Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Fetichismo

Culito Rico

El culito rico

Había una vez un muchachito que vivía en un barrio x, relativamente pobre, pero con una situación un poco mejor que el resto de la población. Era bastante sociable y tenia hartos amigos entre los vecinos. Los antecedentes no aclaran si tenía 13, 14 o 15 años. En todo caso la diferencia no es tan grande. Sin embargo la mayoría de sus amiguitos eran algo menores que él. Como pertenecían a la clase popular, no eran muchos los gustos que se podían dar, aunque a su manera lo pasaban bien. Tenían grupos deportivos, hacían teatro y de vez en cuando paseos y otras actividades sociales con el apoyo de sus padres.

Había un detalle que caracterizaba a nuestro héroe y que llamaba mucho la atención del vecindario, especialmente a sus pequeños amiguitos. Era que casi siempre lucía unos ajustadísimos pantalones, azules o blancos, en los cuales su cuerpo prácticamente se embutía, quedando los rasgos de su anatomía perfectamente manifestados en cuanto a sus sinuosidades y depresiones.

La tela de tales prendas parecían cuidadosamente escogidas para evitar cualquier contratiempo a la hora de realizar un movimiento brusco o adoptar posiciones corporales forzadas, como ponerse en cuclillas o simplemente sentarse. El género era preferentemente sintético, del tipo impermeable y que producía el efecto visual de que el cuerpo que envolvía, estuviera hecho de plástico o digitalizado como una realidad virtual.

Como dijimos, tal preferencia en su vestuario, atraía poderosamente la atención de sus amiguitos, los cuales constantemente se sentían compelidos a comprobar la textura de tales prendas, ya fuera deslizando sus pequeñas manitas en las zonas más sobresalientes de su anatomía, o bien considerando con sus infantiles yemas la intensidad de la presión que su cuerpo ejercía sobre la tela cada vez que se inclinaba o se sentaba a conversar con ellos.

Nuestro amigo experimentaba tales acciones como parte de la comunicación que mantenía con ellos y aceptaba tranquilamente esos roces o toques, considerándolos una forma de afecto amistoso propio de la amistad que los unía.

Lo que no lograba computar apropiadamente, eso sí, era la naturaleza de las miradas que le dirigían algunas personas mayores. Indistintamente mujeres y hombres, en las oportunidades que se cruzaba por su camino, lo observaban con ojos de sorpresa, cual si fuera la primera vez que tenían la oportunidad de verlo. Sentía, luego que pasaba, como un quemante rayo visual, aquellos lo seguían por largo trecho hasta que por suerte encontraba un recodo por donde desaparecer. En más de alguna oportunidad sus oídos escucharon extrañas manifestaciones emanadas de las bocas de los incómodos espectadores. Algo así como aspiraciones realizadas con la boca en forma de “o”.

Y lo más increíble era que al güeón le encantaba ponerse esos pantalones apretados que, para qué les cuento, dejaba ver unas redondeces que dejaba mudo a medio vecindario, por donde a este elfo le gustaba transitar.

Las miradas de grandes y chicos se clavaban en ese par de redondos promontorios separados por una depresión, donde la costura de la ajustada prenda se perdía,
misteriosa y provocativamente. Muchos se preguntaban la técnica que utilizaría el adolescente para poder enfundarse en el pantalón y muchos más cómo lograría cerrarlos...seguramente, imaginaban, se acostaba o bien recurría a un sistema de cables y poleas...
Las escasas ocasiones en que se sentaba, lo hacía con un cuidado especial que muchos traducían en la posibilidad que en el momento menos esperado pusiera sentirse un estallido o explosión que dejara a nuestro héroe con sus tiernas nalgas expuestas a la contemplación pública.

Los más pequeños soñaban con tener la posibilidad de deslizar impunemente sus delicadas manitas por la tersa superficie de aquel trasero- o tesoro- como ellos le llamaban. Varias de sus amiguitas fantaseaban con besar o clavar sus dientes de leche en la excesivamente suave tela, sobre la cual sus intentos probablemente resbalarían inevitablemente.

Las mayorcitas querían de una vez por todas apoderarse de esa provocación ambulante y literalmente comérsela a besos, mordiscos, apretujones y lamidos.

¿ Pero cuáles eran las intenciones de aquel otro grupo silencioso? ¿Aquellos que por ser del mismo sexo de nuestro potoncito héroe, se limitaban a observar sin proferir opinión alguna? Tan solo uno de ellos deslizó una vez el comentario de cómo podía el muchachito caminar sin temor a que repentinamente las costuras cedieran estrepitosamente.

