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-¿Pero te has puesto esa corbata?
-La roja no me queda bien.
Sandra me miró, intentando ganar algunos segundos.
-Va, pruébate la roja-dijo al fin.
Efectivamente, no me quedaba bien la corbata roja. Pero ya que íbamos a casa de sus padres, qué menos que llevar la corbata que a ella le gustaba.
Esperaba que también le gustase a ellos, pues era la primera vez que iba a verlos.
Había conocido a Sandra en el sur de Francia. Yo estaba allí cerrando varias operaciones de compraventa que tenía mi empresa con otra alojada en Tolouse, y Sandra se encontraba por allí de paso tras terminar su carrera de Psicología clínica.
Ocho meses después ya vivíamos juntos. Ella estaba empeñada en que conociese a su familia, por lo que, al no poder alargar más mis excusas, había reservado un vuelo a Zaragoza para que los conociese aquel fin de semana. Era un pecado, según me decía, que nunca hubiéramos ido a verlos estando tan cerca.
-Ya verás, te van a caer súper bien, sobretodo mi padre-me decía ella en el avión.
-¿Estabais muy unidos, verdad?
-Bueno... soy su única hija, qué quieres...
-Ya...
-Por cierto, ya sabes que no tienes que mencionar aquello, ¿no?
-¿El qué?
-Pues eso... que tú y yo...
No pude evitar que se me escapara una carcajada que resonó por todo el pasillo. El guiri que llevaba los calcetines hasta los tobillos se giró hacia nosotros y nos miró como si fuéramos un par de locos.
-¿De qué te ríes?-me preguntó Sandra.
-Pues... digo yo que tus padres ya se lo imaginarán, ¿no?
-No te creas-dijo ella con su cara filosófica-Mis padres son muy inocentes.
-¿Cómo de inocentes?
-Juan, ya te lo expliqué. Te acuerdas, ¿no?
La primera noche junto a Sandra ya me había explicado que su abuelo había sido pastor de no sé qué iglesia, y que, aunque su padre no había seguido a rajatabla con eso, era muy tradicional y algo antiguo.
-¿Y si me lo pregunta? ¿Y si no le caigo bien? ¿Y si me dice que...?
Mi batería de preguntas se alargó hasta llegar a la misma puerta de su casa. Los padres de Sandra vivían en una casa entrañable a las afueras de la ciudad, toda blanca y reluciente.
-Tú solo haz lo que te digan, aunque no te guste-me dijo ella como si hubiese contestado a todas mis preguntas de golpe.
-¿Qué? ¿Qué quieres decir con eso?
La puerta de la casa se abrió entre las manos de una mujer pelirroja y algo huesuda que nos miró con sus ojos verdes y relucientes.
-¡Mamá!
Sandra y su madre se fundieron en un abrazo mientras yo no sabía si dejar la maleta en el suelo o decirle al taxista que me llevase de nuevo al aeropuerto.
-Mamá, este es Juan, el chico del que os he hablado tanto.
Yo me quedé inmóvil, limitándome a asentir lo que ella iba diciendo.
-Juan... dale dos besos a mi madre, ¿no?-dijo algo mosqueada.
-¿Eh? Ah, sí, sí...claro.
No llevaba ni un minuto allí y ya la había fastidiado. Eso era empezar con el pie izquierdo.
-¿Dónde está papá?
-Debe estar atrás en el patio, no os habrá oído llegar. Pasad, pasad...
Yo caminé con la mirada agachada mientras la madre de Sandra cerraba detrás de mí la pesada puerta. Oí como sellaba mi condena al cerrarla, pero enseguida puso sus manos en mi espalda y nos preguntó:
-¿Qué tal el viaje?
-Bien, no sabes lo que nos ha pasado: un grupo se puso a cantar y...
