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Crónicas desde Lesbos (II)

¿Por qué me habrá llamado tan urgente? Pamela no es de las que dejan mensajes en la contestadora, las aborrece, y menos a esta hora de la noche. Pedirme que vaya a su departamento sabiendo lo que me asusta tener que venir sola a este edificio. Y más encima esta neblina que no deja ver nada...y el frío...casi una noche escaneada desde algún cuento de Lovecraft. Si es otro de los simulacros producto de su atormentada imaginación, no se lo voy a perdonar.



Buenas noches -me saluda Eulogio, el portero, un anciano de más de sesenta años, fácilmente- La señorita Pamela me advirtió de su venida. La está esperando.



Gracias -le respondo apenas mientras me dirijo hacia el ascensor. Algo comenta sobre mi aspecto, algo que no alcanzo a entender, pero que estoy segura se trata de algún comentario indecente, a su manera, deslavado. Me repugna el solo hecho de pensar que tendrá su vista clavada detrás de mí, sobre mi cola con su patética mirada de viejo caliente y onanista hasta que entre al ascensor y me pierda de su alcance.



Hasta luego. Le quedan muy bonitos esos pantalones negros, señorita -me alcanza a decir justo antes que se cierren las puertas del ascensor.



¿Habrá bajado esa frase de Internet? Idiota. Seguro que cree que con esa maravillosa poesía me tendrá rendida a sus pies. Pamela ¿Por qué me has abandonado? Te necesito aquí.



Piso once. Las puertas se abren. ¡Oh-oh! La luz del pasillo está demasiado tenue, tétricamente tenue, desconsideradamente tenue...Entonces, asustada, casi corriendo, llego hasta la puerta del departamento de Pamela. Toco el timbre. Abre, por favor. Nada. Toco otra vez apegándome a la puerta la que, ante mi sorpresa, se abre sola, lentamente. Apenas contengo un grito. Adentro todo está muy oscuro, excepto más allá, en el living, donde unas pequeñas velas encendidas y colocadas estratégicamente alrededor de una botella de champagne, sobre la mesa de centro, logran devolverme la respiración. Ahora me doy cuenta. Es otra de las puestas en escena de Pamela, para ella el mundo es el escenario de un teatro y la vida es una representación y ella una gran actriz. Me gusta. Siempre me sorprende. Así que siguiendo su juego entro lentamente, susurrando su nombre. De improviso alguien me agarra y me tira bruscamente hacia adentro.



-¡Entra, perra! –me grita una voz de mujer al tiempo que, de una fuerte bofetada, me lanza hacia el piso.



Medio aturdida, sin saber que es lo que pasa, soy rápidamente atada de pies y manos, insultada, tumbada baca abajo sobre el sofá.



-Basta, por favor –suplico casi sollozando.



-¡Cállate! Las perras no lloran –me grita mientras me lanza otra bofetada en el momento en que intento girar para ver su rostro. Me quedo quieta. Hay alguien más, puedo notarlo.



-Trae a la otra -ordena una voz masculina y puedo oir como unos pasos se alejan en dirección a los dormitorios –Linda pendeja. Te prometo que esta noche te vas a divertir. Será un rito delirante.



Siento como a medida que me habla se ha ido acercando hasta llegar susurrando a mi oído. Toma mi pelo. Juega con él. No lo puedo creer. Esto no puede estar pasando. El hombre continua bajando su fría, excesivamente fría mano por mi espalda hasta detenerla sobre mi cola:



-Tienes un culito de antología ¿Lo sabías? –me susurra mientras me lo soba descaradamente por encima de la lycra -¡Claro que lo sabías! –me grita y al momento siento como la palma de su mano me golpea la cola casi como si fuera un látigo.



-¿Te gusta? –me pregunta mientras deja caer otro certero golpe. Esta vez con más fuerza.



-¡Ayy!...No...me duele –gimo apenas.



-¡¡Mientes!! Deberías estar mejor entrenada –me reprocha dejando caer otra vez su palma sobre mi cola. Mi piel se adormece. Me quejo entre sollozos. Me arde. Pamela, si esto es una de tus escenas se te está escapando de las manos...



-¡¿Pero que pasa con la otra?! –grita molesto hacia los dormitorios.



Casi en pánico, siento como un bulto cae sobre la alfombra cerca del sofá donde aún permanezco tumbada.



-¡Déjenla! A ella no.



Es la voz de Pamela. Trato de darme vuelta, pero una bofetada me lo impide.



-¡Quédate donde estás! Nadie te ha dicho que te muevas –me advierte el hombre- Creo que te lo haré más entretenido. Te prometí que lo ibas a pasar muy bien.



Dicho esto soy rápidamente vendada y amordazada.



-Y tú si sigues hablando será ella a quien le irá peor –amenaza por su parte la mujer. A Pamela, creo.



De improviso siento como mis ropas son rasgadas hasta que quedo completamente desnuda y como unas manos, un poco torpes al principio, comienzan a recorrer suavemente mi cuerpo. Deben ser las de la mujer. Levanta mi pelo, lo sostiene un segundo y me besa el cuello. No son los labios de Pamela. De eso estoy segura. Estos besos se sienten como pequeñas ventosas que succionan mi piel hasta hacerme daño. Trato de moverme, de sacarla de encima, pero su fuerza me lo impide. Estoy enteramente a su merced. Me toma el pelo y tira bruscamente de él levantando mi cabeza, dejándome frente a su rostro. Puedo oler su repugnante aliento resoplando sobre mi nariz. Entonces, me besa. Trato de resistirme, pero ella tira más fuerte. Me tiene cogida por el cabello. Inmóvil.



