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~Estaba anocheciendo. Era verano, hacía bastante calor y yo atravesaba el aparcamiento que separa el pinar del muro trasero de la estación de tren. Es un paraje tranquilo y solitario. El suelo de arena delata la proximidad de la playa. Entre los pinos crecen matorrales que forman entre ellos huecos, una suerte casi de cubículos, que se conectan entre sí por una especie de caminos que se han formado tras años de paso de expectantes aventureros y cazadores del placer prohibido. A un lateral, la carretera, por la que empezaban a circular a velocidad lenta coches con conductores solitarios. También había algunas motos aparcadas y alguna que otra bici asegurada a un árbol. Ya había gente. De hecho, era posible encontrar gente allí a casi cualquier hora del día, pero al anochecer, los huecos y galerías entre la vegetación bullían de actividad. Las inhibiciones se evaporaban en el aire y daban paso a las fantasías eróticas más variadas y excitantes.
Entré por el lateral de la carretera. A los pocos segundos, mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra y pude distinguir varias sombras que se deslizaban entre la vegetación. Un punto rojo indicaba que había alguien cerca fumando. También se oía el crujir de cáscaras de pipa al quebrarse entre los dientes. Cada uno hacía tiempo como podía, esperando que llegase la persona adecuada para hacer realidad sus fantasías. Aquella noche, la persona adecuada resulté ser yo.
Giré por el caminito entre pinos y matorrales y entré en un hueco rodeado de una pared de hojas no muy densa, que permitía ver desde el otro lado. Encima de mi cabeza había ramas de árboles. Detrás de mí entró un hombre que me había estado siguiendo desde que había entrado por el lado de la carretera. Nos quedamos un minuto quietos, el uno frente al otro, adivinando nuestras siluetas. El hombre debía de tener unos 45 años, era de complexión media, fuerte y de un metro ochenta de alto, más o menos. Llevaba unos vaqueros, una camiseta y playeras blancas. Él tenía ante sí a un hombre más joven, de 29 años, delgado, de su misma estatura. Llevaba un bañador, una camiseta y chanclas. Me gustaba acudir a aquel lugar ligero de ropa para poder desnudarme completamente con mayor facilidad. Estaba tan cerca que podía notar su respiración. El hombre finalmente adelantó su mano y la introdujo por debajo de mi camiseta, posándola sobre el lado izquierdo de mi torso. Suspiré excitado, lo cual despertó a su vez su excitación. Lentamente subió mi camiseta y la pasó por mi cabeza, colgándola de una rama. Seguidamente recorrió con sus manos mi tronco, hasta detenerse en mi cintura. Muy despacio comenzó a deslizar el bañador por mis piernas y dejó que terminase de quitármelo, sujetándome por un brazo. Colgué el bañador junto a la camiseta y quedé completamente desnudo frente al extraño, sólo con las chanclas en mis pies. Él comenzó a recorrer mi cuerpo desnudo con sus manos. Me excitaba la idea de estar completamente desnudo junto a él, vestido y ejerciendo un control absoluto sobre mí. Levanté los brazos y me sujeté a las ramas, exponiendo mi cuerpo al camino por donde acabábamos de entrar. Sus manos bajaron por mi abdomen hasta detenerse en mi pene, totalmente erecto. Adelanté un poco la rodilla y pude sentir el suyo, igual de erecto, bajo la bragueta de sus vaqueros. Comenzó a masturbarme lentamente, excitado por mis suspiros y el balanceo de mi pelvis. Sentía la fuerza de su mano en mi pene, deseaba alcanzar el orgasmo de su mano, literalmente.
De repente, oí el ruido de unas ramas crujiendo al paso de alguien. Un segundo extraño se detuvo en el camino, justo a la entrada del hueco en el que nos encontrábamos. Quedó paralizado, debió de gustarle lo que veía: un hombre de mediana edad, completamente vestido, masturbaba a otro más joven, delgado, completamente desnudo, que se sujetaba a las ramas sobre su cabeza y gemía de placer. Después de unos segundos reaccionó y empezó a frotarse la bragueta. Su respiración se aceleró, como la de los dos hombres a los que observaba. Pero no se movía. Finalmente le hice un gesto para que se acercara. Así lo hizo. Debía de tener unos 5 años menos que el otro, era algo más bajo y llevaba unas bermudas, camiseta y zapatos de deporte. Era también de complexión media. Al acercarse comenzó a acariciarme todo el cuerpo, mirándome fijamente a ratos, disfrutando con mi placer. Después intercambió una mirada con el otro extraño, que le cedió mi pene erecto y, ya con las manos libres, empezó a recorrer mi cuerpo, que se estremecía y doblaba levemente entre ellos. Podía sentir sus miradas clavadas en mí, deseando verme alcanzar el clímax entre ellos. El primero, con sus manos libres, bajó con ellas por mi espalda y me propinó un sonoro cachete en la nalga izquierda, al que yo respondí con un intenso gemido de placer, balanceándome hacia adelante, quedándo de puntillas y agarrado a las ramas con fuerza. Aunque estoy delgado, tengo unas nalgas bien formadas. Él me azotó un par de veces más, no sé a quién excitaba esto más, si a ellos o a mí. Yo estaba al borde del orgasmo, apenas me podía contener, pero quería prolongar el placer. Pensé que si me azotaba una vez más no podría retener el clímax por más tiempo.
Entonces volví a oír el crujido de las cáscaras de pipas. Miré en la dirección de la que provenía el ruido y pude percibir a dos hombres más observando la escena desde detrás del ramaje. En el caminito, justo delante de donde se entraba a nuestro hueco, se había detenido otro hombre, éste un poco más mayor, vestido con camisa y pantalón, que se acercó y se detuvo justo delante mía. Las puntas de mis chanclas rozaban sus zapatos. Comenzó a tocarme, mirándome fijamente y tratando de acelerar su ritmo de respiración acompasándolo al mío. Detrás suya pude percibir el punto rojo del cigarro: otro extraño observaba la escena. Oía risas y comentarios, sentía cinco o seis manos sobre mi cuerpo desnudo, que se estremecía entre aquellos hombres expectantes… Oí cómo uno de ellos no pudo más y eyaculó a unos pasos de donde estábamos nosotros. Entonces comprendí que no podía aguantar más: las manos, aquella mano firme masturbándome, las voces, gemidos, suspiros expectantes, miradas fijas en mí… Mi abdomen se contrajo varias veces y el semen fluyó de mí como un río, me apoyé en el hombre que me estaba masturbando, que me respondió con una caricia en la espalda. Sentí gemidos y risas leves a mi alrededor. El hombre más mayor se alejó, junto con el del cigarro y el de las pipas. El segundo extraño que había entrado se fue también, dándome un beso en la boca. El hombre que me había seguido desde el principio me ayudó a vestirme y también se marchó, besándome y deseándome buenas noches.
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