Sandra se puso a divagar con su madre mientras ambas se perdían por el interior de la casa, olvidándose de mí y dejándome allí solo sin saber qué hacer. Aquel salón era inmenso, por lo que fui de allá para acá con una actitud cotilla y con mi maleta todavía colgada de un brazo. No sabía en qué momento tendría que salir huyendo. Al lado de la mesita del teléfono había una foto de una niña con un señor, una tarde de verano en la piscina. A la niña le caía el pelo rubio y mojado por los hombros y al señor le iban a reventar los brazos de tanto músculo que había sacado.
-O dejas eso donde estaba o te vuelo la cabeza-me dijo una voz desde atrás.
-¿Eh?
-Tienes tres segundos para decirme quién eres y qué coño haces en mi casa o esparciré tus sesos por la alfombra.
Me quedé blanco. No es que no supiera qué decir, es que mi cuerpo no me dejaba articular palabra.
-¡Papá!
Sandra se abrazó al hombre que me había amenazado aún más fuerte si cabe de lo que lo había hecho con su madre.
-Cómo te he echado de menos papá...
Su madre contemplaba la escena, casi con ojos llorosos, mientras yo me pasaba la mano por la nuca intentando que la sangre me llegara de nuevo al corazón.
-Veo que ya os habéis conocido-dijo Sandra.
-Pues...
-Dame un abrazo, coño-dijo su padre rebosando felicidad.
La palmada que me dio en la espalda, seguida de un par de bofetadas, casi me dejaron noqueado, pero estaba contento de que el tema se hubiese solucionado. O al menos eso creía yo.
-¿Queréis tomar algo?-preguntó la madre de Sandra.
-No, señora, gracias.
-Llámame Ruth.
-Llámala Ruth-añadió su marido.
-Sí, claro... Ruth.
-Que sí hombre, si estáis muertos del viaje, seguro. Voy a prepararos algo.
-Voy a ayudarte mamá.
-Voy con vosotras-dije casi como un acto reflejo.
Pero ellas ya habían pasado a la cocina.
-Ven aquí coño, ¿no quieres ver mi casa?-me preguntó él.
-Sí... claro que quiero.
Subimos por las escaleras hasta la segunda planta, donde su padre me llevó directamente a lo que él consideraba su santuario.
-¿Bebes whisky o ron?
-Pues... yo... ron.
-Toma-dijo pasándome el vaso.
Bebió un sorbo mientras me miraba antes de articular palabra.
-¿Así que tú eres el cabrón que se está follando a mi hija?
-¿Perdón?
-Ya me has oído.
-No... no, se equivoca, yo no...
-¿Qué?
-Pues que yo no he hecho eso con ella.
-¿Pero si con otra?
-No, yo... con otra no...
-¿Eres virgen?
-Bueno, yo...
Sin que hubiese respondido aún, sonó el teléfono.
-Salvado por la campana.
Él descolgó el teléfono mientras yo me reclinaba en mi sillón como un niño regañado.
-Sí... no joder, este fin de semana está aquí mi hija. Sí... No... Pues hazlo tú joder, reúne a los chicos... 1 … X … 1... 2... No, espera. Ponle una X al Real Madrid.... Y yo qué sé... Sí... Adiós, adiós...
Yo me bebí todo el vaso de golpe, esperando mi muerte.
-Esta panda de maricones no sabe hacer nada sin mí.
-Oiga, señor...
-¿Qué?
Él se levantó sin dejar que yo terminara mi frase.
-¿Fumas?
-No, por Dios, no...
-Toma-dijo pasándome un habano a la vez que ignoraba mi respuesta.
-Yo quiero a su hija.
Por un momento él me miró con su puro encendido en una mano y el vaso de whisky en la otra.
-Yo quiero a su hija, es una mujer increíble. Desde que la conocí...
-Sigue-dijo dándole una calada.
-Estoy enamorado de ella.
-Bien-dijo levantándose de la butaca.
-Si algún día...
Antes de que acabara la frase, Sandra entró por la puerta.
-Pero bueno, ¿qué es todo este humo?
-Tu novio, que ha insistido en que me fumase uno.