Por el momento, él caminaba despreocupado por la calle, atrayendo miradas hacia esos glúteos redondos y respingados, dibujados perfectamente, además de oprimidos, por esa prenda al límite de la presión. De vez en cuando deslizaba sutilmente sus yemas por la costura de atrás para comprobar que se mantenía en perfectas condiciones y completaba con una leve caricia sobre sus- no solo para él -adorables curvas.

Para ser sinceros, en múltiples ocasiones las miradas fueron acompañadas por expresivas exclamaciones, que delataban la agitación de quienes las pronunciaban:

- ¡Qué bonito poto!- exclamaba una chica veinteañera.
- ¡Cosita rica!- suspiraba una adolescente.
- ¡Guagüita!- aullaba un muchachón.
- ¡M’ijito rico!- decía a coro un grupo de infantiles voces mixtas.

Y nuestro héroe sentía como decenas de miradas le quemaban los promontorios que a duras penas se mantenían dentro del apretado pantalón.


En todo caso, él sabía que aquella insistencia en mirarlo, no era producto de que tuviera mal aspecto. Sabía que tal vestimenta, su apretado pantalón y su cortaviento, le daban una apariencia armónica y dinámica y era hasta comprensible que causara cierta admiración.

No obstante, dicha preferencia no dejó de causarle alguna vez alguna inoportuna dificultad. Efectivamente. Una tarde en que decidió dirigirse al club de teatro, donde lo esperaba su grupo favorito de amigos, estaba calzado con su cortavientos y su pantalón azul de satín o raquelado, no sabía muy bien cómo se llamaba el género. Cuando logró cerrarlo comprobó que lo sentía un poco más apretado que de costumbre. Pensó que estaba más gordo o quizás había crecido. Se alarmó un poco cuando la costura de atrás se quejó mediante un leve crujido de advertencia. Deslizó la yema de su dedo central por la línea que iba entre sus nalgas y se tranquilizó al comprobar que el daño era mínimo, tan solo un imperceptible aflojamiento de algunas puntadas. Salió entonces en procura de su destino, pero no había caminado dos cuadras cuando escuchó algo así como una explosión, lo que lo hizo mirar a todos lados, no descubriendo nada que pudiera ser fuente de tal fenómeno. Tan solo cuando sintió que parte se su cuerpo se liberaba de cierta presión, su mano que antes le tranquilizara, le reveló la verdad: sus redondas partes traseras estaban expuestas en gran porcentaje, luego que la traicionera costura central decidiera estallar en el momento menos propicio.

A partir de ese día, ese pantalón azul lució una doble costura, estilo jeans, en todas las zonas más estratégicas. Pero por esa misma razón la presión sobre su cuerpo aumentó, toda vez que la prenda se hizo más estrecha, lo cual aceptó como un sacrificio a la seguridad. La modista que corrigió el desperfecto, con un aparente afán estético, aconsejó que la costura fuera de un color distinto al de la tela, de modo que las líneas fueron amarillas, contrastando con el azul del pantalón. Este dato, aparentemente insignificante, no fue menor al momento en que debió enfrentar al público.

Muchas preguntas surgieron en las mentes de sus amiguitos, cuando días después apareció entre ellos con las correcciones realizadas a su prenda. La primera fue que si acaso su simpático camarada se podría sentar, sin poner en peligro la existencia misma de la prenda. Porque a sus ingenuos ojos no se escapaba la nueva realidad de una tela exigida al límite de la presión, de unas redondeces anatómicas a punto de estallar y de una costura doble que desaparecía misteriosamente entre las nalgas.

Entre los adultos que habían hecho de él un objeto de curiosidad, tampoco pasó inadvertida la transformación. Mas de una de las observadoras quiso llamarlo para averiguar más de cerca algunos detalles, pero se encontró con la oportuna y huidiza acción de nuestro héroe. Los muchachos y hombres, se limitaban a mirar y sonreír, escondiendo sus verdaderos pensamientos.

Los primeros días, sus compañeros del club le hicieron algunos comentarios amables acerca de su apariencia levemente diferente, incluso varios, como comprobando lo que decían, deslizaban sus yemas sobre la tersa superficie, ora de sus muslos, ora de sus caderas o nalgas, mas ninguno osó ni por un instante comentar y menos acercar una mano a lo que realmente constituía la obsesión principal de los testigos: las costura central, misteriosa y atrevida. A partir de ese día la cantidad de componentes del club aumentó casi al triple. Los padres estaban intrigados por el súbito interés suscitado entre sus pequeños y devaneaban buscando la razón de tan insólito entusiasmo. Incluso los propios miembros del centro no cabían en su asombro, no queriendo reconocer en sí mismos qué era aquello que se había constituido en el nuevo imán para todos.

