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Giré, con sigilo la llave en la cerradura, entreabrí apenas la puerta de entrada al departamento y acerqué el oído a la fisura. Percibí ruidos de “humanos reproduciéndose” y deduje que podía entrar tranquilo: no me iban a prestar atención. ¿Entrar para qué? Desde la lógica estaba todo más que claro: lo que había supuesto se estaba dando. El morbo derrotó al sentido común.
Completé el abrir de la puerta. Por la proveniencia de los suspiros, gemidos, las exclamaciones y manifestaciones vehementes, en voz alta, de goce que escuchaba supe, sin posibilidad de error, que la acción tenía lugar en el dormitorio como había supuesto al decidir espiar. Habían corrido las cortinas de la ventana de ese ambiente.
Avancé los pasos suficientes para quedar enfrentado al pasillo que une el living con ese cuarto. La puerta del sector del placard donde se guardan las toallas, recubierta internamente con un espejo, había quedado abierta y en el ángulo justo para que, desde mi posición, pudiese abarcar una buena porción de la cama.
La expresión en la cara de Romina era reveladora del genuino y profundo deleite que experimentaba. Ni que hablar de los “estremecimientos ardientes” de su cuerpo. Me sorprendió hasta donde llegaba el fervor de su participación. Hacía el amor como sólo es posible hacerlo en una situación extrema (guerra, lento hundimiento a 1000 Km de la costa, proximidad de colisión con cuerpo celeste…) con esa sensación de “tal vez nunca más esto”.
Diez centímetros más alta estaba la cabeza rapada, tez ligeramente abetunada, del que la estaba cogiendo, magistralmente, a juzgar por lo que apreciaba y oía. Ella le acariciaba la cara, como agradecida, el con su mano derecha le amasaba la teta izquierda. Resultaba llamativo el contraste de las pieles: teta nívea, mano té subido. Romina disfruta mucho con las atenciones en su seno. Se unieron las bocas en un beso profundo. Era evidente que lo individual se había disuelto, había comunión, eran momentos de contacto pleno. De esos que, no recuerdo que escritor lo dijo: “Probablemente sean los únicos por los cuales vale la pena vivir”. Ahí, prudentemente, retrocedí. Así como yo veía lo que acontecía en la cama, desde la cama podrían verme a mi entrometiéndome en lo que, esencialmente, era algo exclusivo entre ellos dos. Que la mitad de “ellos” era mi esposa, no justificaba mi intromisión. En el amor y en el sexo no hay leyes que valgan ni regla que se respete. Existen los juramentos pero, muuuchos somos los perjuros.
Pensé que, extrañamente, aunque distaba de estar eufórico, no estaba indignado ni me dolía que Romina estuviese disfrutando, como, recordaba, en los primeros tiempos de nuestro matrimonio, pero no conmigo sino con el moreno que había aparecido un par de días antes en la playa. Años atrás hubiese tenido, como mínimo, un derrame de bilis. Dejé a mi esposa con su experiencia placentera y me fui para consumir todo el tiempo que le había estimado a ella, que duraría mi ausencia (ver más adelante el porqué). En el auto tenía, desde el día anterior, un volantito. Disqué el número telefónico. En la ronda de presentación de las escorts elegí una morena carilinda, alta, esbelta y sin siliconas, no soporto los atributos femeninos comprados. Yo también quise entretenerme en “blanco y negro”. Minutos después, la morena, se sentó en la butaca derecha del Chevrolet, y arrancamos rumbo a un motel. Adriana, resultó una “bahiana gostosa” con una onda bárbara a la hora de intimar. No pude contenerme y, en la pausa posterior a la primera cogida, le comenté el motivo de porque estaba con ella: mi mujer estaba, en esos momentos, disfrutando a lo grande con otro. Su comentario fue lapidario: “será porque ella debe buscar afuera lo que no consigue en casa”.
Nos casamos, Romina y yo, aproximadamente 25 años atrás (ambos estamos a los inicios de la segunda mitad de los 40) y si bien, aun hoy es gratificante para mí, hacerle el amor, ella tenía ganas muy de tanto en tanto y cuando aceptaba, se conformaba con poquito y clásico (sospecho que hace mucho que no quedaba satisfecha). Obviamente, la rutina (y tal vez mi torpeza), le fue erosionando la pasión por su pareja, yo. Entonces cruzó la frontera en procura de lo que su libido le requiere.
Lo que estoy relatando ocurrió, un lunes del último verano en la playa de Bombinhas, en el sur de Brasil donde tenemos un departamento, con vista al mar. El viernes precedente, a tarde avanzada, sentados a orillas del mar, después del baño, con sendos vasos de bebida lo vimos avanzar, lentes oscuros y silla playera en mano. Caminaba como pisando resortes. De él emigraba la imagen de fuerza, de hombre que usa los brazos y transpira la ropa. Yo podía observar a mi esposa que, al ver el recién llegado, pareció que no podía desviar la vista. Sus ojos bajaban de su cabeza a sus pies, pasando por el tórax: cuero y acero bajo tensión, la cintura de guitarra, la anguila enrollada en el slip de baño, los muslos poderosos y viceversa, subían, luego, de pies a cabeza. O sea ella lo escaneaba, lo exploraba, ensimismada.
De repente el mulato se detuvo a algo más de un par de metros de nosotros, dejó la silla y comenzó una serie de 10 o 20 flexiones. Los brazos elevaban y bajaban el cuerpazo, el pecho betún claro, rozaba la arena, en el cuello se marcaba una vena que inducía a imaginar un torbellino de sangre bombeada por un corazón de cíclope. De pronto como impelido por un trampolín el moreno, saltó y recobró la vertical sonriente de frente a nosotros, El mirar de Romina subía y bajaba, las mejillas encendidas y los senos agitados.