-Papá, tú no puedes fumar. Voy a tener que castigarte-dijo ella riéndose.
Él la besó mientras ella se volvía a abrazar a su padre.
-Bajad, ¿vale? Vamos a comer algo.
Casi como una búsqueda de ayuda más que como una muestra de cariño, le cogí la mano a mi novia y salí de allí con los hombros más tensos que haya tenido nunca. Su padre apagó el puro y nos siguió hasta el comedor.
Comimos mientras el padre de Sandra presidía la mesa en el otro extremo. Me miraba con desafío, en ocasiones con asco, hasta que finalmente soltaba una sonrisa maliciosa y bebía de su vaso.
Al caer la tarde me senté por fin en el sofá junto a Sandra, como había hecho esos últimos ocho meses. Sus padres, distraídos con las plantas, habían salido al patio.
-¿Bueno...qué te ha parecido?-me susurró ella.
-Tu madre es un encanto.
-¿Y mi padre?
Sandra me miró con su cara tierna, esperando que yo no la desilusionara.
-Es... nos llevamos bien.
Ella me besó en la boca a la vez que ponía su mano en mi pecho.
-Como me alegro de que os llevéis tan bien.
Sandra volvió a besarme.
-¿Sabes lo que me gustó mucho? ¿Te acuerdas aquel día cuando...?
Sandra empezó a susurrarme cosas al oído mientras me mordía la oreja con sus dientes.
Su mano se deslizaba por debajo de mi camiseta, y ella no dejaba de repetirme su impresión de cómo le había recorrido el cuerpo con mi lengua.
-Sandra...
Ruth nos miraba a menos de un metro con cara de asombro.
-Mamá...
-Tu padre quiere pasar un momento por el club.
-¿Por qué no lo acompañas?-me preguntó Sandra.
-¿Yo?
-Sí, tú. Le encantará. Va, cariño...
-Ve, está en el coche. ¡Corre!-me dijo su madre.
Yo salí por la puerta mientras el padre de Sandra me esperaba junto al capó de su coche.
-Cariño, te olvidas el móvil-dijo Sandra bajando las escaleras.
-Gracias.
-Oye, pase lo que pase no se lo digas a mi padre, ¿entendido? Si llevas una mentira hay que llevarla hasta el final.
Sandra me besó y volvió a subir las escaleras.
-¿Nos vamos o qué?
-Voy, señor...
El club no era ni más ni menos que el bar de turno donde se reunían el padre de Sandra y sus amigotes con el fin de elevar su nivel de testosterona.
-¿Nos pones dos medianas, guapa? Gracias.
-Voy cariño-le dijo la camarera.
-Está buena, eh.
-¿Perdón?
-Esther, la camarera.
-No... no sé...
-¿No has visto el culo que tiene?
-Bueno...
-¿Qué pasa, no te gusta?
Me gusta el de su hija, estuve a punto de decirle. Pero aquello me hubiese hecho ganar un puñetazo.
-Sí...
-¿Sí, verdad?
-Supongo...-dije tratando de adivinar sus intenciones.
-¿Qué le harías?
-¿Qué?
-¿Qué le harías?
-¿A Esther? A ella nada...
-¿Eres maricón?
-¿Qué? No, claro que no...
-Joder, si me dices que no te follas ese culo qué quieres que piense...
-Yo no he dicho que no... señor...-dije para decorar la frase.
-Tampoco has dicho que sí.
-Bueno.... sí que lo haría, pero...
-¿Qué harías?
-Pues lo que usted ha dicho.
-Aquí tenéis, preciosidades-nos dijo Esther pasándonos las cervezas.
-Esther, llegas justo a tiempo. Mi amigo quería decirnos una cosa.
Esther me miró, esperando que yo dijera algo.
-No, sólo que...
-A este no tienes que tomártelo en serio...-dijo Esther hablando como si él no estuviese.
-¿Cómo que no? ¿Entonces no nos vamos a fugar al Caribe como habíamos planeado?
