Fue en el invierno de 1922 cuando una inescrutable languidez comenzó a afectar a mi entonces futura madre Danna Nettermalm. No obstante de dormir hasta ya entrado el medio día y de ocuparse mas que del ocio, actividades que era instigadas con soltura por su esposo el para entonces prestigiado militar del ejercito alemán, Herr Detlef Helnwein con el que había contraído matrimonio un par de años atrás. Pronto se hizo mas que evidente que su salud se deterioraba rápidamente y no fueron pocos los médicos que se ocuparon de aquel extraño e inexplicable padecimiento que la incitaba a dormir tan profundamente que era casi imposible despertarla.
Se dice que por definición, un demonio de la carne nunca lastima realmente a su víctima a menos que ésta se niegue a ser victimizada, lo cual era totalmente cierto en el caso de mi madre porque no obstante que aparentemente su salud era cada vez mas precaria lo cierto era que tras el sueño, en los mas profundos pasadizos de lo onírico, acogía de buena gana a sus demonios de tal suerte que no existía amante mas salvaje ni entregada a su incubo que ella lo que desde luego, no estaban en posición de conocer los innumerables galenos que la atendieron por aquel tiempo ya que esa, era información que guardaba para si celosamente.
De cualquier manera tras mi concepción y alumbramiento la noche de cierto 9 de octubre fue que desapareció aquél inexplicable y somnífero mal que la aquejaba. No fue sino hasta el año de 1934 cuando ya casi había sido olvidada por completo aquella extraña condición que nuevamente la languidez se apoderó de mi madre y no solo de ella pues coincidiendo justamente con el abandono de mis formas de niña fue que tuve oportunidad de conocer en el sentido bíblico del termino a mi padre, la viciosa criatura llamada *******.
Así una noche particularmente gélida de invierno fui conducida por mi madre hasta su habitación sin mas razón que el deseo de no dormir sola, daba la “casualidad” que Herr Detlef llevaba mas de cuatro días fuera y tardaría muchos mas en regresar pues para ese momento estaba enfrascado en un infecto ardid con el ejecutor de las fuerzas militares alemanas conocido simplemente como Voss y que tendría fuerte impacto en los sucesos que sacudirían a Europa y a todo el mundo en los años venideros, no obstante que el patógeno y despreciable sujeto en cuestión sea desconocido e incluso negado en los anales de la historia.
El dormitorio hacia el que nos dirigíamos no era particularmente pequeño y al igual que el resto de las habitaciones de la casa poseía un techo exorbitantemente alto, todas la paredes estaban cubiertas con grandes y pesadas cortinas de textura aterciopelada tras las cuales dormitaban viejos ventanales que casi nunca se abrían en su totalidad. Algunos espejos se repartían estratégicamente por toda la cámara permitiendo el verse de cuerpo entero si eso era lo que se deseaba, fue quizás a la inquietante imagen de mi madre sobre ellos que por primera vez en mi vida fui conciente de su impresionante belleza.
A sus 35 años, aquélla estilizada y curvacea alemana de ojos azules que decía ser mi madre era poseedora de unos sonrosados labios que no obstante de ser delgados eran lo suficientemente sensuales e invitadores como para desear probarlos y perderse en su delicado tacto hasta la muerte, su cabello dorado era corto y apenas alcanzaba a rozar sus hombros, los mismos que se dibujaban de una redondez y tersura inigualable que servían tan solo de preludio para embelesarse con su maravillosa espalda. En ese momento caminaba hacia el lecho un tanto a la saga de sus pasos de tal suerte que podía seguir su hipnótico andar, particularmente el pausado vaivén de sus caderas de izquierda a derecha y el inquietante subir y bajar del camisón al ritmo de sus nalgas conforme cobraba distancia hacia delante. Cuando finalmente llego hacia el limite dispuesto por el lecho, gracilmente se volvió hacia mi sonriendo de una forma en que no la había visto hacerlo antes, había algo misteriosamente extraño en ella que lejos de asustarme, me incitaba pensamientos que nunca pensé que una hija pudiera albergar respecto a su madre.
