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Los que somos hijos de padres separados están siempre sufriendo el desarraigo, llevados de uno a otro domicilio según disponen los arreglos o desavenencias de nuestros progenitores, lo dicho en buen romance una especie de elemento que sirve para presionarse uno al otro. Sobre todo, cuando no tenemos edad para opinar, solo somos las consecuencias de una relación disruptiva.
Es la presentación de, a mis jóvenes dieciocho años, se me autorizó a decidir con cuál de los dos decidía convivir, por razones privadas que exceden el marco de este relato serán ignoradas. Solo basta decir que retorné luego de casi diez años al lugar donde correteé los primeros ocho, al tiempo de esta historia, era el domicilio paterno y su nueva pareja, que al respecto también se generó una historia inquietante y tórrida con mi “querida madrasta”, aunque para los efectos de esta historia, la protagonista es la hermana de ésta, que llamaremos la tía Liliana o Lily como le decimos en familia.
Siguiendo el ejemplo de otros lectores, me decidí a escribirles esta historia sucedida hace unos años atrás, es lo que podría llamarse la profecía auto cumplida.
La tía, Liliana, hermana de la pareja de mi padre (de ese momento, es decir dos parejas antes de la actual, suelen decir que ser mujeriegos esta en nuestro ADN), volvamos al surco del relato, mujer de buen ver, cuarentona, muy atractiva y sexy, tanto así que la primera vez que nos presentaron, la miré y pensé “me gustas, vas a ser mía”. Vive en el mismo edificio, dos pisos más arriba, por eso nos encontramos con cierta frecuencia en el ascensor, en la calle o en algún otro sitio, luego de unos meses ya no disimulaba en mirarla de forma harto descarada e insinuante, para que no tuviera ninguna duda de cuanto me gustaba, siempre le dedicaba alguna frase para halagarla o algo sugerente que la dejara pensando, prefería pasar por atrevido y recibir una bofetada, que quedarme con las ganas de hacerlo, pecar por intentar es mejor que lamentarse por no haberlo intentado.
Mis primeros “palotes en el sexo” había sido cuando un tío me llevó para el debut sexual con una mujer madurita, como de cuarenta y me dejó a solas con ella, aún recuerdo la recomendación antes de cerrar la puerta del cuarto: -Atiéndelo bien, enséñale como se satisface a una mujer, lo paso a buscar cuando lo hayas hecho hombre.
Me enseñó todo y muy bien, fui su alumno más aplicado. Me enseñó a conocer y comprender el alma femenina, esa primea clase duró toda la noche y la señora me sacó como media docena de polvos, una gran docente del sexo y mejor puta.
Cada mujer tiene su momento, pero hay que estar en el lugar adecuado, en el momento preciso, en ese instante cuando se produce ese quiebre emocional, es el ahí y ahora. Si se detiene el tren, hay que subirse ya, si no sigue su marcha y es probable que no se detenga más en tu estación. No perder el tren debe ser la premisa, si se detiene agarrarse fuerte a como dé lugar. Chu, chuuuuu!!!
A esta máquina infernal, Liliana, la tenía “rejunada” (calada), cuando la miraba se me hacía agua la boca, me la comía con los ojos, soñaba con ella, estaba presente en todas de mis fantasías nocturnas, alguna amanecía con los rastros de una acabada en seco. La tenía en la mira. Me llenaba el ojo y ocupaba mis sentidos.
Indagué sobre su vida y su entorno. Le gustaba la música melódica, las rosas rojas, el vino borgoña, las frutillas, los bombones de licor y la literatura erótica: Una romántica hot.
Confidencialmente el portero, del edificio averiguó, favor mío mediante, que estaba pasando por una crisis afectiva, creía que debía estaba separándose de un novio pareja, al menos por este tiempo, porque al señor en cuestión hacía más de un año que no se dejaba ver por el edificio.
Conociendo sus horarios, empecé a circular por sus mismos horarios de llegada del trabajo, para encontrarnos causalmente. Hasta que… una tarde, viajando juntos y solos, en el ascensor, puse en ejecución el “plan B”. Llamo su atención una vez más, cuando paramos en el piso catorce, la retengo de la mano, y entrego una rosa, roja. Sorprendida, sonríe y acepta. A cambio pido tomar un café.