Mientras tanto, nuestro amigo, que no entendía o no quería aceptar la realidad, intentaba llevar su vida lo más normal posible, variando su vestuario, de acuerdo a las circunstancias. Un día acudía con sus famosos pantalones azules, en otra con los blancos de satín, brillantes y suaves, en otra con los blancos de chintz, níveos y aterciopelados. Eso sí, todos con doble costura, especialmente destacando la central, que en los blancos era de color verde en uno y azul en el otro.

Entre el público, sotto voce, entretanto, se habían creado preferencias. Los niños del club suspiraban por la costura amarilla contra fondo azul, las viejas del vecindario preferían la verde y los tipos, desviaban la mirada preferentemente ante el paso de las líneas azules. Efectivamente, la asistencia al club aumentaba cuando se corría la voz que ese día haría su aparición “pantaloncito azul”, como le llamaban.

A eso había sido reducido nuestro héroe, a un pantalón oprimiendo formas redondeadas, en versiones azul y blanca.


II PARTE


Sin mayores discusiones, el aparentemente cándido niño fue escogido por sus camaradas como líder del grupo en prácticamente todas las actividades. Sus instrucciones eran seguidas por un público ávido que solo procuraba estar lo más cerca de él. La multitud de adolescentes e infantes se apretujaban queriendo mantener un contacto físico aunque fuera mínimo con el paisaje anatómico que ofrecían aquellos estrechos pantalones. Si se sentaba, eran sus muslos el punto de atracción. Y podía sentir el cosquilleo que manitas de todos los tamaños le producían sobre la tersa tela que envolvía sus piernas. En cambio, si impartía su discurso de pie, era la redondez de su trasero la depositaria de los desplazamientos palmares y de las suaves y audaces yemas infantiles. La costura central, mórbida y atrevida, no obstante, permanecía como una tentación prohibida, reservada solo para aquel o aquella que estuviera dispuesta a traspasar la línea del misterio. En alguna ocasión, una locuaz muchachuela de unos trece años, haciendo gala de audacia, había ofrecido a los ojos de sus compañeros un atrevido movimiento de aproximación que simulaba la introducción de su mano, grácil y afilada, en la zona donde la febril costura desaparecía entre los dos redondos montículos. Quienes observaban contuvieron la respiración, quizás sintiéndose interpretados por el ansia de aquella mano ávida, pero también esperando la reacción de la víctima al ataque, es decir, su codiciado líder. Al final fue solo un roce imperceptible, que seguramente el afectado disimuló para evitar cualquier necesidad de reaccionar.

No fue sino solo cuando se incorporó al club una pareja de muchachos de aproximadamente la misma edad de nuestro héroe, que la historia que contamos tuvo su desenlace. Eran una joven rubia, de formas bien proporcionadas, pero escondida en un atavío que desmerecía bastante su atractivo. Su compañero era un mozalbete relativamente delgado, aunque de complexión de apariencia fuerte.

Estos rápidamente se ganaron la confianza de los miembros del club y obviamente de su líder. Para la muchacha no pasó inadvertido el estilo en que se vestía nuestro héroe y en más de alguna oportunidad deslizó una observación con su correspondiente comprobación táctil.

-Me preguntaba yo cómo podían tener un bebé en el club, siendo que la mayoría eran niños y adolescentes. Ahora me doy cuenta que yo no entendía que la guagüita que me decían, tiene trece años y comprendo por qué la encuentran más adorable que un tierno bebé de meses- comentó una vez.

El atrevimiento sorprendió a los presentes, pero excitó su atención, pues presentían que algo extrañamente esperado podía ocurrir.

El muchacho no era mucho más alto que su amigo y en cuanto a edad era similar, pero se adivinaba en él una decisión y audacia poco común.

Miró a los más pequeños:

-¿Así que esta era vuestra cosita rica que portaba un tesoro codiciado?

Luego a los más grandes:

-¡Ahora verán lo que siempre soñaron hacerle a este bebé de apetitosas formas!

Dicho esto se acerco con decisión al muchachito y con un rápido movimiento lo alzó del suelo, rodeándolo con un brazo, en tanto que el otro pasaba por entre sus piernas, apoyando su mano sobre sus codiciados glúteos.

