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~Regreso del trabajo y, como siempre, Mariano ya ha vuelto a casa. Ha puesto la mesa y está en la cocina terminando de preparar la comida. En el ambiente hay un aroma a guiso casero, premonitor de que lo que él está preparando va a estar bien rico.
Como cada día lo saludo con un devoto beso en el cuello y arrimando mi pelvis a su trasero. Él, sin dejar de atender a lo que tiene puesto en el fuego, me responde con un pequeño piquito en los labios y con una generosa sonrisa. Hay tanto cariño en su escueto “Hola”, como en la más larga de las declaraciones de amor.
Cambio mi uniforme por ropas de andar por casa y voy a hacerle compañía a la cocina. Abro una cerveza, me pongo a preparar una ensalada de esas que tanto le gustan e intercambiamos las anécdotas del día.
Él me habla de sus alumnos, de lo perdido que están algunos adolescentes con el buen fondo que tienen, no saben (o no quieren saber) lo que significa la palabra esforzarse. Yo le respondo que los únicos que parecen “estudiárselas” todas son los delincuentes, quienes se conocen mejor el código penal que un abogado. “¡Cualquiera los pilla en un renuncio a los muy cabrones! —Añado medio fastidiado, medio en broma.
Nos sentamos a comer, no hay secretos entre nosotros y con una simple mirada o un gesto queda todo dicho. Jamás pensé que pudiera amar a alguien de esta forma, nunca imaginé que un hombre llegara a querer a otro de un modo tan pleno. Compartir mi vida con él, es la mejor decisión que he tomado. Cada día con él hace que merezca la pena levantarse.
En la sobremesa, nuestras manos se tocan rebosantes de afecto. El roce de las yemas de nuestros dedos transmite más que muchas palabras románticas. Nos miramos embelesados, una mueca bobalicona se pinta en su rostro y yo la sepulto con un beso.
¿Desde cuándo no soy tan feliz? Estar con él me rejuvenece, me hace sentir que estoy vivo, que mi lugar en el mundo es este. Lo abrazo y dejo que fluya lo cursi entre nosotros dos. Su lengua se enreda con la mía y no puedo evitar que mi mente se enrede en pensamientos lujuriosos.
Separo su rostro del mío y lo invito a que se pegue una ducha conmigo. Él me guiña un ojo y sonríe pícaramente. Tiene muy claro qué es lo que deseo. Como es habitual en él, no va a poner ningún reparo en dármelo.
Pasamos al baño, es verlo desprenderse simplemente de la camiseta y me abalanzo sobre él. Entrelazo sus dedos entre los míos, tiro de sus brazos y los coloco en posición de cruz. Al tiempo que hundo mi lengua en su boca, lo empujo contra la pared y pego impetuosamente mi cuerpo al suyo.
Degustar el sabor de sus labios enerva mis sentidos, siento como mi voluntad se doblega ante el frenesí, una especie de escalofrío recorre mi espina dorsal y la pasión se apodera de mi entrepierna, consiguiendo que la sangre fluya poderosamente por las venas de mi polla.
Intenta combatir mi “ataque” lo mejor que puede, pero no puede hacer nada, a pesar de su fortaleza. Lo he conseguido coger por sorpresa y someterlo a mis recónditos deseos es soberanamente fácil.
Alzo sus brazos junto con los míos y los coloco por encima de su cabeza. Con una mano atrapo sus dos muñecas, mientras con la otra desabrocho su cinturón. Al bajar la cremallera siento palpitar el vigor de su entrepierna, palpo salvajemente su miembro viril sobre la tela del slip y la desnudo sin contemplaciones de ningún tipo.
Agarro enérgicamente su pene y deslizo mi mano por él, desde la cabeza hasta el tronco, unos bufidos escapan de los labios de Mariano, quien intenta escaparse de mi presa sin éxito. Sin dejar de apretujar su masculinidad, busco sus ojos. Estos me suplican que lo libere, al mismo tiempo que me imploran que lo haga esclavo de mi voluntad. Su contradictoria actitud, me pone a “reventar calderas” y prosigo con mi cometido.
Vuelvo a buscar su boca, esta vez no pongo mi lengua a jugar con la suya, simplemente me limito a morder sus labios suavemente, consiguiendo que rocen el dolor. Él me responde, pegando pequeñas dentelladas sobre los míos. Sin querer, iniciamos una morbosa contienda, que concluye con su lengua chupeteando mi cuello.
Libero sus extremidades superiores, sin darle tiempo a reaccionar, bajo mi cabeza por su pecho desnudo hasta llegar a su pelvis y, agachándome ante él, introduzco su babeante miembro en mi boca. Instintivamente él lleva sus manos a mi nuca y me lo hace tragar entero, provocándome unas pequeñas arcadas que mi hombría sabe soportar con entereza.