Espero la respuesta, quedamos ambos tomados del tallo de la flor. Se detiene el tiempo. Nos miramos.
No hay palabras…, de repente dice:
—Está bien..., pero no tengo tiempo de salir. Excusa, para zafar.
—No es necesario, si bajas al 10 lo preparo yo, no quedó nadie en casa. –énfasis en la última frase para que no haya dudas de que estaba solo.
—Sí que sos persistente. Bueno... el diez...
—“B”, diez B, de buena..., como vos.
—Bueno, me cambio y bajo...
—Como te gusta… ¡Con crema!
—Sonríe, sabe que averigüé cómo le gusta tomarlo, dice:
—Sí, ya sabes cómo. Espérame y.… no desesperes…
Desciendo veloz como el viento, escaleras abajo, saltando de a dos escalones. ¡Esta es la mía, hoy sí, hoy sí! Llegó el momento, la tengo que seducir. El escenario estaba listo para cuando se diera, el café está listo cuando llama a mi puerta.
—Pasá, te estamos esperando…
—¿Quiénes?
—¡El café… y yo!
La hago pasar a la kichinet, suave melodía como música de fondo. El aromático café y el reducido espacio dan a la situación un toque intimista y romántico. Bien próximos, el espacio lo amerita, pongo la taza en su mano, pregunto:
—¿Está a tu gusto?
—Totalmente, exquisito, como me gusta saborearlo, asoma esa lengua tan prometedora.
La invito a pasar al living, mientras sigue desgranando melodías románticas el cd comprado esa mañana, el que más le agrada, bombones de licor… ese fue el golpe de gracia. Se aflojan las defensas, se rinde la fortaleza, relajan sus frenos morales, puedo adivinar hasta sus más íntimos pensamientos: - es hábil este pendejo, me tiene en su trampera y no me suelta, es joven, yo tengo ganas no le hacemos mal a nadie, pues “adelante con los faroles” que este pendejo tenga si día de fiesta, se lo ganó merecidamente por su perseverante. Qué me disfrute y me haga disfrutar.
Si no fue así su pensamiento diría que casi, casi.
La conversación discurre por varios temas baladíes, hasta que fue el turno de incursionar por los gustos, aficiones y la vida personal de cada uno. Primero yo, le cuento que estuve de novio, pero desde que vine a vivir con papá cero mujeres, que desde que llegué al edificio ella “me movió la estantería” (desestabilizó).
Ella tiene una hija de, recién casada, estuvo casada y recientemente separada de una segunda pareja. Trabaja en la empresa familiar con su ex esposo y transita el duelo del ex marido y ex pareja.
—Estoy sola desde hace poco más de un año, bueno sola y sin... bueno… eso que te imaginas.
Tomamos la segunda copa. Al sacarse la mochila de la confesión, se va relajando y poniendo más mimosa y confiada. Se quita los zapatos de tacos altos, recoge las piernas y se sienta en el cómodo sofá, sobre ellas, una actitud de sensual intimidad.
La veo hacer y me arrodillo, tomo sus manos y las beso, apoyo mi cabeza en su regazo. No hablamos, para qué, no es necesario. Me acaricia la cabeza, con ternura. Se estremece cuando acaricio sus muslos.
Cierra los ojos, mira con el alma. Los pechos se le elevan, agita la respiración, estremece el cuerpo por mis caricias, más osadas y ardientes. Transitamos un camino sin regreso, mi deseo tiene solo boleto de ida para viajar por el cuerpo de Liliana.
El ambiente, es propicio, tomada en brazos la llevo al dormitorio, sin preguntar. Sobre el lecho, nos miramos por primera vez, nos leemos el deseo y la pasión contenida. Nos entendemos.
Tácito acuerdo, se levanta y me regala el espectáculo de un desnudo a medida de mi calentura. Se va sacando una a una las prendas, el vestido ajustado, las medias, con portaligas. Quedan solo el soutién y una breve tanga negras.
