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De como me follé a un negro vendedor

~Buenos días, les voy a contar una historia que me sucedió este verano, espero que les guste y les ponga muy cachondos.
Me llamo Mónica, tengo 32 años y llevo cuatro años felizmente casada con mi marido. No soy muy alta, estoy algo rellenita pero lo que más me caracteriza son mis pechos, que son muy grandes. Mi relación con mi marido es muy buena, nos llevamos muy bien y me satisface completamente en la cama aunque, a veces, tengo arrebatos de lujuria que me han llevado a tener… algún que otro desliz, como el que les cuento a continuación.
Este verano decidimos ir con una pareja de amigos a la playa, concretamente a un cámping cercano a Salou, en Tarragona. Ya conocíamos el sitio de haber ido varias veces antes, cuando éramos más jóvenes, y reservamos una zona del cámping más interior, un tanto alejadas de las instalaciones, pero mucho más íntima y menos transitada por el bullicio propio de un camping de esas dimensiones. Estuvimos allí una semana entera.
Al segundo día de estar allí, la pareja que nos acompañaba se fue junto con mi marido a pasar el día buceando a una cala cercana. A los tres les encanta el buceo, pero a mí no me gusta nada en absoluto. Así que ese día, les llevé con nuestro coche a la cala donde iban a salir, a pocos km del camping. Como iban a estar casi todo el día en sus quehaceres, quedé con ellos que regresaría al camping y volvería después a la cala, cuando me llamasen, para ir a recogerlos.
Nada más dejarlos y enfilar el camino de vuelta, empecé a pensar qué iba a hacer todo el día sola en el camping. Lo que al principio parecía un buen plan (tener todo el día para mí), se me antojó entonces un tanto aburrido puesto que mi idea inicial – dormir- se desvanecía por momentos. Me encontraba despejada, con ciertas ganas de actividad.
Ensimismada en mis pensamientos, divisé a lo lejos un negro que andaba por el arcén de la carretera, de estos que se pasean por las playas con su tablón lleno de gafas de todos los tipos. No sé por qué, pensé lo peligroso que era andar por aquella carretera, y que tenía un buen recorrido hasta la siguiente playa: le costaría mucho llegar y perdería mucho tiempo de ventas. Vamos, un pensamiento de lo más extraño, ahora que lo recuerdo. La cuestión es que me dio un poco de lástima, y decidí parar para acercarlo un poco más, puesto que andando, hasta la playa, le quedaban al menos una hora o más de camino.
Así que, en un acto muy poco reflexionado, decidí parar unos metros delante de él. El chico llegó hasta el coche y se asomó por la ventana, intrigado. Con evidentes esfuerzos –al parecer, no hablaba mucho español- me indicó si necesitaba ayuda.
- No, no te preocupes, estoy bien. Esto… ¿quieres que te lleve?- le indiqué, acompañando mi ofrecimiento con gestos- Voy hasta el camping, pero creo que te ahorraré una buena caminata.
Le costó un poco entenderme, pero al final lo comprendió y asintió mostrando una sonrisa muy blanca. Depositó en el asiento trasero su tabla con todo tipo de cachivaches y subió conmigo delante.
Me detuve un momento a observarlo: era un chico joven, estaría rondando los veintipocos años, se le notaba muy joven. Era muy alto – tuvo que tirar el asiento atrás a tope- y tenía una piel lisa y oscura. Parecía casi cuero, y ¡era muy negro!. Parecía sacado de los documentales de áfrica, pensé. Con todo, tenía un rostro bastante agradable, y con cierta dosis de inocencia.
Arranqué el coche y empezamos el corto recorrido hasta el camping. Durante los pocos km que nos faltaban, yo iba pensando en la locura de haber recogido a un desconocido como aquel en mitad de la carretera, y de vez en cuando le miraba con el rabillo del ojo, para tenerlo controlado. El también me miraba a hurtadillas, de manera tímida pero notoria. Entonces tomé conciencia de mí misma: llevaba una falda muy corta, que dejaba ver mis gruesos muslos, pero en la parte de arriba solo llevaba un bikini que dejaba ver mis enormes senos, y el negrito parecía que solo tenía ojos para mis tetas.
