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"El cortejo es una partida de ajedrez. Una vez que ambos empiezan a mover las fichas se vuelve tan peligroso como una guerra. Y mucho más cuando estas casada."
Era la reunión del día del trabajador que acostumbraban a realizar en la empresa donde mi esposo, Mauricio, trabaja. Recuerdo como la voz de mi marido me hizo salir súbitamente de mis pensamientos. Había venido con un amigo el cual quería presentarme: Enzo.
Desde un primer momento lo encontré simpático. Tenía 27 años una sonrisa especialmente seductora. De piel blanca, cabello castaño, ojos color café. Su característica más resaltante: Su cuerpo. Era alto, tenía unos brazos marcados. Antebrazos fuertes y pectorales prominentes. Al menos eso fue lo que pude ver en ese momento. Él se acercó y estiro su mano para saludarme. Yo hice lo mismo. Su mano era muy grande, áspera, aunque bien conservada.
Mi marido me refresco que Enzo era ese amigo del trabajo que siempre estaba planificando las salidas los fines de semana. A lo que ambos echaron a reír y continuamos en una conversación muy amena. Era una persona bastante tratable y extrovertida. Alguien bastante agradable con quien conversar.
No obstante podía notar como Enzo me comía con la mirada. Mi marido nunca se ha percatado de estas cosas, creo que no tiene una buena habilidad para observar esas pautas en las miradas de las personas. Yo sí. Podía sentir la mirada de Enzo en mi escote. Podía sentir como se quedaba más tiempo de lo normal mirando mi rostro. Tal vez intentaba no ser tan obvio, después de todo, aunque eran amigos, mi marido era su jefe, supongo que eso lo cohibía un poco de ser tan evidente. No obstante yo podía darme cuenta claramente de su interés.
Desde siempre me ha gustado despertar interés en los hombres. Creo que no hay sensación más adictiva que sentirse deseada. Y realmente nunca había tenido problemas al respecto.
Tengo 38 años. Soy de tez blanca, cabello castaño, liso, largo. Desde que mi cuerpo se desarrolló siempre tuve varios atributos que llamaban la atención: Mis piernas gruesas y marcadas, mis caderas anchas, mi trasero carnoso pero duro, y mi rostro que llamaba la atención por mis ojos azules claros y mis labios gruesos. Hoy día puedo decir que he sabido mantener esos atributos. Con gimnasio, dietas y supongo que buena genética, sigo teniendo un culo duro y unas piernas fuertes. Además, cuando tuve a mi primer hijo, mis senos crecieron en tamaño un poco y, algo con lo que nunca había contado, como los senos, ahora es uno de mis atributos a tomar en cuenta.
En ese sentido me hago eco en decir que puedo levantar la llama del deseo en muchos hombres sin mucho esfuerzo. Como estaba pasando con Enzo.
En toda la conversación yo estuve siempre sentada y decidí que era momento de levantarme y darle a Enzo un primer plano de mí cuerpo. Sé que a los hombres les llama la atención mi cola, y si ya le había gustado mi escote y mi cara, seguro que fliparía con mi trasero. Me disculpe bajo el argumento de que iría al baño y me levante con el propósito de que pudiera verme. Yo vestía un pantalón blanco ajustado, una blusa negra de escote y que dejaba mi espalda descubierta y unos tacones altos. Los hombres alrededor no desaprovecharon la oportunidad y podía notar también como me veían.
Al llegar al baño sonreí maliciosamente por lo que acababa de hacer mientras me miraba al espejo. Acomode un poco mi maquillaje y volví a donde mi marido se encontraba. Enzo ya no estaba.
Durante el transcurso de la velada podía ver a Enzo pasar unas que otras veces por enfrente de la mesa donde me encontraba. Quiere llamar mi atención –Dije para mí- mientras sonreía sutilmente. De pronto, se me ocurrió que tal vez, podría jugar un poco con él. No sé si por el aburrimiento de la velada o porque el sujeto me llamaba un poco la atención pero me puse manos a la obra.
Hice algo similar y decidí pasar cerca de donde él se encontraba, no sin antes mirarlo sutilmente. Sabía que él no daría ningún paso atrevido puesto que mi marido era su jefe, pero quería ver si era capaz de hacerlo. Básicamente mi plan era provocarlo por esa noche. Si se envalentonaba y me decía algo subido de tono o se propasaba conmigo, le recordaría que mi esposo era su jefe. Su reacción era lo que me causaba intriga y estaba casi segura de que me haría tanta gracia verle pedirme disculpa para que no le diga nada a mi marido que me haría la noche.
