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Consolando al amigo de mi esposo

En fin yo tenía en muy alta estima a Ignacio, y no comprendía porque Irene su mujer lo había abandonado. Ernesto me pidió que le diera apoyo, ya que él ni idea tenía de lo que le debía decir a su amigo, a no ser que no fuera, recordarle que al igual que el resto de los amigos de Ignacio, Ernesto le advirtió sobre las correrías de Irene, pero Ernesto no les hizo el menor caso, hasta que ya fue muy tarde.

Por la misma situación, mi esposo prácticamente obligó que Ignacio se quedase en casa, por unos pocos días, mientras se le pasaba el duro golpe que recién y había recibido. Al día siguiente de la llegada de Ignacio, me levanté temprano como de costumbre, únicamente con mi transparente camisola de dormir, y no fue hasta que me encontré de frente a Ignacio, en el pasillo que conduce al baño, que me acordé de la presencia de él en nuestra casa. Aunque él de manera muy caballerosa, y elegante, pretendió no haberme visto, al tiempo que dándome la espalda de inmediato, se disculpó conmigo retirándose a su habitación.

Yo la verdad es que me sentí tan avergonzada, por mi pobre juicio, al no acordarme de su presencia y andar prácticamente desnuda por la casa. Yo desde luego no le comenté nada a Ernesto, y entiendo que Ignacio como todo un caballero, fue bien discreto con lo relacionado a ese pequeño incidente, lo que en el fondo hizo crecer más mi admiración, y lastima por la situación que él estaba pasando.

Ese día después de que les preparé el desayuno, Ernesto de inmediato recogió su maletín, y tras despedirse de su amigo y decirle que se sintiera como en su casa, se me acercó a mí, me tomó de la mano y lo acompañe hasta la puerta principal de nuestra casa, donde se despidió de mí, dándome uno de esos besos que me llegan hasta el tuétano, para luego decirme, acuérdate que el pobre, refiriéndose a su amigo, necesita mucho apoyo, tras lo cual me volvió a besar y se marchó para nuestro restaurante a trabajar.

Yo realmente no se me ocurría que decirle al pobre de Ignacio, así que me puse a limpiar un poco la sala a ver que se me ocurría. A los pocos minutos llegó él, tomó asiento en el sofá, y de momento que se puso a llorar. No sé si ustedes sientan lo mismo en una situación como esa, pero me dio un pesar tan grande, que dejando mi escoba, me senté a su lado, y procuré calmarlo, pero más lloraba Ignacio, así que lo rodee con mis brazos, y procuré calmarlo mientras que lo continuaba abrazando.

A los pocos segundos de haberlo abrazado, Ignacio, procuró separarse de mí, diciéndome. Eso mismo era lo que hacía Irene cuando me sentía mal, yo obviando lo dicho le volví abrazar, y nuevamente Ignacio separo su cuerpo del mío, diciéndome. Perdona pero Irene y tu son tan semejantes, y parecidas físicamente, que hasta me imagino oler su perfume en estos instantes. Yo de inmediato volviéndolo abrazar, le dije. Es porque tu ex mujer y yo usamos la misma marca y tipo de perfume.

Yo mientras lo abrazaba, sentí su rostro contra el mío, y accidentalmente una de sus manos se posó sobre una de las mía, lo que en parte me hizo sentir algo rara, al tiempo que le repetía una y otra vez, si quieres llorar sigue llorando, haz lo que te haga sentir mejor, yo sin dejar de abrazarlo, sentí su respiración contra la piel de mi rostro, y como su mano apretaba la mía cariñosamente. Fue cuando sentí ligeramente contra mi cuello sus labios, y un tímido beso que rosó mi piel. Nuevamente le dije, haz lo que te haga sentir mejor, y casi de inmediato volví a sentir como se posaron sus cálidos labios contra la piel de mi cuello. Ignacio continuó rozando sus labios contra mi piel, y lentamente fue pasando del cuello a mis mejillas, y de estas a mis labios. Yo sé que quizás debí detenerlo, pero se sentía tan compungido, que en lugar de esos, lo continué abrazando intensamente, y besándolo que a los pocos segundos, me sentía sumamente rara, por no decir excitada. Ocasionalmente le repetía yo, cálmate que todo esto pasará, pero de inmediato le volvía a ofrecer mis labios, y dejaba que sus manos comenzaran a recorrer todo mi cuerpo. Mientras que Ignacio, cuando no continuaba besándome, me volvía a decir. Así mismo me besaba Irene, y yo la continuaba besando intensamente, hasta que ella de manera picara me comenzaba a soltar los botones de mi camisa mientras que yo me las arreglaba para soltarle el lazo del vestido, desabotonar, ayudarla a quitarse la blusa.

Ya en esos instantes sentí un tremendo calentón entre mis piernas, además la idea de hacer que Ignacio se sintiera mejor, comenzó a bullir en mi cabeza. Por lo que sin tomar en cuenta las consecuencias, comencé a quitarle los botones de su camisa. Desde un principio sabía que actuaba mal, pero mi interés en que Ignacio se sintiera mejor, fue mayor que mi sentido común. Por lo que cuando él comenzó a su vez a desabotonar mi blusa, yo le dejé continuar al tiempo que nuevamente me volvía a besar intensamente.

