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Agustín, cuarentón, espigado y con facciones de galán, vestía un traje gris de Armani, camisa blanca, corbata gris y calzaba zapatos negros. Entró en el chalet, después de dejar su Mercedes en el garaje. Se fue a la cocina, cogió una cerveza en la nevera y un abridor en un cajón, la abrió, echó un trago y la puso sobre la mesa. Cogió el pan de molde, la mantequilla y el queso en lonchas y se dispuso a hacer un sándwich.
En el piso de arriba, le decía Cristina a Mariola:
—Vas a tener que ponerte ropa de la mía.
—¡Qué remedio!
Empezaron a coger ropa en el armario.
—¿Es verdad qué te gusta mi padre?
—No.
—¡Qué pena!
—¿Y eso a que viene?
—A que odio a mi madre. Por su culpa estuve encerrada en el internado.
—Y te gustaría que yo le metiese los cuernos. ¿Es eso?
—Tú no tienes cuernos.
—Pero puedo meterlos.
—No te veo con un casco de vikinga.
—Tu ignorancia de la vida es grande. En fin. Fóllatelo tú.
—¿Follar?
—¡Otra vez! Sí, follar. Yo follo, tú follas... Yo follé, tú follaste...
—Ya sé que es un verbo. Pero, ¿follar es copular?
—Es lo mismo.
—Pues no es verdad lo que has dicho.
—¿Por qué?
—Porque ni yo follo, ni tú follas, ni yo follé, ni tu follaste.
Oyeron la voz de Agustín, que se había acercado a las escaleras de caracol que llevaban al piso de arriba.
—¡¿Quieres un sándwich de queso, Cristina?!
—¡Haz dos, papá! ¡Estoy con Mariola!
Agustín, volvió a la cocina.
Mariola, descalza, se había puesta una camiseta roja que le quedaba flojísima y unos pantalones grises, sujetos con un cinto, que le quedaban cortos. Cristina, una minifalda, una blusa y unas zapatillas de deportes, verdes.
Cristina y Mariola, llegaron a la cocina. Agustín, al ver las pintas de Mariola, le preguntó:
—¿A qué estabais jugando?
—A las muñecas —mintió Mariola.
—¿Hicisteis algo más?
Le respondió Cristina.
—Miramos un video.
—¿Qué video mirasteis, cariño?
—Como hacer una buena mamada.
Agustín, al oír las palabras de su hija, estrujó la rebanada de pan y pringó la mano de mantequilla.
—¡¿Qué mirasteis, qué?!
Le respondió Mariola.
—Como hacer una buena monada.
—¡Uffffff! Había entendido otra cosa.
Cristina, volvió a la carga.
—Entendiste bien, papá. Mamada. Ma-ma-da.
—¡Yo me voy! —dijo Mariola.
—¡Tú te quedas! En dos días has pervertido a mi hija. ¿Qué más le enseñaste?
—Yo no le enseñé nada —dijo Mariola, temblando.
Cristina, ya estaba lanzada.
—Me enseñó como se corre una mujer, con la lengua y con los dedos.
—¡Será putilla!
—Será, pero a ti bien que te gustó ver como me masturbaba.
—¡¿Qué?!
—Te vi mirándome mientras me masturbaba, papá, y te vi con el pene en la mano.
—Será mejor que hablemos de eso a solas.
Mariola, se vino arriba.
—Vaya, vaya, vaya. Pensé que era una fantasía de su hija, pero sus palabras me han confirmado que no era.
—¿No te ibas, Mariola? —dijo Agustín, muy serio.
—Ahora para irme quiero 100 euros, no 200, mejor 300
—¿Y por qué no 1000?
—Vale, con 1000 euros seré una tumba.
Cristina, que junto a Mariola, tenía su bonito trasero apoyado a la mesa de la cocina, le dijo a su amiga:
—No digas eso, cariño, no digas eso que en las tumbas están los muertos —y luego la besó.
—¡¿Quieres que te de 1000 euros por hacer de mi hija una tortillera?!
Cristina, seguía en su mundo.
—No, papá, a hacer tortilla no me enseñó, me enseñó a correrme, en todo caso sería una corredora.
Mariola, al ataque.
—O una orgasmadora, si existe esa palabra.
Agustín, era un hombre de negocios, curtido en mil batallas. No iba a dejar su vida en manos de una mocosa.
—¿Cumpliste 18 años el mes pasado, ¿no, Mariola?
—Cumplí.
—¿Me equivoco si digo que aún eres virgen?
—Se equivoca. Ya probé un consolador y un vibrador.
Cristina, los interrumpió.
—Pero esos eran dos niñatos. Deja que hable mi papá, cariño.
Agustín, le dio a la cabeza. No le extrañaba que Mariola, se la metiera doblada a su hija.
—A ver, Mariola. ¿En vez de 1000 euros quieres que te de 2000?
—¿Quiere follarme?
—Sí, con mi hija mirando.
Cristina, no los iba a dejar.
—¡De eso nada! Yo quiero participar.
—Vale, participas. ¿Hay trato, Mariola?
—Hay trato.
—Ir para la habitación que dentro de un rato voy yo.
Las dos jovencitas, cogidas de la mano, se fueron a la habitación de Cristina.