Fascinada por su estampa distinguí que bajo el vaporoso y poco abrigador camisón tenía endurecidos los pezones, en ese momento y aún ahora soy incapaz de asegurar si tal cosa era producto de la helada estación o respondían tan solo al impropio deseo acumulado pues mis propios pezones se erguían fatuos al frente de mis pechos incipientes y en ello poco tenía que ver la temperatura. Haciendo caso omiso del cosquilleo entre mis piernas ingrese al lecho y tras abrazarme a su cuerpo fui envuelta en una agradable sensación de calor que emanaba de su cuerpo y que me incitaba a acercarme aún mas a ella hasta casi desear fundirme en su piel, de una manera que poco sino es que nada tenía que ver con el amor maternal y seguramente habría seguido en mi empeño de tal empresa de no ser porque en mis labios sentí el delicioso toque de los suyos tras lo cual recibí la cálida visita de su lengua.
Tras aquel beso pronto sentí sus manos acariciando mi cuerpo y de una manera que me desconcertaba pero que al mismo tiempo, me hacía temblar de tal forma que no deseaba despegarme de ella, anhelaba sentir sus manos recorriendo mi piel, apretando mis nalgas, sobando mis henchidos senos aún sobre la ropa de dormir... pronto sentí acurrucarme en su pecho y sin ninguna razón como si se tratase de lo mas natural porque quizás así lo era dado que de mi madre se trataba, busqué en su escote perdiéndome en la delicia cálida de sus senos hasta que mi boca dio con aquello que tanto me había turbado momentos antes y acaso al igual que años atrás cuando era tan solo un infante, me dediqué a chupar su pezón como si pretendiera alimentarme, una infinita dicha se apoderó de mi existencia conforme mis labios chupaban rítmicamente de él haciéndola gemir en el proceso. En ese momento una sensación de languidez se apoderó de mi y lentamente su pecho escapó de mi boca quedando entonces sumergida en una apacible calma producto de la bendita inconciencia.
Desperté o mas bien, creí despertar al sentir nuevamente el toque de unos labios en mi boca que pese a ser dulces e invitadores sabía no pertenecían a mi solícita madre pues se distinguían a su alrededor el corte de espesa barba. Lentamente abrí los ojos y distinguí muy cerca de mi cara a una criatura que por hermosa dudé fuera humana, nunca antes había visto hombre tan guapo, velludo y sobre todo desnudo, por primera vez en mi vida veía un miembro masculino en todo su erecto esplendor y el ansia que había despertado mi madre momentos antes comenzó a crecer en mi hasta casi ahogarme de deseo. Aún postrada noté mi absoluta desnudez y obedeciendo a un impulso primigenio busqué con mi mano, un gemido incontenible escapó de mi garganta al instante que pude asirme a tan portentoso mástil, en aquel ensueño, embriagada por la sensación de una abstracción púrpura sentí el aliento de mi madre en mi oído hablándome en una lengua ininteligible al mismo tiempo que como su mano dirigía hábilmente la mía hasta tocar su sexo.
Un delicioso escalofrío recorrió mi cuerpo tan pronto como caí en cuenta que justo ahí, tendida en medio de la nada y cubierta por una violácea niebla no se si onírica o real, tenía en mis manos a los artífices de mi existencia. Por un lado, la húmeda y palpitante esencia de mi viciosa madre y por el otro, la dura y venosa presencia de aquella criatura que instintivamente reconocí como mi padre y cuya mirada de una negrura vacía, insinuaba mas inteligencia de la que hubiese querido o creído posible concebir en un ser cuya existencia se basaba en la lujuria.
Antes de que pudiera sumergirme en delirios filosóficos inadecuados para mi edad, ambas bocas se asieron delicadamente a mis pechos mientras sus manos se desvivían por acariciar la fina pelusa rubia similar a la del durazno y que coronaba mi inquieto sexo habido de caricias mas intensas. En un instante, con el delicioso tacto de los labios de mi madre chupando sensualmente mi pezón izquierdo al mismo tiempo que la lengua de la criatura lamía con soltura el derecho y sus ágiles dedos se perdían en los confines de mis labios vaginales, perdí el uso de mis facultades al experimentar el primer orgasmo de mi vida. Sentí desbordarse un incontenible torrente de humedad entre mis piernas y un clamor con tintes incendiarios crecer en lo mas profundo de mi cerebro, al tiempo que por todo mi cuerpo pequeñas marejadas de eléctrico placer me ahogaban los sentidos.