-Claro que sí-dijo Esther cogiéndole el moflete como si él fuera un niño.
Cuando ella se hubo ido, el padre de Sandra volvió a la carga.
-¿Y entonces?
-¿Qué?
-¿Lo harías o no?
-Sí...pero...
-¿Qué harías?
-Pues... follar por el culo, ¿no? Es lo que ha dicho usted...
-Yo no he dicho eso.
-Sí que lo ha dicho...
-No, eso lo has imaginado tú.
-No, estoy seguro de que lo ha dicho antes.
-¿Pero sabes el gusto que da? La polla entre los dos cachetes...
-Sí...
-¿Cómo que sí?
-Quiero decir que no.
-¿No qué? ¿Y ese sí de antes? ¿Cómo vas a saberlo si no lo has probado? ¿O es que sí...?
-No, a ver... yo quería decir que...
Aquel cabrón me había hecho una encerrona y yo había caído de cuatro patas.
-Yo con mi mujer nunca hice nada hasta el día de nuestra boda-dijo aliviando la tensión-Pero nunca dejé que le faltara de nada desde entonces.
Yo sonreí en señal de aprobación.
-Como le hagas daño a mi hija...
-Señor, no voy a hacerle daño a su...
Mis ojos se pusieron como platos al ver que destrozaba una lata de Heineken ya vacía.
-Pero... ¡pero qué hace!
-¿Me he explicado bien, no?
-Joder, sí.
-Bien.
Volvimos a casa sin que yo dijera mucho, con el miedo metido en el cuerpo.
-Anda mira, qué bien os lleváis ya, ¿eh?-me dijo Sandra al recibirme.
-Sí. Genial...
Dándome una palmada en el culo me hizo subir las escaleras.
-Bueno, ¿y de qué habéis hablado?
-¿Nosotros? Pues... lo típico...sólo cosas de tíos... fútbol y tal...
-Qué bien cariño.
-Y... Sandra, tu padre...
-¿Qué ocurre?
-No, pues que...
-Entrad, vais a coger frío-nos gritó la madre de Sandra.
Sandra se escabulló con su padre mientras yo me quedaba a solas con su madre, quieto como la escoba que estaba en la cocina.
-¿Qué tal?-me preguntó.
-Pues bien, ¿y usted?-dije absurdamente.
-No me trates de usted, ¡me haces sentir vieja!
-No, por Dios... quiero decir... no querría ofenderla.
-Y dale... llámame Ruth, ¿vale?-me dijo con su mano en mi mejilla.
-Sí, sí... claro, Ruth.
-Vale.
Di un par de pasos antes de decidir marcharme, pero Ruth me detuvo.
-Ah, una cosa más.
-Dígame... dime.
-Usad lubricante.
-¿Qué?
-Así no le dolerá.
-No sé de qué habla...
Sin tapujos, Ruth me miró a la cara.
-Sandra ya me ha dicho que la tienes demasiado grande.
Yo tratando de evitar que su padre supiese la verdad y Sandra se lo había contado a su madre, ¡y encima con detalles! No pude evitar sentirme traicionado.
-¿Qué le ha dicho?-quise saber.
-No, simplemente que aveces le duele al hacer el amor contigo.
-Pues a mí no me ha dicho nada...
-No te preocupes, eso es normal. Si no puedes estimularla naturalmente, tendrás que utilizar algo para que no le duela, ¿no?
-Sí, bueno...
-Pues eso cariño.
Ruth me guiñó el ojo y me dio la espalda mientras yo sabía que estaba sonriendo a pesar de que no le veía la cara. Por un lado me sentía enfadado con Sandra, pero por el otro pensaba que era absurdo molestarse por eso.
Lo mejor sin duda de aquel día fue poder estirarme en la cama junto a mi novia, aunque quise ser precavido después de lo que su madre me había comentado.
-Sería mejor que durmiese en otro sitio.
-No seas tonto, la gente también duerme en pareja sin hacer nada más.