Supongo que Enzo noto que estaba intentando llamar su atención puesto que ahora dedicaba más tiempo a mirarme fijamente desde donde él se encontraba. Yo le miraba en ciertas ocasiones y atinaba solo a dar una media sonrisa un tanto tímida pero consentidora. Todo iba sobre ruedas.
Al cabo de unos minutos pude ver que se acercaba.
- Disculpe, ¿usted sabe dónde está el señor Mauricio?
Lo mire con cara de indignada y le respondí
- No te permito que me trates de “usted” o ¿acaso prefieres que te trate como un bebe de 10 años? Tal vez te regale un biberón.
- Disculpa, no te quería ofender, es solo que su esposo es mi jefe y es alguien a quien yo respeto mucho. No quería ser maleducado.
Pues sí que lo respeta mirándome de esa forma –pensé-. Su mirada era la típica mirada de cazador acechando a su presa y su sonrisa, típica sonrisa cargada de picardía aunque muy encantadora debía admitir.
- No sé dónde está Mauricio, Enzo (hice hincapié en su nombre para que el notase que lo recordaba). Hace ya bastante rato que no lo veo.
- Entiendo. Bueno, cuando aparezca hablo con él. Y si lo veo primero que tú le digo que venga a hacerte algo de compañía que te noto muy sola.
Su doble sentido era evidente pero no tanto como para ser irrespetuoso. Asumo que estaba, inteligentemente, tanteando el terreno. Cosa que me gustó mucho. Coquetear es un juego de ajedrez y muchos hombres van directo al grano quitándole lo divertido al asunto. Enzo parecía no ser esa clase de hombre, aunque aún parecía pronto para sacar conclusiones.
- Nada que ver. Después de 12 años de casados créeme que es necesario un poquito de espacio de vez en cuando. Incluso al momento de disfrutar, a veces, es mejor hacerlo por separado.
Yo no me quedaba atrás y él lo noto. Ambos sabíamos el interés mutuo del uno hacia al otro pero creo que ninguno estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y demostrar algo que fuese determinante.
Obviamente yo quería ganar el juego así que decidí ser más sugerente con mis gestos corporales. Intentaba seguir sus movimientos en señal de que estaba sincronizada a él, ladeaba mi cabeza y mostraba mis manos en señal de recibimiento, mordía mis labios levemente sugiriéndoselos. Todo para tratar de darle la sensación de que ya me tenía y así apurarlo en mover sus piezas más directamente.
Sin embargo Enzo parecía estar al tanto de mi interés hacia él, en su cara se notaba una mirada de malicia propia de quien se sabe vencedor sobre su presa y yo la aborrecía. Estaba dejando una imagen de chica fácil y mi única esperanza era que el diera el paso equivocado y así poder dar el jaque mate.
Cada comentario de Enzo estaba lleno de un doble sentido sugerente pero no directo. Era imposible recriminarle algo si seguía jugando sus cartas de esa forma. Yo tenía dos opciones: Detenía el juego dando a entender que note sus intenciones; cosa que me parecía perder el juego. O seguía hasta que en algún momento el cediera en la batalla. Por supuesto me fui por la segunda opción.
En medio de la conversación tocamos un tema interesante: Habían traído un vino increíble más temprano y le había pedido a Mauricio que me consiguiera un poco más, cosa que por supuesto no hizo. Enzo por otra parte me comento que sabía dónde guardaban ese vino y que él podría traerme un poco. Yo sugerí que era mejor ir y ver si había algo mucho mejor y a él por supuesto le encantó la idea. Obviamente no podía dejar que me vieran irme hacia la bodega con él, así que le dije que pasaría por el baño y lo esperaría cerca de donde, según él, estaban los licores.
Desde luego había muchas botellas dentro de sus respectivas cajas. Un par de refrigeradores enormes, muchas cajas de cervezas y algunas botellas de champagne y vino destapadas alrededor y encima de las cajas y repisas. Enzo estaba frente a mí mostrándome la bodega. Y yo veía genuinamente las botellas viendo que me apetecía.