Entregado como estoy a la buena mamada que le estoy propinando a mi novio, dejo que mis labios bajen por el tronco de la hiniesta verga hasta llegar a su escroto, paseo mi paladar por sus pliegues durante unos segundos. Cuando lo considero oportuno, me meto en la boca uno de sus testículos, después el otro, para concluir introduciendo los dos al mismo tiempo.
Me agacho entre sus piernas y lamo tímidamente su perineo, desembocar en su caliente agujero es de lo más previsible. Prosigo empapándolo contundentemente con mi saliva, pegando mi lengua a aquel orificio ávido de sensaciones, regalándole todo el placer del que soy capaz.
Me escabullo como puedo entre sus piernas y me consigo colocar entre su espalda y la pared. Su trasero queda a la altura de mi cabeza, poso las manos suavemente sobre sus glúteos y tras acariciarlo suavemente durante unos segundos, le propino una fuerte cachetada. De los labios de Mariano emergen unos más que satisfactorios quejidos.
Empujo su cuerpo hacia delante para abrirme espacio y me incorporo como puedo. Una vez estoy de pie tras él, lo volteo y lo pongo de cara a la pared. Me abrazo a su cintura y paseo mi virilidad entre sus glúteos de un modo, cuanto menos, impúdico. A pesar de que el contacto no es todo lo placentero que me gustaría, pues yo sigo completamente vestido. Al restregar los botones de mi bragueta contra su trasero, provoco en él unos pequeños gruñidos de dolor, los cuales hacen que mis sentidos se acrecienten morbosamente.
Sin dejar de rozar mi paquete contra su desnudez, me quito la camiseta y pasando mis manos por debajo de sus axilas, pego mi pecho contra su espalda. Sentir sus omoplatos chocar contra mi pectoral, me pone a más de mil y lo apretujo contra mí, como si quisiera hacer mía su voluntad.
Deslizo la palma de mi mano derecha hasta su barriga y serpenteo con los dedos entre sus músculos abdominales. Con la otra mano, aprieto su pecho y pellizco su tetilla de vez en cuando. Él, con una pasividad netamente masculina, se deja hacer todo lo que me apetece, le pone cantidad someterse a mis juegos y, haciendo gala de un otorgante silencio, me pide que siga por este sendero sexual.
Quito la mano de su estómago y procedo a desabotonar la portañuela de mis vaqueros. Segundos después, tengo los pantalones hasta las rodillas y mi polla, libre de toda presión, circula entre la raja central de su trasero. Sin poder evitarlo, aplasto su tórax entre mis brazos y tras besarle el cuello, mordisqueo tímidamente el lóbulo de una de sus orejas.
Cojo uno de sus pezones entre mi pulgar y mi índice, lo aplasto hasta que Mariano no puede reprimir un pequeño grito de dolor. Suavizo la presión, para cuando lo creo conveniente volver a aumentarla. Alcanzo su polla con la otra mano y constato que, como suponía, aquello le está excitando, unas evidentes gotas de precum empapando las yemas de mis dedos, dejan constancia de ello. Me dejo llevar y muerdo su cuello, con la misma sensualidad de los vampiros de las películas.
Poco a poco, me resbalo a lo largo de su espalda y concluyo agachándome tras él. Mi cabeza queda a la altura de su pompis. Mi primera cachetada es estruendosa, la segunda más apagada… Unos instantes después su culo está enrojecido, dejando ver sobre él la delatadora marca de mis dedos. De la garganta de Mariano sale un casi estridente grito. Poso mis labios por la lacerada piel, como si intentara curarla con mimos. El estira un brazo hacia atrás y acaricia mi pelo con delicadeza, dejándome claro que está disfrutando con esto tanto como yo.
Me levanto de nuevo, vuelvo a buscar sus labios y mientras me termino de desvestir, le hago una señal para que él haga otro tanto. Una vez estamos completamente desnudos, vuelvo a abrazarlo. Lo aprieto tan fuerte que parece que quisiera fundir mi cuerpo con el suyo.
Tras unos breves momentos de pasión desenfrenada, decidimos meternos bajo la placa de ducha. Nos colocamos en el centro y dejamos que un intenso chorro de agua nos envuelva de la cabeza a los pies.
Mariano toma la iniciativa y me enjabona el pecho, las axilas, la barriga… Al llegar a la vigorosa protuberancia que nace bajo mi cintura, me mira, saca la lengua sinvergonzonamente y se relame el labio superior. Sin dejar de observarme lascivamente, envuelve mi erecto pene con la blanca espuma y, a continuación, limpia minuciosamente el interior de mi glande. No sé qué excita más, si lo qué hace o cómo lo hace.
Oprime suavemente mi polla entre sus dedos y me da un leve mordisquito en la barbilla. Su pequeña fechoría no queda sin castigo, intenta escabullirse, pero yo lo aprisiono contra mi pecho y le hago pagar su falta con un apasionado beso.
Mientras nuestras respiraciones se unen, pasión e higiene se confunde en una misma cosa. Mariano prosigue frotando mi cuerpo con jabón, primero un brazo, después el otro, para concluir envolviendo en espuma ambas axilas.
