Al entrar en el piso, de decoración mudéjar, exótica, y olor a incienso, no pude evitar fijarme en nuestro anfitrión. Era un tío grande, de origen árabe quizás, peregrino, tez oscura y semblante circunspecto, al estilo gigante de Tim Burton y, como primera impresión, distante y frío. Santi nos presentó y él mostró poco interés por la “nueva novia de su mejor amigo”. Ni un solo comentario de cortesía. Enseguida me sentí incómoda. Intenté hacerme la simpática y, mientras nos ofrecía un té, nos apalancamos en unos cojines de una sala que estaba completamente cubierta de adornos marroquíes aquí y allá. Era un espacio acogedor, pero aún no sé qué hacíamos ahí.
“¿Cómo dices que se llama tu novia?” le soltó Akim a Santi mientras se sentaba con nosotros bandeja en mano, sin osar mirarme siquiera.
“Ella es Eva, nos conocimos hace unas semanas en el Hora Cero. ¿A que es guapa?”, le preguntaba mientras me acariciaba la espalda.
“Sí, vas mejorando en gustos, ja ja ja”, se carcajeó.
Nada, como si yo no estuviera. Me parece a mí que Akim creyó que yo era la sierva de Santi, o vete a saber qué exactamente. No es que tenga prejuicios contra nadie, pero ahora mismo me estaba demostrando que para este tipo yo era un objeto más de la sala. Mala educación sistemática, machismo cultural... Me quería ir ya. Además, tenía ganas de estar a solas con mi nuevo novio. Llevábamos 2 semanas juntos y aún no había demostrado que me deseaba. Dos semanas sin sexo, sin pajas, sin estímulos... hacía que anduviera casi siempre excitada a todas partes. Pero con Akim en la habitación la libídine había muerto.
Charlaron durante casi media hora ignorándome por completo. Pero, inteligentemente, yo hacía casi el mismo tiempo que decidí jugar con mi iPhone, los Whatsapps y el Palabras Cruzadas... No estaba atenta en absoluto a lo que ellos decían, hasta que de repente Santi se levantó y me estiró de la mano hacia él para acompañarlo. “Menos mal, ya nos vamos” pensé aliviada.
“Te equivocas ‘Aki’, Lucía no estaba tan buena como Eva”, soltó el tío mientras me mostraba como un maniquí a la venta.
Yo alucinaba. El moro ahí tirado en su puff mirándome como si apreciara un saco de dátiles. Joder, qué humillante. Santi no dudó en tocarme el culo sobre mi falda de raso mientras me “vendía” al tipo más feo que he conocido en mi puta vida. Como si me interesara lo que opinara de mí el Akim este de los cojones... Los toqueteos disimulados de Santi en mi retaguardia sirvieron para relajarme un poco, así que decidí integrarme en el cachondeo levantando los brazos y doblando las rodillas a modo de expectación, como el movimiento final de una cheerleader en una peli yankee de pubescentes. Solo me faltó decir “tachánnn”.
Para mi sorpresa, Santi ocupó enseguida una plaza justo detrás de mí. Se movió de forma que, decididamente, ahí, estando los dos en pie, parecía que vendía una mercancía concupiscente, un producto lujurioso, objeto de deseo epicúreo y sensual. Y no iba muy desencaminada porque, aunque Akim solo sonreía desde su pedestal de plumas sintéticas, mi pareja empezó a acariciarme los muslos usando una posición que le permitía susurrarme fácilmente todo tipo de obscenidades, intrascendentes, que apenas recuerdo. Los movimientos que ejercían sus manos sobre ambas partes de mis muslos hacían que la tela de la falda se moviera sedosamente. Mi excitación acumulada durante estas últimas semanas empezó a aflorar cuando Santi besó mi cuello consiguiendo que, a pesar de mi resistencia inicial y el mal rollo que me transmitía Akim, me predispusiera a ser poseída ahí mismo, delante del coloso norteafricano.
“Sí que está buena, hermano”, dejó ir Akim mientras sorbía el té de su taza.
“Ya te he dicho que mi Eva es mi mejor adquisición”.
¿Adquisición? Estos tíos son peligrosos... me invadió una especie de inseguridad en ese momento. Tal vez dos semanas no eran suficientes para conocer bien a alguien. Pero sí se antojaba un espacio de tiempo más que intolerable para no follar teniendo novio. Es lo que decidí pensar para seguir adelante con el plan de mi guardaespaldas momentáneo. Si quería joderme ahí mismo, delante de Akim, yo no aportaría objeción alguna. En realidad, hasta me daba morbo que nos mirara alguien.