El ruido de la música ya no se escuchaba. Enzo saco un paquete de cigarrillos y me ofreció uno, a lo que accedí. Sabía que no tenía muchos minutos así que debía conseguir rápido mi cometido. Era ahora o nunca. Él estaba recostado a unas cajas de cerveza y yo me le acerque sutilmente para tomar una botella que estaba detrás de él. Tras tomarla lo mire a los ojos y simule una cara de niña triste bromeando en que esa no era la que buscaba. Posteriormente empecé a buscar y me enfoque en una que se encontraba en la parte de arriba. Yo estaba de frente a la repisa, y el detrás de mí, por lo que él se acercó por detrás de mí para intentar bajarla. Obviamente yo no me quite. Por lo que él debió quedar muy pegado a mí, lo suficiente como para yo dar la segunda jugada: rápidamente mientras él se acercaba hacia mí, y bajo el pretexto de que me pareció haber encontrado la botella en una de las que estaban abajo, me agache un poco consiguiendo rozar mis nalgas con su pantalón.
Enzo reacciono quedándose inmóvil adrede todo el tiempo que yo me tarde en bajar, tomar la botella y subir nuevamente. Luego el termino de acercase a tomar la de arriba aunque sin rozarme sino con su brazo.
Para este punto creo que las cosas se me estaban saliendo de las manos. Había que ser estúpido para no darse cuenta de que le había rozado con mi culo descaradamente y él no era estúpido para nada. Por otra parte, Enzo no parecía doblegarse. Nada de lo que me decía insinuaba algo determinante y esa situación estaba comenzando a frustrarme. Pero desde luego su actitud, su seguridad, la inteligencia con la que se desplazaba por el tablero estaba comenzando a llamar mi atención más de lo usual. Definitivamente este tío no es alguien normal –Pensé- .
El punto de inflexión vino cuando él mismo me pregunto si ya había escogido la botella. Básicamente sugiriéndome lo que yo también sabía: que no podíamos pasar mucho tiempo allí y era momento de irnos. ¿Pero qué le pasaba a este tipo? Lejos de ser sutil, mis insinuaciones estaban rayando en lo obvio y aunque él las estaba pillando todas, estaba muy lejos de insinuar algo determinante.
Todo esto lo iba pensando mientras tomaba la botella de vino y caminaba hacia la puerta. Mi cara ardía junto con mis manos cada vez que imaginaba su sonrisa de chico malo sugiriéndome que sabía por dónde iban las ondas que le estaba mandando, pero que él no caería. Básicamente, aunque nadie hizo o dijo algo determinante. Ambos sabíamos que había sido yo quien había apostado más y había demostrado más interés. Él lo sabía y mi orgullo de mujer no me permitía dejarle con la victoria de esa manera.
Di una calada profunda al cigarrillo y cerré la puerta. Coloque la botella encima de unas cajas que estaban cerca y le di una última calada al cigarrillo antes de besarlo.
Su beso era profundo, húmedo, experto. Recorría mis labios con avidez y pasión. Era un beso lento pero cargado de mucho erotismo. Yo suspiraba con cada leve succión y solo atinaba a rodearle con mis brazos el cuello y acariciar su cabello. Me gustaba la sensación de estar besando a alguien mucho más alto que yo y me impulsaba a pegarme más a su cuerpo. Sus manos desde el primer momento se posaron en mi cintura. Las paseaba alrededor de mi desnuda espalda, lo que me provocaba un espasmo de placer al sentir sus grandes y cálidas manos apretar mi cintura. Subía desde allí hasta casi mis omoplatos y se situaba encima de mis costillas, muy cerca de mis senos pero sin tocarlos.
Yo necesitaba que me tocara, lo deseaba. Él lo postergaba todo lo que podía y como en toda la noche había estado haciendo, con sus besos me demostraba que me deseaba, pero me descolocaba al no tocarme y no ser consecuente con esos besos. Poco a poco esa contradicción estaba encendiendo mi lujuria a un nivel que ni yo misma entendía. Solo sabía que estaba deseando a ese hombre en ese momento.
Fue entonces cuando cambio su forma de besarme. Bajo su mano hacia mi culo y apretó una nalga con fuerza mientras que mordía suavemente mi labio inferior. El repentino mordisco y su mano apretando con fuerza mis nalgas me hizo soltar un gemido automático. Su mano libre fue subiendo lentamente a través de mi espalda hasta posarse muy cerca de mi seno y, nuevamente, volvió a morder mi labio inferior y a succionarlo mientras que apretaba esta vez no solo mi culo sino también mis tetas por debajo de la blusa.
