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Felipe, mirando sin pestañear la calle, había retomado ese estado de aislamiento que le era necesario para la continuidad de sus reflexiones. El optimismo empezaba a brotar de sus labios. Vio esa oportunidad de negocio, quería que avanzara con precaución, incluso con timidez. Porque las grandes metas se hacen con herramientas y no con ideas; y las condiciones económicas lo cambian todo: viajes, bienestar, fiestas, liberalidad sexual. Sin emoción no hay acción. Desde el martes que habían llegado le estaba dando vueltas a ese negocio, tenía las herramientas para captar nuevos turistas en este país, mantener esos enlaces era importante. Le sería de utilidad que le enviaran en los meses veraniegos esa gente a su nuevo local en la costa. Junto con su mujer, una mujer algo ajamonada, de amplios pechos, algo musculada y relamida habían estado experimentando desde hace un año las virtudes de la vida moderna mediante intercambios de parejas, lo cual les daba esa sensación de gente puesta al día. Felipe, tenía ese aire de marinero indulgente con el mundo después de una borrachera borrascosa, acompañando hasta las afueras del edificio a sus amigos, los cuales también acompañados de sus respectivas mujeres habían llegado unos días antes. Movido por la justa decisión de un hombre que ya ha sobrepasado los cuarenta, amenazado en lo que le era más que su reposo y su seguridad, se preguntaba a si mismo si debía hacer caso a sus amigos. Había descendido a los abismos de las reflexiones morales. Con el criterio que le otorgaba su temperamento, pronuncio su opinión. Fue una suerte extraordinaria que ella, su mujer aceptase de buen grado esa sugerencia. Es evidente que nadie se opone contra las ventajas y oportunidades que la situación proporcionaba, sino contra el precio que por ellas haya que pagar en moneda de moralidad. Y en esta última, debido a sus nuevos gustos sexuales estaba superado.
– Pues sí, Felipe, como te decía es una deferencia hacia ellos, ya que queremos captar ese tipo de turismo, encima nos gustan esas experiencias nuevas y más si ella, como has dicho acepta de buen grado. Lo que uno de nosotros pueda o no saber sobre un hecho dado no puede ser materia de indagación, como es tu caso – dijo uno de sus compañeros.
– Completamente de acuerdo, encima mi mujer no pone objeciones, será cuestión de adoptar un rol diferente en esta nueva aventura sexual – dijo Felipe.
– Claro, aunque la tipología de esta gente es diferente, ellos te ven como un cornudo, desde luego son sensaciones fuertes, usan a tu mujer delante de tus narices, pero son experiencias inolvidables aun con su insensibilidad para contigo – dijo el otro compañero.
A la mía la gozó con voracidad, conmigo adopto una pose de arrogancia suprema, como te han dicho toca la fibra – dijo otro.
– Lo dicho, esta experiencia deberá ser vivida, no pongamos peros, ¿dónde se encuentran… cómo diría, estos corneadores? – dijo Felipe.
– En el club de Logan, siempre están de caza, será un placer acompañarte – dijo uno de ellos.
Felipe observaba como su mujer ultimaba los últimos retoques a su figura, se había puesto un vestido negro ceñido que marcaba su cuerpo; debajo llevaba un tanga de hilo con transparencias delanteras a juego con un sostén también con transparencias. Sus muslos asomaban portentosos, recios, como si de las columnas del Capitolio se trataran.
–Se te ve algo ausente, Felipe, las otras veces en los intercambios se te veía más enérgico, ¿quizá sea por esa sensación que creas una humillación ver como estoy con otro? – dijo Loli.
– No, estoy libre de estos perjuicios morales, hemos hecho intercambios y es un poco de lo mismo.
El instinto de hombre de éxito de Felipe le había enseñado, que una reputación se construye sobre los modales tanto como los hechos meritorios. Y sentía que su reacción frente a su mujer no estaba a la altura.
– Una cosa puedo decirte: ninguno del grupo se ha librado de ver la escena de su mujer con otro, y yo por mi parte no voy a ser menos.
En su integridad de amante era fuerte, pero ahora comprendía que una reserva cortes e impenetrable hubiera sido más útil para su reputación marital. Por otra parte, se admitía a si mismo que era difícil preservar la reputación de uno cuando un intruso sin más dilación estaba por poner la mano y más cosas a su mujer. El tono de advertencia de sus amigos había sido tan ácido como para provocar incertidumbre.
Al iniciar de inmediato junto con su mujer el recorrido hasta el local. No acostumbrado como los cornudos a examinar de cerca su corneador se sintió algo impactado.
