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Cronicas de un verano (4)

La partida de nuestras parejas había trastornado un poco la estadía en la ciudad balnearia, la recorrida por boliches solo nos aportó una noche crítica y un consumo de alcohol realmente importante.



Nada nos conformó y todo era comparaciones. Volvimos como pudimos a la casa y nos acostamos para tratar de reponernos.



Un ruido estruendoso (todo nos parecía violento cuando amanecimos) nos despertó.



Nos levantamos y fuimos camino a la puerta de calle. La tormenta, sus rayos y truenos eran aquellos ruidos que nos habían despertado. Llovía torrencialmente y nada nos permitía calcular un posible horario.



Descubrimos que las 4 de la tarde del jueves nos habían sorprendido acostados y en plena rehabilitación de la borrachera de la noche anterior.



Tras vestirnos, concurrimos como cada día a la cabina telefónica para que nuestros padres supiesen que seguíamos vivos y sanitos.



Al salir del locutorio, la cara de Leo era de velorio. Su padre había sufrido una ligera indisposición y debía volverse a nuestra ciudad. Preparó sus bolsos rápidamente y lo llevé a la terminal de micros. Media hora después, me quedaba solo. Sin socio, sin amigas y lo que es más grave con ganas de acción aunque sin ladero y es sabido que todas la mujeres vacacionan de a dos como mínimo por lo que me hallaba en una desventaja difícil de superar.



A las 22:30 y bajo una molesta llovizna, me fui a cenar a un restaurant cercano. Desde allí y en vista del horario (12 de la noche) me fui al casino a tentar suerte.



Una hora después, los 25 pesos que portaba en mi bolsillo al entrar se habían vuelto 380. Huí del lugar antes de empezar a perderlos, casi sin querer pase por la barra del lugar y no hallé visible nada que ameritara mi presencia por lo que cambié las fichas y me encamine a Itá. Si en aquel boliche la había pasado bien con mis amigas cordobesas, por qué no volver?



Llegué al lugar y me sorprendió lo que ví. Se trataba de una fiesta especial. La "Fiesta del chocolate". En éstas, las damas deben invitar a bailar a varones para evitar ser "sancionadas".



La situación me favorecía, no sería yo quien debiese buscar pareja sino que sería alguien quien debiese ocuparse de mí.



Al poco tiempo de estar observando el panorama dentro del boliche, una dama de cabellos color marrón oscuro con corte tipo Cleopatra, se aproximó a mi y me dijo "salvame, ya me sancionaron dos veces y a la tercera te retiran".



La miré y accedí a su pedido. Medía 1.65, escasas curvas superiores, algo más redondeada en la zona inferior y un vestido bastante liviano.



Fuimos a la pista de baile y sin casi mediar palabra nos dedicamos a bailar por espacio de casi una hora.



Llegó el momento de la música suave, noté en su mirada casi una súplica de abandonar la pista por lo que decidí invitarla a tomar un trago. Aceptó gustosa y juntos fuimos a la barra.



Ya con los tragos en mano, buscamos un lugar donde sentarnos y charlar un poco.



Resultó ser de mi ciudad y para colmo de males clienta del salón de belleza de mi madre aunque concurría a él esporádicamente. Liliana, tal su nombre, tenía 38 años era separada (de un matrimonio muy juvenil, con apenas 17 años se casó) y su compañera había encontrado con quien perderse en el calor de la noche.



Abandonada a su suerte, ingresó a aquel lugar en busca de pasar un buen rato. Pero la diosa fortuna no estaba de su lado.



Al verme y reconocerme entre la gente, se dirigió a mi como su última esperanza. Conversamos mientras duró la etapa de la música suave y al volver a sonar algo más movido retornamos a la pista.



Así permanecimos casi hasta la hora del cierre. Salimos del boliche juntos y nos fuimos a desayunar, su socia no daba señales de vida. Con la salida del sol, me ofrecí a acompañarla a su hotel, aceptó y caminando por la playa fuimos en busca de aquel lugar.



Cuando llegamos, pregunté por su itinerario para el día siguiente y me respondió que estaba ligado a la aparición de su amiga. Si ella definitivamente desaparecía con su amante de turno nos pondríamos de acuerdo para compartir el día de soledad.



Volví a casa, pensando en que había salvado una mala noche y que quizá pudiese tener compañía en la tarde, pero solo eso. Llegué y tal como caí en la cama, quedé dormido.



El timbrazo me sacó de mis sueños, la insistencia me obligó a levantarme. Me calcé un short y abrí la puerta. Con una remera larga y bolso donde asomaba el termo, apareció Liliana a mi vista.