Venía vestida para matar. Se desprendió el soutién y después la tanga, inunda en el ambiente su aroma de mujer, qué caliente se sentía. Se muestra para que regocije mis ojos anhelantes inflamados de lujuria y deseo.
Es mi turno, me desnuda. Primero la camisa, luego cae el pantalón, el slip derrotado por sus manos a mis pies en la caída final. Tiene manos hábiles para las caricias, llega al miembro erecto, acaricia y se arrodillada ante el tótem fálico, ofrenda su adoración, besa con golosa avidez. Prodiga una profunda mamada, metiéndose cuanto pudo del aparato en su cavidad bucal halagando al huésped con la lengua, haciéndome gemir.
Es tiempo de demostrar mis habilidades, saber encontrar sus zonas más erógenas. De espaldas, sobre el lecho, espera. Manos ansiosas y labios sedientos de ella, voy dejando un rastro de saliva en su cuerpo. Me inicio en el cuello, paso por los pechos agitados, descanso en cada uno de los gruesos pezones, rosados y erectos. Salgo del oasis para incursionar en el páramo del vientre plano y endurecido por el gimnasio, me extasío en la orilla de sus olas.
Llego al triángulo angelical, negro follaje enrulado que cubre el prólogo de la entrada dulce y secreta. Un beso mágico grita el: “Sésamo ábrete”. Se abre, entro, beso y con la lengua tomo el delicado elíxir del cáliz de su sexo.
Saciada la sed en los jugos de su ser, voy a los labios afiebrados por la espera, las bocas se buscan las lenguas se enredan. Dejo en su boca sus sabores femeninos, los degustamos, mucosas en contacto, transfusión de salivas en la profundidad del beso. Sus manos abrazan las uñas se clavan en mi espalda, dejando las huellas de su calentura. Mis manos agarran a sus nalgas con fervor, se van perdiendo entre los glúteos, buscando en la oscuridad, el húmedo túnel del amor.
Separados un instante, nos miramos, rendición incondicional. La necesito tomarla toda, toda.
Asiente, dejando expedito el camino para mi deseo, dice:
—Amor, yo soy y cuando el deseo me puede, como ahora con vos, quiero ser una “perra”. Soy “tu perra”, haceme tu perra, ¡por favor! ¡COJEME!
—Tu deseo es el mío. —Sellamos el pacto con un profundo beso de lengua, hasta agotar el aire.
Abro sus piernas, toma la poronga y se la mete en la vulva entre los labios, presiono. Nos besamos nuevamente y en simultáneo se la mando toda de un golpe, hasta el fondo. El beso ahoga el quejido por la entrada tan profunda, estrecha por falta de uso, pero bien húmeda, le entró toda.
Abrazadísimos, enredados en el desenfreno, sacudíamos en cada embestida, sentía todo el rigor de la penetración, motivada para tomar nuevos ímpetus y colaborar en la impiadosa cogida hasta brutal y violenta, por momentos. Disfruta a rabiar esta forma de “cogernos”.
En la calentura indescriptible sacó la “perra” que lleva dentro, gritando y gime y gritaaaa:
—¡Me gusta!, ¡cómo me gusta!
—¿Tanto?
—¡Más, más!... ¡me gusta, cómo me gusta! —vocifera ansiosa— ¡Reviéntame, mátame!, “haceme de goma”, dejame la concha hecha flecos. ¡Soy tu perra, rompeme toda, hasta el fondo! —recorría todo el vocabulario obsceno, disfrutamos el delicioso encanto de grito procaz como un merecido elogio a la gran cogida que le estaba dando este pendejo.
Acicateado por estas dulces obscenidades, empujé como para partirla en dos. Mi pija no es muy larga pero lo suficiente gorda para expandirle las paredes de la “canaleta”, y vaya si estaba sintiendo que quería partirla, pero no aflojó, desafiaba más. Había encontrado la horma de su zapato.
