Deambulas alrededor de su recuerdo, lo desmenuzas, hasta el punto que resulta imposible reconstruirlo de nuevo en tu imaginación.
Te recorre la impotencia, no puedes admitir que hayas olvidado los rasgos labrados en su rostro, la exactitud de su piel morena...Aún así le amarás, removiendo todo lo que sentiste al mirarle.
Insistes; aunque consiente de que semejante deseo solo será obtenido atravez de la sacra fantasía,
al momento te admiras, acaso es tu misma intención la que te produce repentinamente miedo.
Regresas al abismo, quiza ya tengas recuperado en la memoria otra ocasión para venerar a tu ídolo; pero esta vez te aferras a manera de poder examinar su profusa perfección: sus movimientos, su andar, la respiración que inflama el pecho; que lo hunde imitando el ritmo de la seductora maréa.
Extasiado de soñar, solamente suspiras.