Al entrar en el local, a través de las luces de colores pudo ver las parejas que bailaban, en una parte de la barra estaba su amigo, algo más alejados solitarios hombres nervudos, mulatos, de aspecto chulesco.
– Veo que has venido y ella por lo que veo ya va por libre… incluso te he buscado un jamelgo para esta noche, el cual ya veo que está en señal de alerta cuando os ha visto entrar.
Felipe, con aprobatorios a través de los destellos de luces observaba la opulencia y la chulería del chico en cuestión: mulato de considerable envergadura, pisaba el suelo con sigilo y pesadez al mismo tiempo que se dirigía hacía su mujer; sus dientes brillantes y su aspecto general correspondían al de un felino en pleno ronroneo. De el emanaba un cierto aire indescriptible: el aire común de los que viven en el vicio. No acostumbrado, como los cornudos, a examinar de cerca a sus corneadores, Felipe se sintió impactado
– Ahí lo tienes, Felipe; ¿cohibido?
– No, para nada, solo estaba algo ausente, veremos que nos depara la noche… – dijo Felipe.
– Entonces te dejo, no tardará en acercarse el chaval, no tienen ningún rubor, están acostumbrados. Bueno, que te sea leve y llevadero – dijo en tono sarcástico.
– No te preocupes, son sensaciones potentes, creo, vamos…
– Ah, se me olvidaba, pide asistente.
– ¿Cómo?
– Sí, lo que se dice un mamporrero, les gusta regodearse con el cornudo.
– Bueno… ¿lo habéis probado? – dijo Felipe.
– Desde luego, es una experiencia de lo más fuerte.
El eco de las palabras “mamporrero” repetidas en el subconsciente de Felipe le preocupaban bastante. Por otra parte pudo observar como su mujer bailaba animosamente, lo envolvió una lobreguez húmeda y sombría. Las luces del local emitían destellos de colores, el suelo brillaba con efecto de fosforescencia y, cuando volvió a observar a su mujer junto al hombre ya estaban cuchicheando entre ellos apreciando que el hombre en cuestión le dirigía una mirada escrutadora y retadora al mismo tiempo. Entretanto Felipe estaba bebiendo, mientras reflexionaba acerca de su cometido, parecía ir perdiendo algo más de su identidad. Tenía una sensación de aislamiento. De inmediato vio como el hombre avanzaba hacia él, dentro de la inmensidad de luces. Se sentía con el corazón ligero, como si hubiese estado emboscado, totalmente solo, ya que nadie lo acompañaba.
– Nosotros vamos arriba ya – dijo repentinamente el desconocido en tono seco y áspero.
– ¿Tan pronto…? Bueno, yo me llamo Felipe, es que no… no… nos han prese… presentado – dijo balbuceante.
– Masu, yo me llamo Masu – dijo en tono distante y apático.
– Veo que han congeniado pronto, ¿qué le parece mi mujer, le gusta ?
– Parece un putón de feria, como todas las que vienen de afuera…
– Bueno, veo que eres muy directo, ya me habían advertido…
– Me ha dicho tu subes también, vas a colaborar, en ese caso mira mi culo y no lo pierdas de vista – dijo en tono chulesco y en señal de que los siguiera.
Después de pagar su consumición, cuando se puso de pie, se miro en un pedazo de espejo que estaba tras la barra y lo impactó su extraña apariencia de acatamiento. Por dentro temblaba, porque temía y admiraba el carácter calmo y autocontrolado de su mujer para la ocasión, cuya postura ante la situación a través de una hosca variedad de silencios amilanantes. Ya que ella se encontraba de repente a pocos metros de ellos a la espera.
Salieron del local, ellos siempre delante, justo en el edificio colindante les aguardaba unas sucias escaleras, parecían la ilustración de un proverbio que dijese: “la verdad puede ser más cruel que la caricatura”. A medida que iban subiendo con ella abrazada a él, él le iba subiendo la falda, dejando entrever un portentoso culo entangado. Tras ellos Felipe vio como las nalgas subían y bajaban ligeramente en cada escalón. Masu como un si fuera un garfio agarró las nalgas, para después con el dedo corazón erecto en una de las subidas introducirlo en el conducto anal, y así de esta manera ir subiendo escalones. Era el prefacio inequívoco de lo que iba a pasar. Una vez delante de la puerta destartalada sin dejar de tener el dedo en el conducto anal de Loli, Masu dio las llaves a Felipe y como si de un criado se tratara abrió la puerta y les dio paso.