Lo que debió asustarme mucho, pensando en las consecuencias de que a aquel negro pudiera pasársele la idea de hacerme daño, no fue lo que inundó mis pensamientos en ese momento. Todo lo contrario. Me encendió de una manera tal que empezó a disparar mi lujuria. En el corto trayecto, me imaginé a aquel negrito comiéndome ricamente las tetas con aquellas manazas tan grandes que tenía. Manazas grandes… Un relámpago cruzó mi cabeza y terminó por perderme del todo. Si tenía las manos tan grandes, bueno, todo él era grande…, ¿qué tendría entre las piernas?
El calentón que me dio ese pensamiento fue tal que ya no lo pensé dos veces. Ese negro y lo que me imaginaba que habría en su entrepierna iban a ser míos, iban a ser la distracción de mi día libre.
Le miré descaradamente la entrepierna, cosa que no le pasó desparecibida al negrito, aunque al parecer, no lo asoció a nada. Al parecer, era joven y bastante inocente. Con la mirada que le solté, otro más avezado ya me hubiera cogido la cabeza y la habría llevado a su entrepierna para que le comiera la polla, pero este querubín todavía no se enteraba de nada.
Llegamos al camping, y sin parar, me fui directa hasta nuestra caravana. Le hice entrar y le llevé a la habitación donde lo senté en la cama.
- Quiero ver qué polla te gastas, negrito. Enséñamela.
El chico se quedó confundido, no entendía muy bien qué me decía. Yo ya estaba lujuriosa total, así que sin cortarme un pelo, me tiré a sus pantalones, se los desabroché y se los bajé con calzoncillos y todo. El chico todo inocente, se quedó quieto, sin saber muy bien qué hacer.
Lo que vi me dejó estupefacta. Aquel negro tenía una masa de carne enorme entre las piernas. Estaba relajado y parecía casi tan grande como la de mi marido. Bueno, mi marido no es que tuviese méritos como para ser actor porno, pero tampoco me quejaba. ¡Pero lo que tenía delante de mí era descomunal! Como les digo, era casi tan grande en reposo como la de mi marido erecta. Además, era negra, y tenía una piel lisa y flexible que parecía cuero, acabada en un glande pequeñito, en comparación a la verga, pero grande en cualquiera de los casos.
No me pude resistir. Sin más se la agarré con la mano y empecé a meneársela suavemente. Le miré lujuriosamente, y por fin el negrito comprendió para qué lo había traído y me mostró la misma sonrisa que cuando lo recogí. ¡Qué alegre se puso el jodido!
Seguí meneándosela suavemente mientras le indicaba que se tumbara en la cama. Entonces, me acerqué más y empecé a lamerle la polla, por los laterales y por el glande. Naturalmente, le gustaba. Noté el fuerte olor que desprendía su cuerpo. Me resultó tremendamente excitante y noté que me estaba poniendo a mil. Por allá abajo, estaba empapada ya.
A medida que le chupaba la verga, aquella cosa empezó a crecer más y más. Parecía aquello que no tenía fin pero finalmente, aquella manguera –otra definición no sería más correcta-, aquella cobra negra dejó de crecer y empezó a ponerse dura y a hincharse. Dios mío, aquello era aterrador. No había visto cosa semejante en la vida, ni tan larga, ni tan gorda.
Entonces me vino una idea a la mente: no tenía condones del tamaño de aquella polla. Mi marido empleaba condones normales, pero este negro necesitaría el condón XXL o con todas las X previas que hubiese en el mercado. Y no iba a dejar que me follase así.
Bueno…, ¡pues entonces, me tendría que dar por el culo! Estaba demasiado caliente como para dejar escapar esa verga tan hermosa. El negro seguía disfrutando con los ojos cerrados de aquella mamada que le estaba dando. Apenas me daba para meterme aquel glande en la boca, pues se había puesto mucho más grande de lo que inicialmente estaba.