Yo me sentía fuera de sí, su aliento cálido en mi boca, sus labios mordiendo y besando los míos y sus grandes manos, una en mis senos y la otra en mi trasero, tomándolos con fuerza y decisión. Todo esto me estaba llevando a la gloria y no había pasado ni dos minutos desde que había tomado la decisión de cerrar esa puerta y jugarme la última carta.
Sin lugar a dudas ahora estaba un poco más decidido, supongo que sabiéndose vencedor, estaba siendo más agresivo al momento de besarme y tocarme, ya que no tardo en rápidamente darme vuelta y recostarme a la puerta que hace minutos yo había cerrado. Besaba mi cuello y yo se lo facilitaba mientras con sus dos manos aprisionaba mis senos con fuerza por debajo de la blusa. Yo pegaba mis nalgas e él buscando su entrepierna y el pegaba su duro bulto en mi cola. Fue el primer momento en el que sentí su pene. Estaba escondido detrás del pantalón y aun así se podía sentir como palpitaba. Yo me pegaba más a él con movimientos provocativos, tomaba y apretaba sus manos mientras el apretaba mis senos, ladeaba mi cabeza para permitirle el acceso a mi cuello, subía mis manos y acariciaba sus cabellos mientras este mordisqueaba mis orejas y tocaba mí entrepierna por encima del pantalón. Sentir claramente su bulto restregarse descaradamente a mi colita y sus manos tocando mi cuerpo en ese almacén sabiendo que mi esposo estaba allí afuera me tenía en frenesí.
Me di vuelta y lo mire con cara de hembra en celo. Lo quería en ese momento y cada expresión de mi rostro lo corroboraba. Le mordí el labio y, lenta pero segura, me arrodille ante él mientras no dejaba de mirarle a los ojos. Su cara era un poema, quizá porque la mía no era muy diferente.
Rápidamente desabrocho su pantalón y en menos de un segundo ya tenía su polla a pocos centímetros de mi cara. Era una polla de unos 18 centímetros, gruesa, con venas marcadas que la hacían ver muy atractiva. Tenía huevos enormes que le colgaban y algo de vello alrededor de sus bolas, encima de la polla y en las piernas. El olor a hombre que desprendía me embriagaba.
Sin pensarlo mucho me situé debajo de su polla y comencé a lamerle desde la base hasta la punta del pene. Iba pasando lentamente mi lengua sobre su cálido miembro mientras que a su vez podía sentir la virilidad, la fuerza y la dureza de su pene estoico encima de mi cara. Creo que tanto él como yo necesitábamos ir directo al grano así que introduje su polla en mi boca con decisión mientras que succionaba y degustaba la suavidad de su glande.
No podía dejar de verlo a los ojos. Hasta este punto el seguía manteniendo la misma mirada de vencedor pero estaba segura que eso cambiaria en un segundo.
Tome con una mano firmemente la polla por la base y con la boca aprisione la mitad de su miembro. Comenzando así una mamada lenta pero constante. Succionaba su glande extrayendo el sabor salado de su liquido pre seminal, mientras que disfrutaba de la típica contradicción que suponen las pollas al sentirse tan suaves y al mismo tiempo tan duras. Intentaba abarcar cada vez más la totalidad de su miembro y disfrutaba el sentir la sensación cálida de su polla paseándose por mi lengua y mis labios cada vez que succionaba.
Él por otra parte poso una de sus manos en mi cabeza acompañando el vaivén que hacia cada vez que me lo metía en la boca y lo succionaba. Yo poco a poco iba aumentando la profundidad en la que me introducía su pene. Sabía que podía introducirme sin ningún problema sus 18 centímetros, su grosor tal vez me daría problemas pero aun así me sentía segura de poder hacerlo e iba poco a poco introduciéndome más mientras que lo succionaba más fuerte.
Recorría y acariciaba la suavidad de su polla con mi lengua cuando me la introducía en la boca. Sacaba su erecto falo de mí mientras que lo tomaba con ambas manos y los masturbaba. Mis manos deslizaban fácilmente sobre él producto de mi propia saliva que hacia función de lubricante. No dejaba de verle, y mirarle con deseo. Me ponía muy cachonda estar arrodillada ante un hombre tan grande y fuerte como él. Miraba desde allí abajo como sus pectorales se macaban aún más grandes y sus brazos más gruesos y ello conseguía excitarme aún más; lo que se evidenciaba en como lo veía mientras lo masturbaba.
Al subir la vista también pude notar que ya su mirada no era la misma. Se lo veía que lo estaba disfrutando y que seguramente estaba tratando de no emocionarse mucho para no correrse tan pronto.