Un ¡Oh! De admiración llenó la sala:

-¡Lo alzó como si fuera un bebé!
-Mira donde apoya su mano!
- ¡Mmmmm, ojalá yo hubiera hecho eso!

Mientras tanto la mente de nuestro héroe, al sentirse tan frágil e indefenso en los brazos de aquel muchacho, se debatía en la semiinconsciencia y en la flaccidez.

Pero la acción del osado jovenzuelo no se detuvo ahí, haciendo gala de su fuerza, con un despliegue propio de un malabarista, hizo girar en el aire el cuerpo que sus brazos apresaban, dejándolo boca abajo, acto seguido alzó hacia su rostro la parte inferior, de modo que las redondas y oprimidas nalgas quedaron justo, justo frente a su boca ávida.

La concurrencia no cabía en sí de excitación, un calor inundaba la sala y una gala de suspiros circundaba tan inédito espectáculo. ¡Aquella deliciosa región anatómica, tanto tiempo admirada y deseada, para la cual nunca existió la posibilidad de explorar con prodigalidad, estaba a punto de ser devorada por unos dientes y unos labios osados y hambrientos!

Sin embargo, para el caso era lo mismo. El febril deseo alimentado en sueños se estaba realizando, qué importaba que fuera un artista quien representaba el anhelo de toda una comunidad.

Cuando aquellos dientes, aquellos labios húmedos y la cara entera se incrustaron entre las redondeces blandas, tersas y suaves y la costura central, perdida entre esas dos porciones carnosas, comenzó a humedecerse, se escucharon algunos gemidos y a lo largo y ancho de la sala, grandes y pequeñas figuras cayeron desvanecidas. El depositario de este arrebato, digamos, pasional, al borde de la inconciencia, experimentaba como decenas de manos de deslizaban por sus muslos, caderas y vientre, y cómo algo cálido y húmedo de debatía entre sus glúteos, mientras lo mantenían férreamente alzado del suelo.

-¡Eres mi bebé...!-gritaba su victimario, como en una jerigonza apenas inteligible- ¡Mi
guagüita rica, te voy a comer todo el potito, en representación de todos estos que siempre
desearon hacerlo y en castigo por andar mostrando esta preciosura con esos escandalosos
pantalones! ¡No entiendes que al verte así, provocas, provocas los más desenfrenados
anhelos de acariciar, morder, lamer, en fin, disfrutar de toda esa perfección redonda, tersa,
suave, oprimida que la naturaleza te dio...!

Cuando sintió que el juvenil cuerpecito suspiraba como en un postrer aliento, dejó que se deslizara entre sus brazos, pero justo antes de que sus pies tocaran tierra, lo atrapó con sus manos, aprisionándolo de las nalgas.

-¡Di hasta nunca a tus pantalones, muñequito, porque esta costura va a dejar de existir!-

El público nuevamente contuvo la respiración:

-¡Le va a destrozar la raja!-decían unos.
-¡Le va a romper mis pantalones favoritos!- exclamaban otros.
- ¡Mejor, se lo veremos en vivo y en directo!- defendían los más lujuriosos.
- ¡Alto!-farfulló una pequeña viciosa-por fin podemos apreciar a dónde va la costura del medio!
- ¡Es cierto! ¡Siempre nos persiguió ese misterio!

Lo cierto es que el avezado sujeto no tenía la menor intención de romper la prenda, sino que su elevado sentido del espectáculo lo impelía a exigir al máximo la costura y ofrecerles a los asistentes un número nunca visto.

Solo cuando los espectadores estuvieron al borde del paroxismo, aflojó la presión e hizo descender al verdadero muñeco que tenía en sus manos, totalmente desvanecido y a todas luces presa de un éxtasis que jamás sospechó podía experimentar.

No obstante, alertado por el frenesí que invadiría a la muchedumbre, luego que se sacudiera el estado catártico en que había quedado, sobre todo cuando observara la lasciva humedad presente en el trasero de nuestro protagonista, procedió a levantarlo en vilo, poniéndolo a buen recaudo, en un apartado camerino.

-Bueno, mi precioso amiguito, esto es para que te acostumbres a lo que sucede a todos los mijitos ricos que les gusta mostrar su culito rico.