Masu se sentía seguro, sabedor de su valía, las circunstancias de la vida le habían colocado en este lugar del continente, unos tienen más otros menos. Esta circunstancia reforzó su convicción que ese matrimonio que tenía delante habían venido en plan turista y encima querían sacar esa tajada para sus negocios en su lugar de origen. Sentía que alguien debía ser castigado por todo ello. Como no era un escéptico, sino una criatura moral, estaba a merced de sus justas pasiones.
– ¿No sabes para que sirve este palacete ? Esta para que yo pueda cepillarme a mujeres como la tuya – dijo Masu en tono despótico.
Al abrir la luz pudieron observar un pequeño apartamento con un sofá a topos en el medio, las almohadas en el suelo, revistas de coches y mujeres desnudas esparcidas por todo el habitáculo; la puerta del dormitorio abierta dejaba ver una cama sin hacer, sobre ella camisetas, pantalones, slips, sostenes y tangas varios. El ambiente era cargante, olía a una mezcla de perfume de mujer y lefa.
– Voy al baño un momento señores, agradecería que me preparas la yegua mientras hago mis cosas – dijo mirando a Felipe, al mismo tiempo que se dirigía hacia la única puerta cerrada la cual daba al baño.
– No sé si hemos acertado Loli ¿tú estás segura… ? No tengo del todo claro…
– Yo asumo todas las consecuencias, a lo hecho pecho.
– Será como digas entonces.
Pudieron observar como entro en el baño y sin cerrar la puerta se bajo la cremallera y orinó abundantemente, tiró de la cadena y volvió sin haberse subido la cremallera sin decoro ni pudor quedando de pie ante ellos con el pene semierecto y sacudiéndose la polla eliminando los últimas gotas de orina. Era un pene de grandes proporciones, nervudo, descapullado con un glande cabezón; alrededor de sus testículos llevaba un anillo que los resaltaba, como globos muy hinchados.
– ¡Despelotaos los dos, quiero veros en pelota picada!
Felipe y Loli sin ninguna sensualidad se quitaron las ropas, como quién se la quita para ducharse, de forma mecánica.
– Los calzoncillos también y ella el sujetador, que se quede entangada.
– Dónde podemos colocar la ropa – pregunto Felipe.
– Aquí mismo, ¿qué te crees que tengo un guardarropa? – dijo Masu, cogiendo la prendas y tirándolas al suelo.
– Vaya, que tenemos aquí… una media polla y una hembra en su declive, hubiera sido interesante pillarla años atrás – dijo en tono despectivo – Cógela por atrás y entrégamela, dame sus putas tetas.
Felipe la cogió por atrás, agarro sus prominentes pechos por la parte baja levantándolos en señal de ofrecimiento. Masu altivo pellizco los oscuros pezones y los mordisqueo, escupió sobre ellos y los lamió. Loli empezaba a gozar, cerro los ojos, emitió pequeños suspiros. Masu aparto el tanga para ver la raja, la escrutaba. Los miró a los dos, tenía una expresión orgullosa, aprensiva y concentrada, al mismo tiempo que se quitaba la ropa y les daba la espalda para sentarse en el sofá abierto de piernas pajeándose. Los miró y sacudió la cabeza; sus ojos estaban inyectados de sangre y su cara roja para exclamar: “vais a mamar; los dos”. Loli sin dudarlo se adelanto, por su parte Felipe tuvo una sombra de indecisión, sin embargo siguió a su mujer. Ella empezó por su tronco, lo lamió para después embucharselo en la boca y empezar la fellatio. Durante el contacto de esa inesperada subordinación Felipe solo miraba. Con su cara descompuesta y un aire de estar absorto seguía los movimientos de su mujer.
– Ahora que mamé él – dijo en tono autoritario.
Algo dubitativo agacho la cabeza y abrió la boca para engullir el desmesurado pene, al mismo tiempo Masu con un brusco movimiento le endoso toda la chorra de golpe en la boca dejándola dentro. Felipe se atragantaba, sus mejillas parecían globos rojos de feria y al mismo tiempo le daba palmadas en ella al mismo tiempo que decía:
– Tranquilo cornudo, mira tu mujer como te contempla, encima llevas empalme so capullo, ahora os pondréis a hacer un 69 delante de mi, ¿a qué si cornudo? ¿No contestas? – le preguntaba mientras el intentaba hablar y se atragantaba –. Tiéndete en el suelo cornudo.
La liberó de su boca, Felipe cogió aire, respiraba en suspiros, para dejarse caer en el suelo, sus ojos estaban desencajados.