El hombre se sentó y sólo pareció interesado en el agua, las nubes, el horizonte.
Ella estaba como en trance, parecía no importarle ni yo ni los demás veraneantes. Con certeza el mulato con proporciones de estatua y su sonrisa silenciosa le provocaban “comezón” en los “países bajos” inconscientemente, una de sus manos, rozó su entrepiernas.
Los días siguientes, nosotros y el moreno, elegimos las mismas ubicaciones en la playa. El sábado estuvo repleto de “miradas vienen, miradas van” de Romina con él. También hubo fugaces intercambio de palabras. Como dicho, el hombre tenía todo para atraer la mirada femenina, agrego que mi esposa sigue siendo muy atrayente: conserva el exterior agraciado de los 30, del cuello para abajo, un rostro bonito y delicado, donde los años no han hecho estragos. Su larga cabellera dorada natural, lacia y cuidada hasta la exageración, completa un “espécimen hembra apetecible”. Por la tarde subí por unos minutos al departamento, para ir al baño. Antes de volver a bajar, me asomé al balcón: Romina y el moreno, cada uno en su lugar, conversaban animadamente pero tratando de pasar desapercibidos o por lo menos darle un tinte casual a lo que, por lo sucedido, era la apertura de partida especial de ajedrez: “Objetivo: jaquear a la reina que quiere ser volteada”. El domingo, durante el almuerzo, le propuse a Romina: “mañana a la tarde voy a Itajaí, a la Receita Federal (la AFIP brasilera), para ver si me solucionan el problema de CPF (equivalente al CUIT argentino) y, de paso lo paso a ver a Ale. ¿Si queres te dejo en el centro para que recorras las tiendas tranquila mientras dure el trámite y la visita” . A ella le fascina recorrer tiendas y vidrieras, normalmente le habría encantado la propuesta. No fue así en esa ocasión: “No querido, andá tranquilo y, después del trámite, charlá sin apuro con tu amigo. Está tan lindo el tiempo, que prefiero quedarme en la playa. El fin de semana ya tenemos que volver a casa.”
En realidad, yo tenía, arreglado por teléfono, con Alejandro – un ex colega de trabajo que se había radicado en Brasil - el miércoles. Con toda mala intención y morbo inventé la ida a Itajaí del lunes.
En la tarde del domingo, la playa y el mar estaban muy concurridos. Disimulado en el agua, entre el gentío bañándose, presencié como, en la playa, Romina y el mulato, intercambiaban, mal disimuladas además de miradas, palabras. Supe que ella le informó que al día siguiente tenía, no menos de 3 horas, libres.
A las 2 de la tarde del lunes, me despedí, retiré el auto del garaje, recorrí unos 400 metros hasta que, al fin, encontré un lugar para estacionar. Cuando volví Romina ya había bajado a la playa y, ahora desde otro punto de observación, volví a ver cómo la tarde anterior, su mal disimulada conversación con el hombre. Escasos minutos después, no más de 15, mi esposa se incorporó, tomó su bolso y volvió al edificio de departamentos. No esperé ver que hacía el hombre, me ubiqué en un punto de la calle desde donde podía ver la ventana de nuestro dormitorio, en el 2do. piso. Media hora después, la pesada cortina opaca (blackout) cubrió la ventana garantizando la privacidad de lo que estaba por suceder paredes adentro. Habían concluido los prolegómenos, Romina, se entregaba a su fantasía. Esperé un corto tiempo y subí, empujado por un morbo compulsivo, y puse la llave en la cerradura.
Cuando, a tarde avanzada, “regresé”, de mi entretenimiento sexual pago, le informé a mi mujer que tendría que regresar el miércoles para terminar el trámite del CPF. Otra vez Romina optó por quedarse en la playa en lugar de ir de compras.
El sábado siguiente volvimos a la Argentina. En los días previos de esa semana, cabe mencionar algunos eventos relacionados con el relato: el martes y jueves Romina salió a “caminar por la playa” y regresó después de dos horas largas, el miércoles fui a Itajaí y a ver a mi amigo, lo que me insumió unas 4 horas, el viernes Romina, después que cargamos el coche para salir temprano, el sábado, en el viaje de regreso, aceptó hacer el amor conmigo, por primera vez en la semana. Me encantó, sentí que recobró las ganas de coger. Me hice el dolobu y le comuniqué mi entusiasmo por su regreso al territorio del disfrute:
- ¡Uuuyyy Nena estuvo re-bueno!! ¡Estuviste hecha una fiera!! Hace mucho que no sintonizábamos tan bien. ¿Qué hicimos, comimos o vimos estos últimos días? Tenemos que anotarlo por si vamos de nuevo para atrás –
- ¡Dejate de decir boludeces, callate! – musitó entre perpleja y sonriente y se apresuró a levantarse y entrar en el baño. Me pareció que no quería seguir hablando del tema.
Ya en casa, lo nuestro en la cama, dista de ser salvaje pero, nos trenzamos con mucha más asiduidad que antes de las vacaciones, y con mutua satisfacción.
Nunca sabré si el moreno descomunal fue una súbita intimación consumada sin dilaciones (taxi boy seguro que no era, lo poco que presencié, estoy persuadido que para los dos, fue uno de esos momentos en que a solas con otra persona nos pasa algo difícil de abarcar con palabras, pero que se vive, se siente y se entra plenamente en él. Nunca una tarea retribuida, era una antigua fantasía, jamás confesada de mi mujer y plasmada al descubrirlo, corporizado, a orilla del mar.
Como sea que fue, bienvenido el encuentro: en nuestra pareja reavivó el fuego, que ya casi era ceniza.
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