Arqueó su cuerpo apretándose al mío, se tensó y acabó ruidosamente, más de una vez. Seguimos, sus patitas elevadas, tomados de los tobillos, uno en cada mano, accedo a lo más profundo de su ser. Empujo con fuerza, se queja, empujo más fuerte tomado de las caderas, y el cuerpo sobre sus piernas bien dobladas sobre su pecho. Literalmente encastrados hasta sentirla vibrar…
Saboreaba el primer orgasmo, las entradas más violentas por la nueva posición la llevaron a una seguidilla de orgasmos, imparables, implacables, desbordando su razón y descontrolando sus movimientos.
Gozaba una nueva serie de orgasmos, igual de ruidosos, cuando le acabé adentro, abundante y caliente semen. La besé para silenciar los gritos, hasta me mordió los labios, desesperada por lo intenso del orgasmo.
Quedamos “regalados”, rendidos, fatigado por lo intenso de la entrega, unidos en mi carne hasta que agotó su transfusión de esperma. No queríamos desacoplarnos, cansados, muy sudados, muy calientes.
De costado, enchufados, gozando del bien ganado relax. En este estado de cosas el miembro fue retomando su tonicidad por el afrodisíaco verbal que me daba.
Boca abajo, el culo es una ofrenda fantástica, pasmado, mirándola. Abro las nalgas, el dedo enjugado en su concha toma el semen para lubricar el “redondito”.
No dice nada, solo espera. Sabe lo que viene ahora, espera y volteando la cara dice:
—Es tuyo, te quiero adentro. Solo una vez me lo hicieron torpemente, me dolió, no quiso repetirlo. Hacelo de una vez, antes de que me arrepienta.
Con la cremita, el dedo fue haciendo camino. La cabeza en el ojete humedecido, estrecho, pero cedía a la presión y enseguida pude penetrarla completamente.
Gocé mucho cuando entré todo en ella, quedé un ratito moviéndome muy poquito, pero todo a fondo. Un placer de puta madre, inigualable, lo máximo.
—Duele, duele, pero te estoy gozando, ¡cómo me lo agrandás, hijo de puta!, ¡rómpeme el culo!
Un pedido así es una orden. La cogida fue inolvidable, doblaba el vientre y presionaba las rodillas contra el lecho, para que la cola acompañara mis empujones. Nos mecíamos en armonía, parecía que cada vez entraba un poco más adentro. Culeamos como locos, no sé cuánto duró el increíble traqueteo.
La mano de ella y la mía se unían debajo para ayudarse en el clítoris, gime ahogada:
—¡Ya!, ¡ahora!, ¡dameeee!
El vía libre para liberar el dolor de testículos producido por este largo polvo. Llegó la liberación en la profusa acabada. Angustioso quejido anunciaba otro orgasmo de Liliana, anal?
Descansé al fin, dentro de ella. De costado, abrazada por el vientre, para cuando retomé la conciencia estaba afuera de ella.
Nos levantamos, duchamos, comimos, ya era de noche. Nos acostamos y dormimos, bueno es una forma de decir, porque hicimos nuevamente el amor, más suavemente. Pasamos juntos la noche.
Al despertar, el buenos día fue una chupada de pija y la respuesta un polvo en su dulce conchita.
El recuerdo de Liliana en esa noche de amor, es como un dios pagano forjado en mis entrañables recuerdos. Un reflejo de mí mismo, suave, terso y grande por mis deseos, estatua erigida en mi alma a la memoria de esa noche de amor.
Qué noche aquella, llena de ternura y de misterio. Jamás podré borrar el encanto doliente que había en su mirada, sintiéndome en sí cuando mi sangre convertida en cálido semen se derramaba en su intimidad de hembra en celo.
Volvimos a la realidad, cada uno para su casa, pero lo nuestro pervive. Nos amamos, nos pertenecemos en cuerpo y alma. Cuando vuelvo a la casa de mi padre, siempre me doy una vuelta por su apartamiento y si se puede revivimos los tiempos idos con una buena culeada.
Las historias que calan tan hondo en nuestro sentimiento nunca serán pasado, sino que lo conjugamos en el presente continuo.
Nazareno Cruz
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