Apenas hube recuperado algo parecido a la respiración vi la pulsante asta de la criatura balancearse insistentemente justo frente a mi boca, sin indecisión alguna seguí los lúbricos instintos que corrían por mis venas y probé su gusto con mi lengua al mismo tiempo que mi madre probaba del mío con su boca enredando su lengua en mi mojado interior. Atrapada en tan delicioso cuadro perdí cualquier retablo de cordura y tan pronto como el venudo miembro de la criatura comenzó a verter su propia esencia dentro de mi boca me presté a tragar todo cuando llegaba a mi con algo de asombro pero con total placer... mientras tanto mi madre seguía prendida a mi entrepierna llevándome incluso al hartazgo de nuevos apetitos pues su lengua, no se si por error o por sapiencia se desvivía por arrancarle celestiales temblores de placer a mi ano.
En un momento me vi degustando como una desquiciada las liquidas esencias de mi madre por las que sentía un hambre arrolladora, acariciaba con mi boquita aquellos gruesos labios coralinos rodeados de vello, lo mismo que chupaba cierta protuberancia carnosa de la que desconocía el nombre, pero que era fuente de placeres deliciosamente impúdicos como podía comprobar según sus apagados gemidos pasaban a ser fragosos aullidos de placer, mientras tanto la criatura se daba gusto con mi trasero con el que recién descubría también era posible obtener placer, ya fuera gracias a una lengua húmeda o por la incursión de un grueso ariete en su interior indudablemente aquella sensible cavidad entre mis nalgas era fuente de placeres insospechados.
Conforme la complejidad de licenciosos actos y propuestas creció hasta niveles antes por mi inimaginables me vi envuelta en la avasalladora monarquía de la lujuria, por que habrían retrasado tantos años aquel delicioso encuentro si estaba claro que tenía una disposición natural para los mismos?.
Después de aquélla primera y tan reveladora experiencia, al saberme producto de una concepción oníricamente improbable pero que era al mismo tiempo, promesa de una inmoral e irrefrenable búsqueda por la satisfacción de los placeres mas inmediatos, crecí deprisa y con una disposición aterradora por el egoísmo. A partir de entonces y conforme las visitas de la criatura fueron mas recurrentes ya me encontrase sola o en compañía de mi madre, todos a mi alrededor excepto aquella parecieron albergar un temor primigenio por mi presencia, como si la esencia maligna de aquella cosa inhumana fuese percibida en mi interior mientras que adoptaba las formas armoniosas de mi madre al mismo tiempo que ella languidecía en sus ensueños licenciosos.
Para cuando cumplí 17 años y era toda una mujer por supuesto educada bajo los preceptos de la superioridad aria, la Segunda Guerra Mundial había comenzado. En septiembre de 1939 las fuerzas de Hitler irrumpieron en Polonia desde occidente y dos semanas después los soviéticos la invadieron desde el este. Para fines de ese mes Polonia estaba vencida, sus ciudades en ruinas y con tanta violencia y terror a la vista como nunca antes me sentí en mi elemento. Podía saborear el miedo en los pueblos que caían bajo el poder del nacionalsocialismo, el placer de los soldados no mas inteligentes que un ratón envanecidos por los discursos de un pequeño hombre demente y la desesperanza de aquellos que no entendían lo que ocurría a su alrededor y que se limitaban a observar impotentes los aberrantes eventos.
A nadie extrañó que exhibiera sin el menor decoro un mórbido interés por la guerra, en especial por el avance del ejercito ario y las reclusiones de prisioneros de guerra que poco a poco comenzaban a ser cada vez mas frecuentes y numerosas, en vísperas de constituir los celebres campos de concentración nazis. Tampoco a nadie extrañó que pronto acompañara a Herr Helnwein en sus campañas de inspección en los territorios polacos ocupados por las fuerzas del Reich ni que incluso, le exigiera un papel mas proactivo al de simple observadora del que comenzaba a cansarme con rapidez, después de todo era “hija de mi padre” y se sobreentendía que solo respondía al llamado de la superioridad racial que corría por mis venas, nadie estaba en posición de saber que tan equivocadas y al mismo tiempo exactas eran esas palabras.
Pese a mi juventud me había hecho rápidamente de un nombre, así todo aquel que había escuchado de Daisy Helnwein de Stralsund sabía que algo extraño, siniestro y seguramente diabólico existía en ella. No obstante de mi trato afable y facciones delicadas propias de una jovencita de mi linaje, aquellos que no eran dignos de mi afecto no recibían de mi mas que crueldad, por lo bajo se decía que incluso el propio Detlef Helnwein me tenía terror y a mis espaldas circulaban sórdidos rumores sobre conductas licenciosas entre las que figuraban desde crímenes menores, encuentros con amantes de ambos sexos, ciertas practicas malignas y hasta un par de asesinatos que ya fueran mal infundados o con sólidas bases, no hacían mas que fomentar el supuesto que tras mis hermosos ojos azules existía algo por lo cual temer.