FIN















Culito Rico

Había una vez un muchachito que vivía en un barrio x, relativamente pobre, pero con una situación un poco mejor que el resto de la población. Era bastante sociable y tenia hartos amigos entre los vecinos. Los antecedentes no aclaran si tenía 13, 14 o 15 años. En todo caso la diferencia no es tan grande. Sin embargo la mayoría de sus amiguitos eran algo menores que él. Como pertenecían a la clase popular, no eran muchos los gustos que se podían dar, aunque a su manera lo pasaban bien. Tenían grupos deportivos, hacían teatro y de vez en cuando paseos y otras actividades sociales con el apoyo de sus padres.

Había un detalle que caracterizaba a nuestro héroe y que llamaba mucho la atención del vecindario, especialmente a sus pequeños amiguitos. Era que casi siempre lucía unos ajustadísimos pantalones, azules o blancos, en los cuales su cuerpo prácticamente se embutía, quedando los rasgos de su anatomía perfectamente manifestados en cuanto a sus sinuosidades y depresiones.

La tela de tales prendas parecían cuidadosamente escogidas para evitar cualquier contratiempo a la hora de realizar un movimiento brusco o adoptar posiciones corporales forzadas, como ponerse en cuclillas o simplemente sentarse. El género era preferentemente sintético, del tipo impermeable y que producía el efecto visual de que el cuerpo que envolvía, estuviera hecho de plástico o digitalizado como una realidad virtual.

Como dijimos, tal preferencia en su vestuario, atraía poderosamente la atención de sus amiguitos, los cuales constantemente se sentían compelidos a comprobar la textura de tales prendas, ya fuera deslizando sus pequeñas manitas en las zonas más sobresalientes de su anatomía, o bien considerando con sus infantiles yemas la intensidad de la presión que su cuerpo ejercía sobre la tela cada vez que se inclinaba o se sentaba a conversar con ellos.

Nuestro amigo experimentaba tales acciones como parte de la comunicación que mantenía con ellos y aceptaba tranquilamente esos roces o toques, considerándolos una forma de afecto amistoso propio de la amistad que los unía.

Lo que no lograba computar apropiadamente, eso sí, era la naturaleza de las miradas que le dirigían algunas personas mayores. Indistintamente mujeres y hombres, en las oportunidades que se cruzaba por su camino, lo observaban con ojos de sorpresa, cual si fuera la primera vez que tenían la oportunidad de verlo. Sentía, luego que pasaba, como un quemante rayo visual, aquellos lo seguían por largo trecho hasta que por suerte encontraba un recodo por donde desaparecer. En más de alguna oportunidad sus oídos escucharon extrañas manifestaciones emanadas de las bocas de los incómodos espectadores. Algo así como aspiraciones realizadas con la boca en forma de “o”.

Y lo más increíble era que al güeón le encantaba ponerse esos pantalones apretados que, para qué les cuento, dejaba ver unas redondeces que dejaba mudo a medio vecindario, por donde a este elfo le gustaba transitar.

Las miradas de grandes y chicos se clavaban en ese par de redondos promontorios separados por una depresión, donde la costura de la ajustada prenda se perdía,
misteriosa y provocativamente. Muchos se preguntaban la técnica que utilizaría el adolescente para poder enfundarse en el pantalón y muchos más cómo lograría cerrarlos...seguramente, imaginaban, se acostaba o bien recurría a un sistema de cables y poleas...
Las escasas ocasiones en que se sentaba, lo hacía con un cuidado especial que muchos traducían en la posibilidad que en el momento menos esperado pusiera sentirse un estallido o explosión que dejara a nuestro héroe con sus tiernas nalgas expuestas a la contemplación pública.

Los más pequeños soñaban con tener la posibilidad de deslizar impunemente sus delicadas manitas por la tersa superficie de aquel trasero- o tesoro- como ellos le llamaban. Varias de sus amiguitas fantaseaban con besar o clavar sus dientes de leche en la excesivamente suave tela, sobre la cual sus intentos probablemente resbalarían inevitablemente.

Las mayorcitas querían de una vez por todas apoderarse de esa provocación ambulante y literalmente comérsela a besos, mordiscos, apretujones y lamidos.

¿ Pero cuáles eran las intenciones de aquel otro grupo silencioso? ¿Aquellos que por ser del mismo sexo de nuestro potoncito héroe, se limitaban a observar sin proferir opinión alguna? Tan solo uno de ellos deslizó una vez el comentario de cómo podía el muchachito caminar sin temor a que repentinamente las costuras cedieran estrepitosamente.

