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Ahora les comparto lo que me sucedió cuando era joven y me contrataron en una agencia de viajes.
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En ese entonces tenía 25 años, buscando trabajo revisé los anuncios en el periódico local y vi uno que me gustó: Agencia de Viajes busca chica educada y responsable para asistente administrativa. Si no tienes experiencia nosotros te capacitamos. Ofrecemos sueldo competitivo más prestaciones. Edad de 22-28 años, buena presentación, buen trato al cliente. Contratación inmediata.
Enseguida llamé y me citaron para ese día por la tarde para entregar cierta documentación. Al llegar al lugar había un par de chicas sentadas en recepción esperando turno. Un rato después salió de la oficina un señor de unos 45 años, bien parecido, alto, fornido, moreno, se notaba muy pulcro con su barba y bigote perfectamente recortados y su forma de vestir era impecable. Nos dio las buenas tardes, se presentó como Gustavo el dueño de la agencia y comenzó de una por una a tomar nuestros datos para ir llenando unos formatos de solicitudes de empleo. Luego nos dijo que él nos llamaba para una entrevista formal en los siguientes días.
Al llegar a casa revisé los mensajes que tenía en mi contestadora de teléfono y uno era del dueño de la agencia que me pedía me presentara al día siguiente para entrevista. Así lo hice, llegué a la agencia y el señor Gustavo me detuvo cortésmente la puerta para invitarme adentro. Cuando pasé cerca de él percibí de inmediato su loción, ese aroma me impresionó agradablemente, uno de esos hombres que pudieras pasar horas olfateando.
Me ubicó en una silla delante de su escritorio, él se sentó del lado opuesto y comenzó la entrevista. Las preguntas iban de lo más normal, realmente era una persona muy educada y amable. Al cabo de un rato comencé a notar que entre una pregunta y otra hacía bromas un poco fuera de lugar, recuerdo una por ejemplo donde preguntó mi peso y dijo que si me sentaba en sus piernas adivinaría cuánto pesaba, y luego se reía. Cuando terminó con eso me pidió que revisáramos su computador para mostrarme los paquetes de programas con los que manejaba reservaciones y esas cosas. Él se quedó de pie justo detrás de mí, puso una de sus manos sobre mi hombro derecho y mientras me enseñaba los programas comenzó a acariciar suavemente mi cabello, luego lentamente fue pegando cada vez más su pelvis contra mi brazo que descansaba sobre la silla, Al tenerlo tan cerca por más tiempo pude apreciar mejor su embriagante fragancia, en verdad me estaba enloqueciendo ese aroma tan masculino, me atraía mucho el señor. Esa situación se volvió tan íntima que la verdad no pude evitar excitarme, lo noté en mis pantaletas. Continuando con su explicación en el computador aprovechó para restregar su cuerpo al mío cada vez con más descaro, hasta llegué a sentir el bulto de su entrepierna frotarse sobre mi brazo que descansaba sobre la silla y como intencionalmente rozaba mi seno cuando estiraba su mano para alcanzar el teclado.
-“Me has convencido, creo que eres apta para el puesto, no necesito entrevistar a ninguna otra” -me dijo y de inmediato sacó un documento para firmar mi contrato de turno completo y por tiempo indefinido. Yo estaba feliz de haber obtenido el trabajo aunque algo me decía que iba a ser toda una odisea tener un jefe así.
El lunes siguiente comencé en la agencia y desde que inicié mi relación “laboral” con el dueño empezó a imponerme varios “requisitos de trabajo”. El primer día por ejemplo salió con una instrucción:
-“Olvidé mencionarte en la entrevista que aquí la asistente debe portar uniforme de trabajo” -me comentó al tiempo que abrió un cajón de un archivero y sacó una especie de prenda que enseguida me mostró. Era un mini vestido en color azul claro, muy corto y escotado. Me quedé enmudecida, no supe qué decirle. Me pidió que me lo midiera para ver cómo se me veía puesto. Decidí aprovecharme de la situación y me hice la ofendida, le dije que eso no estaba especificado en el contrato y que le iba a costar un aumento de salario. Se quedó pensando un instante y me respondió:
-“Acepto. Pero con una condición: que te cambies aquí mismo delante de mí”.