En total silencio Santi me tenía acorralada físicamente desde atrás. Sus caricias ya no solo abarcaban los muslos, también los hombros, los brazos, el cuello, todo mientras me besaba en un lateral del cuello primero, y luego en el otro. Yo evitaba la mirada directa con nuestro espectador, incluso cerré los ojos varias veces aprovechando el clímax que se estaba formando en la sala. Muy pronto acaparó mis senos con sus dos manos, encima de la blusa, y enseguida se vislumbraron mis pezones duros bajo la misma. Ni el sujetador pudo disimular esa vesania.
“Estamos poniendo a tope a Akim”, me cuchicheaba Santi al oído.
Yo seguí disfrutando del abrazo libidinoso de Santi que, lentamente, se atrevía con zonas más sensibles de mi geografía. Primero introduciendo una de las manos dentro de mi blusa a través de una apertura que ya se había encargado de construir; y después, al colocar la misma extensión entre mis piernas, levantando discretamente mi falda para abrirse camino. Llegó un momento en que yo ni siquiera era consciente de que había un golem de 2 metros admirando de qué forma Santi acrecentaba mi satisfacción. De vez en cuando recordaba ese detalle y abría los ojos para resituar a Akim en la habitación. Él seguía sentado en el suelo, con su espalda en la pared, mirando y escuchando con absoluta pasividad todo lo que estaba a punto de ocurrir ahí. La idea en sí me ponía tan cachonda que muy pronto empecé a respirar de forma abrupta, suspirando por el placer impuesto, anhelando ese espectador silente y desconocido.
Santi caminó detrás de mí muy lentamente, empujándome hacia el concurrente que, sin cortarse un pelo, ya tenía una mano frotándose el paquete sobre el pantalón vaquero. No me importó excitar a Akim, al contrario, eso multiplicaba mi propia fantasía. Ya estábamos apenas a un metro del corpulento personaje, y mi conductor empezó a centrarse seriamente en mi excitación. Delante de su amigo introdujo una mano bajo mi falda levantándola claramente para dirigirse hacia el interior de mi braga, usando el monte de Venus como única trayectoria. Directamente ofreció a Akim la deliciosa imagen de su mano invadiendo mi húmeda rajita bajo la tela que todo lo tapaba aunque mucho intuía. Mi exacerbación era ahora explícita. Cerré los ojos y me dejé hacer. Ya no me importaban los siguientes pasos de Santi. Estaba invadida por la lujuria y mis forzadas respiraciones eran ya gemidos muy claros de deseo. En una de las pausas Santi extrajo su mano de mi entrepierna para mostrarnos, juntando sus dedos pulgar e índice, el cable transparente de lujuria que formaba mi rocío.
Hubo un momento concreto, al límite de mi abrumadora situación, en la que abrí los ojos para ver a Akim ahí abajo, casi a la altura de la paja que me hacía Santi, pero esta vez con una novedad que no me esperaba. Vale, sí me esperaba: el jayán se había sacado la polla por la bragueta, un émbolo oscuro de cabeza sonrosada y tronco grueso que, incluso sobresaliendo de una apertura forzada, se antojaba enorme. Y así me lo hizo saber Santi:
“¿Has visto el pedazo de polla de Akim?”, me susurró cerca de la oreja.
La pregunta, así como el falo, eran dos conceptos grandilocuentes. Dos retóricas que quería apartar de mi mente. No estaba ahí para eso. Y entonces Santi nos acercó más a su amigo. Yo diría que ya casi podía olerme. Lo afirmo. Podía olerme. Yo misma me olfateaba ya. Akim solo tuvo que depositar su taza en la bandeja y alargar los dos brazos para acceder a mi ropa interior con sus propias manos. Así, deslizó mi prenda íntima brevemente hacia abajo mientras mi protector me abrazaba más fuerte desde atrás, pellizcando uno de mis pezones con cierta dureza. Tras dejar mi conejo parcialmente desnudo, Akim levantaba ahora mi falda con una de sus manos mientras pajeaba su enormidad cobriza con la otra. Yo aún no era consciente de ese detalle, pues estaba absorta en el placentero dolor que Santi propinaba a mis areolas mamarias.
“¿No te gustaría agarrar esa polla, Eva?”, me insistió Santi dos o tres veces al oído. En ninguna de ellas respondí.
Fue justo cuando mi novio me empujó de los hombros hacia abajo con la intención de arrodillarme en el suelo cuando Akim saltó de su asiento poniéndose en pie y haciendo bailar su taco carnoso de un lado a otro. Si estando sentado me pareció un trabuco, de pie, frente a mí, era un torpedo. Es curioso comprobar cómo un tipo de aspecto tan desagradable puede ofrecer un pene tan bonito. Era casi perfecto. Su color ocre emitía destellos mientras el robusto glande rosáceo brillaba y se tornó en un morado afrodisíaco. Santi seguía detrás de mí, levantado, acariciándome el pelo, mientras Akim soltó la ordinariez que me esperaba:
“Cógeme la polla, guarrita”, espetó el muy cerdo.