Al llegar, le dijo Cristina a Mariola:
—Estoy impaciente por ver como entra el pene gordito de mi papá en tu cosita.
—¿Tú no lo vas a follar?
—No, no sé cómo hacerlo, pero si me quiere follar él a mí...
Se desnudaron, y en la cama, boca arriba, le dijo Mariola a Cristina:
—¿Nos vamos calentando mientras no viene tu padre?
—¿Cómo?
—Tú me masturbas a mí y yo te masturbo a ti.
Se empezaron a masturbar, y le dijo Mariola a Cristina:
—Cierra los ojos y piensa que mis dedos y mis besos son de algún hombre que te guste.
—¿En quién vas a pensar tú?
—En tu padre, ¿Y tú?
—También voy a pensar en él.
Agustín tardó media hora en Subir. El tiempo que le hizo falta para que la pastilla de viagra le hiciera efecto. Desnudo, empalmado, y con una tarrina de mantequilla en la mano, vio a su hija y a Mariola, con los ojos cerrados, masturbándose. Los gemidos de las jóvenes le decían que estaban a punto de correrse. Se subió a la cama. Ellas seguían con los ojos cerrados. Se arrodilló. Untó dos dedos de cada mano con mantequilla. Quitó los dedos de ellas de los chochitos y les metió los suyos. Ni diez segundos tardaron en correrse. Los gemidos y sacudidas de Cristina y de Mariola, hicieron que la polla de Agustín, echase cantidad de aguadilla.
Al acabar de correrse, le dijo Mariola a Agustín.
—Has masturbado a tu hija. Fóllala y acaba el incesto.
Cristina, salió en defensa de Agustín.
—En realidad, hija, hija, no soy. Soy hija política. Mi madre se casó con él después de morir mi padre.
—No lo sabía.
—Es que vosotros sois venideros —le dijo Agustín.
—¿Seguimos? —le preguntó Cristina a Agustín.
—¿No aprendierais a hacer una buena mamada?
Mariola, se llenó de razón:
—¡¡Te lo dije!! A los hombres lo que más les gusta es que les hagan una mamada.
Agustín, se sentó en el borde de la cama. Mariola, se arrodilló. Cogió la polla con su mano. La metió en la boca y empezó a chupársela.
—No te olvides de los testículos —le dijo Cristina.
Después de menear, chupar, lamer y mamar la polla y los testículos de Agustín, le dijo Mariola a Cristina:
—Te toca. Ten cuidado que está a punto.
Cristina, antes de chupársela, le dijo a su padre:
—Te la voy a chupar sin manos.
Sin manos se la estaba chupando, cuando le dijo Agustín:
—¡Me corro, hija!
—¡Qué maravilla! —dijo Cristina, viendo salir la leche de la polla de su padre.
Cuando Agustín, se acabó de correr, Cristina, se echó en la cama, boca arriba. Mariola, le preguntó:
—¿Estás cachonda?
—Cachonda no sé si estoy, lo que estoy es buenísima.
—¿Te la quito con la lengua?
—¿Y tú?
—Va siendo hora de que pruebe una polla de verdad.
Mariola, arrodillada, le comenzó a hacer un cunnilingus a Cristina. Agustín, arrodillado, detrás de Mariola, le pasaba la lengua por el chochito y por el culo. Después, untó el dedo medio de mantequilla y le folló con él el culo. Al poco untó su polla de mantequilla, y cogiendo a Mariola, por sus pequeñas tetas, se la fue metiendo en el culo. Mariola, al sentirla dentro, soltó la fiera que tenía encerrada.
—¡¡Cabrón!!
—¡¿La quito?! —preguntó Agustín, asustado.
—¡No! ¡¡Métemela hasta el fondo, hijo puta!!
Cristina, al oír el lenguaje de su amiga, le dijo:
—¡Uy, que mala educación...!
—¡Cállate, putita!
—¿Qué te está haciendo mi papá para que hables así?
—¡Me está rompiendo el culo! ¡¡Y me encanta!!
—¿Y yo, qué?
—¿¡No tienes dedos, guarra?!
—¡Guarra, tú! ¡¡A mí no me están dando por culo!! Uy que he diiiiiicho.
Agustín, sacó la polla del culo de Mariola.
—¡¿Qué haces, lame culos?! —protestó Mariola.
—Follarte como es debido.
Agustín, volvió a untar la polla con mantequilla, y le preguntó a Mariola:
—¿Tomas algún anticonceptivo?
La voz de Mariola, cambió.
—Sí, cielo. Puedes correrte dentro.
Agustín, empezó a follar a Mariola, suave, pero cada vez más rápido. Mariola, hizo lo mismo con el clítoris de Cristina, hasta que Cristina, dijo:
—Me voy a, me voy a ¡Aaaaaaah! ¡¡¡Me coooooooorro!!!
Agustín, al ver la cara que puso su hija al correrse, se corrió dentro de Mariola, que a su vez, se corrió al sentir dentro de ella la leche calentita de Agustín. Aquello fue una orgía de gemidos jadeos, espasmos y temblores. Cristina, como decía ella, acabó espatarrada. Mariola limpiando de la cara los squirts de Cristina, y del chochito la leche de Agustín, y Agustín, Agustín, salió corriendo y empalmado de la habitación de su hija, ya que había sentido llegar el coche de su esposa.
Fin de la tercera parte.
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