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En realidad el conjunto de confesiones que voy a realizar suponen vencer el peso de la sociedad conservadora en la que he vivido, y desde luego poner al descubierto las actividades sexuales tanto mías como las de mi marido, el cual me ha alentado desde luego a este atrevimiento pues como se darán cuenta, ha sido extremadamente permisivo con mi sexualidad.
Actualmente tengo 28 años, aunque me esté mal el decirlo soy una hembra muy guapa, me casé a los 18 años y mi esposo es algo mayor que yo sin embargo nuestro mundo sexual ha estado lleno siempre de sorpresas y satisfacciones que me han convertido paulatinamente en una hembra muy puta. Desde mi adolescencia fui extremadamente caliente y en mi época de secundaria tuve bastantes más novios que la mayoría de mis compañeras. A los 17 años había chupado, saboreado y sobado algunas vergas no era una experta en esta actividad, pero me encantaba hacerlo y eso que aún no me habían desflorado hasta un año después que perdí mi virginidad con un amigo de mis padres, iniciándome como mujer hecha y derecha a pesar de mi corta edad.
A los 18 años conocí a quien es mi esposo y un año después me fui a vivir con él a pesar de la oposición de mis papás. Tres años duró nuestra luna de miel, siempre cogiendo y disfrutando, tanto que, en parte, él ha sido culpable de mis puterías pues desde entonces me acostumbro a coger mucho provocando e involucrando una serie de fantasías que me han convertido en una mujer casada muy golfa.
Con mi marido aprendí a putear con gran placer, y fue el mismo quien me hacia fantasear que estaba con otros hombres mientras me gozaba, así con sus cogidas me hacia decirle otros nombres y pensar que yo era una puta que me entregaba a todo el que me gustaba, sin embargo para mi marido todo era fantasía y pagó muy caro estas enseñanzas a su mujercita.
A los cuatro años de casada, tras la primera pelea con mi marido por causa de sus continuas borracheras, me fui a la calle mientras él se quedó dormido. Como era una tarde calurosa solo me puse una tanga y sobre de mi cuerpo un vestidito muy corto, sin brasier; así mis senos dejaban traslucir mis pezones y el rítmico movimiento de mis duras nalgas se hacia mas excitante por las sandalias de tiras y de tacón alto que me hacían mover más de la cuenta, así sin más, salí a la calle y me di a caminar sin rumbo.
Solamente callejoneando en el centro de la ciudad que recibe bastante turismo, en realidad no sé como pero ya oscureciendo me metí a un pequeño bar, de entrada los hombres que estaba allí me miraron con lujuria y eso me avergonzó un poco. Pedí un trago y sentía las miradas de esos hombres en mi anatomía, la mayoría solos o en grupos de tres o cuatro, iba en el segundo trago cuando el mesero me trajo una bebida diciéndome:
-Señorita, se la envían de aquella mesa… -, y señaló a donde estaban dos hombres jóvenes bien parecidos y bien vestidos.
Mi razón me indicaba no aceptarla, pero mi instinto de hembra halagada me ganó y acepte la copa, al tiempo que mirando hacia los tipos les sonreí en muestra de agradecimiento; y tal vez esa sonrisa provocó todo lo que siguió... Cuando salí hacia el baño uno de ellos fue tras de mí, esperó a que saliera y me abordó con cinismo causándome cierto nerviosismo.
-¡Estas preciosa!... ¿Qué tal si nos acompañas a nuestra mesa y nos tomamos otros tragos juntos?... -, dudé un poco y sonriente rechacé su invitación y de forma coqueta moviendo mi tremendo trasero (algo más de la cuenta) me fui hacia mi mesa, desde donde empecé a mirarlos de reojo sonriéndoles coquetamente.
Supongo que el licor hizo lo suyo, tenía que ir de nuevo al baño y al hacerlo los miré y sonreí con mas putería, como insinuándole que me siguiera de nuevo; claro que entendió el tipo la invitación, al salir del baño allí estaba y sonriéndole me aproximé a él, de hecho ya estaba yo algo mareada pues el ron me había puesto en esa situación.
-¿Aún me quieren invitar?... -, le pregunté con cierta insinuación.