Lejos de incomodarme tales fantasías no hacían mas que incitarme a ser actor de las mismas y no obstante de lo que había tenido oportunidad de experimentar en mi temprana pubertad y adolescencia, entonces no tenía idea que en la madurez mi nombre llegaría a ser pronunciado con horror. Pero como no deseo adelantaros mas de lo necesario me ocuparé entonces de los sucesos de los que fui testigo en el invierno de 1939.
Los soviéticos se habían hecho de 250 mil presos de guerra polacos enviándolos casi inmediatamente a tres campos de prisioneros: Kozielsk, Ostashkon y Starobielsk. Algunos soldados habían sido ejecutados pero la mayoría, fueron confinados a campos de trabajos forzados en zonas remotas de la URSS. Un instinto primitivo me impulsaba hacia el este sin embargo, no contaba con los contactos adecuados si bien la URSS y Alemania se habían “repartido” Polonia luego de la invasión de septiembre, lo que no hacia sino llenarme de frustración. Bien es cierto que la privación genera obsesión y la misma encuentra los medios para satisfacerse a si misma pues de improviso, fui contactada por una oficial rusa de alto rango en la NKVD antecesora de la KGB. Tras acordar una audiencia en cierto bar de Varsovia se presentó la susodicha oficial llamada Nova Levyaska apenas se hubo puesto el sol.
Aquélla oficial definitivamente no era como las delicadas mujeres rusas que había conocido con anterioridad. Nova Levyaska era alta al menos para mis 1.56 metros de estatura y especialmente delgada según se alcanzaba a adivinar por el uniforme gris militar de invierno que vestía. Tenía en cabello largo hasta la mitad de la espalda y de un negro con destellos azulados relucientes, lo que quizás hacía mas evidente el contraste de su piel blanca lo que de inmediato me agradó. La mancha de humedad que dejaban sus botas de cuero negro al andar, evidenciaba que llovía afuera y mas que su mirada dura lo que llamaba poderosamente la atención era la desproporción de su senos demasiado grandes para su complexión y que prácticamente desbordaban las especificaciones del uniforme. Discretamente se presentó y de inmediato la invité a sentarse. Como era que había sabido de mi interés por los campos de prisioneros rusos era algo que pretendía descubrir.
-En realidad te he estado observando y creo que tengo algo que ofrecerte si es que podemos establecer un acuerdo.
-Dices que los soviéticos me tienen bajo vigilancia?.
-No... yo te he observado, desde que eras una niña.
-Y como sido eso?.
-Daisy Helnwein de Stralsund... sin duda sabes que eres diferente, yo misma lo soy y he estado buscando a alguien con quien compartir mi diversidad, últimamente he sentido la necesidad y seguramente tu también la has sentido, estamos viviendo la historia y sin quien compartirla es...
-El GULAG... Le interrumpí de inmediato. –Quiero verlo y por lo que entiendo estas en posición de ofrecerme un trato por ello.
-Por supuesto querida, pero todo a su tiempo.
La conversación siguió por espacio de una hora bajo el amparo de una botella de vodka y para cuando ésta se hubo vaciado, la oficial apoyaba los codos en la mesa, con las brazos muy cerca uno del otro como escondiendo el enorme bulto de sus senos sobre el uniforme, al mismo tiempo que enmarcaba con sus huesudas manos y de manera un tanto inocente su rostro, sin embargo, no había nada de inocencia en aquella rusa bustona pues desde su posición me estudiaba como lo hace un cazador con su presa, lo sabía porque la observaba de la misma forma y seguramente con las mismas disipadas intenciones.
Mientras acordábamos el como y el cuando, noté que sus ojos eran de un azul muy claro tanto que parecían de cristal, siguiendo la línea de su rostro fue que noté como no había hecho hasta entonces que sus colmillos eran realmente afilados y cuando sonreía sobresalían de sus labios. Su piel era excesivamente blanca y podía notar claramente sus venas corriendo por sus mejillas y frente. En otras circunstancias su piel que me recordaba al mármol me habría parecido grotesca sin embargo, también y desde cierto ángulo le hacía parecer un sonriente cadáver parlante y eso por alguna inhóspita ocurrencia me resultaba sutilmente encantador.