Me quité la parte de arriba del bikini y lo puse entre mis tetas un rato. Uhhhm, ¡qué sensación! Cuando lo hacía con mi marido, su polla desaparecía entre mis enormes tetas, y tenía que curvar mucho la cabeza para poder tocarle la puntita del capullo, pero con este pollón, que era casi como mi antebrazo, traspasaba mis enormes tetas con facilidad y se le quedaba la punta lo suficientemente cerca como para comérsela sin problemas. El tío estaba gozando de lo lindo con mi mamada, y disfrutaba de ver mis enormes tetas aprisionando su manguera.
Tras unos minutos disfrutando de mamar aquella cobra de cuero negro, me subí encima de él, para que me comiera a mí un poco. Sus grandes manos sobando mis tetas y su lengua lamiéndome por allí abajo terminaron de lubricarme, estaba casi ya que me corría.
Me levanté entonces, con idea de hacer dos cosas. Una: buscar un tarro de vaselina, o aquel hombre me iba a tener que llevar al hospital después, y dos, ¡un metro! Tenía curiosidad por ponerle cifra a aquel pollón que medía casi como mi antebrazo. Así que me dejé tumbado al negrito en la cama y me fui por las dos cosas, en menos de un minuto. Lo primero que hice fue untarle de vaselina aquella polla enorme. Casi termino con lo que me quedaba de lubricante. El resto le indiqué por gestos que me lo fuera poniendo en la punta de mi orificio. Al parecer, el chico, aunque joven, ya sabía de qué iba esto. Con aquel pollón, pensé, parecía normal que hubiera follado algún que otro culo, porque ningún coño le soportaría aquel tamaño.
Empezó metiéndome un dedo cuidadosamente. Al parecer, sabía bien lo que hacía. Me gustó. Cuando ya entró bastante suavecito me metió el segundo. Así siguió hasta que entró bien. Yo estaba ya a mil, y tenía ganas ya de que me metiera su manguera y apagara mi incendio, pero no fue así. Metódicamente, el negrito me metió un tercer dedo. Mientras, yo me tocaba el clítoris diestramente y acabé teniendo un primer e intenso orgasmo.
Pero el negrito parecía saber lo que hacía. Se descubrió un follador muy bueno. Porque siguió hasta meterme cuatro dedos dentro. Debía entender que tenía que llegar hasta ahí antes de meterme su cobra, porque en realidad después de tener hasta cuatro dedos, cuando se dispuso a clavármela, todavía le costó hacerlo.
Noté como empezó a entrar con dificultad. A pesar de ser un poco viciosa con los vibradores, aquello era más de lo que había probado nunca, y sentía como si me estuviese partiendo el culo en dos. Qué barbaridad.
Entró poco a poco, dejando que me acomodase a su tamaño, aunque me dolió de todas maneras. Me recordó cuando mi marido me desvirgó el culo. Por entonces, recuerdo sentir su polla en mi culo como si me metiera un bate de beisbol o algo enorme y que me dolió un poco, como ahora, solo que después el placer que sentí fue tal que, ahora que ya sabía lo que me venía después, lo aguanté como pude.
Finalmente, el negrito consiguió metérmela toda. Estaba ensartada, empalada, como quieran decirlo. Dejó unos instantes que mi dilatado interior terminase de acostumbrarse a su verga, y cuando finalmente lo conseguí, entonces empezó a moverse lentamente.
A medida que el lubricante hacía su efecto, fue cogiendo velocidad. Madre mía, me llevó a tener unos orgasmos brutales. Durante más de veinte minutos me cogió de manera frenética. Qué energía tenía aquel negro joven, en plenitud de su virilidad: fue la mayor cogida que he tenido en mi vida. Creía que me iba a desmayar, pero aquel negro seguía bombeándome cada vez más fuerte, mientras sus manos aprisionaban mis pechos, y me movía con facilidad haciéndome subir y bajar sobre sus caderas. Creo que fueron tres orgasmos más los que tuve. Mi coño no paraba de chorrear, y de vez en cuando, él llevaba una de sus manos a mi rajita y me sobaba con aquellos dedotes grandes que tenía haciéndome terminar en unos orgasmos increíbles. Me corrí todo lo corrible, creo. Estaba ya casi agotada, empalada sobres su verga todavía dura como el mármol, a merced de lo que quisiera hacerme cuando finalmente intensificó sus movimientos y pude sentir cómo me inundaba de leche.