Por el momento, él caminaba despreocupado por la calle, atrayendo miradas hacia esos glúteos redondos y respingados, dibujados perfectamente, además de oprimidos, por esa prenda al límite de la presión. De vez en cuando deslizaba sutilmente sus yemas por la costura de atrás para comprobar que se mantenía en perfectas condiciones y completaba con una leve caricia sobre sus- no solo para él -adorables curvas.

Para ser sinceros, en múltiples ocasiones las miradas fueron acompañadas por expresivas exclamaciones, que delataban la agitación de quienes las pronunciaban:

- ¡Qué bonito poto!- exclamaba una chica veinteañera.
- ¡Cosita rica!- suspiraba una adolescente.
- ¡Guagüita!- aullaba un muchachón.
- ¡M’ijito rico!- decía a coro un grupo de infantiles voces mixtas.

Y nuestro héroe sentía como decenas de miradas le quemaban los promontorios que a duras penas se mantenían dentro del apretado pantalón.


En todo caso, él sabía que aquella insistencia en mirarlo, no era producto de que tuviera mal aspecto. Sabía que tal vestimenta, su apretado pantalón y su cortaviento, le daban una apariencia armónica y dinámica y era hasta comprensible que causara cierta admiración.

No obstante, dicha preferencia no dejó de causarle alguna vez alguna inoportuna dificultad. Efectivamente. Una tarde en que decidió dirigirse al club de teatro, donde lo esperaba su grupo favorito de amigos, estaba calzado con su cortavientos y su pantalón azul de satín o raquelado, no sabía muy bien cómo se llamaba el género. Cuando logró cerrarlo comprobó que lo sentía un poco más apretado que de costumbre. Pensó que estaba más gordo o quizás había crecido. Se alarmó un poco cuando la costura de atrás se quejó mediante un leve crujido de advertencia. Deslizó la yema de su dedo central por la línea que iba entre sus nalgas y se tranquilizó al comprobar que el daño era mínimo, tan solo un imperceptible aflojamiento de algunas puntadas. Salió entonces en procura de su destino, pero no había caminado dos cuadras cuando escuchó algo así como una explosión, lo que lo hizo mirar a todos lados, no descubriendo nada que pudiera ser fuente de tal fenómeno. Tan solo cuando sintió que parte se su cuerpo se liberaba de cierta presión, su mano que antes le tranquilizara, le reveló la verdad: sus redondas partes traseras estaban expuestas en gran porcentaje, luego que la traicionera costura central decidiera estallar en el momento menos propicio.

A partir de ese día, ese pantalón azul lució una doble costura, estilo jeans, en todas las zonas más estratégicas. Pero por esa misma razón la presión sobre su cuerpo aumentó, toda vez que la prenda se hizo más estrecha, lo cual aceptó como un sacrificio a la seguridad. La modista que corrigió el desperfecto, con un aparente afán estético, aconsejó que la costura fuera de un color distinto al de la tela, de modo que las líneas fueron amarillas, contrastando con el azul del pantalón. Este dato, aparentemente insignificante, no fue menor al momento en que debió enfrentar al público.

Muchas preguntas surgieron en las mentes de sus amiguitos, cuando días después apareció entre ellos con las correcciones realizadas a su prenda. La primera fue que si acaso su simpático camarada se podría sentar, sin poner en peligro la existencia misma de la prenda. Porque a sus ingenuos ojos no se escapaba la nueva realidad de una tela exigida al límite de la presión, de unas redondeces anatómicas a punto de estallar y de una costura doble que desaparecía misteriosamente entre las nalgas.

Entre los adultos que habían hecho de él un objeto de curiosidad, tampoco pasó inadvertida la transformación. Mas de una de las observadoras quiso llamarlo para averiguar más de cerca algunos detalles, pero se encontró con la oportuna y huidiza acción de nuestro héroe. Los muchachos y hombres, se limitaban a mirar y sonreír, escondiendo sus verdaderos pensamientos.

Los primeros días, sus compañeros del club le hicieron algunos comentarios amables acerca de su apariencia levemente diferente, incluso varios, como comprobando lo que decían, deslizaban sus yemas sobre la tersa superficie, ora de sus muslos, ora de sus caderas o nalgas, mas ninguno osó ni por un instante comentar y menos acercar una mano a lo que realmente constituía la obsesión principal de los testigos: las costura central, misteriosa y atrevida. A partir de ese día la cantidad de componentes del club aumentó casi al triple. Los padres estaban intrigados por el súbito interés suscitado entre sus pequeños y devaneaban buscando la razón de tan insólito entusiasmo. Incluso los propios miembros del centro no cabían en su asombro, no queriendo reconocer en sí mismos qué era aquello que se había constituido en el nuevo imán para todos.