“Píllasela nena, pajéale como si fuera mi propia polla”. Caramba, si aún desconocía cómo era su propia polla...
Agarré ese proyectil con mi mano derecha sin conseguir rodearla del todo. Mis dedos no lograban tocarse en el abrazo manual. Pero lo importante es que ya estaba sujeta y que los movimientos eran los propios de un pajote en toda regla. Empecé suavemente, cuando aún se podía apreciar cierta ductilidad que, por supuesto, desapareció al cuarto o quinto movimiento, cuando el pollón de Akim era ya una barra de hierro incandescente en mis suaves manos.
“Joder, cómo pajea tu putita”, otro de sus comentarios execrables a los que yo hacía caso omiso.
Santi se había agachado a mi lado para besarme en la boca y, de paso, empezar a desnudar mi torso. Aún no sabía qué pretendía mi chico, pero un trío es lo que se me antojó más verosímil. Fuera lo que fuera, no pensaba besar a Akim. Ni dejaría que me sodomizara. Eso lo tenía claro.
Ya estaba desnuda de cintura para arriba y con el pene de Akim follándome la mano. De vez en cuando soltaba algún gruñido de satisfacción y yo aceleraba mis movimientos con la esperanza de que se corriera enseguida y pudiéramos irnos a casa. No estaba especialmente cómoda. Solo la extrema calentura de mis genitales me impedían salir de ahí por patas. Anhelaba el miembro de Santi dentro de mí y, de vez en cuando, con mi otra mano, lo buscaba sobre su pantalón. Pero él se apartaba para imponerme mayor atención en su amigo. Era una situación rara de cojones...
“Métetela en la boca, Eva”, me sorprendió Santi.
“Sí, chúpala bien adentro”, respondió el cerdo. “te vas a tragar toda mi leche”, añadió con una sonrisa escabrosa.
Santi me agarró suavemente por la nuca para acercar mi hocico al glande morado, hinchado, mojado y oloroso. Abrí la boca en un gesto de resignación y, con mis labios, abarqué la totalidad de la chola, deslizándolos por su fina superficie hasta abrazar por completo la cabeza de la verga.
“¡Arrrgh, qué pasada de boca! ¡No pares de chupar!”
Akim se irguió lo máximo que pudo con las manos en la cintura y con la intención de extraer de forma suprema toda la extensión fálica de su entrepierna. Mientras Santi, a un lado de mi altura, mantenía su mano en la parte trasera de mi cabeza para marcar el ritmo y la profundidad que debía regalar a nuestro anfitrión. Mientras yo me hallaba ahí, tragando carne, escupiendo saliva por las comisuras y con los ojos llorones, aún no entendía por qué Santi seguía vestido y dirigiendo el cotarro. Pero mi ignorancia ahora mismo poco importaba. Los movimientos eran cada vez más rápidos gracias a la aplicación de mi novio, y ya notaba el pollón de Akim casi en la campanilla de mi garganta. Solo cuando fingí una arcada se me permitió aflojar el ritmo de la mamada. Y Akim aprovechó el momento para sacársela por completo de mi gaznate y golpearme con ella en mis mofletes sonrosados. Los hilillos de saliva que llenaban por completo el eterno cilindro eran muy caracterísiticos de la situación.
“Diosss, qué boca tienes so guarra”.
“Plas, plas” sonaba su miembro golpeándome la cara y la frente. Y entonces Akim apartó a un lado a Santi, me levantó por las axilas como un saco de patatas y me llevó de la mano a través de un pasillo hacia una habitación indeterminada que resultó ser el lavabo. Durante el camino mis tetas bailaban al son de mi sprint, y su rabo se mostraba a un lado y a otro golpeando sus propias ingles. Entramos los dos y atizó la puerta con la intención de cerrarla quedando, no obstante, entreabierta. Se sentó en la tapa del inodoro y me atrajo hacia él, me subió la falda hasta arriba y con una mano apartó mi braguita para proceder a una penetración que yo misma tenía que controlar. Mis pies estaban ya a cada lado y, mientras él aguantaba la tela arrinconada yo agarraba su polla para metérmela, dejándome caer sobre ella lentamente. Grité esa incursión, pero seguí bajando más y más hasta que noté que hacía fondo en mis entrañas. Entonces me quedé ahí quieta, temblando, intentando asimilar ese objeto extraño dentro de mi ser. Y apareció Santi por la puerta.
“Voy a hacer que tu putita se corra varias veces”, largó Akim mientras respetaba mi cadencia física y psicológica.