– Dale tu coño, ponte encima, mamaos uno al otro, disfrutad…
Empezaron el 69 con pasión, ella le ponía ganas, él le daba lengüetazos a su coño, en pleno frenesí y de manera cenital Felipe vio una polla y unos testículos que pasaban delante de su cara hasta llegar al fondo del coño de su mujer, los testículos le restregaban toda la cara, incluso empezó unas tacadas sonoras a fondo, las cuales cuando estaba en la máxima profundidad vaginal el culo quedaba a la altura de la boca de Felipe, y en esas mismas tacadas Masu bajaba el culo para ponerlo en la boca de Felipe.
– Come culo y huevos cabrón, siente como goza tu zorra…
Los movimientos eran más intensos, los flujos vaginales caían sobre la cara de Felipe, el cuál podía ver como los labios vaginales de ella se agrandaban y contraían en los mete sacas. Paso a ser un ritmo frenético, señal inequívoca del orgasmo. Felipe pudo ver la mirada que le regalo Masu desde arriba, mitad viciosa; mitad cruel de sus grandes ojos extasiados. En ese momento se oyó un rugido como si de un toro se tratara OHHH, OHHH, AHHHH, AHHHH al mismo tiempo que la vagina emitía chapoteos chof, chof, plof, plof. Saco su polla chorreante y la incrusto en la boca de Felipe, dando los últimos coletazos del orgasmo, al mismo tiempo que le decía:
– ¡Limpiá sable cornudo!
Quedaron en suspenso los tres, los dos se habían venido encima de la cara de Felipe, el cual, también había lefado en la mamada de su mujer, aunque ella no trago. Medio agotados el matrimonio quedo tendido; por su parte Masu volvió a su sofá y los observaba. Transcurrió un corto espacio de tiempo ante el cual Masu en una explosividad de temperamento dijo:
– Poneos los dos en cuatro, quiero terminar cuanto antes.
Acataron su dictamen y se pusieron en dicha posición mirándose uno a otro al ladear sus cabezas.
– Las señoras primero – dijo al mismo tiempo que la penetraba analmente a horcajadas cogiéndola del pelo – ¡Toma! ¡Por puta! Que me aspen sin nunca habías tenido un cipote como este. ¿tú que miras imbécil? – dijo al verse observado por Felipe y en un rebrote vigoroso felino con impulso voraz retroactivado saltó sobre Felipe y lo enculó sin compasión, su polla era clavada una y otra vez hasta el fondo con rabia y fanatismo.
Felipe aullaba, gritaba como un poseso ¡NO! ¡NO¡ NO! ¡POR DIOSSSSS! Su zona anal se veía afectada, se había ensanchado sin dilatación: era usado como un animal. Llegado el momento de eyacular, Masu le dio la vuelta y le endosó todo el cipote en la boca vaciando dentro. Por sus comisuras resbalaba semen, de su nariz salía mucosidad. No bastando con esto Masu le introdujo los testículos uno por uno en su boca. Noqueado Felipe intentaba respirar y poner en orden sus ideas, su mujer lo miraba como si se apiadara de un animal. En un impulso Masu se levanto jadeante con su polla goteante, cogió la ropa de ellos, abrió la puerta y la tiró al rellano.
– ¡FUERA! ¡FUERA! No quiero más basura en mi apartamento.
Así, de esta guisa, se vistieron en el rellano y a medida que bajaban las escaleras iban abotonándose como podían. Al salir del edificio Felipe exclamo.
– ¡NO! HORROR ESTÁN AHÍ… – dijo mientras veía a sus tres amigos de viaje expectantes a la salida.
– Bueno, a quién tenemos, ¿que llevas en la cara Felipe? Estás resfriado, parecéis salidos de un tsunami. MUUU, so toro… – dijo uno de ellos en tono jocoso.
– Apenas puede caminar, se nota que te han toreado bien torito. MUUU, so toro. – dijo otro de ellos.
– ¡Apestáis a semental parejita! MUUU so toro – dijo el último.
Estaban hilarantes y empezaron a vociferar mirando la ventana del apartamento donde habían salido “torero, torero, torero, que le den la oreja, y el rabo también” –vocifero otro– “y vuelta al ruedo” – dijo el último.
Las persianas del apartamento se abrieron y salió Masu como si del papa en el vaticano se tratara blandiendo en las manos un sujetador y unos calzoncillos, mientras los compañeros gritaban HIP, HIP, HURRA; HIP, HIP, HURRA.
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