Podía adivinarse un figura bastante cuidada bajo la escasa vestimenta y una malla de dos piezas. La invité a pasar pidiendo disculpas por el desorden, ingresó y se sentó en uno de los sillones que habían sido testigos de los encuentros con Silvana y Mercedes. Aspiró profundamente y esbozó una sonrisa. "Dale, vestite y vamos a dar una vuelta, nos tomamos unos mates en la playa así se hace más corta la tarde" dijo mientras pasaba una mano por el tapizado del sillón.



Me metí en el baño y me cambié tan rápido como pude, 10 minutos después iniciamos la caminata rumbo a la misma playa donde había estado con mis amigos en días anteriores.



Cuando llegamos dispusimos las cosas y comenzamos la charla y ronda de mate. "¿este es el sector donde se hace topless y nudismo, cierto? Me preguntó. Asentí y le comenté "lo bueno que tiene es que hay más privacidad, menos gente y más tranquilidad para pasar un buen rato"



"Genial, tenía ganas de broncearme un poco más tranquila" dijo mientras se despojaba de la remera y me exhibía un pequeñísima malla de dos piezas donde dos minúsculos triangulitos cubrían sus pezones y poco más de sus pechos, en tanto que la parte inferior eran dos tiritas laterales con un sector apenas mayor a ellas que cubría su rajita. Por los costados de aquella franja de tela escapaban algunos vellos púbicos. Esa imagen me descontroló la cabeza y comencé a mirarla con otros ojos.



Se tumbó al sol, dándome la espalda y ofreciéndome una imagen bastante atractiva de una cola que mostraba pequeñas marcas del paso del tiempo. Pese a ello se notaba firme a la vista. Ella seguía hablando pero yo ya no prestaba atención a sus dichos, tan solo a sus curvas.



En un momento dado, me miró y dijo "¿y? ¿me pasas crema o no?". Turbado por haber sido descubierto in fraganti, tomé el pote de crema y comencé a esparcir aquella crema amarronada por su espalda. Cuando hice tope en las tiras del corpiño de su malla, me sugirió desprenderla para evitar las marcas, torpemente las desprendí y completé el trabajo.



Luego me tumbé junto a ella y profundicé la charla respecto de su amiga, de su separación, y otras alternativas que me dejaran un campo propicio para un avance.



El tiempo pasaba y la charla se hacía más intima. Giró sobre un costado para quedar frente a mí y se rió de manera expresiva, sus pechos habían quedado totalmente al descubierto y no había recordado que ya no contaba con las trabas de la prenda que las cubría y notó mi cara sumamente colorada, no solo por la sorpresa sino también porque había omitido ponerme crema y el sol había hecho estragos en ella al igual que en mi espalda.



Se aproximó y me colocó un poco de crema que parecía freirme el rostro. Su proximidad me ponía a mil, sus pechos liberados y a escasos centímetros de mi piel parecían tomar elevación al tiempo que mi excitación se hacia cada vez más evidente y aprisionaba mi miembro dentro del short.



"Vamos a darnos un remojón y cuando volvamos acá te paso crema, a ver si logro recuperarte para esta noche" señaló mientas se levantaba. Sin la parte superior de su malla se encaminó al mar. Pese a su pequeña figura, se veía atractiva (o al menos yo la veía asi), noté como la observaron desde dos recodos del camino que nos separaba del mar.



Una vez dentro comenzamos a bañarnos y jugar entre las olas, perdimos pie varias veces producto del impacto de las olas contra nuestros cuerpos y en más de una ocasión terminamos enredados. En una de las tanta caídas conjuntas quedamos casi abrazados y al levantarnos ella posó sus manos en mis hombros al tiempo que yo le rodeaba la cintura.



Nos miramos detenidamente a los ojos y sin mediar palabra, me besó mientras acariciaba mis cabellos mojados. "Estás tan lindo así, pareces un niño indefenso", dijo para luego volver a besarme. Esta vez no fui agente pasivo, sino que acepté de buen grado su invasión lingual en mi boca, para responder de igual modo mientras mis manos se aferraban a su pequeña cola.



Aquel beso duró unos minutos, tras lo que regresamos a nuestro lugar tomados de la mano. Una vez allí repetimos aquella acción una y otra vez. Se colocó detrás de mí y mientras me pasaba crema por la espalda me decía "Hacía tiempo que te observaba cuando iba a lo de tu madre y me preguntaba como podría llegar a tener algún contacto con vos, porque me intrigabas mucho y me excitabas bastante aún sin decir ni hacerme nada. Quería tenerte y cuando te vi anoche en el boliche, sabía que esta sería la chance".



Me depositó varios besos cortos en los hombros y con una palmadita en mi cola me indicó que había concluido con su labor. Se aproximo a mi oído y murmuró, "vamonos, estoy muy calientita para quedarme acá, te quiero comer mi guachito".



Se calzó la remera sobre su cuerpo semidesnudo y tomó algunas de la cosas que había traído. Traté de imitarla pero el ardor en mi piel impedía que me colocase prenda alguna sobre los hombros.