-¡Claro que si mamacita, por nosotros cuando quieras!... –
-Esta bien-, le dije, -pero que les parece si mejor vamos a otro lugar, aquí pude venir alguien que me conoce, o conozca a mi marido… -, le dije para ver su reacción al saber que yo estaba casada.
Creo que eso marcó todo. Salí con los dos del bar y nos fuimos a otro algo menos concurrido, nos presentamos, ellos se llamaban Luis y Juan Emilio, ambos jóvenes abogados, de 25 y 28 años respectivamente, atractivos y muy atrevidos. De entrada solo conversamos estupideces, hasta que Luis propuso ir a bailar, yo por mi parte acepté y así lo hicimos. Ya en el lugar seguimos bebiendo y bailé con uno y otro alternadamente, ambos intentaron besarme y no se los permití. Para mí era solo un juego, que se fue haciendo muy excitante.
Los dos se me insinuaban con sus vergas duras bajo el pantalón frotándose contra mi vientre, calentándome poco a poco. En la mesa, sus manos empezaron a tocarme las piernas, cada uno por su lado se apoderó de uno de mis muslos tersos y calientes. Luis fue el más atrevido y subiendo su mano por debajo de la mesa llego hasta mi cueva ya mojada por la excitación y sin pedir permiso me hizo a un lado la tanga y me clavó sus dedos entre mis encharcados labios vaginales, encontrando mi clítoris erecto y dedicándose a frotármelo con discreción; provocándome un estremecimiento al seguir dedeándome el bollo.
Esto desde luego no pasó desapercibido para Juan Emilio, y fui yo misma quien le ofrecí mis labios y sentí su lengua rica invadiéndome la boca con gusto; y así, mientras me besaba con uno el otro me metía el dedo en mi panocha ya empapada. Un vez más, fue Luis quien propuso irnos de allí, yo acepté nerviosa, caliente y excitada al imaginarme cogida por esos atractivos hombres.
Me llevaron ya sin preguntarme nada a casa de Luis, al llegar me miraron con deseo y el anfitrión fue por una botella de vino mientras el otro me tomó por la cintura y me beso muy rico, al tiempo que sus manos se fueron hacia mis nalgas duras y temblorosas.
-¡Qué culo más rico tienes mamacita, estas buenísima!... -, yo excitada como estaba solo le dije:
-¿Te gustaría probarlo?... –
-¡Claro que si mi reina, mira como traigo de parada la verga!... –
-Déjame verla papacito. Quiero verla y sentirla… -, le dije toda caliente.
Sin más, le abrí la cremallera y se la saqué, era una verga prieta, gruesa y dura, grande como nunca había imaginado; su gorda cabeza estaba lisa y brillante de líquido. Se la tomé con mi suave mano y la empecé a frotar con gusto.
-¿Quieres que te la mamé?... -, le dije muy insinuante sin dejar de chaqueteársela.
-¡Claro que si puta!... ¡Quiero que me la mames muy rico!... –
Me agaché y metiéndome su verga empecé a mamársela succionándola con fuerza, él se perdió en mi boca. De verdad que era enorme esa macana, con gran trabajo trataba de tragarla en toda su extensión sin lograrlo. Estaba extasiada chapándola, así no me di cuenta que Luis regresó a la sala y me encontró en esta posición. Sin decir nada se fue hacia mi trasero y me acarició las nalgas, diciéndole a su amigo:
-¡Mira canijo, esta pinche vieja esta buenísima!... ¡Qué rico culote tiene y se ve que le encanta la verga!... ¿Qué tal mama?... –
-¡Riquísimo!... Siento que me saca el alma y tiene la boca súper caliente. Pruébala… -
Emilio me sacó su verga de la boca y me ordenó chapársela a Luis el cual se había acomodado en el sofá, sentado y ya con su garrote de fuera. Grata sorpresa tuve al ver esa nueva verga, igual de rica, sólo que con cierta cuerva hacia arriba, con una cabeza enrojecida y gorda; era una verga rica aunque no tan gruesa y grande como la de Juan Emilio, pero eso sí, ambas más ricas, más grandes y gordas que la de mi marido.