Se despega de mí y me hace un gesto con la mano para que me dé la vuelta. Una vez lo hago, prosigue lavando mi espalda, mis nalgas (en esta parte de mi anatomía, no sé por qué, se entretiene un poquito más), sigue con las piernas y se agacha para enjabonar mis pies.
Al mismo tiempo que frota mis tobillos con una mano, con la otra acaricia mis glúteos, primero surcándolos levemente con los dedos, como si dibujara surcos sobre ellos, para proseguir acariciándolo con más pasión.
Sin preámbulos de ningún tipo, hunde la nariz en la hendidura central y olisquea el aroma que emana esta. Separa con las manos ambos cachetes y siento como su lengua empapa mi ojete. Es notar el caliente fluido y me estremezco por completo.
Adoro como mi chico me practica el sexo oral, ya sea mimando con sus labios mi verga o, como ahora, practicándome un beso negro. La punta de su paladar inspecciona cada milímetro de mi orificio anal, regando con sus babas el rizado bello que lo rodea.
Es tanto el empeño que pone, que siento como mi uretra escupe unas gotas de líquido pre seminal. Empujo mis caderas hacia atrás, como si con ello pudiera conseguir que su boca y mi ano se soldaran en una sola cosa.
Estoy tentado de masturbarme y llevar el momento a su plenitud final. Sin embargo, me apetece prolongar durante más rato la lujuria y de un modo casi rudo, tiro de su cabello y separo sus labios de mi ano.
Me giro vertiginosamente y esta vez lo que ocupa su cavidad bucal es mi babeante cipote. Como si se tratara de un ariete, penetra la húmeda gruta hasta el final. Su intento por zafarse de mi casi violenta arremetida no tiene éxito, pues presiono su nuca contra mi pelvis, logrando que mi verga choque contra su garganta. El resultado es una pequeña arcada, a la que sigue un pequeño mar de espesa saliva que resbala hasta mis huevos y terminan goteando sobre el suelo de la ducha. Veo como sus ojos llorosos se tornan hasta mí, suplicándome que no me detenga, pues todo esto le pone a mil por hora.
Empujo sin piedad mi pelvis contra su cara, él se traga mi verga en todo su esplendor, siento como su campanilla tropieza con mi glande. Me la está mamando de un modo tan brutal, que tengo que sosegar mis movimientos en un par de ocasiones para evitar correrme. Pero tanto va el cántaro a la fuente…
Inevitablemente, siento como el placer golpea mi cuerpo y lo hunde en un océano de espasmos. Unos segundos más tarde, mi glande deja salir todo el contenido de mis cojones, inundando abundantemente la boca de mi novio.
Me apoyo en la pared y espero a que mis fuerzas retornen. Observo a Mariano, un hilo de esperma resbala por la comisura de sus labios, sin pudor de ningún tipo se relame dejando que un brillo morboso se asome en sus ojos.
Bajo la mirada hasta su entrepierna y compruebo que su hermanito pequeño sigue mirando al techo. El pobre está tan cachondo que se sube por las paredes, tanto como lo estaba yo hace unos segundos. Es obvio que no se puede quedar así y que algo habrá que hacer.
Cojo la esponja de baño y, tras echarle un chorreón de gel, la empapo contundentemente de agua. Recorro con ella todo su cuerpo, regalándole un baño tan sensual como el que él me acaba de dar. Limpio hasta los sitios más recónditos de su cuerpo, haciendo que su disfrute sea igual al mío.
Le pido que se gire y me agacho tras de sí. Apoya sus brazos sobre la pared de la ducha, encorva la espalda y saca el pompis hacia atrás, dándome a entender que lo que sospecha que me dispongo a hacerle, no le desagrada.
Sin pensármelo, le pego una cachetada en sus glúteos. Aunque no imprimo demasiada fuerza en ella, suena estruendosa. Un “Ay” salta de los labios de mi chico. El segundo golpe contra sus nalgas es más doloroso y su quejido suena más lastimoso.
La pequeña soba que estoy pegándole hace que la bestia de mi entrepierna comience a despertar de su corto letargo. Estoy tentado de seguir, pero todavía está la piel un poco enrojecida de los recientes golpes y no quiero tensar demasiado la cuerda, por lo que contengo mis impulsos.
Apoyo la palma de mis manos sobre su trasero y abro sus nalgas, del mismo modo que se hace con una naranja. Hundo mi nariz en la humedecida grieta y aspiro el perfume que emana. Las sensaciones que me envuelven consiguen que, rápidamente, los pliegues de mi polla vuelvan a dar muestras de vigor.
Tras olfatear el culo de Mariano durante unos intensos instantes, me encargo de hacerlo gozar. Recorro el rasurado agujero con mi lengua, degustando pausadamente cada intimo pliegue, como si quisiera dejar perenne su sabor en mi paladar.