En cierto momento la charla se disipo por completo del asunto que nos había en principio reunido y entonces, quizás por intermediación del alcohol o acaso por lo que claramente se percibía en el ambiente y que no podía negarse de ninguna forma, la vi aproximarse muy cerca de mi boca. Pude entonces sentir que detrás de su aliento a vodka existía algo mas... algo extrañó y perverso que al igual que en mi se escondía en su sangre y que lejos de hacerme retroceder me impulsaba de manera sádica a besarla así que lo hice. Fusioné mis labios a los suyos dejando que su lengua jugara con la mía y sus colmillos hirieran mi boca haciendo brotar mi sangre repitiéndole tan amable cortesía con mis dientes. Al sentir como su sangre se mezclaba con la mía emitió un leve gemido separándose de mi lo suficiente para que pudiera verla relamerse el producto de la mutua violencia. Había sido una aproximación muy poco convencional pero era lo que exigían nuestras singulares determinantes.
Una semana mas tarde viajaba hacia la región llamada Kozy Gory (colina de la cabra) del bosque de Katyn Rusia, donde según Nova Levyaska la NKVD tenía una dacha, un enorme albergue de tres pisos a orillas del río Dnieper que desde 1931 los oficiales usaban para pasar los fines de semana o las vacaciones acompañados de sus familias, ahora los equipos bajo su mando se alojaban en la dacha con ordenes un tanto diferentes que no obstante, para ciertos apetitos podían llegar a ser igualmente recreativas. Llegué al bosque de Katyn a media tarde y no esperé mucho para que el contacto designado por Nova me localizara y condujera hasta la dacha, recordándome lacónicamente que:
-Tovarish Nova nunca sale sino hasta entrada la tarde.
Para cuando llegamos a Kozy Gory ya había oscurecido y todo era negrura y verdor, ciertamente aquel sitio era agradable pese a que hacia frío y una gélida llovizna hacía gotear pertinazmente las ramas de los árboles, el horizonte estaba cubierto por un velo de niebla evidenciado por los faros del vehículo. Caminamos hacia la dacha y en el umbral de la puerta distinguí a la oficial rusa en su traje de invierno y botas altas de cuero. Efusivamente nos saludamos con un beso, su lengua se enredó en la mía y sentí sus afilados colmillos herirme nuevamente los labios. El subalerno apenas y nos prestó atención atendiendo sus asuntos inmediatamente, con toda seguridad aquella era una practica común en su superior y de la que no tenía por que sorprenderse y mucho menos ocuparse.
La dacha era espaciosa y hasta acogedora, la decoración por supuesto mínima y no se sacrificaba funcionalidad solo por un banal sentido de la estética. Empezaba a preguntarme en que piso estaría su habitación cuando tomándome de la mano me condujo a lo que suponía era el sótano y que en efecto era. Descendimos por una corta escalera de piedra y tras encender una bombilla, quedo iluminado apenas un cuartucho de entre madera y roca en el que además de una cava indudablemente vacía desde hacía años, solo había una cama de latón, un escritorio seguramente de roble y una caja de madera de unos dos metros de largo con tintes de féretro hacia el final de la cámara.
Nova Levyaska sonrió maliciosamente y a la amarillenta luz de la bombilla sus ojos que antes me habían parecido azules adoptaron el tintinear del ámbar, sus colmillos que inicialmente me habían parecido puntiagudos ahora se exhibían con una filo de impudicia desgarradora. Lentamente corrió la cinta alrededor de su uniforme liberándola finalmente de la hebilla metálica, abriendo sensualmente su uniforme antes de dejarlo simplemente deslizar hasta el suelo evidenciando que debajo solo llevaba puesta una braga de algodón blanco. Atendiendo a mi mirada, recorrió con la punta de sus dedos el elástico de la prenda antes de asirlo con ambas manos corriéndolo por sus caderas y luego por los muslos hacia abajo, inclinándose mas tiempo del necesario para que observara sus pechos colgar imponentes, balanceándose sensualmente de lado a lado. El corazón me dio un vuelco ante tan pendular exhibición, si con el uniforme sus senos me habían parecido grandes verla así desnuda era una visión exuberantemente sobrecogedora.