Pude haberle botado el trabajo en ese momento, salir corriendo, pero mi situación económica era difícil como para rechazar la oportunidad, así que comencé a desvestirme, me dijo que fuera leeeento, que me quitara la ropa como en un striptease. Accedí y poco a poco fui removiendo mis prendas, una a una cayeron al suelo, mis movimientos eran delicados y sensuales. Al terminar de enfundarme en esa miniatura de vestido el señor Gustavo se quedó con los ojos saltones de la impresión, quiso abalanzarse sobre mí, me le zafé y se puso a perseguirme por toda la oficina.
-“Mira como me has puesto muchacha” -me reclamó con su mano sobre su entrepierna. Se abrió la cremallera y liberó su miembro erecto. Vaya vergón tenía el tipo, aparte de gorda era bastante larga, justo así la imaginaba pues él era un hombre alto, ese trozo de carne se veía bastante comestible. Aunque me apetecía irme directo sobre su polla, quería ir dosificando la situación ya que planeaba pasar una buena temporada en ese empleo para salir de mis deudas. Ese día no pasó nada más, luego de unos forcejeos y discusiones me vestí con mi ropa normal y me fui a casa.
Las semanas transcurrieron y el señor Gustavo fue avanzando poco a poco conmigo, así hasta convertirme en su esclava sexual con la que saciaba todos sus deseos, eso sí, solo en horario de trabajo. Por cada una de sus exigencias le pedía mejores incentivos monetarios para seguir como su empleada, se trataba de ganar-ganar. Jamás salimos juntos fuera de la oficina, él tenía su esposa y yo comenzaba a salir un chico llamada Antonio que al poco tiempo se hizo mi novio.
Para cuando llevaba un par de meses trabajando en la agencia el dueño ya me hacía todo lo que se le antojaba. No conforme con exigirme usar faldas o vestidos súper cortos y ceñidos, me prohibió usar ropa interior. Ahí andaba yo sin nada abajo (excepto cuando tenía el periodo) y me metía mano fácilmente cuando le apetecía. También me incitaba a que a ciertos clientes adinerados les mostrara un poco de mí, me hacía agacharme a levantar algo del piso, abrir mis piernas sutilmente o mostrarles mi escote. Esto por supuesto incrementó la compra de viajes jajajaja y su clientela masculina se multiplicó.
Algunas de las muchas situaciones calientes que viví laborando ahí recuerdo que estando yo atendiendo a algún cliente el Sr Gustavo me llamaba por el comunicador y me daba la orden de enviar un facsímil urgente. Facsímil (fax para que me entiendan) era una palabra en clave que usaba para que entrara a su oficina, mi jefe ya me esperaba en el sillón del fondo con la vergota tiesa, yo me acercaba a él, me giraba para darle la espalda, me levantaba la falda y de un sentón me ensartaba toda su vara. Me follaba con mucha furia, me tomaba de la cintura y me hacía subir y bajar por su palo, solo es escuchaba como chocaban mis nalgas en su pelvis y yo me tapaba la boca para que no se me escaparan los gemidos. Eran 3 o 4 minutos a lo mucho, un rapidito pues había cliente esperando en recepción, eso me daba más morbo y hacía que me corriera en poco tiempo. Ya luego me limpiaba los jugos que escurrían por mis ingles y salía como si nada a continuar atendiendo al cliente. Por supuesto que muchos clientes se dieron cuenta y se ponían loquitos, me invitaban a salir, me dejaban sus números de teléfono, hasta me llevaban flores o regalitos, más nunca acepté sus propuestas.
Otra de las memorables que recuerdo fue cuando estaba yo revisando unos mapas que contenían unas rutas turísticas, estaba apoyada con mis antebrazos sobre una mesa, anotando algunas cosas en un cuaderno. Sigilosamente el Sr Gustavo me sorprendió por detrás, me levantó la falda y empezó por amasar mis nalgas, luego metió 2 dedos en mi coñito, continuó taladrándome así en lo que él se fue excitando. Un rato después abrió la cremallera de su pantalón sacó su gran polla y de repente con un movimiento rápido intercambió sus dedos por su verga, me follaba de maravilla. En eso estábamos cuando de pronto que se abre la puerta de entrada de la agencia (el idiota de mi jefe no le puso el pasador) apareciendo en escena el mensajero. Se quedó paralizado con cara de bobo al ver como el dueño me tenía tendida bocabajo sobre la mesa, la falda arriba, el trasero al aire y él por detrás bombeándome con furia.