-Ya... no creo que sea la mejor idea.
Cogí la almohada y me puse de pie.
-Juan, por favor. Ahora en serio.
-Vale, vale... sólo voy a lavarme los dientes. Ahora vuelvo.
Salí de la habitación en calzoncillos y mi camiseta blanca manchada de mostaza hacia el lavabo. Dentro me encontré de golpe con Ruth.
-Perdone, no sabía que estaba ocupado.
-Oye, te voy a dar la próxima vez que me vuelvas a tratar de usted.
-Disculpa...
-Pasa.
Cerré la puerta, intentando disimular los nervios.
-Sólo venía a...
Sin hacerme caso, Ruth se metió las manos por debajo del camisón y sin apenas dejar que se viese nada deslizó las bragas que llevaba puestas hasta sus tobillos.
-Será mejor que me vaya.
Ruth se agachó para coger sus propias bragas y alargó su brazo hasta dármelas.
-¿Las pones ahí, por favor? En la cesta al lado de la bañera.
-¿Esta?-dije señalando la cesta.
-Sí, esa. Gracias corazón.
Ruth empezó a desmaquillarse mientras yo la miraba. Era una mujer delgada y morena, con una sonrisa brillante y pequeños lunares repartidos por sus brazos. Su camisón negro se pegaba a su cuerpo de tal manera que empecé a recorrerla más con la mirada.
-¿Qué tal con Jorge, con mi marido?-me preguntó
-Ah... bien, bien...
-Acércate.
Di un paso al frente.
-Un poco más, que no muerdo.
Me acerqué un poco más hasta quedarme a su lado.
-Nosotros queremos mucho a Sandra.
-Yo también la quiero, señ... Ruth.
-Lo que te he dicho antes es porque no quiero que le hagas daño.
-No sé porque piensan que quiero hacerle daño.
-Ya lo sé. Pero quiero que mi hija también disfrute de las relaciones sexuales.
-Yo... bueno, y qué hago, ¿se lo pregunto?
-Mira, Juan. Yo no soy sólo la madre de Sandra. Quiero que sepas que aquí también tienes a una amiga. Y quiero ayudarte en lo que pueda.
-Joder, muchas gracias Ruth.
Aquellas palabras me emocionaron tanto que la abracé, sin importar el contacto tan frágil que había entre nuestras partes íntimas y entre nuestros cuerpos.
-Es sólo un consejo, pero si yo estuviese en vuestro lugar prescindiría de hacer el amor esta noche.
-Sí... ya lo habíamos pensado.
Ruth me cogió las manos y las puso en su cintura.
-Mira, acaríciala por aquí, ¿ves? Eso le gustará.
-Sí...
Yo me desprendí de ella, pero fue Ruth quien puso sus manos en mis brazos.
-Así, por ejemplo, por los brazos también.... ¿ves?
-Sí, ya sé lo que le gusta...
-¿Y qué le gusta?
-Quiero decir....
-Juan, por favor. ¡Qué tenso estás hijo!
-Pues... besos, y tal...
-Abrázala, así.
Ruth hizo que abrazara su culo. Instintivamente yo lo cogí como si fuese a caerse.
-Así, muy bien. Lo haces muy bien.
Con mi mano subió ligeramente su camisón.
-¿Lo notas? ¡Si me dan escalofríos hasta mí!
Parecía mentira, pero Ruth tenía el culo más duro y firme que hubiese tocado, más que el de Sandra.
-Le acaricias las piernas, así.
Ruth pasó las yemas de los dedos por sus muslos con tanta naturalidad que me asustó. No sabía si ella era consciente de lo que estaba pasando, o si solamente pretendía ayudarme en mi relación con Sandra.
Pensando en aquello me aparté.
-Bueno... gracias, Ruth.
-De nada corazón.
Pasé a toda prisa por el pasillo rumbo a nuestra habitación, donde Sandra ya dormía profundamente. Yo apenas sí podía cerrar los ojos.