Aparto la cabeza de su culo, clavo mis pulgares alrededor de su ano y estiro la piel en sentido contrario, intentando abrir el estrecho orificio. Aunque en un principio se resiste un poco, uso mi saliva como dilatador y consigo introducir uno de ellos. Poco a poco, su cuerpo sucumbe a la lujuria y mi dedo accede con menor dificultad.
Intercambio el pulgar por el índice, una vez este se acomoda y comienza a entrar y salir holgadamente, considero que su ojete está preparado para albergar dos dedos. Muy despacio, tomándome mi tiempo, voy dilatando sus esfínteres para que pueda albergarlos por completo en su interior.
Unos minutos después, tras un frenético y pasional mete y saca, el estrecho agujero está lo suficientemente dilatado para dejar pasar tres dedos sin dificultad.
Instintivamente llevo la otra mano a mi cipote, compruebo que esta tieso como una estaca y me comienzo a masturbar muy despacito. Una vez considero que mi porra está preparada para penetrar el angosto agujero, detengo el jugueteo de mis dedos y me incorporo. Segundos más tarde, mi polla atraviesa paulatinamente los humedecidos esfínteres.
Una sensación de plenitud embriaga mis sentidos, notar como su ano se abre al paso de mi virilidad hace que todo lo demás pierda sentido. Pacientemente voy deslizando mi masculinidad a través de su recto, hasta conseguir que mi vergajo entre y salga de él con una facilidad pasmosa.
Muevo mis caderas de un modo que roza lo salvaje, como si en cada empellón quisiera introducir un pedazo mayor de mí en su interior. Aprisiono fuertemente su cintura y la utilizo como si fuera una especie de ancla para poderlo cabalgar cómodamente.
Le susurro al oído que es lo mejor que me ha pasado. El entre quejidos y suspiros me dice que me quiere. Aproximo mi boca a la suya y sin dejar de hacerlo mío, nos fundimos en un beso.
Cuando siento que no voy a poder aguantar mucho más si alcanzar el orgasmo. Le pido que se masturbe, quiero que se corra teniéndome dentro. Él obediente se pajea de una forma casi convulsiva. Tanto más aumenta el ritmo de su mano, más parece abrirse su ano, el cual percibo cada vez más caliente y confortable.
Alcanzamos el éxtasis casi al mismo tiempo, varios trallazos de abundante esperma escapan de su enrojecido capullo, yo eyaculo en su interior, dejando que mi esencia vital navegue por sus entrañas.
Le paso los brazos por debajo de las axilas y me abrazo a él, me hace tanto bien sentir su entrecortada respiración bajo mi pecho, que no puedo reprimir volver a besarlo tiernamente.
Para borrar las huellas que el sexo ha dejado sobre nuestra piel y el vello que la cubre, nos volvemos a duchar. Pero esta vez, aunque no paramos de mirarnos y sonreír, no hay nada de lascivia en nuestros ademanes.
—Ramón, ¿sabes qué día es hoy?
—Viernes. Hoy vienen Alba y Carmen. No te creas que lo he olvidado.
—¡Pues vístete rápido que van estar aquí ya! Ponte la camisa azul esa que tanto te favorece, quiero que las niñas vean al padre más guapo del mundo.
Una hora más tarde llaman al timbre: Es Elena con nuestras dos hijas. Es abrir la puerta y los dos diablillos se lanzan sobre mis piernas, Alba no para de hablar y hablar como si no fuera a tener tiempo para contarme todas sus cositas.
Observo a mi exesposa, no sé porque la veo más hermosa que cuando estaba casado con ellas. Aunque la ruptura fue todo lo pacífica y civilizada que nos permitió las circunstancias, es más que evidente que su moral católica y conservadora le impide entender mi nueva situación. Aun así, lo ha respetado más de lo que suponía y nunca he escuchado un reproche de sus labios.
Intercambiamos un protocolario saludo, se despide de nuestras hijas con un beso y recodándoles que se deben portar bien. En la puerta nos pide por favor, que las tengamos preparada el domingo por la tarde, que vendrá antes de ir a misa de ocho.
Ni cuando estuvimos casado sabía que pasaba por su cabeza, así que no sé si ha rehecho su vida o no, pero me gustaría. Es una buena mujer y se lo merece. Que no nos entendiéramos como pareja, no quiere decir que no albergue cierto cariño hacia ella.
Sé que no le hace mucha gracia dejar a Alba y a Carmen a nuestro cargo, pero la orden del juez lo determinó así: custodia compartida, quince días con el padre, quince días con la madre y los fines de semana con el conyugue que no los tenga durante los días laborables.
Nuestra convivencia con las niñas es de lo más normal, ellas siempre han querido mucho a su tito Mariano y que su padre viva ahora en su casa, a ellas no les extraña lo más mínimo. Es más, como saben que mi chico es un consentidor abusan de ello en la medida que yo las dejo.
