecieron en escena entonces sus manos, que separaron aún más las nalgas y dilataron su ano; Si hubiera querido podría haber perforado aquél fascinante culito con la lengua o con algún dedo, Laura no habría mostrado resistencia, pero, como ella se había resistido a masturbarme, no se cómo me contuve y me limité a contemplar su culo en todo su esplendor, mientras me agarré la polla y empecé de nuevo a menearla notando una presión brutal en el capullo, como si con vida propia desease más que nada en el mundo hundirse en las profundidades del culito de mi hermana. Lentamente se incorporó, y ví cómo ese oscuro agujerito se iba cerrando lentamente hasta desaparecer al juntarse las nalgas. Se dio la vuelta, y mirándome, se bajó las bragas de un tirón hasta las rodillas. Inmerso como estaba en una tortura infernal que me atormentaba tanto como me excitaba, alzó una pierna hasta apoyarla en la mesita de noche que separaba las dos camas, y con ambas manos se separó los labios vaginales para dejar al descubierto el clítoris. El interior de su vulva era de un color rosa pálido, y apareció como un oasis en medio de la espesura de los decolorados pelitos de su pubis. Mi hermana me enseñaba orgullosa el centro absoluto de su privacidad, su mayor secreto, un clítoris que me pareció mágico, que se asomaba entre sus labios menores y que aparecía brillante por la humedad de sus propios flujos. La mirada lasciva que me había dedicado antes se multiplicó por mil cuando empezó a acariciárselo con las yemas de los dedos. Comenzó a gemir, a suspirar, mientras me parecía oirla susurrar mi nombre. 

- Javiii, Javiiii... 

- Laura, mi hermanita... -respondí también con la voz entrecortada mientras le imprimía más ritmo a mi verga. 

- Díme que te gusta verme...- consiguió decir entre jadeos. 

- Mucho más me va a gustar follarte, pequeña zorra -me atreví a decirle excitado al máximo, mirándole a los ojos. 

El insulto, lejos de molestarla, la llevó a aumentar la velocidad de sus movimientos y la de sus jadeos. 

- Síi, quiero se tu zorra, cabrón -logró a susurrar con los ojos cerrados entre pequeñas convulsiones que casi la hicieron perder el equilibrio. 

- ¡Niñoss! ¡A comeeeer! 

M-I-E-R-D-A. 

Mi madre nos llamaba a la mesa. La sorpresa me hizo levantar de un salto de la cama mientras que mi hermana tiró al suelo el despertador con el pie cuando lo bajó de la mesilla de noche. No quería pensar qué ocurriría si nos pillaba. Laura me cogió por el brazo y tiró de mí hasta ponerme detrás de la puerta. Mi madre llamó justo antes de abrirla, ¡no se nos había ocurrido echar el pestillo!, y mi hermana asomó la cabeza como para que no la viese desnuda. 

- Ya voy, que me estoy cambiando -acertó a decir ligeramente turbada. 

- ¿Pero todavía estás así? -preguntó mi madre sin advertir el desconcierto de Laura-. Anda, date prisa, y cuando termines avisa a tu hermano para que venga, que debe de estar en el baño. 

- Ahora se lo digo. Id yendo vosotros -contestó más aliviada mi hermana comprobando que no nos había pillado ni sospechaba nada raro. Cerró la puerta y apoyó su cuerpo contra la misma, notablemente aliviada. 

Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, y comprobé asimismo que mi polla había vuelto a su estado natural de reposo de un golpe. Laura me sonrió, cogió mi ropa, me la dió y abriendo la puerta unos centímetros asomó la cabeza. 

- Anda, corre y vete al baño que no hay moros en la costa -dijo, e inmediatamente bajó la mirada hacia mi sufrida polla. 

Volvió a sonreir y mirándome de nuevo a los ojos me susurró: 

- Veo que tendremos que seguir con esto en otro momento. Ah, y no pienses en encerrarte ahora en el baño y terminar lo que has empezado... esa paja la terminas con la zorrita de tu hermana -dijo, enfatizando la palabra "zorrita". En ese momento me agarró por el cuello y me besó en la boca. Noté su lengua frenética por encontrar la mía. Me separó nuevamente, abrió la puerta de la habitación y mientras salía con la toalla y la ropa en la mano me dio un cachetazo en el culo. 

Entré en el baño, tuve que hacer acopio de fuerza de voluntad para no volver a empalmarme tras el beso y las palabras de mi hermana. Por fin conseguí vestirme y comprobé que no daba el cante por el volumen que trataba de controlar en mi paquete. Justo cuando iba a salir unos golpes sonaron en la puerta. 

- ¡Javiiii... a comeer! -Le oí decir a mi hermana fuera. Salí y allí estaba ella, mientras mi padre entraba por la puerta de la calle después de haber estado leyendo el periódico en la terraza de la piscina. 

- Mañana podéis decirle a los vecinos que vengan a la piscina, que esta mañana he terminado de echarle cloro al agua -nos dijo mi padre mientras se encaminaba a la cocina para ayudar a mi madre a terminar de poner la mesa.

Laura y yo salimos al porche, donde solíamos comer en verano aprovechando el excelente tiempo que hacía, y nos sentamos antes de que mis padres llegaran desde la cocina. Tras el episodio vivido en la habitación la veía radiante y en cierto modo relajada y risueña. Sonriendo se acercó a mí y me susurró: 

- ¿Sabes? Esta mañana en casa de Alicia, cuando nos estábamos poniendo el bikini, hemos descubierto debajo de la cama de su hermano una revista porno... Y créeme que es un elogio decirte que no tienes nada que envidiar a los tíos que salen- confesó mi hermana señalando por encima de la mesa el espacio que en ese momento ocupaba mi entrepierna. 

Acercándome un poco más a ella, sonriendo con malicia y acariciándole una mejilla le contesté: 

- Ni tú tampoco a cualquiera de las dos rubias de la portada que se folla uno de esos tíos, hermanita. 

Cuando retiré la mano de su suave mejilla, la sorpresa que reflejaba su rostro se mantuvo hasta que mis padres se sentaron a comer. 

Continuará... 

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 9.56
  • Votos: 9
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