Tras probarlo varias veces y ver que el reloj marcaba la una y media pasadas, me levanté sin despertar a Sandra y fui hasta la cocina, donde no encontré más que leche en un tetrabrick. Por miedo a que alguien se despertase me tomé la leche fría sin meterla en el microondas. Al pasar por la biblioteca que el padre de Sandra había montado, vi una tenue luz que brillaba desde el interior. Empujé la puerta y Ruth se giró inmediatamente. Al verme me pidió que encendiese la luz.
-Ei.
-Hola...
-¿Qué pasa, no puedes dormir?
-No, bueno...
-Ven, siéntate.
Le hice caso y me senté en el sofá, solo con la intención de decirle que iba a marcharme. Un poco contradictorio, pero aquella era mi verdadera intención.
-Yo aquí, viendo la tele.
-¿Qué dan?
-Una reposición de El Paciente Inglés.
Ruth seguía con su camisón y ni siquiera había desdoblado la manta de cuadros que tenía a su lado. Ella me miró con curiosidad.
-¿Y bien?
-¿Sí...?
-¿Qué tal ha ido?
-No te entiendo...
-Pues... si has hecho lo que te dije, por ejemplo.
-Ah... no, no... Sandra ya estaba dormida, debía estar muy cansada.
-Está bien, mejor así. Es igual que su padre, Jorge también duerme profundamente en nuestra habitación.
-Y yo también debería dormir un poco. Buenas noches.
-Sabes, Juan... me gustaría mucho que Sandra y tú me dierais un nieto.
-Bueno-reí nervioso-Sí... nos estamos conociendo, de momento.
-¿No tienes frío?-me preguntó al ver que seguía yendo en calzoncillos.
-¿Y usted...tú... no tienes frío?-dije apelando al camisón que llevaba.
-Anda...
Ella me pasó la manta y yo, más por incomodidad que por frío, me arropé, tapándome con ella.
-¿Así nunca habías salido con otra antes de estar con ella?-me preguntó.
No sabía de donde había sacado aquello, pero aun así le contesté.
-Sí, bueno... Con un par de chicas.
-Lo digo porque te veo muy tenso, como si no te gustara estar aquí. Nosotros queremos que te sientas en familia.
-Lo siento...
-No me pidas perdón. Cariño, es normal estar así, pero relájate un poco, ¿no? Ahora vas a formar parte de nuestra familia también.
Con sus palabras de Corleone, empecé sin darme cuenta a darle un repaso más lento de lo que me hubiese gustado a Ruth.
-¿Vale?
-Sí, claro...
-Sandra ya no es una niña, te habrás dado cuenta de eso.
-Sí, claro que sí... Ruth.
-Ya sabemos que tiene algunas necesidades, como todos.
-Soy consciente.
-Por ejemplo, ¿tú cómo la haces sentir bien?
-¿Perdón?
-Sí, por ejemplo... ¿cómo eres a la hora de besarle el cuello?
-¿Qué cómo soy? Pues no sé, me sale solo...
-A ver, ven.
Ruth se acercó a mí hasta el punto de arroparse ella también con la manta.
-Imagina que soy Sandra.
Yo la miré, mientras ella esperaba que me lanzase directo a su cuello.
-Juan, por Dios, relájate.
-Pues... le daría un par de besos, y luego...
-No, no me lo expliques, hazlo directamente-me ordenó.
Me acerqué más a Ruth y le di un par de besos en el cuello. Justo en el mismo sitio mis labios pasaron a morder su morena piel, y la punta de mi lengua lamía el camino que mis besos habían dejado.
Ruth me puso la mano en mi mejilla, incluso se atrevió a bajarla y darme pellizcos en mi propio cuello.
-Lo has hecho muy bien cariño.
-¿Gracias?
-Tú ya lo sabrás, pero es importante que cuando le hagas el amor no solo te preocupes de meterla. Parece una tontería, pero créeme... no debes olvidarlo.