Coloqué mi remera en el elástico del short, levanté el pequeño bolso que quedaba sobre la arena y tomándola de la mano comenzamos a desandar el camino de regreso a casa.



Mientras volvíamos, charlábamos de cosas sin sentido y apurábamos el paso lo más que podíamos tratando de abreviar el trayecto, pasó su brazo por mi cintura y se aproximó a mi cuerpo. "¡Epa, que calientito estás! Y pensar que creí que la era la única caliente acá" dijo en medio de una sonrisa que manifestaba su intención futura.



Tan rápido como llegamos, se despojó del equipaje y la remera; Sólo aquella diminuta prenda cubría algo en su cuerpo, y así vestida fue hacia el baño. Accionó la llave de la ducha y el ruido del agua llenó el silencio.



Igual que ella, dejé el bolso y me dirigí a la habitación en busca de ropa bien liviana y sin costuras de nylon, sabiendo del estado de mi espalda.



Busqué un slip y con las dos prendas en mano me encaminé al baño, ella cantaba bajo la ducha un tema que, yo sabía, estaba en uno de los compactos. Coloqué aquel CD y volvía al baño.



Cuando lo sintió sonar, dio un gritito de aprobación y comenzó a cantar más fuerte acompañando al interprete "vení que te enjabono la espalda y te doy un tratamiento especial para quemaduras" me dijo.



Ingresé al lugar y la observé detenidamente, la piel color canela contrastaba con los lunares que habían quedado en derredor de sus pezones y las tiras que rodeaban su cintura como apoyo del pequeño tanga.



El escaso vello que había visto escapar de la prenda en la playa, era una hilera de quizá dos centímetros de ancho, renegridos y ensortijados.



El panorama era convincente, era una hembra bastante apetecible y con ligeras huellas de varios combates entre las sábanas.



Me metí dentro de la bañera, sentándome con ella a mis espaldas. Primero me paso una esponja muy suave para quitar los restos de arena y sal marina al tiempo que impedía que el agua diera en forma directa en mi espalda. Luego tomó un frasco con un aceite perfumado que esparció con la misma esponja mientras se ayudaba con una de sus manos.



Aquellos masajes y el roce de sus pezones contra mi afiebrada espalda me producían espasmos que fueron repercutiendo en mi miembro, que despertándose de su letargo iba cobrando elevación y excitación segundo a segundo.



"Ahora, levantate que voy a pasarte lo mismo por la cara y el pecho" me ordenó.



Cuando, ya parado, la enfrenté vió mi herramienta en proceso de crecimiento y sonrió. Comenzó a pasarme la esponja por la cara y masajearme el miembro con su mano aceitada, tratando de acelerar su elevación. No le costó mucho, pues yo estaba entregadísimo.



Traté de retribuirle muy lentamente sus masajes, haciendo blanco de mis caricias a sus pequeños pero duros pechos desde su nacimiento hasta el extremo de su pezón, ascendiendo en forma espiralada para concluir con un pequeño pellizco. Luego iniciaba el recorrido de descenso en el mismo modo, pero al llegar al canalillo bajaba directamente hasta la contornear sus labios vaginales.



Repetir aquella operación fue como dar ignición al motor de su sexualidad, cerró los ojos y dejó caer la esponja a la bañera. Arqueó ligeramente su cuerpo hacia atrás y con aquella curvatura en su cuerpo era mucho más sencillo caer en su rajita, para enredar mis dedos en sus vellos en búsqueda de su botón sexual. El mismo emergió rápido, totalmente inflamado y queriendo recibir más tratamiento que aquellos pezones duros como roca originaban la ruta del deseo.



Lo torturé por unos momentos mientras cataba la profundidad y estrechez de esa vagina sumergiendo en su interior el dedo mayor, que ingresaba y salía favorecido por la humedad que brotaba del interior más el agua que caía de la ducha.



Gimió y suspiró entrecortadamente unos instantes para luego erguirse nuevamente y cerrando la ducha, sin mencionar palabra, salió de la misma arrastrándome junto con ella.



Chorreando agua, caminamos hasta el living. Se recostó en el sillón, volvió a aspirar profundamente, frotó su mano sobre el tapizado y llevando uno de sus dedos a sus labios dijo: "Haceme lo mismo que le hiciste a la hembra que empapó este sillón con el flujo que quedó impregnado acá".



Me sorprendieron sus palabras, pero antes que pudiese arrepentirse del pedido me arrodillé a sus pies y comencé a besarle los pechos. Entretenido en sus pezones con mis dientes, fui trazando el mismo camino que recorrí en la ducha para unirlos con su Monte de Venus. Fui abriendo lentamente sus labios vaginales mientras hundía el dedo mayor en el interior de su vagina, para transformarla en un río. Mis dedos chapoteaban en ella, primero fue solo uno, luego dos y más tarde tres.