Sin pensarlo le brindé mis mejores lengüeteadas al palo de Luis, al tiempo que paré el culo para que Juan Emilio me lo tomara. Él se fue atrás de mí y quitándome la tanga abrió mis muslos y se puso a lamerme el bollo con tal maestría que gemí de gusto, provocando que mamara con más fuerza la verga que tenía en la boca.
-Así mi vida cómeme toda, así papacito es tuyo… -, le dije más caliente que una perra en brama.
Mientras le chupaba su verga a Luis, Juan se detuvo, me abrió las nalgas y se dedicó a lamer mi culito estremecido.
-¡Qué ricas nalgotas tienes, cabrona!... ¡Que rico fundillo te cargas perra!... ¡Prepárate porque hoy tu culo prueba verga!... –
-¡No, eso no, soy virgen de allí!... –
Al escuchar esto ambos se sorprendieron, entonces me pusieron de pie, entre los dos me acariciaron y besaron, uno por enfrente y otro por mis espaldas. De pronto Luis le dijo a su amigo.
-Ponla aquí me la quiero coger… -, dijo señalando el sofá, en donde él se había sentado.
Me tumbaron y me abrieron de piernas, mi vestido estaba enrollado en mi cintura, mis senos habían sido chupados, así que sin más me abrí en compás mostrando mi raja abierta y lista para ser penetrada. Luis se acomodó entre mis muslos y me la metió de un golpe; sentí delicioso cómo me penetró y sus movimientos de vaivén me extasiaron de inmediato. Me hizo alcanzar el orgasmo en poco tiempo y deliciosamente mi coño empezó a contraerse como siempre me ocurre cuando alcanzo el orgasmo, provocando apretones rítmicos en la verga de mi marido y ahora en la verga de este chico que me estaba haciendo disfrutar como una yegua.
-¡Oye, esta pinche puta tiene perrito!... Siento que me chupa la verga con la panocha… ¡Qué rico coges cabrona, se ve que te encanta la verga, ¿verdad?!... –
-Si papi, me encanta… Pero no te detengas, sigue jodiéndome… ¡Dame más, métemela hasta el fondo, trabármela toda!... –
-¡Oye güey, dame chance ya!... Déjame cogérmela también… -, dijo Juan Emilio.
Luis me la sacó, yo protesté, pero luego me pusieron de rodillas ofreciendo mi redondo culo, desde el sofá hacia ellos. Emilio se acomodó detrás y guiando su enorme verga hacia mi raja me la empezó a meter… ¡Que rico sentí, al ser penetrada, me hizo gozar con su grandeza!... Me estremecí y de un golpe la sentí hasta el fondo, era terrible, me hizo gozar y gemir como nunca; me jalaba de las caderas al tiempo que me embestía con todo. Me la sacaba una y otra vez y me penetraba hasta el fondo haciéndome gozar más y más.
-¡Qué rica estás, hija de la verga, que rico panochón tienes!... ¡Estás apretadísima, se ve que tu pinche marido no te coge sabroso!... -, me decía apretando mis nalgas.
-Voltea para acá, puta… -, dijo Luis, jalándome hacia un lado pero sin sacar la verga de Juan Emilio que tenía en mi cuevita.
Así en esta posición, Luis se acercó y me dio su tolete en la boca, de tal forma que mientras Emilio me cogía de perrito, yo le chupaba nuevamente la verga a su amigo. ¡Qué gusto más extraño, qué placer más intenso!... De pronto las arremetidas en mi coño se aceleraron por ese bruto que me estaba cogiendo. Hasta que dándome unos jalones tremendos empezó a vaciar su leche en mi canal vaginal. Chorros y chorros de leche me llegaron hasta el útero, sentí su calor y me retorcí en un orgasmo más que le entregue a ese maldito.
No bien había terminado cuando Luis me jaló para empalarme también. Limpiando mi papaya de la leche de su amigo que me escurría, me puso de espaldas y me la metió subiendo mis piernas en sus hombros. ¡Qué delicia de cogida!... De esta forma mi raja se acortó y cada embestida me llegaba al fondo haciéndome gritar.
-¡Qué puta más rica eres!... Me imaginé que eras caliente pero me quedé corto… -
Sus labios me besaban y yo le correspondía dándole toda mi lengua, sus manos me atraparon por las nalgas y me apretaban, mientras Juan Emilio se excitaba de nuevo mostrándome su verga bien parada.
