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Categoría: Fantasías

Cuando conocí a Raquel

Cuando conocì a Raquel
Raquel, mi mujer, fue vendida por su madre cuando no habìa cumplido doce años. La vendiò a un alemàn cuarentòn, muy rico, que le dio una casa a cambio de una semana de convivir con la niña Raquel. Desde entonces mi mujer comenzò a sentir las cosquillas del sexo y se convirtiò en ninfòmana. Cuando yo la conocì iba a cumplir diecisèis años. Era la secretaria del alemàn que la iniciò sexualmente y tambièn era su amante ocasional, lo cual no impedìa que cada vez que le daba la gana dejara que la cogiera el primer hombre que estuviera a su alcance. No tenìa vergùenza de decirle a alguien en la calle que la llevara al hotel porque estaba caliente, muy caliente con ganas de que la cogieran. Por supuesto, siempre lo lograba..
Una de las veces que fui a arreglar un asunto con el alemàn estuve charlando con ella y la invitè a comer. Aceptò. Comimos, hablamos de esto y de aquello y, como quien no quiere la cosa, quedamos en irnos al hotel. Como cualquier veterana de 30 años, aquella muchachita que todavìa no cumplìa los 16, llegò, se quitò el vestido y el calzòn, que eran las ùinicas prendas que llevaba puestas (nunca uso brasier ni medias, me explicò), me ayudò a quitarme el pantalòn y como desesperada sacò mi miembro y comenzò a acariciarlo. Yo la veìa en su hermosura de adolescente pero con su pasiòn de mujer; contemplaba y acariciaba aquellas tetas pequeñas todavìa, como dos medias naranjas, erectas y firmes, sin asomo de flacidez. Mis caricias pasaron por su cintura, su vientre y llegaron a aquellas piernas que aùn no se llenaban en los muslos, pero que en la cadera se ensanchaban, sobre todo en su parte posterior, formando unas nalgas soberbias, redondas, sobresalientes, invitadoras a la caricia, el mordisco y la penetración. Besé como sàdico su rostro medio burlòn, deformado por el deseo de sentir ya, sin demora, el relleno de un miembro dentro del hueco que apenas cuatro años antes le habìa abierto el alemàn que ahora era su patròn. Besé sus labios, entre con mi lengua en ellos y ella con la suya en los míos. Bebimos nuestro aliento, nuestra saliva, compartimos nuestros deseos, yo, de penetrarla hasta el fondo; ella, de sentir muy dentro una verga más en su ya larga lista de las que había recibido en su juvenil, ardiente y siempre húmeda vagina.
Ya tenìa yo una erecciòn como pocas veces, sòlo de pensar que iba a coger aquella carne tierna, morena, firme. Que era mía, aunque fuera por un par de horas, la entrada a aquel cuerpo casi de niña que me esperaba destilando sus jugos de mujer. Las manos expertas de Raquel pronto llevaron mi miembro a su màxima rigidez. E inmediatamente separò las piernas, sin soltar mi miembro lo llevò a la entrada de su vagina y acomodàndolo en la posición correcta, me abrazò con las piernas y me apretò contra su cuerpo. Mi verga entrò de golpe en su apretada pero bien lubricada cuca, hasta el fondo, empujada por la presiòn de las piernas de Raquel que abrazaban mi cintura. Un largo suspiro, seguido por un estremecimiento en todo el cuerpo, me hizo saber que Raquel estaba gozando la penetración.
No hubo preàmbulos, ni juegos de calentamiento. Raquel estaba ya totalmente caliente, lubricada, casi escurriendo desde antes de desvestirse. Me explicò que apenas entraba a un hotel, comenzaba a mojarse. Cuando se desnudaba tenía que despojarse primero del calzòn e inmediatamente del vestidopues de lo contrario lo mojaba, sobre todo si su acompañante era un desconocido con el que iba a coger por primera vez, como en esta ocasión.. Y que no necesitaba de juegos ni de besos ni de caricias ni ninguna otra cosa, sino simplemente de ver al macho desnudo, tomarlo del miembro, dejarlo bien duro abrir los muslos y halarlo sobre ella para recibirlo dentro de su cuca, perfectamente lubricada.
A esa edad, era ya una experta en darse placer con un miembro masculino. Ademàs de estar bastante apretada todavìa, habìa desarrollado la facultad de estrujar, casi hasta doler, el miembro que tuviera metido. Hacìa una especie de espasmos, apretando y aflojando los músculos de la cuca, lo que producìa y sigue produciendo un efecto tal que hasta el de mayor aguante y màs larga duraciòn termina por eyacular antes de lo que quisiera. Claro que eso lo hace cuando quiere. Si el miembro de su acompañante es de su agrado por el grosor y el tamaño, confìa nada màs en lo apretado de su cuca para obtener el placer que busca. Pero si, como en mi caso, la vega que la està cogiendo no es muy grande ni muy gorda, recurre a los "espasmos cucales" como les llamo yo, y en un dos por tres ordeña hasta la ùltima gota de leche que uno pueda tener. Con el consiguiente placer elevado a la quinta potencia y al sèptimo cielo.
Asì lo hizo aquella tarde, casi noche, cuando la conoci, en todo el sentido de la palabra conocer. Hablamos poco después del acto sexual, nos aseamos, la llevè hasta su casa (cerca), nos despedimos y ella siguiò calle arriba, moviendo coquetamente aquellas nalgas gloriosas que apenas un rato antes yo habìa contemplado desnudas, habìa acariciado con glotonería . Yo sabía que, cerquita de esas magníficas nalgas, estaba la más apetecible vagina que hubiera soñado, en la que había dejado mi descarga de leche. Aquel cuerpo que poco tiempo después se convirtió en oficialmente mío, pero que no por ello perdió su inclinación a coger con cuanto macho se le ponía enfrente en el momento oportuno. Porque estaba constantemente deseando un macho que la penetrara y la hiciera gozar.
Datos del Relato
  • Autor: Charlitros
  • Código: 21948
  • Fecha: 26-11-2009
  • Categoría: Fantasías
  • Media: 5.17
  • Votos: 36
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2075
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