El vello en mi nuca se erizó al instante y el ansia de lasciva que había aprendido rápidamente a reconocer surgió de improviso, me liberé de mi propia vestimenta y fui a su encuentro sobre los últimos escalones de piedra, tirándola al piso, buscando la manera de hacer coincidir su boca con la mía, de registrar su cuerpo de fría piedra con mis manos tibias al mismo tiempo que me dejaba ahogar bajo el peso de su cuerpo, de sus tetas luchando por sofocarme en una deliciosa agonía. Ella comenzó a acariciar mi espalda con sus dedos, subiendo con sus uñas por mi columna mientras insinuaba con la mirada lo que deseaba de mi parte, entonces me acerque a sus pechos y comencé a besarlos, rozando sus pezones erectos con las yemas de los dedos dejando mi aliento sobre ellos pero sin llegar a tocarlos realmente.
Luego cuando la tentación de tenerlos en mi boca fue demasiado agobiante, los devore ansiosa, mordiéndolos, chupándolos... haciéndolos míos dentro de mi boca lo cual le producía una excitación especial que la obligaba a arquearse de placer. Mientras chupaba sus pezones mis manos acariciaban sus tetas en toda su infinita extensión, en círculos y poniéndolos uno contra el otro... masajeándolos suavemente con mi lengua lo mismo que mordiéndolos hambrienta, me volvían loca sus pechos, me imaginaba que gracias a la fuerza de mis chupadas saldrían hilillos de leche con los cuales alimentarme y de los que por supuesto bebería gustosa. Pronto a mi olfato llego el delicioso aroma producto de su excitación y buscando con mi mano izquierda la fuente de tan suculentas emanaciones, topé con una ensortijada mata de vello negro ya húmedo y dispuesto para ser avasallado. Entonces comencé a acariciarla a una mano mientras que con la otra, hacia todo lo posible para que sus pezones no escaparan de mi boca.
En un momento ella comenzó a gemir y su respiración me permitió profetizar que estaba próxima al orgasmo, mis dedos entraban y salían en ella haciendo un gracioso sonido de chapoteo hasta que noté como eran aprisionados entre fuertes contracciones vaginales y eran bañados por una cálida oleada de flujo. Lentamente retiré mis dedos de su interior y dándole la vuelta, dirigí mi atención a sus pequeñas nalgas abriéndolas lentamente midiendo su deseo, después introduje suavemente mi dedo índice, primero solo en parte y después entero hasta los nudillos aprovechando la humedad que me había obsequiado su vagina... sumando un dedo a otro hasta que no me quedaron mas con que subyugarla. Entre tanto la besaba en la nuca, en el cuello donde ella parecía desfallecer y al mismo recuperar un ansia asesina de la que instintivamente sabía era poseedora. Justo ahí, con mis dedos acariciando su entrada posterior y mi boca prendida a su cuello comenzó a venirse por segunda vez y con apenas unos instantes de diferencia.
Luego y con una celeridad sorprendente, me hizo retirar los dedos de su ano y volviéndose, logró hacer coincidir nuestras pelvis al mismo tiempo que nuestras piernas hacían las veces de una doble tijera. El húmedo roce de sus vellos oscuros contra mi fina pelusilla rubia me provocaron una incontenible sensación de liquido abandono que de momento, no encontraba forma de expiar mas que por medio de los gritos. Entonces vi sus colmillos desplegarse en todo su terrorífico esplendor y como uno de mis tobillos se balanceaba peligrosamente cerca de su boca hambrienta. Mi garganta emitía deliciosos gemidos guturales producto del placer que al instante fueron acallados por un verdadero gemido de dolor, cuando sus desgarradoras piezas dentales se hundieron en la carne de mi tobillo hasta la médula del hueso.
Reconocí entonces en su hambre por mi sangre la irrefutable evidencia de su condición vampirica, mis pupilas se dilataron y una fina capa de sudor me recorrió la nuca bajando por la espalda. Desde hacía rato mi frente estaba perlada de sudor y con sus colmillos desgarrando mi pierna mas de lo que el ansia alimenticia le demandaba, comencé a venirme... mi sangre comenzó a brotar bajándome por el muslo hasta las caderas y el orgasmo no se si producto del doloroso abrazo o del incesante balanceo de su pubis contra el mío me hizo convulsionar. A la par de los orgasmos, en mi cabeza retumbaban los imaginarios gritos y disparos de armas automáticas ejecutando prisioneros colina abajo, acrecentando el placer hasta niveles realmente insospechados.