No sé si la crueldad infantil habrá hecho mella en las dos pequeñas y habrán tenido que escuchar que su padre es maricón. Los hijos de los estrechos de mente son así: cuentan lo que oyen en casa. Conociendo a Alba, que no se muerde la lengua, si no me ha insinuado nunca nada al respecto, quiero pensar que no ha sucedido.
Es curioso, como un paso adelante ha cambiado mi vida. A la primera persona que le conté que quería divorciarme fue a mi madre. En un principio, le fue difícil asimilar el motivo, pero fue verme tan feliz que terminó aceptándolo. Creo que entre Mariano y ella ha nacido una complicidad, que fue incapaz de llegar a tener con Elena en todos nuestros años de matrimonio.
Si la relación de mi pareja con su suegra es buena, la que mantiene con mis hermanos es inmejorable. A David, por aquello de que es un poquito más chapado a la antigua y tal, le costó un poquito hacerse a la idea de que su hermano era un muerde almohada o un sopla nuca (Como sé que no lo tiene muy claro, seguro que algún día de estos comete la imprudencia de preguntármelo).
A Marta le sucedió lo mismo que a mi madre, en un principio el hecho de que su hermano se fuera a vivir con un hombre le resultó como un jarro de agua fría, pero no sé si por modernez o porque realmente no le importa, ha terminado llevándolo todo con la mayor naturalidad.
Si en la vida familiar, nadie había puesto el grito en el cielo por mi decisión. En el trabajo, los compañeros fueron de lo más comprensivos….
¡¿Comprensivos?! ¡Y una mierda! ¡Esto no hay quien se lo crea! Por mucho que yo me empeñe en soñarlo, nunca se va a convertir en realidad. Si todo sale tan bien, que parece el final de una película navideña yanqui.
¡La verdad es que mi subconsciente no puede ser más gilipollas! Para que todo fuera más “happy end made in Hollywood”, solo faltaba que apareciera por allí el ángel de Michael Landon en “Autopista hacia el cielo”. Bueno también podía aparecer un Oso Amoroso montando en un Pequeño Pony, comiéndose un algodón de azúcar y ya todo sería un país multicolor, con una abeja bajo el sol.
¿Cuántas veces he tenido ese puto sueño desde que me declaré mi amor a Mariano? Un montón, noches alternas y la de en medio también. No sé si porque es como una especie de premonición o un anhelo inconsciente. Sin embargo, está claro que no tiene nada que ver con mi realidad, la cual es bien distinta y bastante más triste.
Imaginar, aunque no fuera de forma premeditada, como podría ser mi día a día si pusiera los cojones sobre la mesa, evidenciaba lo tremendamente jodido que estaba y sigo estando. Sin embargo, por cada razón que encuentro para dar un paso al frente, surgen dos que me empujan a ser cobarde. De contentarme con la existencia que vivía, he pasado a hacer equilibrios entre lo que me toca hacer y lo que me gustaría.
Soñar con una vida ideal es cada vez más insoportable. Aunque, si he de ser sincero, lo prefiero al sueño que he tenido hoy. Primero porque no sé a qué viene inventarme un tío para compartir a Mariano (sobre todo, porque ni conozco al jodido mecánico, ¡ni hostias!) y segundo porque he vuelto a pensar en nuestra relación como algo netamente sexual, cuando no la siento así, ¡ni por asomo!
Dicen que cuando se quiere a alguien, su ausencia es tal que pareciera que te faltara un pedazo. Yo añadiría más: el tiempo quema. Desde que me había reconocido que lo quería, cada minuto que no estaba con él me parecía eterno y procuraba tener mente y cuerpo ocupado.
Uno de los motivos que me llevaron a confesarle mis sentimientos, fue intentar evitar que las vacaciones se transformaran una tortura, sin embargo he de considerarlo como una prueba no superada. Pues cada minuto que pasé sin él, se convirtieron en un verdadero suplicio.
A pesar de no parar de jugar con mis pequeñas, de estar todo el día de aquí para allá, mi cuerpo anhelaba a Mariano y, lo que era peor, me sentía un poco celoso. No tanto, porque se pudiera acostar con otro cosa que más o menos podía soportar, sino porque alguien con muchas más libertad que yo, se encaprichara de él y fuera correspondido por su parte. Con lo que se me cerrarían, y para siempre, las puertas de mi pequeño oasis de felicidad.
Me entristecía enormemente elucubrar esa posibilidad. Sabía que nada le podía exigir porque nada le podía dar. Sin querer, me había enamorado perdidamente de él. Había descubierto que no había habido una mujer, ni nadie antes, ni podría haber nadie después, capaz de conquistarme como lo hacía él. Decir simplemente que lo quería o lo amaba, era limitar mi devoción, era como si lo traicionara por un absurdo pudor.