-“¿Qué esperas huevón? ¡Cierra esa puerta y pasa ya!” -le gritó mi patrón al mensajero. El chico no supo bien qué hacer, al final se sentó en una silla para disfrutar del espectáculo. Nosotros seguíamos en lo nuestro cuando de repente escucho:
-“Mira nada más a este muchacho, ya se la está pajeando jajaja creo que le gusta ver cómo te follo Claudia” -comentó el señor Gustavo. Era un adolescente de unos 22 años, delgado, tez blanca, pecoso y cabello castaño claro. Verlo tocarse me calentó aún más así que le pedí se acercara hasta donde yo estaba para comerle la pija. No se cómo le hizo el chico pero el chiste es que logró acomodar su pene a la altura de mi boca y me lo engullí. Lo tenía muy delgado y corto, casi como un dedo pulgar, no me importó, igual se lo mamé mientras mi empleador me embestía velozmente. Esa escena nos puso como motos a los tres pues nos comenzamos a correr, no recuerdo en qué orden, solo recuerdo la leche del muchacho dispararse en mi boca y la del jefazo inundándome la cuca con sus disparos, también yo me corrí como una poseída.
Con toda esa actividad que tenía de lunes a sábado Antonio mi novio sospechaba que algo raro ocurría. Una vez fue por mí a la agencia como 20 minutos antes del cierre y al llegar se sentó al lado de mi escritorio esperando que terminara mis pendientes. El único sanitario que había en ese negocio estaba comunicado por una puerta de acceso a cada lado entre ambas secciones, una a la recepción y la otra a la oficina del dueño. En eso que suena el teléfono en mi escritorio, veo en la pantalla que era la extensión del patrón, contesto por el auricular (inteligentemente no usé el parlante) y me da instrucciones. Cuelgo como si nada, un par de minutos después me levanto y le digo a Antonio que voy al tocador, que no tardo. Entro al baño, me siento sobre la tapa del retrete y se abre la puerta del otro extremo, entra mi jefe con el cierre abajo y empuñando su vergota. Sin más me toma del cabello y me la hace engullir, me forzó a comerla toda, me costaba trabajo por sus dimensiones, me la hacía tragar entera y cuando pegaba al fondo de mi garganta le gustaba taparme la nariz y sujetarme del cuello para asfixiarme. Era una bestia ese tipo, me usaba como le venía en gana y jugaba a ponerme en situaciones extremadamente morbosas. Unos minutos más tarde se deslechó en mi boca y me hizo tomar su espeso líquido para luego dejarle bien limpia aquella polla. Luego me cepillé los dientes y salgo como si nada a la recepción donde continuaba Antonio.
Unos días después de ese incidente al perturbado del dueño se le ocurrió mandar instalar cámaras de seguridad y desde el monitor en su escritorio miraba quien entraba y salía del negocio. Las corneadas en las narices de mi novio Antonio se repitieron un par de veces, solo que para ese entonces el patrón me hacía entrar a su oficina para que me montara en su pitón mientras los dos mirábamos por el monitor cómo Antonio me esperaba en la recepción. Les juro que tenía que morderme yo misma los labios para no gemir, era sumamente excitante esa sensación de estar haciendo algo prohibido y con el miedo de que pudiera entrar en cualquier momento.
Confieso que yo misma llevé algunas situaciones demasiado lejos. A veces invitaba a Antonio a pasar la noche en mi casa luego de que pasaba por mí a la agencia. Nomás entrábamos a la sala lo tiraba al sillón para sentarme en su cara y hacerle comer mi coño recién follado por mi patrón, incluso con restos de semen. Él no decía nada, se dedicaba a seguir mis instrucciones, ahora que lo pienso su falta de iniciativa y morbo fueron los motivos que decidí terminar con él. Antonio era buen tipo, solo que no me follaba tan bien como el señor Gustavo y ni qué decir de su pene, era diminuto en comparación del tronco de mi jefecito.
Mi temporada en la agencia duró casi 2 años. Su esposa se enteró de los cuernazos que le ponía su marido conmigo luego de que notó en las finanzas del negocio muchos bonos e incentivos. El jefazo terminó confesando y ahí concluyó mi contrato. Hay mucho más que contarles de todo lo que viví en ese empleo, quizá más delante se los relate.
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Gracias a todos los que se toman el tiempo de valorar y comentar este relato, me alientan a seguir publicando más historias.
Saludos cordiales a todos,
Claudia.
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