Fue entonces cuando engullí la totalidad de su falo de una sola estocada y luego me lo saque de la boca lentamente para volver a introducírmelo totalmente de nuevo. Hasta este punto es más que evidente que tengo muy buenas habilidades para el sexo oral. La razón es que me gusta bastante hacerlo y siempre me he interesado en hacerlo lo mejor posible. Disfruto bastante tener una buena polla en la boca y disfruto bastante que mis amantes toquen el cielo cuando les estoy haciendo un trabajo bucal. Enzo por lo visto no fue la excepción y su cara pasó de ser la de un cazador acechando a su presa, a la de un simple e indefenso gatito intentando no venirse tan pronto para no defraudarme. Lo sabía mío.
Sentía ese pedazo de carne caliente y dura recorrer la totalidad de mi boca. Desde la punta de mis labios hasta lo más profundo de mi garganta, no había espacio alguno en ella que no estuviese acariciando, sintiendo y disfrutando del tótem de Enzo. Introducía lentamente su polla en mi boca, su glande pasaba a través de mis labios e iba abriéndose camino hasta llegar a introducirse en mi garganta donde lentamente volvía a salir hasta volver a situarse frente a mí. Su pene babeaba por causa de mi saliva y un hilo de baba lo unía a mi boca. Era una imagen muy excitante.
Tan pronto como pude ver en su cara que estaba en el paraíso. Aumente la fuerza de la succión y la velocidad con la que estaba engullendo su falo. Seguía tan duro y viril como en un principio. Sé que, al igual que a mí, a los hombres les gusta la sensación que les produce el introducir sus glandes en mi garganta. A mí me encanta. Me hace sentirme llena. No obstante, la diferencia entre los hombre y yo es que yo no voy a correrme con esa sensación. Ellos sí.
Enzo ya no aguantaba. Me detuvo con una mano y se agacho para besarme. Mi boca babeaba un poco y su pene quedo chorreante de saliva. Me tomo por el cuello con autoridad y me levanto para colocarme de pie, nuevamente de espalda hacia él y de frente a la puerta.
Yo ya sabía hacia donde iba. Naturalmente no pude ganar el primer juego al que comenzamos jugando. Pero perder una batalla no significa perder la guerra y aunque en primera instancia parecía que yo ya estaba derrotada. Fue justo en ese momento en donde saque la carta a la cual le había apostado todo y que, tal cual como planifique, me daría la victoria de esta batalla.
Enzo intento torpemente desabotonarme el pantalón. Todo esto mientras yo no podía dejar de reírme para mis adentros. Tome aire y me di vuelta con una mirada de perra vencedora.
- No. Eso ni de bromas.
Enzo me miro con cara de desconcertado.
- ¿Cómo qué no? pero si me lo has mamado. ¿Cuál es el problema? Un polvillo rápido.
Su cara de desesperación me divertía sobremanera. El tipo inteligente y meticuloso del principio se había esfumado y ante mi quedaba un grandulón torpe que intentaba convencerme con argumentos lógicos o razonables que debía follar con él.
- Que no cari. Me has parecido un tío muy guapo y he disfrutado todo esto pero hasta aquí llego yo. Besitos.
Todo esto se lo decía mientras me acomodaba la blusa y el cabello. Abrí la puerta para ver si no había nadie cerca y antes de irme me di vuelta y le dije:
- Espero tu mensaje
Supongo que me iba a decir que no tenía mi número pero yo no le di tiempo y cerré nuevamente dejándolo aun con la polla afuera, llena de mi saliva chorreándole y los pantalones abajo. Yo por otra parte me dirigía al baño a retocarme y mirar que todo estuviese en orden.
Al salir pude ver a mi esposo que hablaba plácidamente con algunos compañeros del trabajo. Me le acerque y luego de darle un beso, le explique que había salido un momento a fumar un cigarrillo. Me tomo por la cintura y me presento algunos compañeros. El resto de la velada fue igual. En ocasiones podía ver a Enzo hablando con compañeros en las otras mesas y podía ver cómo me miraba de vez en cuando. Debo admitir que estaba encendida y anhelando que terminase la reunión para llegar a casa y hacerle el amor a mí esposo. Y por supuesto, estaba ansiosa y llena de mucha intriga puesto que no sabía si Enzo volvería a buscarme o si sería simplemente algo de una sola noche. Aunque todavía era muy pronto para sacar conclusiones apenas ambos habíamos jugado un par de movimientos sobre el tablero.
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