Luego estaba la parte sexual, compartir mi cuerpo con él era lo más cachondo que había vivido nunca (Lo de Rodri fue bastante más morboso pero, al final, resultó tan perverso que no me llegó a convencer en absoluto). Con él, mis deseos sexuales siempre son satisfechos plenamente, como si nuestra lujuria no tuviera límites. Al muy cabrón le gusta el sexo tanto (o más) que a mí.
Los primeros días en Fuengirola, por la novedad y eso, fueron miel sobre hojuelas. Elena no estuvo muy comunicativa, pero tampoco buscaba excusas para estar enfadada. Puesto a ser mal pensado, la causa del buen humor de mi mujer puede que tuviera mucho que ver con el hecho de que yo no la buscara una noche sí y otra también para “exigir” mis derechos conyugales. Mis necesidades fisiológicas quedaban calmadas, cerrando el baño por dentro y tardando un poco más de la cuenta.
Mi esposa, como cada año, tenía programado casi al dedillo las actividades para los quince días de playa. Circunstancia que pasaba por recorrer, de cabo a rabo, las playas más cercanas a nuestro lugar de vacaciones: Los Boliches, Las Gaviotas, La Perla, Arroyo de la miel,… Lo que sucedió el día que fuimos a la Carihuela en Torremolinos, acabó con la tranquilidad de las vacaciones.
Si algo tiene el mes de Agosto en las playas andaluzas, son las aglomeraciones y el tráfico. Eso sumado a los caprichos de Elena, que parecía querer emular a Willy Fog e intentar dar la vuelta a todas las playas en quince días, daban como resultado que yo no terminaba relajando todo lo que debiera. Pero prefería interpretar mi papel de calzonazos y crisparme un poco los nervios, antes de contrariar a mi santa esposa.
La historia siempre era la misma: yo las dejaba a las tres en las inmediaciones de nuestro destino y con parte de los cachivaches (los juguetes, la bolsa con las toallas y poco más). Buscaba aparcamiento, que en el mejor de los casos me llevaba sus diez minutos y me dirigía a donde se encontraban ellas, cargando con el resto de los enseres de la playa, que solían ser más voluminosos y, por ende, más pesados.
Aquella mañana, los espacios libres para aparcar brillaban por su ausencia y, tras una pequeña turné por las cercanías de la Carihuela, logré aparcar en una gran avenida que, por lo larga que era, pensé que bien podía ser usada como ruta del colesterol de los oriundos del lugar.
Con las sillas en una mano y la sombrilla en otra procedí a retornar hacia donde me esperaba mi familia. Fue recorrer los primeros cien metros y un semi escondido cartel despertó mi suspicacia: “Terma sauna Miguel”
Un catálogo de imágenes pecaminosas comenzaron a fluir de mi mente, culos y bocas anónimas hambrientas de sexo circularon por mi imaginación. Intenté no caer en la tentación de fantasear con la posibilidad de entrar en el local y disfrutar de los placeres que allí se encerraba, pero estaba claro que mi malsana curiosidad no tenía límites.
El sexo entre hombres se había convertido para mí en una especie de juguete nuevo. Un juguete que cuanto más descubría de él, más posibilidades le veía. A pesar de que tenía (y tengo) muy claro que lo que encontraba en Mariano no era comparable a nada, el morbo de lo desconocido me atraía como una luz a una polilla.
Todo el trayecto estuve elucubrando cómo sería estar en el interior de aquel antro de perversión. Supongo que por esa sensación de anonimato que nos aportan las vacaciones, que nos hace creer que podemos hacer lo que queramos sin límites de ningún tipo, la idea de acudir a aquella sauna dejó de parecerme tan descabellada como me lo parecía ir a las de Sevilla.
El gran problema era: “¿Me merecía la pena prescindir de estar unas horas con mis hijas, para conocer de primera mano lo que se cocía entre aquellas cuatro paredes?” La respuesta evidentemente era no. Entre el trabajo, sus actividades extraescolares y demás, me parecía extremadamente escaso el tiempo que pasaba con ellas. De ninguna forma quería que su niñez se marchara y no disfrutar de ella. Aquellos quince días eran en exclusiva para mis dos princesas y no había lugar alguno para el Barón de mi entrepierna.
Al llegar al lugar donde me esperaban Elena y las niñas, noté a mi mujer un poquito más tirante de lo habitual. No le presté demasiada atención y me figuré que era por mi tardanza. Más tarde supe que la razón de su ceño fruncido era otra bien distinta.
Nos instalamos en un hueco que había libre. Nos untamos protector solar, yo me fui a bañarme con Alba y Carmen y mi mujer se quedó junto a la sombrilla.
Las niñas se cansaron pronto de jugar en la playa y decidieron que lo más divertido del mundo era hacer un castillo en la arena. Tras ayudar un rato en la arquitectura infantil, fui a hacerle compañía a mi esposa que tendida sobre una toalla, tostaba plácidamente su piel al sol.