-¿Quieres decir por ejemplo, que si estamos follando... haciendo el amor... es importante estimularla con besos?
-Si estáis follando...-me guiñó el ojo al decirlo.
-Ya lo he... entendido-dije para ponerme de pie e irme.
-¿En qué habías pensado?
-¿Cómo?
-Sí, supongo que al decirlo habrías pensado en cierta situación, ¿no? Incluso en alguna postura concreta.
-Yo... sólo pensaba...
-¿Qué corazón?
-No... en besarle la espalda, por ejemplo.
Ruth se estiró poco a poco en el sofá, tirando inconscientemente de la manta con su cuerpo.
-Es decir, si Sandra estuviera así, ¿no?
Ella me hablaba con su boca casi besando el sofá, dejando su espalda totalmente boca arriba.
-Sí, por ejemplo...
-Prueba besando la espalda.
-Yo... no creo que...
-Si no puedes, sube un poco el camisón, no pasa nada-me dijo ignorando lo que yo iba a decirle.
Pensando en ganármela e irme de una vez por todas, le di unos besos cortos.
-Muy mal.
-¿Qué?
-Pues que no, no... Juan, tienes que ser más cariñoso.
Volví a acercarme a su espalda, esta vez subiendo el camisón como me había sugerido. Ruth seguía estando sin bragas desde que se las quitara en el lavabo, y al acercarme mi polla rozó con su culo desnudo y firme. Ella no dijo nada, incluso dudé de que lo hubiera notado.
A medida que subía el camisón iba besando su espalda.
-Así, muy bien...
Ruth soltaba pequeños quejidos, mientras yo me empeñaba en creer que lo hacía para animarme.
El camisón finalmente chocó contra su pelo. Sus pechos se aplastaban contra el sofá y su culo seguía en contacto conmigo.
-Yo... voy a ir arriba, me está entrando el sueño ya-le dije.
-Vale, cariño.
Ruth se quitó el camisón del todo y se tapó ligeramente con la manta.
-Bueno, pues eso... que buenas noches.
-¿Por qué no intentas una última cosa? Así podré quedarme tranquila.
-Eh... ¿de qué se trata?
Ella se levantó, tirando el camisón que tenía en su mano directamente al suelo. Completamente desnuda, se mantenía frente a mí sin temblar lo más mínimo.
-No me digas que nunca has visto a una mujer desnuda...
-Sí, pero no a la madre de mi novia...
-Si te sientes incómodo...
-Sí, mejor que me vaya...-dije en voz baja.
-Si te sientes incómodo no me mires el coño, ya verás como es mucho más fácil.
La seguridad y naturalidad de aquella mujer me sorprendía, e incluso podría decir que aquello dificultaba el que no le hiciera caso.
Ruth se estiró en el sofá, igual que había estado dos minutos atrás.
-Pruébalo sin ropa, ¿de acuerdo? Será más fácil.
-Perdón... ¿probar qué? ¿qué será más fácil?
La madre de Sandra pasó directamente a las instrucciones, sin que yo pudiese saber lo que pretendía esa mujer.
-A ver, quítate la ropa.
Yo obedecí, tapándome cuando estuve desnudo.
-Deja que eche un vistazo.
Yo no aparté las manos hasta diez segundos después, cuando Ruth se mordió el labio inferior.
-Ponte encima.
-Eh... no.
-¿No qué?
-No voy a...
-Que no, tonto. No la metas, sólo ponte encima.
Aquella tontería me calmó, como si estar encima de ella desnudo fuese cualquier tontería sin maldad
Me acomodé junto a Ruth, casi sin tocarla, mientras ella me hablaba con la cabeza de lado.
-Bien, voy a abrir un poco las piernas y tú metes la polla.
-No... no la entiendo...
De repente me sentí como un quinceañero frente a su primera vez.
Ruth separó un poco las piernas sin apenas esfuerzo.
-Métela por ahí, pero no la metas dentro del coño.
