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Todo me excita de la mujer que me prende, todo. Pero hay situaciones que me trasladan a situaciones tan apasionantes, que se me rompen todos los sentidos cuando una me provoca el deseo de realizarlas.
La mayor exaltación que me ha producido una mujer fue hace años en Torremolinos. A la sazón era Jefe de Ventas de un laboratorio de farmacia multinacional. 40 años, 1.80 mt. 80 kilos de peso, morenazo. De verdad, era un tío guapo, el clásico latin lover de los años ochenta.
Se llamaba, y se seguirá llamando Frigga. Una vikinga de Copenhague de unos 25 años, rubia como la cerveza Calsberg, de casi mi altura física, y unos componentes que impresionaban; un monumento de mujer. Se hallaba en Torremolinos invitada por mi empresa por ser la secretaria de unos laboratorios daneses con los que íbamos a entablar relaciones comerciales.
Acabamos la convención sobre las siete de la tarde. Estábamos alojados en el hotel Al’Andalus de La Carihuela. Como observé durante las reuniones miradas furtivas pero llenas de intenciones, no dudé en abordarla inmediatamente después de acabadas las mismas.
Sobre las tres y media de la madrugada decidimos regresar al hotel, las ganas de amarnos eran tan intensas, que dejamos todas las delicias de las que estábamos gozando con los colegas en apacible y amigable juerga en una sala de fiestas de moda.
Por el pasillo que conducía a mi habitación. (la suya la compartía con una compañera) el corazón se me salía de la caja, y la polla me reventaba en la braqueta. ¡Dios mío! Que tafanario, que caderas, que curvas.... Creía que soñaba... que en nirvanas desconocidas me encontraba.
Pisaba alfombras y tapies de hilo fino
por aquel pasillo que al cielo me conducía
¡Oh Dios mío! Cómo mi corazón dirimo
con esta diosa, con esta náyade, ¡con esta tía!
La entrada a mi habitación fue apoteósica. Nada más trasladar aquel umbral...
Vi en Frigga la luz del sol y la de las estrellas.
La luna se hizo como desentendida...
La protagonista de mi noche no quería ser ella.
¡Dios del amor! ¡Qué grande fue su bienvenida!
-Ven. ¡Me dijo tomando mi mano!
Me dejé hacer.
-¿Harás lo que yo te diga?
-Lo que tu me digas.
-Antes de amarte, te he de purificar.
-¿Purificar? Dije algo extrañado. Será normal en Dinamarca. Pensé sin darme más importancia.
Me desnudo lentamente lo poco que llevaba, (era un mes de agosto caluroso)
-Entra en la bañera, y túmbate boca arriba.
-¡Mira que chica más limpia! Pensé. Esta antes de follar es de las que te lava el prepucio.
Pero cual sería mi sorpresa, que ella puesta en cuclillas, mi pecho entre sus rodillas y en posición de orinar, su coño a la altura de mi cara, de su vulva afeitada y muy rosada, salió un torrente de lluvia dorada que regó toda mi estrada.
Jamás una mujer me había meado. ¡Vive Dios! Que aquello fue maravilloso. Ser purificado por aquella diosa fue la emoción más enorme que nunca había logrado.
¡Agua de manantiales recónditos!
donde nace el río de mis pasiones
y dan vida a los campos sórdidos
en donde florecen mis emociones.
Gotas como rocíos de madrugadas,
que bañan mi cuerpo y lo depuran,
en mis tristes y penosas alboradas,
y que a saciar mi sed me ayudan.
Fuentes del Paraíso de los edenes,
brotas entre selva de negra espesura,
mis plantíos los llenas de tus bienes
y me devuelves la paz y la cordura.
¡Lluvia bendita! Por una diosa emanada,
chorros de linfa en surtidores de platino,
riegas mis cultivos y crece mi enramada.
¡No me faltes nunca! Yo soy tu destino.
Fuente del paraíso de mis edenes,
que envuelves mis deseos de locura,
encaneciendo los cabellos de mis sienes
y llenas mis valles de bendita frescura.
Tres gotas de aquel licor espiritual quedaron retenidas entre el capuchón de su clítoris.
-Bébelas. Me dijo con tanto amor que mis deseos se hicieron codicias. Con mi lengua succioné hasta lo más hondo de su manantial de oro... Libé, succioné, mamé de aquel coño con tanto desespero... que hoy al recordarlo....
ME MUERO... ME MUERO...
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