La masturbaba con delicadeza, arrancando de su garganta gemidos de placer cada vez intensos que marcaban su creciente excitación hasta llevarla al borde del orgasmo. Cuando su cuerpo comenzó a temblar indicando que el momento culminante estaba por llegar retiré mis dedos para pellizcar y tironear de su clítoris hasta transformarlo en un penacho rojizo. Froté sus labios mayores con la yema de mis dedos, dejando el penacho entre ellos.



Convulsionaba de placer mientras pedía más y más. Bajé un dedo que tras humedecerse en su raja se fue perdiendo por la abertura de sus piernas y encontró el hoyito de su cola, para ascender en busca de más flujo que mojara el recorrido hasta su ano.



Mis labios dibujaron la geografía de su cuerpo para detenerse en la hilera de vello, mi dedo ya solo llevaba flujo a su ano y trataba de dilatarlo ingresando apenas.



La lengua apartó los vellos, luego los labios y se perdió dentro de su cueva tibia y empapada. Le bastaron tres o cuatro lengüetazos para llegar por primera vez en medio de un gemido profundo al tiempo que trataba en hundir al máximo mi cabeza en su sexo.



La presión fue cediendo mientras yo continuaba con el trabajo de comerme su vagina y dilatarle su cola. Sus flujos eran abundantes y sabían dulces aunque fuertes.



Retiró su mano de mi nuca, mientras abría ampliamente sus piernas; aproveché aquel movimiento para situarme entre ellas y besarle íntegramente sus labios y recorrer con aquel beso hasta el agujero de su cola que ya estaba bastante ampliado. Subiéndole las caderas con mis manos la fui acomodando a la altura de mi pene para comenzar a penetrar su cola. Arqueada y dilatada como estaba, resultó sencillo ingresar en su cuerpo y comenzar a moverme.



El sentir en su interior, analmente, la penetración de la que era objeto la excitó terriblemente. Quiso moverse pero la posición no le daba mucho margen.



"Sacala y me pongo en cuatro para que me hagas la cola, rápido" pidió mientras acariciaba sus pechos de manera vehemente.



Así lo hice, se colocó con la cara contra los almohadones del sillón paró su cola tanto como pudo y tomándose ambas nalgas, las abrió dejándome su cola tan abierta que era imposible no colocar nada en su interior.



Arremetí contra aquel agujero y perdí mi herramienta en el interior cálido de aquella hembra en celo. Me detuve un instante para sentir la presión de su cuerpo y al cabo de instantes comenzamos a movernos lentamente paro de manera continua. Mi mano derecha acariciaba el sexo de Liliana, sus manos me tomaban por las nalgas tratando de llevarme lo mas adentro posible, unos minutos después de la penetración giro su cara y comenzó a pedir más intensidad mientras se movía acelerando el ritmo. Fueron diez minutos frenéticos tras los que acabamos casi simultáneamente y en un grito conjunto que marcaba la intensidad del momento.



Exhaustos, nos rendimos. Ella sobre el sillón y yo sobre su cuerpo. Luego le fui sacando mi pene que perdía tamaño de un agujero que rojizo por la actividad se hallaba abierto de manera notable.



Me senté a su lado, ella dejó caer su cabeza sobre mis piernas y con un leve gemido cerró sus piernas mientras el semen caía por ellas.



Qué hermosa tarde habíamos pasado. Besos, caricias y un acto sexual profundo pero anal.



Nos fuimos reponiendo lentamente, con tiempo. Se sentó junto a mi y abrazándome dijo: "Nos falta hacer el amor, quiero gozarte tanto como pueda. Si haciéndome la cola gocé de este modo, hacer el amor será genial". Luego me besó delicadamente y se acurrucó junto a mi.



Entonces se me ocurrió algo y sin dejar pasar el momento le susurré: "Venite a quedar conmigo, me voy el lunes por la tarde. Seamos pareja durante estos tres días"



Me sonrió y asintió con la cabeza para luego decir: "Vamos a buscar mi ropa al hotel, le dejamos el campo libre a Marina para que se lleve a su hombre y nos instalamos acá".



Así lo hicimos, su amiga no entendía nada. Cuando salimos a la calle caían las primeras gotas, el cielo se había cerrado y el frío empezaba a apretar, la promesa de una noche de perros se empezaba a consumar.



"Ésta noche hacemos vida de hogar, comemos algo rápido y nos metemos a la cama tempranito, total el postre te lo doy yo" me dijo entre una sonrisa y un beso.



Me quedaba claro que empezaban 3 días de locura, una hembra caliente, sola y con hambre estaba a punto de convertirse en mi amante...



 



 



Continuará (se viene el final)...



 



Alejandro Gabriel Sallago


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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