Permanecí en Kozy Gory todo el invierno disfrutando de la compañía de Nova Levyaska y sobre todo del espectáculo que ofrecían involuntariamente los prisioneros hacinados en las barracas sucias e infestadas de piojos soportando apenas, el frío y la inanición propios del encierro. A veces, cuando el vampiro estaba de animo generoso me permitía interrogar a unos cuantos de manera adicional a los agentes de la NKVD, sin que hubiera mayor utilidad en ello mas que mi propia diversión, no lo sabía entonces pero la estancia en Katyn era tan solo un entremés al delicioso platillo que me ofrecerían años mas tarde los campos de muerte de Varsovia.
A principios de 1940 la NKVD comenzó a dejar vacíos los campos de prisioneros entonces tuve oportunidad de presenciar lo que tanto había fantaseado. Una de las notables características del sistema de ejecución promovido por Nova Levyaska en Katyn, era el método refinado de atar a la victima. Primero se ataban las manos a la espalda, luego con una segunda cuerda, se le ataba un gabán sobre la cabeza a la altura del cuello. Del cuello pasaba la cuerda a la espalda, se hacia el lazo alrededor de las manos ya inmovilizadas y se volvía a atar ese lazo al cuello. El prisionero tenia así las manos a la altura de los omoplatos y ya no ponía ofrecer resistencia. Cualquier movimiento de los brazos solo apretaba mas el lazo alrededor del cuello.
Aunque todo el proceso era motivo de placer tanto para Nova como para mi, desaparecer a 15 mil militares requería de precisión de la que se obtenía muy poco esparcimiento. No era posible matarlos todos al mismo tiempo, disparar ametralladoras contra un gentío era poco práctico y poco limpio, se dejaban además muchas oportunidades de que algunos sobrevivieran o escaparan, era mejor matarlos uno por uno, con preparación y detalle. Los condenados no debían sospechar cual sería su suerte y ya que estaban debilitados y enfermos tanto por las magras raciones alimenticias de los campos como por las constantes sangrías a que eran sometidos por Nova, les quedaba poco espacio para maniobrar.
Ciertamente era un trabajo a sangre fría, profesional, que se repitió miles de veces como en una línea de montaje que no obstante de su mecanicista esencia, a veces era realmente inspirador. Con frecuencia los ejecutores tenían ayudantes que recargaban las pistolas semiautomáticas de calibre .30 e incluso si Nova y yo deseábamos participar, contábamos con personal que nos hacían llegar otras armas frescas cuando se sobrecalentaban la que estábamos usando. Así y durante cerca de seis semanas, preferentemente de noche pues nos complacía observar los trabajos cogidas de la mano, se cumplían sus órdenes con eficiencia militar.
Todo aquello tenía un efecto realmente embriagador en mi condición inhumana y a veces apenas podía esperar para llegar al sótano de la dacha, el olor de la sangre y la ardiente esencia de la muerte me hacía abrazarme fuertemente a su espalda gozando del roce de los cuerpos aún sobre el uniforme y mientras ella disparaba a la nuca de los prisioneros yo me asía a sus enormes pechos, torciéndole los pezones y mordiéndola en el cuello o chupando sus heladas orejas.
Un año después de concluidos los trabajos en Kozy Gory en 1943, Hitler se volvió contra la URSS y a principios de febrero un campesino ruso llamado Ivan Krivozertsev contactó al oficial de las fuerzas de ocupación alemanas Lud Voss en la aldea de Gniezdovo, a 370 kilómetros al sudeste de Moscú, tenía una noticia sensacional. Había muchos cadáveres enterrados cerca de ahí, eran restos de prisioneros de guerra polacos que las autoridades soviéticas habían mandado asesinar. No tardó mucho para que se anunciara el descubrimiento de fosas comunes cerca de la ciudad rusa de Katyn y con ello el fin de mi incursión en tierras soviéticas. Al mismo tiempo tropas SS aniquilaban a los judíos en el gueto de Varsovia y no volví a ver mas a Nova Levyaska, el regocijo de la muerte me aguardaba y seguramente ella encontraría a alguien mas con quien compartir su eternidad.
esta buenisimo, deberias ser escritora, tenes una facilidad enorme para redactar y describir todo. me encanto tu cuento