No me pregunten porqué pero tenía el presentimiento de que no era casualidad, ni tampoco un descuido; tenía casi la certeza de que todo era a propósito.
Ustedes me preguntarán porqué estoy tan seguro, lógicamente.
Y no tengo respuestas a esa pregunta tan sólo la mirada de ella en el supermercado, cuando luego de un brevísimo saludo se detuvo para observar algunas mercaderías en la góndola y discretamente miró hacia atrás en donde se encontró con mi mirada. Pero debo decir con un poco de vergüenza, que yo en ese momento no supe sostenerla, un poco por el temor de que su marido se diera vuelta en ese momento.
Calculé que si eso ocurría encontraría a un jovencito absorto en la contemplación de las ofertas de ese día y nada más. Eso me dio seguridad, pero ese instante en el cual ella dirigió como por casualidad su vista sobre mí, fue la gloria.
No me digan ahora que, se necesita de experiencia y todas esas historias para intentar la interpretación del momento.
Era muy sencillo; su mirada estaba cargada de erotismo y de sensualidad; que subrayó con un andar cadencioso y provocativo.
Si no hubiera tenido un cuerpo espectacular como el que tenía y yo no fuera un adolescente recién iniciado sexualmente, hoy no estaba contando todo esto.
Dicho sea de paso me hace bien escribirla porque es una manera ordenada de recordar algo que me interesa conservar en la memoria.
¿Cómo empezó todo?
Paso a contarles.
Frente a mi casa de dos plantas, había un edificio de apartamentos, nuevo, moderno, con grandes ventanales como los que se empezaban a usar en aquella época.
La azotea de mi casa, estaba exactamente a la altura del segundo piso del edificio citado, calle por medio.
En las noches calurosas de verano, era habitual que yo subiera a la azotea, en donde corría una aire ideal ya que nuestra casa estaba muy próxima a la bahía y desde el río venía siempre una brisa muy agradable. Y desde esa ubicación privilegiada, podía observar los techos de las casas vecinas y por ende el edificio que me interesaba muy especialmente.
Siempre me había resultado interesante observar todo el entorno desde una ubicación así; mucho más si se tiene un par de prismáticos potentes como los que mi padre tenía para su uso turfístico.
Camuflado en las sombras de la noche desde mi atalaya, espiaba tranquilamente los quehaceres de los vecinos.
Y la rubia vecina nueva de enfrente, mujer de físico escultural, era obviamente el blanco preferido de mis inspecciones visuales.
En más de una ocasión pude apreciar su belleza en la mágica plenitud de la desnudez total, filtrada por instantes a través de las cortinas de su ventana levemente acariciadas por la brisa. Esos mínimos instantes, que proporcionaban imágenes incompletas, parciales, caprichosas de su bellísima geografía corporal, alentaban en mí un deseo casi incontenible, rebelde, desbordante.
Llegué a pensar en determinado momento, que estas “casualidades” no eran tales y tuve el presentimiento de que ella sabía que yo estaba observando, lo que terminó por exacerbar mi estado de ánimo.
Tuve una extraña sensación un día que la crucé en la calle y ella me miró provocativamente luego de saludarme.
Me detuve un momento por cortesía y me deslumbró con sus ojazos celestes, su largo cabellos dorados que hacían de marco perfecto a un muy bello rostro.
Si bien ella estaba correctamente vestida, yo la veía desnuda, sus líneas las adivinaba fácilmente bajo su ropa. Todo su cuerpo lo tenía bien conocido. Ella seguramente lo sabía.
- Se te ve poco por el barrio.
- Bueno en realidad el estudio me tiene un poco confinado.
- Te he visto en tu azotea; se nota que corre una linda brisa por allí.
- Sí, sí -balbuceé, tomado totalmente de sorpresa.
Un poco confundido me disculpé y me retiré rápidamente con el pretexto de que llegaba tarde a un lugar determinado.
“¡Dios mío que atractiva que es esta mujer; qué desperdicio! casada con ese viejo abogado gordito y casi calvo” –pensaba mientras me alejaba del lugar.
Pero ahora tenía una certeza: el juego se había oficializado con sus comentarios: ella sabía que la espiaba, por lo tanto conocía perfectamente que su cuerpo desnudo e incitante había sido acariciado muchas veces por mi mirada. Y si así era, las perspectivas que tenía por delante, eran muy promisorias.
Esa jornada, no esperé a la noche para subir a la azotea de mi casa. Avisé a mis hermanos que no me molestaran, que necesitaba tranquilidad y silencio para estudiar para un escrito y que me llevaba los libros y los apuntes para tratar de aprovechar lo que quedaba de luz.
Sabía que a esa hora posiblemente no la viera a ella, pero la sola idea de ver su ventana me excitaba.
Estimados lectores que hoy me acompañan en este relato: ¿a ustedes no les ha pasado que al mirar algo que representa vuestras expectativas en cuanto a romance, erotismo, sexo, etc., aún no estando presente el objeto de vuestra pasión, ese algo, le ha despertado una sensación muy notoria de voluptuosidad que todo lo envuelve? Conozco vuestra respuesta.