Santi se quedó mirando fijamente el cuadro cubista que tenía frente a él. Por primera vez me pareció verlo excitado porque se llevó la mano a su paquete, pero sin ir más allá, de momento. Yo permanecía literalmente ensartada a un cebón vulgar e irreverente, y no lo puedo negar: disfrutando al máximo la clavada. Un momento que quise reanudar moviéndome, primero hacia los lados, obligando a mis paredes internas chocar con mi ocupante, y después arriba y abajo flexionando las piernas que descansaban en el suelo. A medida que mi coño se lubricaba más y más yo misma aceleré mis movimientos extrayendo de Akim varios gruñidos que mostraban una excitación en aumento. Entonces me agarró de la cintura con sus dos manos y cogió las riendas de la cabalgada. Yo solo pude descansar mis manos sobre sus hombros a la vez que disfrutaba viendo cómo me empalaba, cómo su rabo de toro salía cada vez más mojado y blanquecino de mi interior. Mi frenesí iba a desembocar muy pronto en un orgasmo que no quise hacer patente. Sin avisar, intentando evitar la satisfacción y orgullo de mi caballo, llegué a un orgasmo muy intenso que me hizo vibrar mientras yo misma me tapaba la boca con la mano. Pero fue inútil:
“Joooder... te estás corriendo, guarrita. Así me gusta”.
Caí exhausta sobre él. Notaba en mi entrepierna toda la humedad que yo había eyaculado. Me levantó decididamente por la cintura para desencajarme y salir de mi interior. Santi disfrutaba con interés aquello que aún él no había sido capaz de ofrecerme. Akim se puso en pie y me “invitó” a meterme de nuevo su tronco en la boca.
“Límpiala bien”, me encargó.
Me arrodillé sobre una toalla doblada frente a él y me introduje la tranca hasta el fondo de mi gaznate, pemitiendo mantener esa dureza extrema que momentos antes me había invadido hasta el alma. Me agarró la cabeza con sus dos manos y me folló la boca como si fueran las caderas de una ramera. Llegó un momento que las arcadas eran reales, y estaba deseando que el tipo descargara ya. Pero Akim no había acabado conmigo. Me levantó, me colocó contra la pila del lavabo para poder agarrarme a ella, y me empaló de nuevo, con tal dureza y violencia que llegué a levantar mis pies del suelo en cada embestida, siendo el único punto de apoyo mis manos y mi propia vagina. Me dio duro de verdad. Notaba cómo a cada sacudida tocaba el límite en mis entrañas. Sus gruñidos de placer y los chasquidos de nuestros sexos empapados me llevaron de nuevo al paroxismo. De repente noté cómo me introdujo uno de sus dedos por el culo, habiéndolo lubricado primero con los líquidos que conseguía. Esa conquista furtiva de mi zona anal concluyó cuando grité de puro placer y él entendió que eyaculaba de nuevo. No se equivocaba y aceleró los vaivenes de la follada a la vez que me palmeaba sonoramente mi trasero. Empecé a temblar de forma convulsiva, mis pies se movían sin control, mis brazos temblaban sin apenas fuerzas para seguir sosteniéndome. Akim paró de golpe y se quedó quieto dentro de mí, notando mis contracciones, cada una de ellas acompañada de un agudo gemido que no pude evitar. Permaneció dentro de mí hasta que sintió cómo me relajaba poco a poco y, entonces, prosiguió lentamente, con mucha cadencia. Rápidamente se la sacó por completo de mi interior generando un “flop” muy sonoro. Sentí un gran alivio debido a la hipersensibilidad de mi zona genital.
“Date la vuelta Eva, me voy a correr en tu cara”. No me esperaba otra cosa, sinceramente.
Obedecí, me puse de cuclillas frente a él y me pidió que le pajeara para descargar sobre mí. Se la agarré con una mano mientras con la otra me sujetaba en equilibrio. Le masturbé con fruición y con mi lengua le lamía el glande hinchado, a punto de explotar.
“¡Uff, no pares, que ya me corro!”
“Dame tu leche”, le animé yo, contra todo pronóstico.
Esa última frase fue el summum para él y, a la vez que soltaba el gruñido más grave y definitivo, comenzó a descargar sus chorros de esperma sobre mi jeta: uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco borbotones de semen espeso y albino me cruzaron la cara desde el pelo hasta la barbilla durante los bombeos de mi mano, que no se rendía. Solo pude ver la primera de las salvas, ya que enseguida cerré los ojos y la boca para ofrecerme de recipiente. Todavía le salían las últimas gotas de semen cuando me metí el glande en la boca, pero él lo sacó para golpearme otra vez las mejillas y esparcir su leche por toda mi superficie facial, a modo de brocha.
“Hostia puta, cómo te he puesto”.
“Hostia puta Eva, cómo te ha puesto el tío”, replicó Santi.
Me negaba a ser la única que no viera el trabajo abstracto que Akim concibió sobre mi tez, así que me levanté para mirarme en el espejo:
“Hostia puta tío, cómo me has puesto”.
Fin