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Conociendo a Adonis

Habían sido días muy intensos, de mucho trabajo. Yo que tanto adoro el sexo, en grupos, con amigos y con amigos. Había hecho muchos sacrificios por cuadrar en el nuevo esquema. Y por fin había tenido el ascenso que me merecía, asi que decidí que ya era hora de salir a celebrarlo como yo me merecía. Solo de pensarlo, de acordarme de fiestas pasadas, mi libido empezó a subir, el animal salvaje en mi, empezó a gruñir, la gatita mimosa era más bien una pantera demandando atención.

 

Salí de la ducha caliente y me mire en el espejo, la verdad es que me gusta mi cuerpo y quiero honrarlo, así que empecé a untarme en aceite, el aceite de coco me excita, me calienta, decidí mirarme en el espejo mientras me lo aplicaba, poco a poco, empezando por los pies, y entre los dedos, sentía un cosquilleo, que me iba subiendo hasta mi sexo. Mi piel se calentaba por donde pasaba la mano, la piel se me erizaba solo de notar el roce y mi respiración se quiso acelerar y me dije, María, hoy despacio, hoy es día de celebrar, hoy es día de disfrutar del placer, por el placer en sí mismo. Así que haciendo que mi respiración se hiciera más lenta, me empecé a aplicar el aceite por las piernas, notando los músculos, tantas horas de gimnasio y de correr en la playa habían moldeado mi cuerpo y tenía un color dorado precioso. Me miraba en el espejo y me gustaba lo que veía. Un cosquilleo familiar recorría mi cuerpo, y yo lo seguía respirando, yo lo seguía aceptando y hundiéndome más y más en esa espiral de sentir el placer. Notaba como me estaba poniendo más y más caliente, mi mente iba a recuerdos de amantes, de cómo habíamos jugado juntos a untarnos el aceite, al roce de piel con piel, al respirar uno la respiración del otro, y con ello hacer que nuestro deseo subiera por una espiral, alentándonos el uno al otro a centrarnos en el placer de cada uno y en el placer mutuo.

Estaba ya muy caliente, me empecé a acariciar el clítoris con una mano y con la otra los pezones. Por un momento pensé en dejarme llevar por el calentón del momento, todo mi cuerpo estaba cachondo. Mi sexo estaba hambriento, estaba dilatada y mi clítoris estaba enorme y pulsante, lo acaricie, con la mano llena de aceite, suavemente, cada vez más rápido, aplicando presión, pellizcando algo y apretando algo más, y otra vez, a punto estuve de dejarme llevar y tener un orgasmo, pero no, hoy era el día de disfrutar del placer, no quería algo rápido, sino que quería ser vista, quería darme placer delante de otros, quería encontrar un alma de juegos afín, quería saberme atractiva y jugar con mi compañero.

Así que elegí un vestido clarito de flores, con algo de escote y por las rodillas, que me daba un aspecto intermedio de inocencia y de juventud, hasta que empezaba a moverme, cuando empezaba a moverme el vestido se me hacía como un guante y ahí es cuando el animal en mí, se veía, cuando me movía, y yo sabía cómo mover esas caderas, que tanto disfrute me daban.

Con el vestido y unas sandalias de tiras salí a la calle, sin ropa interior, sintiendo como el viento y la brisa del mar me acariciaban, como el vestido era algo vaporoso, el aire entraba y me acariciaba, como un amante conocido, que sabe dónde tocar.

Me fui al paseo de la costa, era un lunes, había gente, pero no demasiada. Así que sintiendo el calor del sol, me puse a andar, moviendo mis caderas, siendo consciente de cada paso, de cómo mi cuerpo y mis músculos se movían, al mover las caderas, movía también los músculos de mi vagina, y me seguía excitando. El sol calentaba mi piel, y el olor del aceite de coco se hizo más tangible, con lo que mi excitación siguió incrementando.

En este momento veía a parejas y a personas y me empecé a imaginar como seria tener sexo con ellos, vi algunas parejas que me interesaron, les miraba, y me devolvían la mirada algunos con sorpresa otros con reconocimiento y apreciación, pero nadie me despertó demasiado interés como para pararme, así, pues, seguí paseando, hasta llegar a un banco en el camino, esta algo resguardado del viento, es un banco que me gusta particularmente porque puedo ver a la gente pasear, y ellos no me ven, a no ser que se centren en buscar el banco.

Dejé mi bolso en el banco y me apoyé en la pared, y cerré mis ojos, me volví a centrar en la sensación del viento, ese viento que me acariciaba y lo volví a sentirlo como un amante experto, que lentamente me acaricia, que empieza tomándome por los pies, me los acaricia, para empezar moviendo las manos hacia arriba, poco a poco, a veces siendo osado y llegando más lejos, a veces siendo pícaro y quedándose más corto, ahí exhalo un muau, estoy caliente y con ganas de sexo.

Me siento observada y abro los ojos, y ahí, en el banco hay un Adonis, es un hombre de mi edad, se le ve que también le gusta el deporte y el sol, tiene un cuerpo esculpido y trabajado y absolutamente precioso, le brilla la piel, adivino que ha estado corriendo. Y me está mirando con sus ojos verdes. Y me dice:

-Preciosa, se te ve que disfrutas, eres un placer para los sentidos. No quisiera interrumpirte.

Yo tome una respiración profunda, estaba muy caliente y con muchas ganas de sexo y verle ahí, a la vez me había sorprendido y empecé a notar como mi cuerpo reaccionaba a su presencia, me moví algo, y note como los jugos de mi vagina chorreaban.

Corta de respiración le dije:

-Gracias,

Estaba tensa, estaba muy caliente, quería follármelo ahí mismo, en el banco sin importar nada ni nadie, así que mi respiración empezó a ir más rápido, empecé a notar como me estaba calentando muchísimo. Y el solo me miraba, apreciativo. Asi pues, mire al mar y le conteste, con una sonrisa pícara en mi boca:

-Estaba disfrutando mucho sola, si. Notar el contacto del sol y el viento en mi piel, es muy agradable, me gustan esas caricias que recorren mi cuerpo.

Él sonrió, levanto la ceja algo y respondió:

-Afortunados el sol y el viento que les dejas que te acaricien.

En ese momento lo supe, había encontrado mi compañero de juegos, ahora tocaba ver cuanto alargábamos los juegos antes de saltar el uno sobre el otro.

 

A lo que contesté,

-A veces también dejo que el agua me acaricie, me gusta el sentir ese líquido caliente que me recorre el cuerpo. Lo dije, mirándole a él y a la vez acordándome de la ducha y el rato que había estado acariciándome con el aceite.

Y mi Adonis respondió, me encantaría ser la esponja que te acaricia, me encantaría que tu mano guiara a mi mano.

En ese momento ya no pude más y le contesté:

-Ven, que eso es fácil.
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