Mientras tanto, nuestro amigo, que no entendía o no quería aceptar la realidad, intentaba llevar su vida lo más normal posible, variando su vestuario, de acuerdo a las circunstancias. Un día acudía con sus famosos pantalones azules, en otra con los blancos de satín, brillantes y suaves, en otra con los blancos de chintz, níveos y aterciopelados. Eso sí, todos con doble costura, especialmente destacando la central, que en los blancos era de color verde en uno y azul en el otro.

Entre el público, sotto voce, entretanto, se habían creado preferencias. Los niños del club suspiraban por la costura amarilla contra fondo azul, las viejas del vecindario preferían la verde y los tipos, desviaban la mirada preferentemente ante el paso de las líneas azules. Efectivamente, la asistencia al club aumentaba cuando se corría la voz que ese día haría su aparición “pantaloncito azul”, como le llamaban.

A eso había sido reducido nuestro héroe, a un pantalón oprimiendo formas redondeadas, en versiones azul y blanca.


II PARTE


Sin mayores discusiones, el aparentemente cándido niño fue escogido por sus camaradas como líder del grupo en prácticamente todas las actividades. Sus instrucciones eran seguidas por un público ávido que solo procuraba estar lo más cerca de él. La multitud de adolescentes e infantes se apretujaban queriendo mantener un contacto físico aunque fuera mínimo con el paisaje anatómico que ofrecían aquellos estrechos pantalones. Si se sentaba, eran sus muslos el punto de atracción. Y podía sentir el cosquilleo que manitas de todos los tamaños le producían sobre la tersa tela que envolvía sus piernas. En cambio, si impartía su discurso de pie, era la redondez de su trasero la depositaria de los desplazamientos palmares y de las suaves y audaces yemas infantiles. La costura central, mórbida y atrevida, no obstante, permanecía como una tentación prohibida, reservada solo para aquel o aquella que estuviera dispuesta a traspasar la línea del misterio. En alguna ocasión, una locuaz muchachuela de unos trece años, haciendo gala de audacia, había ofrecido a los ojos de sus compañeros un atrevido movimiento de aproximación que simulaba la introducción de su mano, grácil y afilada, en la zona donde la febril costura desaparecía entre los dos redondos montículos. Quienes observaban contuvieron la respiración, quizás sintiéndose interpretados por el ansia de aquella mano ávida, pero también esperando la reacción de la víctima al ataque, es decir, su codiciado líder. Al final fue solo un roce imperceptible, que seguramente el afectado disimuló para evitar cualquier necesidad de reaccionar.

No fue sino solo cuando se incorporó al club una pareja de muchachos de aproximadamente la misma edad de nuestro héroe, que la historia que contamos tuvo su desenlace. Eran una joven rubia, de formas bien proporcionadas, pero escondida en un atavío que desmerecía bastante su atractivo. Su compañero era un mozalbete relativamente delgado, aunque de complexión de apariencia fuerte.

Estos rápidamente se ganaron la confianza de los miembros del club y obviamente de su líder. Para la muchacha no pasó inadvertido el estilo en que se vestía nuestro héroe y en más de alguna oportunidad deslizó una observación con su correspondiente comprobación táctil.

-Me preguntaba yo cómo podían tener un bebé en el club, siendo que la mayoría eran niños y adolescentes. Ahora me doy cuenta que yo no entendía que la guagüita que me decían, tiene trece años y comprendo por qué la encuentran más adorable que un tierno bebé de meses- comentó una vez.

El atrevimiento sorprendió a los presentes, pero excitó su atención, pues presentían que algo extrañamente esperado podía ocurrir.

El muchacho no era mucho más alto que su amigo y en cuanto a edad era similar, pero se adivinaba en él una decisión y audacia poco común.

Miró a los más pequeños:

-¿Así que esta era vuestra cosita rica que portaba un tesoro codiciado?

Luego a los más grandes:

-¡Ahora verán lo que siempre soñaron hacerle a este bebé de apetitosas formas!

Dicho esto se acerco con decisión al muchachito y con un rápido movimiento lo alzó del suelo, rodeándolo con un brazo, en tanto que el otro pasaba por entre sus piernas, apoyando su mano sobre sus codiciados glúteos.

Un ¡Oh! De admiración llenó la sala:

-¡Lo alzó como si fuera un bebé!
-Mira donde apoya su mano!
- ¡Mmmmm, ojalá yo hubiera hecho eso!