Definitivamente, el término manguera era el más apropiado para ese hombre, porque los lefazos que debió soltar debieron ser como chorros de mangura. Solo puedo decir que me inundó el culo con su leche calentita. Finalmente, tras un minuto sintiendo como su miembro todavía palpitaba y depositaba leche en mi interior, el hombre lo sacó de mí, poco a poco, pero todavía bien duro.
Me quedé mirando aquel trozo de carne que tanto placer me había dado. Empecé a limpiárselo todo, lamiéndolo bien y succionándole los restos que todavía le salían de leche. Mi culo estaba goteando poco a poco su lefa, que manchó las sábanas, pero me daba igual. En esos momentos no pensaba en nada más. Estaba extasiada, entumecida, como anestesiada después de la sesión que me había dado aquel negro.
Me quedé mirando al negrito mientras terminaba de limpiarle la polla. ¡El cabrón la seguía teniendo dura! y me miraba como dándome a entender que aquello no era más que el primer asalto, y que tenía cuerda para rato. Pero yo no, me había desfondado con aquel animal sexual. Le hice a entender que no podía más. El se quedó un poco desilusionado, pero pareció entenderlo. Al parecer, le debía haber pasado muchas veces más. Sin embargo, intentó decirme algo con su escaso español.
- Yo, polla…, tú … tetas
Quería mis tetas. Así que me incorporé un poco sobre él y le puse las tetas en su cara. Se puso a comérmelas y agarrármelas con muchas ganas. Tras unos instantes tocándome con sus manazas grandes y sobándome bien mis tetas y pezones me desplazó hasta dejarme nuevamente delante de su polla. Comencé a lamer toda su enorme verga y sus huevos, a juguetear con su glande y a deslizar mis manos sobre su palo, todavía bien duro y lubricado. El me volvió a menear hasta que finalmente entendí lo que quería: una cubana.
-¿Quieres una cubana, eh?- el negrito no entendió lo que le decía mientras le miraba picarona- pues en esto soy una experta.
Entonces metí su vergota entre mis pechos y empecé a deslizarlos sobre ella. Al mirar al negrito con cara viciosa, volvió a mostrar su sonrisa blanca, feliz porque hacía lo que estaba deseando. Meneé mis tetas alrededor de su verga mientras al mismo tiempo le chupaba su punta, la polla era tan enorme que daba para hacer las dos cosas al mismo tiempo.
Mi negrito se estaba poniendo al máximo, ahora sí que jadeaba de verdad, y yo ponía todo mi empeño en darle satisfacción al que me había dado el placer más extremo de mi vida. Apretaba mis tetas sobre su lubricada polla hasta que finalmente, y sin decirme nada, el muy cabrón, empezó a tener unos violentos espasmos.
Mi querido negrito empezó a correrse, mientras emitía unos roncos sonidos guturales, disfrutando como nunca del orgasmo y de una tremenda corrida. A pesar de ser la segunda vez que se corría, el condenado empezó a soltar unos chorros de lefa a presión que me dejaron toda la cara blanca. Finalmente, dejó de temblar y de emitir su lechita calentita y terminé de limpiarle su espada, que poco a poco, esta vez sí, empezó a menguar.
Menuda cogida me dio aquel negrito. Después de ducharme, lo llevé a Salou, donde nos despedimos y se fue, con su sonrisa prendida en la cara, a seguir con la venta de sus cachivaches. Yo volví a la caravana y dormí profundamente hasta que me tocó recoger a mi marido y sus amigos.
Después de eso, he de decirles que cualquier polvo que me han echado, por delante o por detrás, no ha vuelto a ser lo mismo. Con mi negrito alcancé la cima del placer y hasta entonces, no lo he vuelto a repetir. Ojalá otro verano en Salou lo vuelva a encontrar!
Espero que les haya gustado la historia. Ah, por cierto… y si quieren saber cuánto medía aquella manguera… vótenme y póngame comentarios!.
 

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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