Pasaron los minutos, para mí horas, y ningún movimiento se notaba en el apartamento destino de mi observación.
Ya resignado a no ver nada ese día, ¿qué podría hacer?: estudiar.
No fue necesario abrir los libros porque en una última mirada hacia la calle, la veo venir enfundada en un muy ajustado vestido color rojo y flamantes zapatos de taco alto que hacían destacar sus hermosas pantorrillas en la plenitud de la acción muscular.
Se acercaba a su casa por la acera de enfrente a la mía.
¿Que creen ustedes que hizo ella antes de perderse en la entrada del edificio? Se detuvo un instante y miró hacia atrás y hacia arriba, lo necesario para verme; y en ese momento sentí una violenta acometida de deseo por ella.
Así, muchas jornadas se repetían: ella en su dormitorio enloqueciéndome de placer con su cuerpo encendido, desnudo totalmente, con sus manos recorriéndolo totalmente en una cadencia y regodeo sensual maravilloso.
Por momentos, al llegar al clímax ella volteaba su rostro hacia mí pareciendo que me ofrendaba su orgasmo en secreto conjuro.
Luego, en nuestros encuentros fugaces y casuales en la calle; estando ella acompañada de su marido, su mirada decía mucho más que mil palabras.
Llegamos a dialogar con las miradas, estableciendo por esta vía una increíble comunicación: estrecha, íntima, total. La sensación de peligro que a veces flotaba en esos momentos acicateaba los sentidos y me excitaba doblemente.
Yo sabía que difícilmente podría ingresar a su vida como amante real y ella también así lo creía, de eso estoy seguro, pero este juego resultó ser algo muy motivador, tremendamente excitante.
Tan estudiado tenía ella todo, que cuando quedaba solo, me llamaba por teléfono y sólo me decía: “¿Te gustaría verme ahora?”, y cortaba enseguida.
Así transcurrió todo durante un tiempo, hasta que sorpresivamente desapareció de la escena, las ventanas no volvieron a abrirse y tampoco lograba verla a ella ni al marido.
Yo había notado desde hacía tiempo que algunas vecinas me miraban con aire severo y recriminatorio e inclusive muchas de ellas ya no me trataban como antes.
No di mayor importancia a ello por cuanto no había hecho nada malo ni tampoco era responsable de la situación.
Así las cosas, trascendió al poco tiempo que algunos vecinos habían escuchado que la pareja se había separado por supuesta infidelidad de la mujer. Según parece habían tenido violentos altercados generados por alguna actitud de ella a la que, según comentaban, su marido había descubierto masturbándose gritando el nombre de un jovencito del barrio.
Nunca más la vi. Tampoco a su marido ni tuve noticias de ambos.
Los años pasaron, mi vida se desarrolló con normalidad, me casé, tengo dos hermosos hijos ya grandes y una esposa maravillosa. Vivimos en la misma casa de la adolescencia, heredada de mis padres, pero todo ha cambiado, ninguno de los vecinos de aquella época perduran.
El barrio no se ha modernizado y luce viejo y descolorido.
Sólo se ha modificado el entorno frente a mi casa. Aquel edifico de apartamentos de enfrente, lo han demolido y en su lugar ha quedado el predio baldío.
Aquellos hermosos recuerdos de mi juventud cada vez más lejana, se corporizaron un día en una señora mayor que tocó a mi puerta.
La miré y con dificultad la reconocí; era ella; la hice pasar sin saber a qué venía.
El paso de los años había dejado su huella cruel. Ya no era identificable su antigua belleza ni tampoco reconocibles aquellos maravillosos encantos disparadores de mis delirios adolescentes.
Pero además lucía desarreglada, sus pelos intonsos, descoloridos, tal vez por falta de aseo; sus ojos: habían trocado de un azul intenso a un pálido gris; sus piernas, sus bellísimas piernas ya no eran reconocibles y en determinado momento, al cruzarlas, su pasada de moda pollera acampanada dejó ver aquellos muslos forjadores de tantos sueños entonados de intensas poluciones.
Ahora sólo podían generar rechazo por su celulitis muy marcada en una gordura despareja.
Me acerqué a ella; estaba triste, se sentía sola; había recuperado a su marido pero éste había fallecido hacía poco tiempo.
Lloraba mucho; se disculpó por venir pero estaba muy enferma y en un arrebato quiso verme sin saber bien ella porqué.
Le tomé la mano. Olía a lavandina.
Sentí tristeza por la angustia ajena, y pena cuando con esfuerzo logré recrear por un momento en mi memoria un remedo de aquella belleza.
Ambos nos reconocimos: retomamos a través de las imágenes apasionadas vivas aún en nuestras memorias, las vibrantes jornadas de otrora -nunca compartidas- y sentimos sin ni siquiera hablarnos, que en los rescoldos de la pasión había yacido la lumbre no advertida en aquel entonces de un sentimiento distinto.
Nos abrazamos dulcemente, reconociendo que bajo el instinto se había alojado siempre una fervorosa necesidad de cariño mutuo, ahora expresado en este gesto sincero y entrañable.
Muy bueno tu cuento, te felicito, hacia ya tiempo que no leia algo que me hiciera meditar y reflexionar