-Déjamela de nuevo, que le voy a encajar este chilote… -, dijo sacudiéndose la verga ante mis desmesurados ojos.
-Aguanta, que estoy a punto de venirme... ¡Ahí te va más leche puta!... ¡Tómala como te gusta, hija de tu perra madre!... -
-¡Ohhh papi, lléname toda!... ¡Así, qué rico!... ¡Más, dámela toda!... –
Sudorosa como nunca me desmontó y sentí escurrir el semen mezclado de ambos de mi panochita irritada.
-Eres deliciosa no puedo creerlo, ¿dime cómo le haces para apretar la cuca tan rico?... -, me preguntó Luis mientras me acariciaba las mejillas y el cabello todo revuelto.
-No lo sé, me pasa siempre cuando me vengo… Es algo que no puedo controlar. Se contrae sola mi vagina, al sentir los piquetes de la verga; es algo que no puedo evitar… -
-Ya déjense de pendejadas-, dijo Juan Emilio. -¡Vente para acá mamacita que aún te falta comerte esta!... -, me dijo mostrándome su fierro, de nuevo en todo su esplendor. Al ver esa suculenta verga, no pude evitar un estremecimiento.
-Ponte de nalgas hacia mí… -, me ordenó impaciente.
Levantándome del sofá, aun temblorosa, me quité el vestidito todo arrugado, sacándomelo por encima de la cabeza y quedando completamente desnuda ante los dos.
-¡Hija de tu puta madre, estás buenísima!... ¡Que pinches nalgotas te cargas, perra!... –, dijo Emilio apretando mi nalga izquierda y con una sonrisota de satisfacción.
-Además de guapa y ponedora, está durita-, dijo Luis, halagándome aún más. -¡Qué nalgotas más ricas tienes y mira que tetas se carga la cabrona!… -
Por primera vez me estaba mostrando ante ellos, y su reacción me encantó. Así que sin pensarlo más les dije:
-Quiero que me cojan hasta por las orejas, hasta que ya no puedan cabrones… Hoy soy su puta para toda la noche-
-Ven para acá, te voy a montar como nunca… Se ve que el pendejo de tu marido no te llena pinche zorra, pero ahora tendrás verga hasta por las orejas. Te voy a reventar tu madre a punta de vergazos… -
-¿Y qué esperas?, haz de mi lo que quieras… -, dijo casi con voz temblorosa ante el deseo.
Y diciendo esto, me tomó de la mano, me arrodilló ante él y me metió la verga en la boca.
-¡Chúpame la verga antes de metértela, puta!... –
Pensarán algunos de los lectores que todo lo que me decían me molestaba, pero no, era todo lo contrario, y sentía rico oír esas palabras. Así que le di mis mejores chupadas a esa vergota, succionando con fuerza y haciéndolo estremecer. Un poco después me puso de nuevo de perrita y ahora fue él quien me chupó la panocha. Me comía con furia y me estremecía toda, luego de saciarse con mi almeja, sus chupadas y lamidas se dirigieron a mi ano; me estremecí aún más al sentir la punta de su lengua tratando de horadar mi culito apretado. Después, Juan Emilio se levantó, me afianzó por las nalgas y me la metió duro, con fuerza haciéndome pujar al sentir su vergota.
Me empezó a meter y sacar su instrumento con fuerza y muy rico, yo me abrí más de piernas para darle mejor acceso a mi concha, repleta de su verga; y de pronto y sin decirme nada, me la sacó y me comió de nuevo el culo. En eso estábamos cuando Luis ya se había recobrado. Su curvado garrote hacia arriba se mecía insolente, macizo, duro y babeante. Se me antojó para mamarlo otra vez; pero su amigo me tomó de las ancas y me hizo montar sobre él.