Fue sentarme en la pequeña silla y mi esposa masculló algo que apenas entendí. Cómo ignoraba que se aproximara tormenta pregunté inocentemente qué me había dicho. Ella se incorporó de mala manera y sentándose de lado sobre la toalla, me lanzó una mirada desafiante.
—¡¿ Tú siempre tienes que ser el mismo?!
Tuve que poner cara de no saber de qué iba la cosa pues sin preguntarle nada ella prosiguió su beligerante conversación.
—¡No te hagas el tonto! ¡Qué me lo han contado todo mientras esperábamos!
—¿Qué te han contado y quién? Si en vez de enfadarte y pegar voces, te explicaras un poco —Mi tono de voz era conciliador, pues lo que menos quería en el mundo es tener una bronca de las nuestra, delante de las niñas y en medio de un mar de desconocidos.
—Hemos visto pasar a una mujer embarazada en bikini y Alba me ha dicho que eso es porque su marido le ha dejado una semillita en su tete. Cuando le he preguntado que quien le ha contado eso, me ha dicho que tú. Carmen me lo ha confirmado. ¿Por qué ha hecho esa barbaridad?
—Con qué es eso… —Aguante la respiración un poco y conté hasta diez, no quería decir algo de lo que me tuviera que arrepentir, pues su enfado me parecía una somera gilipollez. —Me preguntaron de dónde venían los niños y se lo expliqué a grosso modo.
—Me lo podías haber consultado.
—Surgió de repente y si no te he comentado nada es porque no le di la mayor importancia.
—¡Pues la tiene! Es la educación de nuestras hijas. ¡Lo próximo qué es contarle que pueden tener relaciones sexuales antes del matrimonio! Como vosotros los izquierdistas todo lo solucionáis abortando…
“¡Joder —Pensé —, con la iglesia hemos topado!” (Y nunca mejor dicho). Sabía que nada que dijera o argumentara la iba a hacer cambiar de opinión. La idea de callarme y no darle la importancia que ella requería, no me parecía del todo buena, pues terminaría rebrincándose más y, al final, la bronca seria aún mayor. Así que opté por la opción menos mala:
—Lo siento —Dije metiéndome mi orgullo y mis ideales por donde no da el sol —Más tranquilamente lo hablamos más tarde.
No quitarle la razón y darle la transcendencia al tema que ella consideraba que tenía, no fue suficiente para impedir que los cinco días de vacaciones que nos quedaban, se convirtiera en unos constantes la tuya sobre la mía. Sí yo decía blanco, ella argumentaba que negro y si comentaba que hacía un buen día, ella lo matizaba con que hacía demasiado calor.
Si hasta aquel momento todo había sido cordialidad y sonrisas. A partir de aquella pequeña discusión, todo se convirtió en reproches y en frases manidas que convirtieron la convivencia en algo casi insoportable.
La tarde siguiente, harto de una situación que se me hacía a cada momento más inaguantable, telefoneé a Mariano desde la playa. No sé qué esperaba conseguir al hablar con él, quizás escuchar simplemente una voz amiga, sin embargo lo que encontré fue bien distinto.
—¡¿Qué pasa tío?! ¿Cómo llevas las vacaciones?
—Bien, aquí con mi madre y la familia de mi hermana.
—Pues nosotros nos lo estamos pasando de miedo aquí —no sé porque le mentí y le oculté el verdadero motivo de mi llamada.
—Este año yo me lo estoy tomando en plan tranqui, que después llega Septiembre y estoy tan cansado, que más que vacaciones parece que me han estado pegando una paliza.
Estuve tentado de bromear diciéndole que la “paliza” se la iba a pegar yo cuando lo cogiera a solas, pero me callé. No sé si porque lo encontré muy frio o porque temía que me pudieran oír Elena o las niñas. El caso es que cuanto más avanzaba la conversación más seguro estaba que aquella llamada había sido un error.
—¿Cuándo vuelves? —Me preguntó con un tono impersonal digno de una encuesta telefónica.
—Si no se encarta nada antes, seguramente después del puente de la Virgen.
—Yo quiero ir el día quince a ver la procesión de la Virgen de los Reyes, pero me vuelvo el día siguiente otra vez para acá.
Ignoro si estaba siendo muy suspicaz o es que realmente era así su comportamiento para conmigo. Lo sentí muy frio y distante. Tuve la sensación de que no me estaba siendo sincero del todo.
Nos despedimos sin ninguna efusividad, él no hizo alarde de ella en ningún momento, la mía se desinfló al escuchar su desgana al conversar.
Intenté apartar cualquier pensamiento negativo de mi mente y no dejar que la preocupación asomara en mi semblante. No quería transmitir malos rollos a mi familia, sobre todo a las niñas que ya bastantes situaciones tensas llevan en el último día.
Hice de tripas corazón y le mostré a mi familia la mejor de mis sonrisas. Deje el móvil en la bolsa de playa y les pregunté a las niñas si se venían a dar un baño conmigo.
—¡Síiii! —Gritó Alba al tiempo que se cogía de mi mano.