Pero de momento se volvió a detener y me dijo bastante avergonzado. No puedo continuar Ernesto y tú, son mis mejores amigos. Al decirme eso, de inmediato le respondí, Ernesto no se tiene que enterar de nada, esto es entre tú y yo, en ese mismo instante caí en cuenta de que yo, deseaba algo más que hacer que Ignacio se sintiera mejor. Y volviendo a besar a Ignacio, solté la correa de su pantalón y de inmediato yo misma solté el broche de mi falda, dejándola deslizar hasta el piso de la sala.

Como una desesperada, terminé de quitarme las pantis y el sostén quedando completamente desnuda ante los ojos de Ignacio, fue cuando noté en sus ojos una luz o un brillo especial, aunque su boca me llegase nombrar nuevamente a Ernesto, yo sabía cómo íbamos a terminar, por lo que nuevamente lo besé, abrazándolo con todas mis fuerzas, mis senos se aplastaron contra su pecho, y de momento sentí una de sus manos que raídamente se deslizó de una de mis rodillas, hasta mi coño. En ese mismo instante supe que no había vuelta atrás, así que abrí mis piernas y su mano se enterró por completo dentro de mi vulva.

Nos continuamos besando intensamente, sus manos acariciaban todo mi cuerpo, mis senos mis muslos, mi rostro, mientras que yo con una habilidad que ignoraba que tenía en mis manos hasta esos momentos, bajé la cremallera de su pantalón, y extraje de su interior, su erecto y cálido miembro. Aunque ocasionalmente mi marido me ha solicitado que le dé una que otra mamada, y ocasionalmente lo he complacido, por aquello de que no salga a buscar fuera lo que no se le da en casa. Cuando tuve el miembro de Ignacio entre mis dedos, lo que me provocó hacer de inmediato fue hacerle eso. Por lo que me arrodille frente a él separé ligeramente sus piernas, y agarrando suavemente su miembro, lenta y suavemente comencé a chupárselo. Al principio, Ignacio colocó sus manos sobre mi cabeza, pero luego las deslizó sobre mi espalda, y a los pocos segundos me detuvo.

Se levantó del sofá, se bajó los pantalones, y se me fue encima. Mi coño estaba más que lubricado, así que cuando su verga comenzó a penetrarme se deslizó totalmente dentro de mí. Casi de inmediato la comparé con la de mi marido, pero aún no había terminado de penetrarme cuando yo ya estaba gimiendo de placer, nuestros labios se volvieron a unir una y otra vez, su lengua exploró toda mi boca, sus manos acariciaban y me apretaban con fuerza contra su cuerpo, al tiempo que su verga entraba y salía una y otra vez de mi ardiente y mojado coño.

En mi vida me había sentido con tantas ganas como en esos momentos, yo movía incesantemente mis caderas, e Ignacio no dejaba de penetrarme divinamente, haciendo que para mi propia sorpresa, de manera extraordinaria disfrutase de un sinfín de múltiples orgasmos.

Por un largo rato nos quedamos tendidos sobre el sofá, hasta que Ignacio, poniéndose de pie, se levantó lentamente sin dejar de observarme de pies a cabeza, y como que de repente le entró un sentimiento de vergüenza, ya que súbitamente se subió el pantalón, y sin decir nada, dio media vuelta y se retiró a su habitación, mientras que yo me quedé extasiada, con mis piernas bien abiertas, tirada sobre el sofá, agradeciéndole desde el fondo de mi corazón lo mucho que me hizo disfrutar. Después de un buen rato me levanté, recogí mi ropa, y sin ponerme nada encima fui a darme una buena ducha y lavar mi coño. Lo interesante es que en ningún momento dejé de pensar en Ignacio, no es que me hubiera enamorado de él, no solo deseaba volver acostarme con Ignacio, y sobre todo que mi marido no se enterase. Por lo que después de secarme, tal y como me encontraba, me dirigí a su habitación.

Ignacio al verme se quedó sin moverse, yo me acerqué a la cama, y lo ayudé a terminar de desnudarse, y sin que él me dijera nada, nuevamente me dediqué a mamar su verga, por un corto instante. La que a los pocos segundos ya estaba bien dura y caliente. Algo que sé que a mi marido le encanta, y me supongo que a muchos otros hombres también son mis nalgas, por lo que aun y a riesgo de que Ignacio me rechazase, como dicen se las ofrecí en bandeja de plata. Al acostarme a su lado de espaldas a él, después de estar nuevamente besándonos intensamente y dejando que sus manos acariciaran hasta los más íntimos espacios de mi cuerpo.

Cuando sentí su duro y cálido miembro, deslizándose entre la raja de mis nalgas supe que había logrado mi objetivo, y a los pocos segundos, Ignacio comenzó a penetrarme por el culo. Aunque las lágrimas se me salieron, una vez que lo tuve todo dentro, comencé a mover mis nalgas, y él a sacar y meter su verga una y otra vez, al tiempo que una de sus manos se enterró dentro de mi coño. Yo sabía de sobra que le estábamos jugando sucio a mi marido, sobre todo porque en muy pocas ocasiones, lo he dejado que me dé por el culo, a pesar de lo mucho que le encanta hacérmelo así. Aparte de que como ya saben Ignacio es su mejor amigo, y yo su infiel esposa.

Hoy en día Ignacio y yo somos amantes, Ernesto ignora todo desde luego, y aunque Irene eventualmente regresó con Ignacio, este sencillamente la botó de su casa.

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