-¿Así que no te gustan mis besos? –me reclama- ¿Preferirías los de tu amiguita, no?



Me da una bofetada que da vuelta mi cara y me hace rodar hasta el piso, sobre la alfombra.



-Lástima, porque su boca esta ocupada en otra cosa ¡Ja!



Diciendo esto levanta mis caderas dejándome a gatas. Expuesta. Asustada. Sin saber que pretende de mí. La noto acomodándose debajo de mi vientre. No me muevo ni un milímetro. Me encuentro paralizada por el temor. Entonces siento como empieza a besar mi vagina abriéndose paso lentamente, con su áspera lengua, a través de mis labios, jugueteando con mi clítoris, hasta que todo se vuelve más húmedo...y más...me pone a mil...su lengua, su gran...gran lengua entra y sale suavemente de mi concha. Más arriba, sus manos masajean brutalmente mis pechos, mis pezones, poniéndome al rojo vivo. Repentinamente se detiene.



-¡Ahora! Ya está –avisa la mujer reanudando su juego.



Con su lengua adentro, a punto de correrme, oigo la voz del hombre que empieza a vociferar en un idioma extraño. Su voz retumba tenebrosamente por toda la habitación. Parece un predicador lanzando una plegaria a algún oscuro dios. Me estremece. Acto seguido siento como un líquido frío y viscoso se esparce sobre mi espalda. La mujer me pellizca y se sale de debajo de mí. No alcanzo a imaginar lo que me espera. Solo queda la voz del hombre que sigue retumbando, acercándose a mí cada vez más hasta que soy embestida sin piedad, bruscamente por detrás, perforando mi culo, abriéndose paso a través de mi esfínter hasta que ha entrado completamente:



-¡Mmmghh! –trato de gritar ante el insoportable dolor que me desgarra.



-¡Mira! Sí, mira como le destrozan el culo a tu amiguita –se burla casi excitada la mujer- mira como se retuerce de dolor.



Trato de sacarme aquello que entra y sale rabiosamente de mi agujero, abriéndolo, transgrediéndolo, rompiéndolo mientras el monstruo que está encima mío no para de reír dando carcajadas de placer, gritando fuerte en ese extraño lenguaje hasta que lo siento bombeando interminablemente su asqueroso semen dentro de mis intestinos, quedándose ahí unos momentos. Su grueso miembro latiendo contra las paredes de mi culo...Con horror siento como comienza nuevamente a moverse, de arriba cayendo pesadamente, con toda su fuerza, hacia abajo.



-¡¡Mmmgghhh!! –balbuceo ahogada por el terrible dolor.



-¡Mila! –es la voz de Pamela que me grita desesperada mientras el monstruo sigue bombeando dentro de mí.



-¡Te dije que te estuvieras callada! –grita la mujer al tiempo que suena una seca bofetada- Después te toca a ti, puta.



Casi desmayada, oigo a lo lejos el sonido de una campanilla. Es el timbre del departamento. Al oír esto el monstruo inmediatamente se detiene. Todo queda en silencio. Su miembro inmóvil aún en mi culo, latiendo dentro de él. Otra vez el timbre.



-No podemos quedarnos –advierte nerviosamente la mujer.



-Esto queda pendiente, querida –me susurra el bastardo mientras saca su larga estaca desde dentro de mí. Caigo sin fuerzas sobre la alfombra, rendida por el cansancio y el dolor. Oigo una confusa carrera. Unos susurros y luego nada. Alguien me desata las vendas.



-Tranquila. Ya se fueron.



Es Pamela, se ha sentado sobre la alfombra y me abraza. Seca mis lágrimas. Otra vez suena el timbre. Es Eulogio. Tengo que mover mi auto que ha quedado obstruyendo la entrada del estacionamiento. Pamela le pide que nos espere que bajamos en seguida. Entonces busca una pistola, pone su dedo sobre los labios y me indica que la siga. Vamos hacia los dormitorios atentas a cualquier movimiento. Siento como el semen se desparrama copiosamente por entremedio de mis piernas a cada paso que doy. Entramos en la pieza. No hay rastros de ellos. Solamente el ventanal abierto podría decirnos algo sobre su huida, si no estuviéramos en el undécimo piso. Por supuesto. Por las dudas nos asomamos. Nada. Pamela me sugiere que me vista con algo de su ropa y que salgamos de allí inmediatamente. No sin trabajo, todas pegoteadas salimos hasta mi auto. Eulogio se adelanta y me abre la puerta:



-Cuidado al sentarse –me advierte maliciosamente, al menos eso creo.



Salimos a toda velocidad hacia mi departamento. Ahí pasamos juntas la noche, comentando el extraño capítulo por el que nos ha tocado atravesar hasta que, rendidas, nos quedamos dormidas no sin antes asegurarnos de cerrar cuidadosamente todas las ventanas...por si acaso.



 



 



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