Carmen dejó la pala y el cubo en la arena, diciéndole a su madre que les echara un ojo a sus juguetes y se vino con nosotros.
Jugar con las dos pequeñas en el agua era una de las cosas que más me agradaban de este mundo. Sin embargo, aunque mi cuerpo estaba allí riéndose entre los chapoteos de mis dos diablillos. En mi mente una incesante pregunta no dejaba de repetirse: “¿Se habrá echado Mariano un novio estando de vacaciones y por eso estaba tan distante?”
Continuara en: Autopista al infierno.
Acabas de leer:
Historias de un follador enamoradizo
Episodio XLIII: Cuando el tiempo quema.
(Relato que es continuación de “Sin miedo a nada”)
Si estás por aquí, puedo suponer que has concluido su lectura. Agradecerte que lo hayas hecho (Espero que te haya gustado). Si no es mucho pedir, hazme saber tus impresiones ya sea a través de la sección de comentarios o a través de mi correo electrónico el cual está visible en mi perfil.
Si por casualidad es la primera vez que entras a leer un relato mío, hace poco publiqué una guía de lectura con enlaces a los distintos episodios de las cuatro series que tengo en curso. Está muy currada y creo que te puede servir de ayuda, si quieres seguir leyendo cosas mías.
Uno apuntes más, por si te lo hubieras perdido o se te han olvidado:
—El sueño al que hace referencia Ramón es el acto: Follando con el mecánico y el policía y que se inicia con “¡No es lo que parece!”.
—Cuando Ramón hace referencia a lo de “Rodri” se refiere al episodio que vivió junto a sus dos compañeros y que se narró en “Perdiendo mi religión”.
—La explicación de Ramón a sus niñas de “dónde vienen los niños” se narró en “Como un lobo”.
Sin más paso agradecer a todo aquel que comentó el anterior episodio:"Mi máma no me mima" y particularmente: a hasret: Sé que esta página no es el sitio habitual para contar cosas como “Los descubrimientos de Pepito”, pero cuando veo que hay gente como tú que les agrada leerlas, pues no puedo más que pensar que no todo tiene que ser como se espera; a Vieri32: Confío en que no hayas tenido que mirar mucho Google en esta ocasión. Pero es que con las historias de Pepito hay dos cosas que van en mi contra: tu nacionalidad y tu edad. Si fueras mayor, a pesar del distinto lugar de origen, muchos detalles los conocería. ¿Qué te ha parecido el golpe de efecto de hoy? Ha sido tal, o ha sido prueba no superada; a ozzo2000: Uno de mis propósitos a la hora de escribir la historia de Pepito es que el lector se sintiera identificado, por lo que no puedo más, en tu caso, que sentirme satisfecho; a mmm: Espero tres cosas: que la temática de hoy te haya gustado más, que tus observaciones sirvan para algo y que no tengas tantos errores que reseñar; a Pepitoyfrancisquito.: Deciros que durante el presente año os quiero traer más a menudo, tengo ideas para tres episodios más al menos y seguramente vean la luz a lo largo del año. Ramón menos la madrugá que sale de penitencia con Jesús del Gran Poder de su pueblo, el resto de los días saca a pasear a la “santa” y a sus niñas. Mariano es más de irse a la capital y salvo la noche del Jueves Santo que no puede decir: “¡Guapa, guapa!”, los demás días pasea el traje y la corbata entre capirotes, varales y cirios. ; a mmj: En cuanto a las correcciones no te preocupes por ello, porque siempre se aprende algo y si ello quiere decir que puedo mejorar los relatos, ¡pues bienvenido sea! En cuanto a cómo es la relación de los dos primos actualmente es algo que tendrá que esperar a que finalice la historia del internado, tengo muchos frentes abiertos y, aunque próximamente voy a abrir otro (Iván), prefiero ir cerrando historias antes de comenzar nuevas; a tragapollas manchego: No sabes la cantidad de documentación que manejo en cada capítulo de Pepito para no caer en contradicciones, cosas como la del luto tuve que consultarla pues yo es algo que viví muy de lejos, pero todo con el que he hablado que es un poco mayor que yo y se ha criado en un pueblo, me lo ha confirmado. Lo de los súper héroes que comentas, creo que nos ha pasado a todo, ja, ja y a Aleixen: ¡Qué bueno saber que has leído algo mío! Como te contesté en privado, la idea es profundizar solo en unos pocos personajes y el resto quedaran como lo que son: secundarios. De todas maneras, esto no será siempre así y lo mismo doy alguna sorpresa, pero esto deberá ser a largo plazo.
Volveré en quince días con la revisión del relato “El sexto sentido”, donde se explicará un poco que le pasa a Mariano y porque está tan seco con Ramón, además de presentar un personaje que tendrá mucho recorrido en la historia a largo plazo: José Luis, el técnico de ADSL. No me falten, pienso pasar lista. Hasta entonces, disfrutad de esa cosa llamada vida.
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