Sin comprenderlo, la metí por el espacio que había dejado y que como una cueva volvió a cerrarse una vez que hice lo que me ordenó.
Los muslos entraban en contacto directamente conmigo, pero lo mejor fue cuando apoyé mis manos en el sofá para no caerme y me di cuenta de el placer que daba tener la polla aguantada por Ruth.
-Buf...-se me escapó.
-Prueba a hacer lo que hemos hecho antes, sin olvidar los besos y los cariñitos.
Al moverme volví a notar la estrechez entre las piernas de Ruth, muriendo de placer en cada roce.
-Joder, no sé si voy a poder.
Instintivamente, besé la espalda de Ruth y le pasé la lengua mientras ella sonreía. Moví despacio mi cintura, simulando que empezaba a follar con aquella mujer.
-Sí...
Ruth sonreía de placer y me animaba a que le besase la espalda hasta llegar a su nuca, y yo obedecía como si fuese un criado suyo.
Había encontrado el equilibrio perfecto, pero a medida que las muestras de cariño crecían, Ruth cerraba más sus muslos, dificultando que yo pudiese seguir moviéndome por los temblores que sentía en mi cuerpo.
-No... no puedo...
-Si lo haces muy bien corazón...
-No, es que... me gusta mucho...
-Así, sigue...
Me había llegado a creer que estaba follando, y fue por eso por lo que mordí la oreja de Ruth.
-Sigue cariño...
Los pezones duros de excitación de Ruth rayaban el sofá, luchando por esconderse de mis manos que inquietamente querían tocarlos.
-Ruth... no puedo más...
Me abalancé sobre ella, sudando de calor y dejando que mis labios chocasen contra su hombro.
Ella lo notó y, hermosa como era y sin dejar de sonreír, juntó sus piernas y sus muslos hasta que ya no pude moverme al soltar todo el semen que me había producido aquella situación.
Me quedé allí, rendido, exhausto pero contento, y sin saber por qué yo también sonreí, besando a Ruth en la mejilla como si aquella mujer fuese mi novia.
Al fin me incorporé, medio avergonzado de aquello. Ruth se puso de pie, examinando si tenía alguna gota de semen alrededor de su vagina.
Yo la miraba con preocupación, pero ella seguía tan tranquila como siempre.
-Te lo he manchado todo, el sofá... lo siento.
Ella no dijo nada, solo me miró y se dio la vuelta.
-¿Ya no tengo nada, no?-me dijo mirándose el culo.
N... No. No, no tienes nada, Ruth.
-¿Ya estás más relajado?-me preguntó.
-Sí...
-Espero haberte ayudado un poquito. Y que ahora puedas dormir mejor.
-Yo...
Ruth volvió a poner su mano en mi mejilla, sin preocuparse si quiera de que ambos siguiéramos desnudos.
-Nos vamos a dormir, ¿no?
Sandra seguía profundamente dormida en su habitación. Abrazaba su almohada y sonreía igual que su madre.
Aquella noche yo pude dormir igual que ella. Lo sucedido con Ruth... tendría que haberme puesto más tenso que nunca, pero ella había tenido razón. Había conseguido relajarme entre toda la tensión acumulada.
Por la mañana me levanté primero que nadie, y yendo de puntillas pude acercarme hasta la cocina donde nuevamente tuve que beberme el vaso de leche frío por temor a despertar a alguien.
-Buenos días.
-Buenos días, Ruth.
La madre de Sandra se había despertado antes que yo e incluso le había dado tiempo de preparar un zumo de naranja. Ignoraba que estuviese en la cocina antes que yo.
-¿Quieres?
-Bueno...
-¿Cómo has dormido?-me preguntó mientras servía el zumo.
-Bien... muy bien.
-Me alegro.
Las piernas de Ruth eran largas y esbeltas, bañadas en un tono de piel moreno que encajaba a la perfección con su camisón negro.
-Eo-me dijo haciéndome señales con la mano.
-¿Sí?
-¿Qué miras?
-¿Yo? No, yo nada, no...
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