Mientras tanto la mente de nuestro héroe, al sentirse tan frágil e indefenso en los brazos de aquel muchacho, se debatía en la semiinconsciencia y en la flaccidez.

Pero la acción del osado jovenzuelo no se detuvo ahí, haciendo gala de su fuerza, con un despliegue propio de un malabarista, hizo girar en el aire el cuerpo que sus brazos apresaban, dejándolo boca abajo, acto seguido alzó hacia su rostro la parte inferior, de modo que las redondas y oprimidas nalgas quedaron justo, justo frente a su boca ávida.

La concurrencia no cabía en sí de excitación, un calor inundaba la sala y una gala de suspiros circundaba tan inédito espectáculo. ¡Aquella deliciosa región anatómica, tanto tiempo admirada y deseada, para la cual nunca existió la posibilidad de explorar con prodigalidad, estaba a punto de ser devorada por unos dientes y unos labios osados y hambrientos!

Sin embargo, para el caso era lo mismo. El febril deseo alimentado en sueños se estaba realizando, qué importaba que fuera un artista quien representaba el anhelo de toda una comunidad.

Cuando aquellos dientes, aquellos labios húmedos y la cara entera se incrustaron entre las redondeces blandas, tersas y suaves y la costura central, perdida entre esas dos porciones carnosas, comenzó a humedecerse, se escucharon algunos gemidos y a lo largo y ancho de la sala, grandes y pequeñas figuras cayeron desvanecidas. El depositario de este arrebato, digamos, pasional, al borde de la inconciencia, experimentaba como decenas de manos de deslizaban por sus muslos, caderas y vientre, y cómo algo cálido y húmedo de debatía entre sus glúteos, mientras lo mantenían férreamente alzado del suelo.

-¡Eres mi bebé...!-gritaba su victimario, como en una jerigonza apenas inteligible- ¡Mi
guagüita rica, te voy a comer todo el potito, en representación de todos estos que siempre
desearon hacerlo y en castigo por andar mostrando esta preciosura con esos escandalosos
pantalones! ¡No entiendes que al verte así, provocas, provocas los más desenfrenados
anhelos de acariciar, morder, lamer, en fin, disfrutar de toda esa perfección redonda, tersa,
suave, oprimida que la naturaleza te dio...!

Cuando sintió que el juvenil cuerpecito suspiraba como en un postrer aliento, dejó que se deslizara entre sus brazos, pero justo antes de que sus pies tocaran tierra, lo atrapó con sus manos, aprisionándolo de las nalgas.

-¡Di hasta nunca a tus pantalones, muñequito, porque esta costura va a dejar de existir!-

El público nuevamente contuvo la respiración:

-¡Le va a destrozar la raja!-decían unos.
-¡Le va a romper mis pantalones favoritos!- exclamaban otros.
- ¡Mejor, se lo veremos en vivo y en directo!- defendían los más lujuriosos.
- ¡Alto!-farfulló una pequeña viciosa-por fin podemos apreciar a dónde va la costura del medio!
- ¡Es cierto! ¡Siempre nos persiguió ese misterio!

Lo cierto es que el avezado sujeto no tenía la menor intención de romper la prenda, sino que su elevado sentido del espectáculo lo impelía a exigir al máximo la costura y ofrecerles a los asistentes un número nunca visto.

Solo cuando los espectadores estuvieron al borde del paroxismo, aflojó la presión e hizo descender al verdadero muñeco que tenía en sus manos, totalmente desvanecido y a todas luces presa de un éxtasis que jamás sospechó podía experimentar.

No obstante, alertado por el frenesí que invadiría a la muchedumbre, luego que se sacudiera el estado catártico en que h
Datos del Relato
  • Categoría: Fetichismo
  • Media: 4.82
  • Votos: 78
  • Envios: 3
  • Lecturas: 3424
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.220.7.116

2 comentarios. Página 1 de 1
Elver Gon
invitado-Elver Gon 04-09-2004 00:00:00

tu eres ese muchachito que le rompieron el culito Tu amigo Elver Gon

jelson lainus
invitado-jelson lainus 31-01-2003 00:00:00

es el mismo eliminado, pero ampliado y corregido, espero q lo lean y lo disfrutes, hau}y un error al vaciarlo pues lo copie dos veces

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.525
»Autores Activos: 2.283
»Total Comentarios: 11.907
»Total Votos: 512.106
»Total Envios 21.927
»Total Lecturas 106.079.833