-Ven acá hija de la chingada… -
Me empaló haciéndome subir y bajar rítmicamente, moviéndose mañosamente me hizo quedar prácticamente horizontal a él, que estaba debajo de mí. Me jaló por la espalda y logró que mi culo quedara expuesto e indefenso, y cuando me di cuenta de su maniobra fue demasiado tarde. El anfitrión estaba atrás de mí, con algo grasoso me estaba untando los pliegues de mi culo. Me estremecí y me dio miedo al imaginar lo que se aproximaba; se acomodó y sin darme tiempo protestar me empujó su gorda cabezota por el culo. Me distendió el esfínter y logró entrar arrancándome un gemido de dolor…
Le pedí y le supliqué que no continuara pero le importaron muy poco mis suplicas y argumentos, pues me dijo que había chingado a mi madre, porque no pensaba quedarse con el deseo de saborear un culote como el mío (palabras textuales). Logró entrar unos centímetros más, haciéndome pujar. Me sentía morir, ese enorme leño me estaba rompiendo el culo y su amigo me tenía penetrada por la papaya. Así una vez más reinició el martirio… Luis me jaló de las caderas y me la metió hasta donde mis nalgas se lo impidieron. No pude más y sentí desmayarme del dolor.
Era un ardorcito intenso y sentía tremendas ganas de defecar; me ardía y dolía de verdad, y aunque grité, pataleé pero nada que se detenían hasta que sentí que algo en mi interior me tronó, y su verga se perdió completa en mi recto haciéndome llorar. Luis se detuvo como cobrando fuerza para seguirme bombeando, se quedó quieto mientras su amigo me seguía cogiendo por la panocha. En eso vino lo peor, Juan Emilio me empezó a sacar y meter su verga de mi pucha, yo suplicaba de nuevo pero de nada valió, me invadía, me penetraba y me hacia sufrir, así me tuvieron en esa doble penetración hasta que Luis no aguantó las contracciones de mi recto y vació su leche en mi interior… Una vez terminada la inundación de mi culo, me la sacó de un golpe, sentí que me tiraban de mis tejidos internos y sentí que me desfloró, pero la cosa no paró allí.
-Ahora me toca a mi comerme ese culo mamacita… -, me dijo Emilio mientras me volteaba para nalguearme.
Yo ya no tenía más fuerzas ni voluntad para reaccionar, así que de un golpe ya y encontrando mi culo dilatado me la dejo ir hasta el fondo. Me cogió como se le dio su gana, me la sacaba toda, me frotaba el anillo adolorido y me la volvía a encajar, una y otra vez, pero sin dejar de nalguearme y vociferar cuantas deliciosas groserías se le ocurrían de mí, de mi mamá, de mi papá y del cornudo de mi esposo. Luego ya no dijo anda, se dedicó a metérmela y sacarla hasta el fondo y vuelta a sacar casi hasta la cabeza. Era una verdadera masacre hacia mi culito, que se abría y se cerraba ya sin control, entorno a la enorme verga que se lo estaba cogiendo. Y a pesar de que el otro me había hormado a su macana, no dejaba de rozarme la gordura de ese chilote.
La cosa fue que empezó a gustarme, era una sensación sin igual, me ardía y me gustaba, me dolía y restregaba mis nalgas contra él; entonces vino algo sorprendente. Luis se metió entre mis piernas y se dedicó a mamarme la papaya mientras su compañero me seguía clavando por el culo sin misericordia. Entre ambos me transportaron al éxtasis y me vine como pocas veces. Grité, aullé y maldije pero me entregué a estos machos como la puta que soy, me iniciaron por el culo y se los agradecí; así hasta que quedé vacía.
Agotada pero consciente supe que debía de regresar a mi casa. Me despedí de ellos con un beso de lengua a cada uno. Mis pasos eran pesados, me dolían las nalgas, las tetas, todo el cuerpo. Entré a la casa, mi marido no estaba, así que me dejé caer sin ganas de nada y me quedé dormida… Cerca de las seis de la mañana escuché entrar a mi esposo, me vio sin encender la luz, tomó una frazada y se fue a dormir a la sala. De suerte lo hizo ya que de otro modo hubiera descubierto a su mujercita toda cogida y oliendo a semen de los dos hombres, que me habían disfrutado y que me habían iniciado en la putería, que desde entonces marcaría mi vida de forma encantadora; tanto que hasta mi cornudo marido se integraría a ella al descubrir lo que esa noche me había ocurrido... Pero eso lo sabrán en mis siguientes confesiones.
Daniela
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